''Cuando escribes es muy importante saber
que vas a perder''
Roberto Bolaño publicará dos libros este año
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Por Gabriel Agosin
O.
Los libros de Roberto
Bolaño, como su vida, tienen un ritmo frenético. Y ellos también se
empapan de la pasión y cariño con que toma a sus personajes y
construye las historias. Cómo no, si sus relatos están sumergidos y
confundidos entre la ficción y la autobiografía, dándoles a sus
cuentos y novelas una vivacidad que atrapa hasta el lector más
escurridizo.
Su pasaporte es chileno,
pero Roberto Bolaño ha vivido desde los 15 años en México.Luego
regresó en 1973 para "cooperar en la construcción del socialismo"
-como ha señalado- hasta que finalmente se radicó en Blanes, España,
un pueblito de apenas 20 mil habitantes, que lo cobija y observa
mientras escribe sus libros, que son -desde hace una década- su único
sustento.
El escritor, galardoneado con el Premio Rómulo
Gallegos en 1999 por su novela Los Detectives Salvajes, ha
tenido una carrera que en los últimos años ha sido meteórica y que lo
ha llevado al sitial más elevado de la narrativa hispanoamericana. Sus
últimos trabajos han sido Nocturno de Chile y Putas
Asesinas. Aunque éste aún no lleva ni un año publicado, ya está
próximo a lanzar dos nuevos libros: Bianca en Roma y Dos dos
seis seis seis.
Admirador de los beatniks –generación
de los escritores “derrotados” que tuvieron como ícono a Jack Kerouac-
Bolaño escribe sobre lo que ha vivido a través de su alter ego,
Arturo Belano o B. En su novela más premiada, Los Detectives
Salvajes, Belano trabaja como lavaplatos, otras veces como
camarero, algunas como nochero, mientras que en el libro de cuentos
Llamadas Telefónicas, Arturo Belano relata el momento
que vivió cuando fue detenido durante la dictadura militar y cómo
logra salir ayudado por dos militares que habían sido compañeros suyos
en el colegio. Bolaño es un libro abierto, que -como sus
protagonistas- ha participado en cuanto concurso literario exista para
poder sobrevivir.
"Me encantaría tener una vida
aburguesada"
Cuando uno lee las obras de
Roberto Bolaño, queda con la sensación de estar ante un escritor
lúcido que espera, también, lectores inteligentes o, al menos, capaces
de interpretar sus historias. Quizás el caso emblemático sea Los
Detectives Salvajes, que está contado por muchas voces distintas,
sin un hilo conductor aparente, salvo -por supuesto- la fascinación
por la literatura de los protagonistas y el azar que los une y separa.
¿Pero pensará en los lectores en el momento de escribir?
"Al
escribir pienso antes en Moby Dick que en el lector - responde-. Todo
escritor, sobre todo si es joven, está a la espera de un lector ideal.
Yo no sé si tengo un lector ideal. Para mí, el mejor lector hubiera
sido Mario Santiago, el poeta mexicano. Pero Mario ya murió y las
expectativas de encontrar un lector cómplice desaparecieron. Trato,
eso sí, de ser cortés con el lector. Procuro no insultar su
inteligencia".
-¿Tiene algún sentido aquel éxito que tanto
buscan algunos o que simplemente les llega a otros, si pensamos que
grandes escritores, como Lautréamont, rehuyen, incluso, el
reconocimiento social?
-Eso de que Lautréamont rehuye el
reconocimiento social es muy relativo. Si lo hubiese rehuído no habría
publicado nada y una de las pocas cosas que se sabe de él son los
problemas que tuvo para imprimir Maldoror. Su segundo libro,
inconcluso -las Poesías-, no hace más que reforzar esta impresión.
