El escritor chileno más reconocido por la
crítica y los lectores exigentes habla de su nueva novela, donde les
hinca el diente -hasta muy adentro- a la historia y la literatura
nacionales del último medio siglo. Desde luego, también habla de otras
cosas.
..... "Nocturno de Chile", la última novela de Roberto Bolaño -quien ya
lleva una decena de libros publicados- es un extenso monólogo de
Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote del Opus Dei e importante crítico
literario chileno, que se abre a comienzos de 1950, cuando recién ha
salido del seminario, y concluye en el año 2000.
..... Al comienzo del relato, Urrutia Lacroix está
enfermo, con fiebre, y recuerda su vida, los hitos más importantes de su
vida, que son también los hitos más importantes de la historia del país.
Por su monólogo desfilan personajes tomados tanto de la historia como de
la imaginación del autor, aunque el mayor peso lo soportan el mismo
Urrutia Lacroix -que usa el seudónimo de H. Ibacache, el cura Ibacache,
para escribir sus críticas literarias- y Farewell, otra vaca sagrada de
la crítica nacional. Las 150 páginas del relato, aunque se trate de sólo
dos párrafos (el primero abarca la totalidad del libro, menos una línea;
el segundo es, precisamente, esa línea), se leen con extraordinaria
facilidad.
-El título que usted pensó originalmente para "Nocturno de Chile"
fue "Tormenta de mierda". ¿Por qué lo cambió?
.....
-Básicamente porque a mi editor, Jorge Herralde, no le gustaba, y
tras hablar con él repetidas veces, y nombrar repetidas veces el título,
yo empecé a sentir asco; tanta "Tormenta de mierda" puede acabar incluso
con la paciencia del propio autor. Juan Villoro también desaconsejaba el
título original. Y no me arrepiento."Nocturno de Chile" expresa con
mayor fidelidad lo que es la novela.
-El protagonista de "Nocturno de Chile", el cura y crítico
literario Sebastián Urrutia Lacroix, habla de "la chatura y la infinita
desesperación de mis compatriotas". ¿Un defecto y una virtud,
respectivamente, de los chilenos?
-Urrutia Lacroix es bastante
lúcido. No siempre, pero en ocasiones lo es, aunque su lucidez suele no
diferir mucho de la de Farewell, es decir la lucidez de un dueño de
fundo ilustrado. Generalmente la chatura va acompañada de miedo o
malevolencia. Yo prefiero creer que la chatura de Chile va acompañada de
una desesperación infinita. La chatura de Chile o México o Rusia.
La
realidad, sin embargo, nos indica una y otra vez que la chatura va
acompañada de malevolencia, en el mejor de los casos de una especie de
letargo que puede llevarnos, una vez más, a una cierta esperanza.
Podemos recordar el cuento "La bella durmiente" y sacar todo tipo de
conclusiones. O la historia de la lámpara maravillosa, que durante
siglos permanece oculta, es decir dormida.
-Los tres reconocidos como grandes en la crítica literaria chilena
son -han sido- célibes, dos curas y un solterón: Omer Emeth, Alone e
Ignacio Valente. Más allá del tratamiento del ejercicio de la crítica
que usted hace en su novela, ¿qué opina de ese hecho?
-Bueno, yo no me atrevería a
verlos como célibes, es difícil ser célibe. En cualquier caso: serlo no
es ninguna maldición. Digamos que es un trance permanente y que entraña
alguna dificultad. Lewis Carroll era célibe. Las letras inglesas del XIX
están llenas de escritores a quienes el sexo les parecía algo sin
interés. Aquí algo tiene que ver la educación, porque los isabelinos,
por ejemplo, son gente bastante interesada por el sexo. Y casi ningún
isabelino fue al colegio, como es bien sabido. La única respuesta en
serio que se me ocurre es que la poesía y la narrativa siempre han
tenido los críticos que se merecían.
-En "Los detectives salvajes", usted ofrece, entre otras cosas,
una mirada global sobre la literatura latinoamericana. ¿Ve alguna
equivalencia entre ese aspecto de aquella novela y su perspectiva sobre
la narrativa chilena en "Nocturno de Chile"?
