Este breve e intenso libro —“Los ejecutados de San Gregorio”— recoge las voces de dos vendedores ambulantes de dulces y confites, de dos estudiantes de enseñanza media y de un aprendiz de carpintero, las cuales se intercalan en un diálogo cada vez más lúcido, tierno, íntimo y entrañablemente humano en un contexto dado sólo semanas o meses después del golpe. Son las voces de cinco muchachos de la población San Gregorio —“la primera villa social del país”— que serían detenidos ilegalmente, secuestrados y fusilados el 27 de octubre de 1973 en los oscuros callejones de su barrio.
Ellos, durante los primeros días de dictadura, aún no sospechan la envergadura de la crueldad de los agentes del Estado que pronto los van a detener, torturar y acribillar. “Suben a la micro / varios amigos conocidos / algunos venden remedios / otros venden maní salado / qué bueno es ser joven todavía / y respirar este aire puro / que va quedando.” Pero el ambiente ya hiede fuertemente a pólvora, a desgracia.
Antes del crimen ellos fantasean sobre sus vidas extremadamente jóvenes, salvo la del ciudadano vietnamita que bordea los 40 años. Juegan dominó, pichanguean en canchas de tierra con pelotas de trapo, pasean con sus cachorros por los sitios eriazos. “Adiós chico de mi barrio / me imagino que alguien me dice / cada tarde / al volver a casa”. Se figuran regresando cansados pero felices del trabajo, saboreando un almuerzo. “Lo que más disfruto: / ver a mis hermanos / cantando y riendo por el barrio.” Sin embargo, la hora se acerca, merodea, vigila. “Nos huelen y nos marcan / como si fuéramos carroña”, “¿qué ven de nosotros / cuando nos miran?”
Prontamente se percatan que todo va cambiando alrededor: la música, el toque de queda, disparos en la noche, las costumbres, el amor. “Camino por San Gregorio / con Juan Meyer / a veces uno tiene que pasar rápido / por acá / cerca de la Subcomisería / dicen que es peligroso / para los jóvenes como uno / y qué crestas hemos hecho nosotros / en qué lío nos hemos metido / sólo por ser del barrio.”
El círculo de la represión se va estrechando, desaparecen algunos compañeros de curso. “No ha pasado ni un mes del golpe / y ya están viniendo los pacos / a buscarnos / como si fuéramos frutillas o papayas o cardos / a nuestras casas.” “El otro día escuché el ruido de balazos / más cerca de lo habitual.” Los incautos protagonistas, aun cuando se empiezan a preocupar seriamente por la situación del país, insisten porfiadamente en enamorarse, en pololear, en hacerse grandes; unos a otro se preguntan candorosamente: “¿alguna vez has visto / el cuerpo blanco de una mujer / sin ropa?". Enternecen estos versos, estos poemas, en la misma medida que indigna saber el destino que tuvieron muchachos tan sanos, buenos y limpios que pronto serían cazados como pájaros sólo por el hecho de ser jóvenes y pobres.
Dadas, así las cosas, poco a poco e inevitablemente, por respeto a sí mismos y al pueblo que los vio crecer, se van incorporando a la resistencia. “No necesito nada más / que saber esto: / antes vivíamos tranquilos / ahora hay que aprender a defenderse.” Así crece el compromiso por preservar la vida, no sin tremendos temores que van a invadir el subconsciente de los hablantes en forma de pesadillas: “La voz de mi mejor amigo diciéndome que por favor me cuide. Intento mirarlo bien y no tiene ojos ni nariz ni boca.”
La suerte ya estaba echada, y de un día para otro se desencadena la redada, la matanza, y las voces que nos maravillaron con sus travesuras, confesiones, recelos, utopías y esperanzas en estas páginas llenas de la más noble humanidad se apagan indefectiblemente. Al terminar, el autor deja un desafío pendiente: no olvidar ni el nombre ni los sueños ni el sonido de las risas de aquellos que cayeron acribillados por amar al prójimo y nunca fueron encontrados. Ni perdón sin arrepentimiento ni olvido sin justicia social.
Camilo Godoy Pichón (Santiago, 1991), autor de este interesante trabajo, es un poeta promisorio que ya anteriormente había publicado “Alzamiento” en 2019 y “Punta de lanza” en 2022. Sociólogo de profesión, su poesía se perfila hacia un estilo decantado, directo y lúcido, donde el exteriorismo y el correlato objetivo intentan dar fuerza a una escritura que desnuda una realidad política, social y cultural en crisis que se viene arrastrando camufladamente por cerca de cincuenta años en el país. El mayor mérito, a mi parecer, de esta propuesta radica en poetizar pequeñas, mínimas, sinceras e íntimas historias de amor y rebeldía dando cuenta de gestos leves, detalles desapercibidos, ternuras cotidianas que se repiten en las calles, en las plazas, en los centros comunitarios, donde alguna vez pasó algo tan interesante como mirarse a los ojos, escuchar una canción de protesta, comer sopaipillas o sorber un navegado mientras afuera saltan y rebotan las bombas lacrimógenas tratando de dispersar la memoria y la poesía. “Poesía necesaria como el pan de cada día”, que nos cautiva por su honestidad y trasparencia en medio de la refriega, la lucha y la porfía de ser dignos hijos y trovadores del pueblo al cual pertenecemos, con sus miserias y con sus grandezas. Así sea.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com “Los ejecutados de San Gregorio”. Poemas de Camilo Godoy Pichón
Ediciones Camelot América RSL, Santiago de Chile, 2023.
Por Bernardo González Koppmann