Toda escritura, de alguna manera, es un acto social. Eso no quiere
decir que el escritor, en el momento de escribir, piense en los
lectores. Pero no hay que olvidar que mientras escribe, uno al mismo
tiempo lee. No hay que olvidar que el escritor -hablo de los buenos
escritores, por supuesto- es su primer lector. Tampoco, que un acto
social es, por decirlo de alguna manera, un fenómeno complejo y
diverso, en donde cabe desde una comida de caníbales hasta una
recepción presidencial. Un acto social puede transformarse, sin ningún
problema, en un atentado o en un velorio.
-¿Qué tan
importante y determinante es la experiencia en el momento de
crear?
-La única experiencia necesaria para escribir es la
experiencia del fenómeno estético. Pero no me refiero a una cierta
educación más o menos correcta, sino a un compromiso, o mejor dicho, a
una apuesta, en donde el artista pone sobre la mesa su vida, sabiendo
de antemano, además, de que va a salir derrotado. Esto último es
importante: saber que vas a perder.
-¿Cuál es tu relación
con expresiones artísticas e intelectuales que pontifican desde sus
escritorios y que tienen una actitud "aburguesada" ante sus vidas y
obras?
-Bueno, se suele hablar muy mal de la llamada vida
aburguesada. Yo nunca he tenido una vida así, pero me encantaría
tenerla o haberla tenido. Lo que entendemos por vida aburguesada es
precisamente a lo que debe tender cualquier revolución futura. Una
vida aburguesada para todos. Es decir, una vida tolerante, abierta a
cualquier corriente cultural, laica, firmemente anclada en los
principios de la Ilustración. Por lo que respecta a las peroratas
desde los escritorios, es una costumbre de los seres humanos que no
creo que vaya a cambiar en los próximos doscientos años.
¿Quién eres, Roberto?
De Bolaño se ha dicho tanto
como ha escrito. Que cultiva el género negro, que es heredero del
boom, que es exitoso, que es el mejor exponente de la narrativa
latinoamericana de su generación, que es polémico por su ácida crítica
a los escritores chilenos, sobre todo respecto de Luis Sepúlveda y
Hernán Reviera Litelier.
-¿No te aburre tanta adjetivación,
tanta rotulación, para referirse a tu vida y tu obra? ¿Quién es
Roberto Bolaño según Roberto Bolaño?
-Ni lo sé ni me preocupa.
No sé quién soy, pero sé lo que hago, y, sobre todo, sé lo que no hago
ni haré jamás.
-Al leerte, a uno le da la impresión que tu
visión política está bastante lejos de ser una postura militante, pero
que no por ello menos comprometida. ¿Crees que es un deber de los
escritores pronunciarse explícitamente ante hechos
contingentes?
-El único deber de los escritores es escribir
bien y, si puede ser, algo mejor que bien; intentar la excelencia.
Después, como individuos, que hagan lo que quieran; a mí eso me
importa poco. Que sean coleccionistas de latas de cerveza o
aficionados al fútbol, perritos falderos de la primera dama o
heroinómanos.
-De los nominados al Premio Altazor, ¿hay
algún escritor que rescates con especial cariño o
admiración?
-Bueno, Roa cuenta con todas mis simpatías. También
Armando Uribe. Y hace tiempo leí algún poema de Cameron que me pareció
bueno. En el apartado de narrativa creo que el premio yo se lo daría a
Varas, aunque Poli Délano era -no sé si todavía lo es porque hace más
de veinte años que no leo nada suyo- un buen cuentista.
-¿A
quiénes estás leyendo con mayor atención en estos días?
-Leo
varias cosas a la vez, algunas por mi trabajo, otras únicamente por
placer. Entre las primeras: libros de criminología, en especial uno
sobre las formas de baremar el daño corporal, especial para los
detectives de las compañías de seguros. Entre los segundos: a Flavio
Josefo, que siempre es brillante y la relectura de la Historia de Roma
de Tito Livio, que es más que brillante.
-Es difícil
encontrar estructuras narrativas novedosas o temáticas distintas. ¿Es
posible pensar que la literatura está agotada?
