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Para echarse a volar cantando
Apuntes sobre “El Olivar”, de Chiri Moyano.
(Ediciones Cataclismo, Valparaíso, 2011, 34 páginas.)

Bernardo González Koppmann

 


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 “Para exigua vida/ de este pájaro
es suficiente/ un poco /de música del matorral
y el vino rosado/ del crepúsculo”

(Alejandro Lavín)

El Olivar vendría siendo el quinto poemario de Chiri Moyano (Cristian Moyano Altamirano) después de haber publicado previamente Hace siglos que no iba a la ciudad (1998), Taciturno (1999), Las cosas de Magdalena, (2002) y Las confesiones del caballero andante (2004). El autor nace el 18 de septiembre de 1974 en Quebrada Alvarado, cerca de Olmué, donde aún vive, sueña y escribe sin ninguna pretensión de emigrar a la ciudad en busca de la tan esquiva fama que a muchos quita el placer de sestear a la sombra de un huerto. Lo conocí el año 2006 en un encuentro de escritores en San Felipe y me produjo, en aquella oportunidad, la mismísima impresión que a Diego Alfaro Palma cuando se toparon casualmente en una lectura poética: “En Limache, hace más de 10 años, vi y escuché por primera vez a Chiri Moyano. De verdad parecía una especie de espino, con su barba enraizada, su rostro curtido por el sol, moldeado en greda. Fue mi primera lectura de poesía y yo llevaba un nido bien maltrecho de poemas en un cuaderno escolar. Tras oírlo fue como que tocaran las campanas de la parroquia y bandadas de palomas escaparan al sonido del metal. Me di cuenta que de alguna forma ese hombre, delgado como una escoba, había dado en el clavo: crear una poesía con los elementos de su metro cuadrado”.

El Olivar es un breve pero intenso conjunto de 24 textos, divididos en 3 apartados: Rezos, Dos animales que se aman en tiempos difíciles y El Olivar, propiamente tal.

Rezos perfectamente podría llamarse Rezongos por el tono imprecatorio y de denuncia que adopta de entrada, respecto a una realidad circundante que lo acosa como “miseria”. Su madre reza todos los días a un Dios sordo ante los clamores cotidianos. Son nueve textos, algunos brevísimos, que nos sitúan frente a un sujeto lírico que asume las cosas por su nombre utilizando un verso claro, preciso, desmitificador para ir dando forma a poemas plenamente logrados donde el habla de la tribu aflora con gracia y veracidad: “Para qué vamos a engañarnos/ sacándonos la suerte entre gitanos/ la verdad es que no le hemos ganado a nadie/ somos una metáfora que no se puede mantener en pie/ ni con su propio peso/ somos una bolsa de caca tirada en la vereda”.

Inevitable evocar a Parra durante esta lectura; pero confieso que también me remonté a Lautremont revisando estos textos. Me explico. Respecto al famoso Conde, en una carta que éste envía a su editor Lacroix, le escribe: “¿Sabe?, he renegado de mi pasado. Ya no canto más que a la esperanza; pero, para ello, es preciso primero atacar contra la duda de este siglo (melancolías, tristezas, dolores, desesperos, lúgubres relinchos, maldades artificiales, orgullos pueriles, cómicas maldiciones, etc., etc.)”. En Chiri Moyano encuentro nítido este estado de ánimo, este temple, que va adquiriendo cuerpo en la medida que avanzamos en la obra. Es la mirada primigenia sobre las cosas y los hechos, antes de la superstición y el colonialismo mental que ha caído latamente en Chile sobre generaciones y generaciones de letrados. Es una rebeldía por ser digno y entero en medio de “un desencanto que hay en el aire”. 

Y, si me permite el lector, tendría que agregar además que Gottfried Benn (autor de Morgue y otros poemas, publicado en 1912 en Berlín) igual como al desgaire me hace más de un guiño en esta propuesta chirimoyana. ¿Lo compruebo? Lean, por favor: “Hoy x la mañana/ de mudanza se fueron las hormigas/ se llevaron las uñas de mis dedos/ se llevaron mis galletas de agua/ y mis últimos poemas…”. Verónica Jaffé al referirse a la poesía de Benn en un estudio publicado en Caracas en 1991 nos deja de manifiesto que el vaciamiento de los símbolos romanticones de comienzos del siglo XX es el aporte esencial del alemán a la poesía europea: “Morgue significó una ruptura radical con los parámetros literarios vigentes. La combinación novedosa de temas grotescos y macabros tomados de la praxis médica, con estereotipos líricos y frases tradicionalmente poéticas revelaba no sólo la posibilidad de romper y transformar el lenguaje, sino que, además, señalaba el vacío semántico de la expresión poética tradicional. Frases hechas, valores comunes, como "hermosa juventud", "la felicidad del primer amor", "delirio y patria", "fe amor esperanza", se relacionaban con imágenes del despojo humano, cadáveres y dolencias físicas para expresar una crítica feroz al imaginario lírico del momento, trazando por lo demás un cuadro muy diferente del ser humano, de un ser ahora desprovisto de toda trascendencia”. Guardando las proporciones, obviamente, en Rezos me encuentro a boca de jarro sin decir chicha va con dos poemas que simplemente me hacen relacionar la propuesta de Chiri con la de Benn, en especial por lo espontáneo y artero de los textos: “La poesía/ no es sólo un abanico/ de color de rosas/ también es una daga/ que corta orejas largas/ y feas” (Epitafio), y - afírmense cabritos con este minúsculo compendio del Macho Anciano- “La pichula cesante” (Sin título dos).

