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“Unquén, el que espera”, la novela imprescindible de Sergio Infante.
(Editorial Catalonia, Santiago, 2021, 170 páginas.)

Por Bernardo González Koppmann




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“La literatura siempre es inactual,
dice en otro lugar, a destiempo, la verdadera historia.”
Ricardo Piglia


“Unquén, el que espera” es sin duda la obra maestra de Sergio Infante (Santiago, 1947), novela autobiográfica cuyo argumento atrapa de principio a fin dada la intensa trama y vericuetos por donde transitan los protagonistas. En breves palabras, se trata de las memorias de un retornado que narra prácticamente su vida entera, desde una azarosa adolescencia rebelde en un hogar pequeño burgués, o burgués a secas, en Santiago, donde va tomando conciencia social sorbo a sorbo, para dar paso a una tímida vinculación a la aquí llamada Organización (MIR), movimiento revolucionario de respeto por esos días en Latinoamérica; así, emprende actividades políticas que lo llevarán a un compromiso inalterable por las causas nobles de la humanidad hasta el día de hoy, ya hombre mayor, ex poeta, mayordomo de una escuela en Estocolmo, padre separado, abuelo, jubilado y de vuelta en casa. En 19 capítulos y un breve epílogo nos describe específicamente su estancia durante algunos meses en Unquén, puerto del sur de Chile, donde además del trabajo propagandístico que debía realizar entre pescadores y campesinos del lugar, nos relata la sabiduría del pueblo, su gastronomía, lenguaje, cosmovisión, coraje, nobleza, todo ello salpicado con su par de amoríos fogosos y descomunales, la sectaria convivencia provinciana, la rica antropología sureña, sus malicias y otras yerbas, para dar paso en el relato al cruento golpe de Estado de 1973, la brutal repercusión que tuvo en la zona de Los Lagos y el milagroso escape, diríase de película, que protagoniza nuestro guerrillero de las garras de la represión. De eso más o menos nos habla el libro.

Encuentro interesante el lenguaje que logra construir -o reconstruir- Infante. Si bien conserva la jerga popular de los protagonistas cuando corresponde, a veces incorpora en primera persona (en especial, cuando habla Lucho) giros idiomáticos originales, personalísimos, carnavalescos, inclusos más de alguna chuchada, denotando conocimiento cabal del territorio, los acontecimientos y la historia bullente en cuestión. Por otro lado, incrusta el autor, aparte de una reflexión templada, serena, decantada de los hechos, un saber decir y comunicar su verdad interior; este temple de ánimo permite las revelaciones más íntimas que encontramos en la novela. Quizá la mixtura de lo culto y popular que se logra en esta propuesta, al modo del lenguaje chispeante y atildado de los hombres del sur, sea la única manera de decirnos con sinceridad que se vuelve “a los viejos sitios” para no morir en vida, para comprobar fehacientemente que alguna vez se fue feliz y si se pudo soportar el exilio con todas sus adherencias fue porque nunca en su memoria olvidó a Unquén, el pueblo amado, donde lo sorprende el Golpe, la persecución, la diáspora y todo lo que esto significaría -la expatriación, los cuestionamientos existenciales, la literatura, la academia, la docencia, el quiebre familiar, la incertidumbre- hasta el día que decide regresar.

La historia de la novela seduce por la vivacidad del relato; tiene un argumento que se despliega coherente y fluye con sus intrigas, pero son precisamente esas intrigas, esos detalles o chispazos del pasado los cuales terminan por convencernos y, así, poder leer confiados porque estamos en presencia de una obra distinta a las que nos tuvo habituado el mercado. Acá hay un gran relato, aventura y compromiso con un segmento del pueblo de Chile que se ve puesto en valor en estas páginas cada vez que el autor repara en aromas, sonidos mínimos de la naturaleza, amasijos, brebajes, juegos de azar, picardía, códigos populares, ternuras agrestes, artesanías místicas, en suma, amor al pueblo, al campesinado, al pescador, al estibador, al mediero, a la cocinera, a la clase humilde, a los humillados, a los vencidos, en fin, a los más dignos hijos de la tierra, alcanzando en algunos fragmentos alturas de un lirismo puro que en su vuelo poético nos va depurando, reconciliando con nosotros mismos, despojando de ripios y bajezas tan propias del ser humano -demasiado humano- dejándonos más conscientes, tiernos, sensatos y serenos. Y eso conmueve, y se agradece.

