Sucede que un día de invierno de 2017 recibo una llamada de la siempre gentil Isabel Gómez, en representación de la SECH, para invitarme a la FILSA con el fin de leer junto a Carmen Berenguer, Pepe Cuevas, Juan Cameron y Clemente Riedemann, en el marco de los 50 años del fallecimiento de Violeta Parra. Ni cortos ni perezosos, las emplumamos todos cocorocos hacia Estación Mapocho con mi pareja, Fabiola Bernal Díaz.
Ocurre que estando allá y leyendo el catálogo nos percatamos que en la misma fecha y hora, estarían Patricio Manns y Horacio Salinas presentando dos sendos libros -“Violeta Parra, la guitarra indócil” y “Hemos hecho lo querido y hemos querido lo hecho”- en otro stand cercano. Obviamente, esa coincidencia nos sorprendió mucho porque nuestra admiración por Manns es atávica. Y ahí estaban los dos genios de la música chilena sentados en una mesa, cuchicheando como dos cómplices de alguna fechoría, y sobrevolando sobre ellos la presencia tutelar de Alejandra Lastra. Los saludamos algo timoratos, aprovechamos de sacarnos unas fotitos como huasos provincianos que somos y felices partimos a lo nuestro, lectura de poemas junto a los amigos y amigas poetas que nos esperaban en un saloncito continuo.
Ya de regreso en Talca, una tarde de verano Fabiola, que es una destacada editora por estos litres, me dice que para el próximo día del libro, 23 de abril de 2018, ha pensado en invitar a Patricio Manns a presentar algunos de sus libros y a un conversatorio sobre su labor literaria, harto poco conocida por la gallada. Dicho y hecho; sin decir agua va se contacta con Alejandra Lastra, y sin grandes preámbulos ni aspavientos se concierta la cita.
Los ajetreos y trámites se hacen intensos en los preparativos del evento. La Universidad de Talca, por intermedio de Marcela Albornoz, se porta un siete proporcionándonos la sala Emma Jauch, un más que oportuno cóctel, el alojamiento por una noche y algún emolumento. El conversatorio esa noche fue sobrio y profundo, marcado de anécdotas y enriquecido por la participación de un abundante público que no salía de su asombro por el hecho de estar dialogando de tú a tú con el mítico cantor, a quien ahora descubrían como notable escritor. Por otro lado, el Partido Comunista local se manifiesta con el alojamiento por otra noche y con un par de agasajos monumentales, además del consabido homenaje de rigor, testimonios y proclamas encendidas, todo lo cual Patricio miraba con una complacencia de abuelo y Alejandra avivaba como una adolescente enamorada.
La comunidad consciente de Talca quedó conmocionada, y nosotros para qué decir. La amistad de Fabiola con Alejandra se acrecentó con el tiempo vía correo electrónico, chat y wasap. Ellas hicieron muy buenas migas por las atenciones y muestras de cariños que se prodigaron mutuamente en esos días de la hermosa visita. Pronto, se concretaron dos eventos más, donde estuvimos apoyando directamente de una u otra forma en su concreción; uno fue en el teatro de San Clemente, donde Patricio cantó con su banda Delirium Tremens, y el segundo en Laja, cerca de Nacimiento, donde el poeta-cantor había visto por primera vez la luz del universo en 1937.
La vida seguía su curso. Entretanto a Fabiola se le ocurre ahora la idea de postular la novelística de Manns al Premio José Donoso, e inicia las gestiones de rigor. Uno de los requisitos era enviar la obra completa, fuera de patrocinios y otras yerbas, al concurso. Imagínense la impresión que me llevé cuando llega la encomienda a casa con todos los libros de nuestro artista. Me los devoré en un mes y medio, y después escribí la reseña “La voluntad de estilo como utopía en la narrativa de Patricio Manns”. La plancha fue que tuvimos que devolver los libros a Alejandra subrayados y marcados, por aquí y por allá; por suerte últimamente se han ido reeditando esas joyitas una a una. Del premio, como fue una constante en su carrera, nunca se supo.
