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Pasar la vida
El futuro. Poesía reunida (1976-2016), Bruno Montané, Candaya, 2018. 346 páginas
Por Carlos Alcorta
Publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés.10 de agosto de 2018
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Pese a vivir en España desde 1986, la obra de Bruno Montané Krebs (Valparaíso, 1957) es poco conocida en nuestro ámbito poético, circunstancia que esperamos cambie radicalmente gracias a esta poesía reunida bajo el título El futuro. No es el momento para hacer un relato biográfico pero sí conviene resaltar que participó, durante su breve estancia en México, en el movimiento poético infrarrealista, junto a, entre otros, Mario Santiago y Roberto Bolaño, quien lo parodió en su novela Los detectives salvajes. El futuro acoge entre sus páginas la obra completa del autor, dividida en cuatro libros. “El maletín de Stevenson”, el primero de ellos, recoge poemas escritos entre 1979 y 1981 y está integrado por los títulos El maletín de Stevenson (1979), El agujero de las sendas (1980) y Las colinas interiores del planeta (1980-1981). Estamos, pues, ante su primera etapa creativa y, sin duda, la más cercana al vanguardismo de nuevo cuño que se extendió por Hispanoamérica durante aquellos años, algo que se aprecia en la ausencia de puntuación de muchos poemas y en la particular disposición de los versos en la página, una disposición que facilita la fragmentación semántica, llena de recovecos y pistas falsas, aunque delimitada, generalmente, por unos versos finales que cierran los poemas casi de forma sentenciosa, como, por ejemplo: «Toda llamada es un brazo como un junco / asomado en el agua del estanque». La personal forma de distorsionar la realidad de Montané necesita una forma de expresión distinta a la habitual, una expresión que intente ser fiel a esa conciencia elíptica y, en ocasiones, lúdica que habita en su mente: «Tu vida —escribe— tiembla frente a toda clase de imágenes / capaces de decir nuestra precariedad y nuestra fuerza, /nuestras paranoias, nuestras soluciones, / nuestros campos transparente, / nuestros templos de visiones acabadas».
En El cielo de los topos (1987-1995), el segundo libro, la herencia vanguardista se ha atenuado, aunque el humor, el sarcasmo sigue presente en muchos poemas: «Tengo la oreja izquierda reflejada / en el resplandor de un charco». Pero versos como estos no deben hurtarnos la posibilidad de trascender lo anecdótico. Esa visión oblicua que permite ver la oreja reflejada en un charco simboliza una forma extrema de complejidad contemplativa. Desde determinadas atalayas las cosas no son lo que parecen, remiten siempre a otros conceptos que a las palabras les cuesta definir; palabras, versos, poemas que se convierten en la reflexión central del siguiente libro, Mapas de bolsillo (2013): «Si pudiéramos oír todas las palabras / quizá nada tendría sentido». El cambio formal, ya percibido en “El cielo de los topos” es aquí determinante. La poesía se vuelve discursiva y las extrañezas expresivas, núcleo de la poesía anterior de Montané, dejan paso a un discurso lógico en el que las encadenamientos metafóricos se transforman en series enunciativas, como en el poema «Oleaje», en el que el juego aliterativo actúa casi como una plegaria. El yo, y las voces del yo, se disgrega hasta sentirse un desconocido: «Eres un puñado de perspectivas / no aplicadas a las visiones / de los constructores del abismo. / Eres como aquel que busca su sitio / en los imperceptibles temblores / de la luz».
Montané va desgranando en sus versos una asociación no por manoseada, menos efectiva, la de la poesía y la política. Ignacio Echevarría lo expone en el prólogo con innegable acierto: «La poesía de Montané no está exenta de marcados acentos sociales y políticos. Él mismo se plantea la actividad poética como una política de resistencia contra una realidad que tiende a devorar este mundo que permanece a la escucha». El poema «Política» es paradigmático en este sentido: «Mucho dinero, poca poesía. / ¿Qué política lo dice? / Frágil punto en el que la realidad / prosigue su eterno asalto a lo real». Pero no solo la actividad poética se cuestiona, y mucho, a sí misma, como si el poema fuera una fuente no solo de resistencia exterior sino una especie de frontera impermeable que lo separa del mismo yo que lo construye. Los ejemplos que podemos citar son muchos, pero quizá estos sean los más explícitos: «… el poema se alimenta / de algo que no transcurre / en el centro de esta escena» o «el poema recuerda que el silencio / de un fuego lejano / crepita en nuestra imaginación».
El futuro, su libro más reciente, cierra este volumen. En el poema «El cielo», probablemente símbolo de lo intangible, están cifradas las intenciones, las expectativas vitales y creativas de Bruno Montané: «Por ese trabajo escribimos / poemas inútiles y, mientras soñamos, / nos sumergimos en el futuro». El trabajo de dar sentido al sinsentido de la realidad, el trabajo de formular con un lenguaje siempre insuficiente la experiencia de la realidad que se transforma en la mente. Montané no necesita, sin embargo, dislocar el lenguaje porque le basta su mirada para desenfocar los perfiles de lo real, para especular sobre sus formas.