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"Lacrimal" de Malena de Mili, la poesía como una forma de amar en silencio

Por Benjamin León


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La poesía es una forma de amor que sólo existe en el silencio, decía el poeta José Emilio Pacheco; una forma de amar que va más allá de la palabra y sus contornos, de sus contextos o temáticas, un algo que se aproxima a eso indecible de cada ser humano que sólo puede ser transmitido por un lenguaje superior a la palabra misma. Quizás el acto de escritura es una forma de amar. La creación de una obra poética debe contener, sin duda, algo más que lenguaje, quizás un aproximarse a ese no se qué que queda balbuciendo de Juan de Yepes.

En esta voluntad de crear, la labor del poeta ocurre entre las palabras, en esa amalgama compuesta por lo que se lee y por el contenido no visible y superior de ésta que se relaciona con su sentido verdadero, con su semántica y con algo mayor aún. En este sentido, la voz del poeta se opone a aquellos que han hecho de las palabras algo meramente pragmático, o peor aún, que la han maleado o dirigido para prácticas con el fin de dominar el pensamiento de las muchedumbres de los siglos.

La palabra poética de Malena de Mili recurre a un modelo de amor, a esa búsqueda de un lenguaje poético, del decir y del callar, una búsqueda de un lenguaje propio que intenta trascender. Hay un sentido tras la palabra, tras cada sílaba, tras cada verso. Aun cuando la andadura poética de la poeta es reciente y su trabajo comienza a tomar forma, hay un comprender que la palabra moviliza sentidos, leyes invisibles del corazón. Nos dice: “Yo no puedo dejar de escuchar la profecía forestal del ruiseñor”. Ese ruiseñor, el de Keats, el de Wordsworth, el que los poetas románticos ingleses crearan e hicieran cantar, está en su estadía poética, en su ver el sendero al comienzo del bosque.

Es así como Lacrimal, su segundo libro, se presenta como una voluntad de hallar su propio lenguaje de amar. En él encontramos el erotismo que sucede no como una nombradía del acto mismo, jamás bajo un desechable retrato, sino como una sugerencia, en la mayoría de los casos como una posibilidad para que el lector encuentre lo propio desde distintas posibilidades. Hay un cuerpo de mujer entregándose al estallido del verbo, a la extensión de lo vivencial, del fracaso y del reinicio, del silencio como materia superior: “guardo un instante de silencio/ por cada vez que dejé de ser virgen/ cuando un hombre penetró en mí/ y quedé sangrando/ después del frenesí”.

La voz de Malena de Mili se vuelve atemporal, llovizna de la mañana de cualquier siglo del ayer o del porvenir. “Aún no suceden/ y los recuerdos me asesinan dulcemente./ Se destilan en largas cuentas de luz/ sobre las últimas cuerdas tensadas del sol”, nos indica. Un recuerdo del futuro es la palabra, un tiempo venidero del ayer la poesía, el cuerpo del amor vencido o de la nebulosa que susurra y se presenta para cantar lo no cantado en lo corpóreo y en lo metafísico de las herramientas del amor. “Voy tomando el imperio del blanco/ me envuelvo en un velo nival/ y aguardo extinguirme/ entre la niebla” dice. En Lacrimal encontramos hallazgos donde la construcción de la imagen visibiliza lo oculto, lo recrea hacia un suceso trascendental; aun cuando lo efímero del cuerpo esté presente, hay un erotismo basado, en muchos casos, en aquello que se mira sólo con ojos de poeta. Quizás en esto consista el verdadero poema, no simplemente en contar, sino en comunicar lo incomunicable; en ilustrar aquello que se vive pero que la palabra no alcanza a abrazar en su acto de luminosidad. La poesía de Malena de Mili se vuelve multidireccional, ofreciendo una entrega al yo lector que va más allá del dirigir la emoción, más bien haciéndola florecer en sus propios ojos, como lo querría alguna vez Huidobro.

Por otra parte, también hay cierto tensar en el equilibrio de lo que se expone poéticamente y aquello que se informa como una vivencia de cualquier ser humano en el desgarro, en el dolor siempre presente del acto de amar: “Presiento ese punto/ donde el dolor y el placer/ difuminan sus bordes”. O por ejemplo, cuando el poema nos acerca a la sinfonía o movimiento del cuerpo unido para amar, y dice: “Oh contorsión perversa/ sacrílego impulso/ diabólica ondulación/ de mi silueta poseída…/ debieran quemarme en la hoguera”.

La poesía de Malena de Mili frecuenta esos lugares donde el poema es poema, y donde la poesía cumple su función revitalizadora del lenguaje y de la imaginación. En ella el erotismo adquiere un sentido trascendental y se convierte en algunos periodos en un acto mayor, una forma de amar mediante el lenguaje, de traspasar lo prosaico del suceso para seducir mediante la forma y lo que en ella se dice y en el mundo que al callar ofrece. Hay en Lacrimal el susurro de un porvenir que valdrá la pena esperar para conocer, para leer y apreciar, para creer que aún hay poetas que pueden reiterar la poesía en estos días de penuria.



 



 

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