El segundo apartado agrupa seis poemas y se llama Dos animales que se aman en tiempos difíciles. Aquí nuestro poeta se mete entre las patas de los caballos porque desde hace rato escribir poemas de amor viene resultando harto difícil, más aún en tiempos como estos. Pero igual se sale con la suya. Son seis poemas que nos exponen una relación extraña por lo desacostumbrado de tales expresiones pero que, como si nos paseáremos solos en la niebla de una aldea sin nombre, abisman el espíritu por lo sinceras y brutalmente arrobadoras. Veamos la escena de un suicidio: “Cuando la piedra se enferma/ y se envenena/ y se encrespa como un caracol pisoteado/ saca gritos urgentes de auxilio   vomitando/ pedazos de vidrios agridulces/ y fotos de infancia/ para echarse a volar cantando/ como una enredadera arañando por las paredes”.

Para hacer una aproximación a esta amatoria chirimoyana me voy a apoyar, sí, en un par de reflexiones de Carlos Henrickson quien, acertadamente, por ahí ha escrito: “Detrás de nuestra cultura que separa el cuerpo de algo que llaman espíritu ­- con lo cual de inmediato entre el hombre y el mundo se abre una herida abierta -, estuvo alguna vez esa otra insistente certeza: la vida no es una línea, sino un flujo continuo, el hombre no puede ser separado de su animalidad y de sus actividades “inferiores”, su corporalidad cambiante y, a ratos, violenta”. Bueno, precisamente, este es el estilo amatorio del hablante en estos textos terribles llenos de esa vitalidad que nos desasosiega y por ende nos humaniza. No puedo dejar de pensar en Miguel Hernández al ir leyendo estos poemas, porque los versos a Josefina Manresa brotan en las trincheras y en las cárceles desde una idéntica mirada traslúcida campesina y rebelde.

El tercer y último grupo de nueve poemas se llama El olivar, igual que el libro, y creo sin ningún atisbo de duda que es de lo mejorcito que he leído en años respecto a cantos a la intemperie, a los terrones donde subyacen los balbuceos natales, al rancho de barro hecho a pulso, al rincón metafísico donde todos los elementos pedestres y rústicos fraternizan y se trasuntan en poesía por obra y gracia del talento macerado en palabra simple y profunda, es decir sabia, de este artesano místico y consuetudinariamente rural que encarna Chiri Moyano.

Felipe Moncada acierta en un estudio sobre el autor cuando afirma: “Su poesía está marcada por la resistencia frente a la pérdida del sentido, el arraigo a la tierra, la dignificación de campesinos, pero también de la cultura callejera, el viaje como aprendizaje, su rechazo total, pero lírico, a la brutalidad de un sistema que proclama la muerte de la semilla, la venta de la tierra, el desprecio por formas de vida que se desenvuelven en el carbón, en el sudor de la faena dura. Lo que ha hecho Chiri Moyano es crear la epopeya de su familia en la palabra, resistiendo en una tierra yerma, y en aquello, ha narrado la historia de miles de familias campesinas, que luchan por mejorar sus condiciones de vida en las laderas de un cerro, en una caleta de pescadores, a la orillas de un bosque talado”. Sólo me cabría agregar que tal actitud lírica lo asemeja sobremanera al poeta maulino Jorge González Bastías, en especial a su Poema de las tierras pobres, de 1924, cuando dice: “No eran así las gentes de la sierra…/ Esta miseria no es de aquí./ Los árboles y el agua de la tierra/ no hace al hombre así”.  Paralelismos que no nos dejan de sorprender a la vuelta de los años.

No resisto a la tentación de trascribir íntegro el último poema (IX) que cierra el libro pero, a la vez, nos abre las entendederas a un universo poético insospechado. Cito: “Enrique Altamirano plantó el olivar/ a pata pelá/ y a pata pelá crió a sus hijos/ mi madre se casó en el olivar a pata pelá/ y a pata pelá nos crió a nosotros/ a mis hermanos, a mis hermanas/ mis hermanas se casaron/ tuvieron hijos/ y a pata pelá están criando/ a pata pelá// Mi abuelo Enrique Altamirano/ crió a sus hijos a pala pelá/ y no vendió la tierra/ mi madre nos crió a nosotros a pata pelá/ y no vendió la tierra/ nosotros a pata pelá nos estamos desarrollando/ y no vendimos a nuestra madre/ y no vendimos la tierra/ y no vendimos la tierra”.

Gracias Chiri por tu poesía desnuda, elemental, prístina, y por ese hermoso amanecer en tu casa de barro rodeada de olivos, estrellas, cantos y un fueguito que nos ha entibiado el alma para mucho rato más. Enhorabuena.


Talca, martes 13 de noviembre de 2012.



 

 

 

 

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