-"Nocturno de Chile" tiene la
misma estructura que "Amuleto" y otra novela que posiblemente ya no
escriba y cuyo título iba a ser "Corrida". Son novelas musicales, de
cámara, y también son piezas teatrales, de una sola voz, inestable,
caprichosa, entregada a su destino, en diálogo con su destino, y tal
vez, aunque en esto último probablemente he fallado, en diálogo con la
tridimensionalidad que es parte de nuestro destino. Esa trilogía se ha
quedado en dueto.
-Es fácil interpretar "Nocturno de Chile" como una novela en
clave, sobre todo a la vista del título original que usted había
pensado; pero, obviamente, se trata de algo más. ¿Podría usted decir
cuál es el núcleo de la novela?
-Hay una estructura, como
decía antes, que es básicamente musical. Y también, por supuesto, está
el intento de escribir una novela-río de 150 páginas, tal como quería
Giorgio Manganelli, uno de los grandes escritores del siglo XX y a quien
muy pocos han leído. "Nocturno de Chile" es el intento de construir con
seis o siete u ocho cuadros toda la vida de una persona. Cada cuadro es
arbitrario y al mismo tiempo, paradójicamente, es ejemplar, es decir se
presta a la extracción de un discurso moral. Cada cuadro puede ser leído
de forma independiente. Todos los cuadros están unidos por ramitas o
pequeños tubos, que en ocasiones son más veloces aún, y necesariamente
mucho más independientes, que los cuadros en sí. Pero me temo que
explicar la estructura y los andamiajes internos de una novela no tiene
mucho sentido. Toda novela, básicamente, tiene que ir directa hacia el
placer, el placer de la lectura. Y a partir de allí ir hacia donde pueda
y quiera.
-Roberto Matta salió hace más de sesenta años de Chile, no ha
regresado nunca y se le considera una de las glorias de la patria. En
cambio, de usted, que lleva afuera menos tiempo y que ha regresado
varias veces en los últimos años, se dice que no es chileno.
¿Apreciación correcta, ingratitud humana o chaqueteo duro y
puro?
-Matta es
un clásico, en una acepción equivocada de la palabra, porque clásico, lo
que se dice clásico, es Rembrandt, ¿no?, y aún ahí habría tela de donde
cortar. Pero admitamos, para entendernos, que Matta es un clásico, un
surrealista que está en la superficie cuando hoy el surrealismo vive en
los subterráneos y probablemente ya no se llama surrealismo; tal vez
Matta es el último surrealista sub sole, y sus obras, como es sabido,
cotizan a la alza en los mercados de arte de Nueva York, París, Milán.
Todo eso, esa virtud cuya traducción más ajustada sería la del oro, pesa
mucho a la hora de las apropiaciones nacionales. En cualquier caso el
asunto es absolutamente intrascendente. No creo que Matta aprecie
demasiado a sus adalides patrios.
-En una reciente entrevista, usted opinó que no es el objeto de la
escritura lo que definía la chilenidad. ¿Qué es, si no?
-No recuerdo esa entrevista.
Probablemente, como siempre, dije muchas tonterías. A mí me trae al
fresco la definición de la chilenidad. Tampoco me interesa la definición
-el fijar fronteras, cuando la naturaleza de las fronteras es
naturalmente difusa- de la americanidad, ni de la españolidad, ni de la
occidentalidad. Creo que ya tenemos más que suficiente con el misterio
del ser humano y sus construcciones mentales, por no decir nada de sus
construcciones reales, tangibles, que en ocasiones se asemejan a la
locura pura, y en ocasiones, más raras, a algo que podría parecerse a la
felicidad, a la resignación y al vacío.
-Varios críticos y escritores opinan que César Aira, Rodrigo Rey
Rosa, Juan Villoro y usted (y uno que otro escritor más, según el punto
de vista) son los escritores latinoamericanos más destacados de su
generación. ¿Está usted de acuerdo?
-En lo que respecta a
Villoro, Aira y Rey Rosa, completamente de acuerdo. Me excluiría a mí
mismo de inmediato. Y añadiría a Rodrigo Fresán, en cuya obra se empieza
a ver al gran escritor que es y, sobre todo, que será, y a Horacio
Castellanos Moya y a Carmen Boullosa.
