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LA CABAÑA DEL MONJE
Bernardo González Koppmann, Helena Ediciones, Talca, agosto 2015.

Por Felipe Moncada Mijic

Texto leído en la presentación del libro en la Universidad de Talca, el 11 de noviembre del 2015




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Quiero comenzar agradeciendo a Fabiola Bernal, editora de Helena Ediciones, deseándole lo mejor como editorial incipiente de Talca, saludar a Marcela Albornoz, poeta y editora de Ediciones Universidad de Talca, y felicitar a Bernardo por la entrega de esta nueva obra, La Cabaña del Monje.

Voy a comenzar mencionando algunos aspectos generales de la obra de Bernardo,  que creo sería conveniente recordar:

Si bien dialoga con referentes universales, González se siente heredero de la tradición maulina, en la cual, citando al propio poeta, se distinguen dos grandes afluentes. Por una parte la vertiente vanguardista, que ya se insinúa en Pedro Antonio González, el modernista de Curepto que fue a morir a Santiago a principios del siglo XX y que continúa con los fundadores y seguidores del grupo surrealista La Mandrágora. Por otra parte distinguiríamos una vertiente telúrica, desarrollada por autores como Jorge González Bastías, Efraín Barquero y el Pablo de Rokha posterior a las experimentaciones, entre otros. Esta última tradición, es especialmente importante en Bernardo, pues el autor es además descendiente y difusor de la obra de Jorge González Bastías: “el poeta de las tierras pobres”, quien vivió y escribió sus obras en una pequeña aldea a orillas del río Maule, en la localidad de Infiernillo, pueblo que hoy lleva el nombre de Estación Gonzáles Bastías, ubicada en el ramal Talca-Constitución. La poesía del Maule pasa por la obra de Bernardo y en ella, persiste. A nivel nacional, diríamos que pertenece a la generación del `80, también conocida como la generación del roneo, de contragolpe, la NN, entre otros sinónimos.

Sería conveniente entonces, revisar qué es lo que ve González Koppmann, revisar sus temas. Y es que una lectura ligera de su obra lo acercaría a un pasivo larismo, debido al flojo estigma que pesa sobre la literatura de provincia; pero bastaría con avanzar un poco para darse cuenta que no es el mundo de la infancia, ni la frontera mágica de los colonos franceses en la Araucanía, la que se extiende ante el poema, sino una naturaleza en movimiento, de volcanes, vegetales y huertas, una urbanidad que cambia sus costumbres por la invasión del modelo neoliberal, pero donde aún pasean vecinos tomados de la mano y subsiste una vieja ternura en las pichangas de barrio, un erotismo que vitaliza en la mujer las fuerzas de la naturaleza, lo político que se refleja en su poesía, ya en los textos contestatarios de los años '80, como en los que dan cuenta de la actualidad.

A medida que avanzamos en su obra, la naturaleza se sale de los márgenes del hogar, la familia, los amigos, el barrio, hacia el campo abierto, para finalmente ponerse el morral al hombro y llegar al mundo de la montaña con todo su poderío originario, sus lagunas en medio de la soledad y la efervescente vida que baja junto a los ríos, configurando identidades sin las cuales el paisaje sería solamente una postal; de ahí que continuamente Bernardo evoque una belleza relacionada con la contemplación.”

La obra de González Koppmann, ha ido decantando con el tiempo hacia consolidar ciertos temas; el erotismo, lo social, la celebración de la simpleza, tercas costumbres, diría el autor, de un tiempo que se presagia oscuro, marcado en esta última entrega por la ruptura de los pactos, el fin del amor, su renovación y el retorno a lo invisible. Esta Cabaña del Monje viene a ser como un refugio, entonces, que sirve para resguardarse de la tormenta del amor, la traición y la ambición, y volver a buscar un lugar donde respirar luego de ese fin del mundo.

El libro tiene tres capítulos, además un poema a manera de pórtico y otro a manera de epílogo. Ya en el poema titulado Como un herido a muerte, con que se abre el libro, es significativa la dedicatoria a “Lo invisible”, una especie de poética en que anuncia que si la poesía ha de servir de algo, es en recordar su aspiración de infinito en los momentos de dolor, más allá de cualquier validación mundana. De ahí que no sea raro que elija una leyenda bíblica para personificar el dolor de la ruptura, en el primer capítulo, una especie de dramatización en que los personajes Betzabé, su esposo Urías y el rey David, caen en la trampa de la traición por la posesión de la belleza, el tono también es bíblico y le permite a Bernardo, pasear por sus temas preferidos: la oposición riqueza-vida rústica, la naturaleza del valle central, el sur, la cordillera, las ánimas de los antepasados, el retrato de la codicia.

En el poema Una tarde de otoño Betzabé emprende vuelo, nos previene de que: De todos tus amores / no quedará ninguno, para finalizar el texto con la sentencia: De todos tus dolores / no quedará ninguno, una especie de empate, en que todo el sufrimiento producido por la pérdida, se borra en el rostro de la eternidad, esa presencia individualizada en el Dios cristiano y luego en la naturaleza. De ahí en adelante el tono cambia radicalmente, para conectarse con las temáticas de la última parte de su antología Catacumbas: la cotidianidad del barrio, el cuarto al fondo del patio donde están los recuerdos, un almacenero, un arriero, la persistencia de las costumbres, recados a los amigos, hasta alcanzar el epílogo donde al fin puede exclamar: Ya tengo la lentitud del que viene llegando a casa / después de mucho tiempo a la intemperie, como si fuera el mejor premio donde ya poco se necesita, sino los lugares queridos, las maneras de compartir donde el mundo se detiene.

Curiosamente, “la cabaña del Monje”, que le da título al libro, aparece en pocos poemas y no es el motivo central del libro; en los poemas: Antes que se acabe el mundo, Las abejas cuando pican, y Al fondo de todo movimiento, y sobre todo en este último, donde se la nombra de la siguiente manera: Cierro los ojos y contemplo / la cabaña del monje / flotando sobre las aguas.

Me gustaría quedarme con esa imagen, la cabaña que desaparece en la lejanía de las aguas, una embarcación que lleva esos tesoros invisibles de los que habla su poesía: la amistad y las rústicas maneras de compartir una calma, quizás a la espera de otras marejadas o de la lejanía definitiva, esa intuición de lo sobrenatural que atraviesa todo el libro. La cabaña a la deriva: una tosca casa de madera que podría ser el pensamiento en busca de una imagen que reconforte, el humo de una salamandra que se aleja por un oleaje de robles secos, en la inmensidad de la nieve.



 



 

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