La desnudez de la porfía
Sobre Catacumbas, de Bernardo González Koppmann
Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2011
Por Claudio Andrés Maldonado
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Catacumbas es un viaje de treinta años de ejercicio escritural, una poesía que ha resistido entre tantas voces que terminaron apagándose antes de su muerte física. Y esto ya lo celebro, porque ha sido en buena lid. La obstinación y una cuidada conciencia estética han hecho que esta pelea condensada en Catacumbas (batalla desde el inicio perdida) se siga dando desde el Maule, el corazón de un Chile profundo que se ahoga muchas veces en su neo huaserío de mall y wachiturros. “Todavía hay giles vitrineando”, nos dice Clemente Riedeman, y desde la fértil provincia señalada lo seguirán haciendo, indiferentes al paseo de este hablante lírico que les sigue la pista, los escanea y los utiliza como un mecanismo para defender su posición frente al curso de los hechos de la contemporaneidad.
La derrota es
usar perfumes
teñirse el pelo
comprar ropa cara
en otro barrio
en fin, repetir
la belleza clásica
de los héroes patrios
(Fragmento del poema Los amurrados/ del libro Aprendiz de pájaro/ Talca 2002)
En este hablante lírico está la permanente lucha por querer lo que le duele de su sociedad y desligarse del panfleto proselitista, que tantas veces arruina a esa belleza que ni a golpes se sienta en las rodillas del dogma. En este viaje no hay ingenuidades criollistas, pues se opta por escribir la experiencia para unos pocos amigos, para muchas cervezas, para el que pueda leer como quien escucha un pájaro en la rama. Y sostenido por una búsqueda constante de la simpleza, es que el viajero no se desprende de los conflictos, contradicciones y certezas de su creador: Bernardo González Koppmann, de padre ferroviario y madre profesora normalista. Junto a su hablante judío, alemán, español y picunche han construido su sagrario junto al estero Piduco, han pertenecido a la Generación del Roneo, muchas veces los dos han pensado que sería mejor haber estado en la Selva Negra, o danzando en torno a un canelo, o bebiendo chicha de uva a la orilla del Jordán, pero el creador Bernardo para el carro de la dispersión y sentado en el patio de su escuela - cuadrado de horizonte, cuadrado del cielo -, prefiere ver el sol desnudo por sobre los cuadernos de sus alumnos y continuar el oficio.
La Moneda
El cardenal en La Moneda
conversa con el dictador
el nuncio en La Moneda
conversa con el dictador
el papa en La Moneda
conversa con el dictador
pero el dictador no sabe
que a La Moneda
si no entra el pueblo
no entra Dios
(Poema del libro Barrio Cívico, Epigramas / Talca 1988)
Desde el pobre Chile de la década del ochenta, en los días más penosos de la dictadura militar, nace Catacumbas. Desde pueblos como Curepto, Neltume, Lontué hasta llegar a la capital regional donde se espera el retorno de la democracia. ¡No te acomodes cristiano!, le gritan las temporeras y los feriantes y los ciclistas y los cerrucos de la cordillera de la costa a Bernardo y a su hablante, que esta democracia “le trae y le lleva” neo liberalismo del duro.
Pero todo es un mito
hoy la realidad es diferente
hemos conocido la maldad
del Traidor en carne y hueso
y esto y aquello otra vez nos recuerda
que la violencia es la partera de la historia
(Fragmento del poema Morandé 80/ del libro Cantos del Amancay/ Talca 2005)
Y el viaje Catacumbas sigue su ruta hasta la fecha, con una característica que a mi parecer es una de las más notables de esta compilación, su gran variedad de vertientes que confluyen en los textos. Esto da pie a una presente intranquilidad estilística y temática, que en el fondo es una fusión de las dos grandes tendencias asentadas en el Maule, y que no son menores dentro del contexto de la poesía nacional: la corriente telúrica desarrollada por Barquero, Max Jara y el mismo Pablo de Rocka, y la segunda corriente más hermética llevada adelante por poetas como Eduardo Anguita, Enrique Gómez Correa o Naín Nomez , entre otros. Nace una mezcla sutil entre varios elementos del mundo campesino o rural y su relación con elementos metalingüísticos, que conforman en gran parte un hábitat propio.
(No sé; me sobrecoge ver la muchedumbre
camino a la colina tras la urna, sin nada
que decir, tan resignados, creyendo que
así tenía que ser, estaba viejo) A veces
en Curepto morir es, un poco, querernos
Luego, antes que la fosa se amapole
y se esfumen los pasos sin los huesos
antes que los niños se disfracen de oruga
y mujeres de oscuro desmalecen el tiempo
antes, mucho antes que los muros aúllen
y la luna se duerma en los esteros secos
salen los muertos a la calle y brindan
por la lenta romería de los deudos
(Fragmento del poema Funeral en Curepto/ del libro Poemas simples/ Santiago 1984)
Centrar este viaje Catacumbas sólo en el ámbito histórico vivencial sería una débil reducción. En Catacumbas lo importante es el testimonio del tiempo y sus circunstancias, el ojo lírico puesto en la simpleza del cotidiano. Se configura una retrospectiva íntima de una provincia en vías de extinción; una patria, una niñez, una sensación de pérdida que se puede extrapolar a todos los pueblos del país. En Temuco cortan los árboles para hacer dobles vías de autos, en LLolleo tapan el mar con un muro sin ventanas, en Curicó pavimentan la alameda centenaria. Dirán que no hay tiempo para quejas, pero el positivismo no funciona si la torta se reparte sólo entre esos giles que dentro de la tienda venden humos, mientras los otros siguen vitrineando boquiabiertos, mientras Bernardo y su hablante siguen en la porfía, en la desnudez de la porfía, porque como dicen ellos: Hay una rebeldía en cada cosa/ buscando su canción, su agua/ porque duelen los gritos de las piedras/ cuando ya nada vemos, nada oímos/ Hay una desnudez en la porfía/ que sufre su respirar, su nombre/ es una herramienta que callada espera:/somos hijos de nuestras propias manos.