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Sobre "Intemperies - Antología Fugaz" (60 años / 120 poemas) de Bernardo González Koppmann
Helena Ediciones, Segunda Edición, 2017, 110 páginas

Por Jorge Calvo


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He venido desde Santiago no sólo para celebrar onomásticos y antologías - lo que no deja de ser un excelente pretexto­ - sino, resaltando lo central, al menos en lo que a mí respecta, he venido a Talca para celebrar una de las pocas cosas que aún nos queda y que todavía no nos han podido arrebatar, a pesar que ya nos han quitado casi todo (conquistas sociales, derechos adquiridos, Historia) y, tal como señala el título del libro de Bernardo, nos encontramos a la intemperie; todo nos ha sido despojado. No obstante, aún nos queda la palabra.

Los seres humanos existimos en la palabra; es la palabra lo que nos distingue de las demás criaturas. Existimos en una realidad que sólo adquiere pleno sentido mediante y gracias a la palabra. Cada vez que dos o más personas se reúnen, así como nosotros ahora, para compartir las palabras, lo que se pone de manifiesto es lo mejor de nosotros, nuestra condición humana.

De Bernardo González, que ha venido presentando poemas desde inicios de los 80, estudiosos y especialistas que se dedican a investigar estos fenómenos han señalado que pertenece a la Generación del Roneo. Con eso se refieren a un grupo de escritores que comienza a publicar sus textos en ese período más oscuro de la dictadura. Desde aquellos remotos días hasta hoy ha corrido mucha agua bajo los puentes; Bernardo durante ese tiempo se ha destacado como poeta, sus poemas han salido a deambular por el vasto mundo, se encuentra traducido y publicado en varios idiomas, ha dirigido talleres, ha participado en congresos y encuentros de escritores y realizado ponencias y recitales en diferentes ciudades del país. González Koppmann con su obra literaria se ha inscrito así en la gran poesía del Maule y la gran poesía de Chile.

Formado en estas circunstancias de vida y considerando el mundo del cual proviene, asimismo han señalado que el verso de Bernardo es un verso comprometido. Se trata de una poesía que, además de social, incorpora el paisaje rural en el cual el poeta ha estado inmerso y de donde emergen sus imágenes. Es en su experiencia vital - personal y colectiva - donde baja al pozo y extrae las palabras que componen su propuesta poética.

El hablante observa la vida, el entorno, aquello que en apariencia para ojos normales parece invisible; se fija, por ejemplo, en “Los vecinos”: “No tienen estudios superiores / ni trabajo bien remunerado / han criado a sus hijos con dolor / pero andan tomados de la mano // No tienen celular ni TV cable / rara vez van al supermercado / buscan su ropa en los baratillos / pero andan tomados de la mano (…) Por toda propiedad tienen el sol / un libro, un pan, una higuera, un gato / no les alcanza la jubilación / pero andan tomados de la mano”. Son ese tipo de observaciones, unido al talento para expresarlo, lo que nos devuelve a una condición hermosamente humana. Por esta razón celebramos que aún nos quede la escritura como tabla de salvación, en especial el significado que la poesía de Bernardo le otorga a las palabras.

Por ahí alguien dijo hace poco que cuando el mundo se derrumba los poetas encumbran volantines. Eso apunta al sentido último de la poesía. Bernardo lo confirma cuando dice “(Sonrían entonces los que me aman / porque hoy he nacido)”. Con ese verso inicia un diálogo con sus hermanos, otros poetas que mucho antes y en otras tierras escribieron poesía. Y si prestamos atención podemos oír nítido el eco de aquellas voces que nos llegan a través de sus versos. Escuchen: “…ahora que estoy sucumbiendo en un torpe sueño / en un monte con niebla, en un lento presagio / ahora que pierdo el tiempo contando las ovejas / silbando un airecito mirándome las manos / tendido sobre yuyos que ha dejado la ausencia / y todo cuanto existe alrededor de un árbol / ahora que, ciego, arrastro soledad y cenizas / mordiendo la furiosa porfía de los cardos / detrás de las costumbres, en la raíz desnuda / escucho el gran silencio que ronda tu epitafio…”. Díganme si no perciben el tono y la sonoridad de Miguel Hernández en este fragmento del poema “Patio 29”. 

Hurgando, igualmente, encontramos correspondencias con aquel otro hermano del sur profundo que, más que poeta, tiene vocación de pueblo fantasma y nos habla de los lares y de las cercas de una escuela, de sombras que reptan junto a trenes donde viajan los recuerdos y de brisas que soplan nieblas densas que invocan todo y nada. Sí, pareciera que Jorge Teillier en este momento estuviera aquí en la sala Emma Jauch, se pusiera de pie y alzara su copa brindando por Bernardo. “Los caracoles del jardín / se columpian en las hojas del mantodeva / celebrando la ausencia de tus pasos // Las canciones que estuvieron de moda / hace cincuenta años / las siguen entonando los muebles de la casa”. (“Bolero”)

Pero González Koppmann retruca estéticamente y zafa de la nostalgia, para cantar la hermosura de ser, epifánicamente, a la manera de Efraín Barquero. Leamos: “Hay una manera de ser / que madura hacia dentro: / el fruto es su momento / un pájaro es el aire”. (“El pueblo”). Estimo, humildemente, que esta poesía desborda el larismo hipocondriaco tal como lo conocemos y se adentra en una escritura novedosa, aún por estudiar.

Felipe Moncada, hombre ponderado al momento de emitir juicios literarios, en su libro de ensayos “Los territorios invisibles” de la poesía chilena - Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2016 -, se aproxima bastante a esta propuesta maulina, la cual él distingue como de un tinte marcadamente social. Si revisamos el poema “La Moneda” tendríamos que darle la razón: “El cardenal en La Moneda / conversa con el dictador / el nuncio en La Moneda / conversa con el dictador / el papa en La Moneda / conversa con el dictador / pero el dictador no sabe / que a La Moneda / si no entra el pueblo / no entra Dios”. Por ahí va la mano.

Con esta inquietud termino y doy gracias a Fabiola Bernal Díaz, directora de Helena Ediciones, por brindarme esta bella oportunidad para celebrar lo poco que nos han dejado y lo mucho que nos restituye la palabra.

Gracias.

Talca, 7 de septiembre de 2017.


 

 

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