-Los temas
siempre son los mismos, desde la Biblia y desde Homero. Según Borges
no son más de cinco. En las estructuras, por el contrario, las
variantes son infinitas. Podemos construir obras de mil maneras
diferentes y aún así estaríamos sólo en el principio. Por descontado
no creo que la literatura esté agotada. Eso no va a suceder jamás, al
menos mientras los seres humanos puedan hablar. La literatura se
alimenta de la oralidad, del habla de la tribu, de la jerga de la
tribu. Las voces entrecruzadas y superpuestas que se pueden oír en un
autobús, por ejemplo, probablemente contengan más energía que la mayor
parte de los poemas que hoy se escriben en Santiago.
-¿Es
posible hablar de originalidad en la literatura?
-Es necesario.
Y no sólo de originalidad. Todo escritor debe tratar de escribir una
obra maestra. Es necesario hablar, por tanto, de originalidad y de
excelencia. Y también de placer.
-Enrique Lihn, a quien
admiras mucho, escribió: porque escribí estoy vivo. ¿Por qué
escribes? ¿Hay algún grado de arrogancia, como algunos escritores
reconocen, en el proceso literario?
-En mi caso la arrogancia
no tiene nada que ver con mi trabajo. Sería un redomado estúpido si
así fuera. El acto de escribir, por el contrario, es un acto de
humildad. En el momento de escribir no queda sitio sino para la
humildad. Antes que yo hubo otros escritores que se sentaron en la
misma mesa, que trabajaron con los mismos materiales, pluma, tinta,
máquina de escribir, computadora. Escritores enormes a los que leo y
releo. Imposible sentir arrogancia. Ahí sólo cabe sentir temor o
humildad. Yo no siento temor.
"El Chile
que más me gusta es el Chile gastronómico"
Luego de su exilio por el mundo, ha regesado muy pocas
veces a nuestro país. Iba a venir a la a la Feria del Libro de
Santiago el año pasado, pero su miedo por los aviones se vio
acrecentado luego de los atentados en Estados Unidos, lo que trajo
como consecuencia que desistiera de cruzar el Atlántico y posponer su
retorno para la primavera de este año.
-¿Cuál es tu
relación sentimental con Chile?
-Razonablemente buena. Me
gustan algunas cosas del Chile actual. Pero también me gusta un Chile
más o menos fantasmal y un Chile inexistente y un Chile literario.
Aunque creo que el Chile que más me gusta es el Chile gastronómico.
-¿Chile dejó de existir en 1973, como ha señalado Armando
Uribe?
-Probablemente Uribe tiene razón. Todo país, de alguna
forma, deja de existir en muchas ocasiones. Es decir, cambia. La
España actual no es la España que yo conocí en 1978, sin ninguna duda,
ni tampoco es la España de 1985. La Rusia de hoy, por ejemplo, no es
la misma de 1989. Y la de 1989 no era la misma Rusia que la de 1953.
En ese sentido los países son como cebollas, o como paredes que se
descascaran y que luego llega alguien y las vuelve a pintar o las
lija. Lo malo es cuando el que llega quiere echar la pared abajo. Eso
también pasa. En cualquier caso, aunque la melancolía esté
justificada, no sirve para nada, ni siquiera para constatar la
desaparición de un país.
-Para muchos que viven acá, el
resto del mundo no existe salvo uno que otro atentado. ¿Somos muy
provincianos acaso?
-Los chilenos son tan provincianos como
puedan serlo los argentinos o los españoles o los rusos. El
provincianismo en realidad siempre enmascara otra cosa, generalmente
el miedo o la inseguridad, y en este sentido, claro, hay un tipo de
chileno que suele ser bastante provinciano, apegado al terruño y a sus
símbolos como si se tratara de Dios Padre. En realidad, los países
como entidades abstractas no tienen mucho atractivo. Las culturas sí.
Tienen el atractivo de lo que envejece y cambia. Pero los países
-aparte de ser, como decía el doctor Johnson, el último refugio de los
canallas- son entidades más bien abstractas y pesadas. Y están
destinados a desaparecer.