El relato no es meramente descriptivo ni lineal en el tiempo. Es una novela seductoramente difícil, y da pelea hasta el final. Es la fábula -ficción o realidad, da lo mismo en este minuto porque estamos hablando de una obra de arte- de un poeta guerrillero que, además de contar el cuento, lo medita, lo trastoca, lo sueña y extrapola de una realidad a otra, de una época a otra, de la prosa a la poesía y vice versa, creando así una escritura novedosa, ya lo dijimos, densa, barroca, enmarañada si se quiere, la cual se sostiene y nos sostiene en vilos por lo asertivo de la trama, del enigma -aunque algo viejo, siempre actual- del eterno retorno, eso de volver al lugar donde se fue plenamente humano, es decir, fraterno, solidario, generoso, modesto, contemplativo, ínfimo y supremo, lleno de apetencias, fuerzas y utopías así pasen las dictaduras, la barbarie y las democracias que nunca terminan de llegar. Unquén es ese lugar. En lo personal, me atrevería a aseverar que esta novela excede su motivo central -el regreso del exilio de un poeta ex guerrillero, después de 22 años, donde se reconocerse frágil, humano, vulnerable en las nostalgias de un puerto del sur- y se expande a cuestiones existenciales de varias generaciones traumadas por los trágico hechos de septiembre de 1973. Es la épica cotidiana del desterrado que debió rehacer su vida en otro espacio, en otra cultura, en otro tiempo ya sin raíces ni horizontes. De ahí la atracción y consistencia de una prosa que está escrita no para vender o ser best seller, sino para volver a vivir. Ni más ni menos.

Sergio Infante cala hondo con las descripciones trágicas o festivas de los sucesos que van hurgando en su pasado, en su arcano espiritual. Se pasea con total desplante por el lenguaje popular y carnavalesco de los habitantes de Unquén, echando mano también a profundas reflexiones de poeta, intelectual y académico radicado por décadas en Europa. Es dinámico, versátil y sabio en el conocimiento del ser humano, independiente de la situación social, política o cultural del sujeto en cuestión. Infante denota amplio bagaje de escritor ducho, hecho y derecho, que logra en esta novela alturas poco vistas en las últimas promociones -con honrosas excepciones- empecinadas en asuntos ínfimos, baladíes, demasiados personales, subjetivos, cuando no nihilistas o escépticos de frentón, sin la envergadura de los grandes relatos que otorgan dimensión universal a la escritura, al arte.

Pasando a otro punto, el uso del tiempo narrativo estructura la novela de un modo muy novedoso y ágil. Se usa el giro hacia atrás, hacia adelante, de pronto se vuelve al presente o al pasado sin decir agua va, dándole la palabra a distintos personajes, quién más quién menos le pone su propio énfasis a los acontecimientos, pero sucede que el guion, por decirlo así, la trama en cuestión es tan vívida, atrayente, interesante, que el lector avispado nunca se pierde atrapado por la mítica contingencia que se va armando, descifrando, a sea, por los hechos reales  ficcionados o ambos a la vez, que da por resultante esta contundente novela, la versión de la historia que Lucho vivió antes, durante y después de Unquén, previo al Golpe, y se prolonga hasta el presente con un entusiasmo que sólo despiertan las obras maestras. En cualquier página que se abra el libro está latiendo el argumento tenso, jovial, convincente en todos sus momentos, días, noches y épocas simultáneamente. Así, se lleva el hilo del cuento tan marcado en la memoria que al leer cualquier parlamento, soliloquio o diálogo sabemos perfectamente bien donde insertarlo en el relato. Si te distraes eso sí, se complica la cosa y no es asunto fácil entender y disfrutar este libro, pero aplicándose uno ayudado por la experiencia, cierta pericia de viejo lector y el buen gusto que se desarrolla con los años se le puede hincar el diente al fondo y trasfondo ético y estético del texto, y Dios mediante nos va a maravillar sin duda la perfección y belleza de esta obra. Porque es bella la palabra poética cuando el pueblo la construye, la escribe y la canta.

Para finalizar, una última reflexión. Estimo, suposiciones más suposiciones menos, que Sergio Infante Reñasco, o su alter ego Lucho, regresa a Unquén una y otra vez porque ahí experimentó, vivenció, vivió lo que nunca -ni antes ni después- volvería a impactar con tal fuerza y profundidad su alma de poeta. Ahí conoció en carne viva “la nobleza del pobre”, condición moral innata de los humildes que lo marcaría para siempre. En cierto párrafo, por ejemplo, una sencilla cocinera (María Chila) reta al destino por la supuesta muerte de su hijo en la refriega (Benjamín): “Todos estos años los he batallado por usted, para que creciera derecho, afirmado en la nobleza del pobre, que es la única vara de la virtud que yo he podido darle. No hace milagros, hijo, pero le aguantará mientras usted dure, hasta mucho después que yo me haya ido y usted cumplido lo suyo conmigo. Usted está vivo, carajo, y me va a cuidar hasta mi último día.” (p. 100) Novela para leer y para meditar. Vencimos, seguimos, y será hermoso.

Talca, 1 de enero de 2022.

 


 



 

 

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