Dada la cercanía entre Alejandra y Fabiola, una tarde la compañera de Manns llama por teléfono y nos invita a viajar a Concón. Ramón Lizana había sugerido mi nombre para un encuentro de poetas, con el propósito de rescatar un humedal, o algo así, y con ello hacer conciencia en la comunidad sobre el tema ecológico. No pudimos asistir en esa ocasión, pero nos comprometimos eso sí a pasar el año nuevo con ellos.
Estuvimos en Concón tres días. Recuerdo que la primera noche vimos “El ciudadano ilustre”, película argentina que satiriza la visita de un premio Nobel a su pueblo natal, Salas, donde vive los percances más increíbles. Al día siguiente, después de desayuno fuimos a comprar un costillar y vino para el almuerzo, que preparamos a ocho manos, además de otras cositas para la cena de la noche. De precios no tenía la más peregrina idea el caballero; era un perfecto náufrago en la ciudad. Tras la siesta, ya recuperados, nos pegamos una larga conversa frente al mar específicamente sobre poesía; no le gustaban los poetas tradicionales, salvo que fueran salvajes y originales como Lautréamont, a quien había leído en Francia. Admiraba a Neruda y Vallejo, pero creía que el habla natural de los hombres rústicos de las intemperies era más sabia y profunda que los léxicos rebuscados de los académicos. En eso era drástico. Al hablar de sus novelas me contó que casi todos los personajes eras reales, y que él se tomaba la libertad de exagerar algunos rasgos para resaltar las cualidades personales, pero preferentemente sociales, de los protagonistas. Me interesa que cuestionen la historia que nos cuentan los vencederos, me dijo. Quería reeditar sus libros, escribir sus memorias y cantar, aunque estaba claro que ya no tenía voz para tanto. Pero insistía; era terco, duro, porfiado porque conocía la verdad, lo esencial, el destino último del hombre de todos los tiempos. Obviamente que de tanto en tanto salieron sus picardías, a las que tampoco le saco el bulto. Era categórico en sus juicios, sin embargo me dio la impresión que no era autovalente; quiero partir antes que Alejandra, susurró. Estando en eso se nos integra José María Memet, y la conversación tomó otro giro, más festivo, no obstante eso era inevitable. Llegan más visitas, entre ellas el buen amigo Carlos Barrales. Así se precipitó la noche.
Me impresionó la vitalidad y claridad de Alejandra en sus análisis políticos. Tenía una mirada crítica sobre la sociedad; implacable en el desarrollo cultural del país, donde destaca la chabacanería en los medios de comunicación de masas para idiotizar a la población, a las masas. Textual. Le dolía la indiferencia de las autoridades sobre la obra de Manns; amaba al pueblo chileno tanto como al argentino, porque el ser humano es uno en todas partes, aseveraba impávida. Sinceramente, creo que sólo una mujer culta, inteligente, práctica y sensible pudo conocer íntimamente el alma insondable del poeta, cantor, novelista, cronista, periodista e historiador que dio todo por rescatar la belleza de las fauces de una clase golpista, torturadora y asesina, tanto en el destierro como en su país.
En mayo de 2019 nos reencontramos los cuatro para el día del patrimonio, en el GAM de Santiago, donde Manns leyó su poesía junto a Manuel Silva Acevedo, Soledad Fariña, Victoria Herreros y otros poetas. Nos acompañaba el escritor Jorge Calvo, dilecto amigo. Fue un momento de gratos y emotivos recuerdos, donde nos insistieron que fuéramos a compartir con ellos cuando quisiéramos y pudiéramos, pero el estallido y la pandemia dijeron lo contrario. Fue la última vez que los vimos. Alejandra falleció en septiembre de 2020 y Patricio en septiembre de 2021, ambos en Reñaca. Pienso que quedamos en deuda con ellos. Debimos apoyarlos más en su vejez; hacerles justicia, apapacharlos, atenderlos, en fin, amarlos. Pero el legado cultural que nos dejaron no estará ausente cuando se levanten el hombre y la mujer latinoamericanos y se canten sus canciones, se lean sus novelas y se pinte su verso-emblema en todas las murallas del mundo: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Por el momento, mencionar tu nombre es como respirar el aire puro en la montaña.
Hasta la Victoria, Siempre.
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ASEDIOS AL SILENCIO DE PIEDRA
DE PATRICIO MANNS
Por Bernardo González Koppmann