-Sin mencionar a los recién nombrados, ¿cuáles son los escritores
de su generación que más le gustan?
-Me gustan Padilla y Volpi,
del crack mexicano. El también mexicano Mauricio Montiel. Los españoles
José Carlos Somoza, Javier Cercas, Pablo dOrs. Piglia y Alan Pauls,
argentinos. Me gusta el peruano Bayly. El colombiano Santiago Gamboa. El
salvadoreño Castellanos Moya (que ya se lo he nombrado), recientemente
publicado en España, y que es el único de los escritores de mi
generación que sabe narrar el horror, el Vietnam secreto que durante
mucho tiempo fue Latinoamérica. A Fresán y Boullosa ya también los he
nombrado. Seguramente se me olvida ahora el nombre de alguno muy bueno,
y eso que sólo me he ceñido al ámbito de la narrativa en lengua
española. Por supuesto, faltan Javier Marías y Enrique Vila-Matas, que
son los herederos primogénitos del boom.
-Alguna vez usted dijo que se definía como poeta en primer lugar y
como novelista en segundo término. ¿Sigue pensando igual? Porque está
claro que la narrativa le demanda bastante más tiempo.
-En un país como Chile, donde
hasta los expertos en poesía no tienen ni idea de qué es un dímetro
coriámbico, resulta peligroso definirse como poeta. Digamos que a la
gran mayoría de los, así llamados, poetas chilenos les basta con
ejecutar (mal) y entender (peor) el blank verse isabelino. Añadamos que
en Chile se baila la cueca del pentámetro yámbico no rimado, pero todo
el mundo (académico) ignora las virtudes del endecasílabo suelto, que
viene a ser lo mismo que el blank verse. Si somos hijos de tigre, ¿por
qué nos comportamos como gatos?, se preguntaba Nicanor Parra. Cada día
tengo más fundadas sospechas de que no somos, finalmente, hijos de
tigre, sino más bien de gato. Y así nos comportamos, como mininos, y así
nos va.
Un escritor sudamericano -Hernán Rivera Letelier ha dicho que sus
obras le parecen repetitivas, poco originales, aburridas, que siempre
hablan de lo mismo. ¿Qué le parece ese juicio crítico?
-Hernán Rivera Letelier está
viviendo su sueño, que nadie, por otra parte, le ha regalado, y mi único
deseo es que lo viva hasta el final y que lo disfrute como un valiente.
Por otra parte dudo mucho que Rivera Letelier haya leído dos libros
míos. De hecho, dudo mucho que haya leído ni uno solo de mis
libros.
-Usted parece tener una relación de amor-odio con el conjunto de
la literatura chilena. ¿Se siente parte de una tradición, o vino usted a
fundar una nueva sobre la base de los mismos materiales?
-Yo sólo espero ser
considerado un escritor sudamericano más o menos decente que vivió en
Blanes (cerca de Barcelona) y que quiso a este pueblo. El conjunto de la
literatura chilena es más bien lamentable. Pero eso no lo digo yo, lo
dice cualquiera que haya leído más de cien libros en su vida. El
conjunto de la actual literatura francesa, salvo notables excepciones,
también es lamentable, y eso lo dicen los franceses y nadie,
absolutamente nadie, se rasga por ello las vestiduras.
-Disculpe que le haga una pregunta sumamente repetida: ¿a quién
rescata usted, verdaderamente, de la actual narrativa chilena? Sabemos
que recomendó a Pedro Lemebel ante Jorge Herralde, su editor español.
¿Hay para usted alguno más que valga la pena?
-No uno sino varios. Roberto
Brodsky me parece un escritor magnífico, y también Gonzalo Contreras. Yo
diría que Contreras y Brodsky son los mejores, con una diferencia entre
sí: el primero es muy conocido, y está bien que así sea, mientras que
Brodsky opera en un nivel más secreto, construyendo una obra en dos
direcciones aparentemente disímiles, por un lado difícil, en donde se
puede rastrear el peso de Onetti, y por otro lado ligera. El mejor
cuento policial que yo he leído, escrito por un autor chileno, es uno de
Brodsky.
-¿Qué le pareció la antología de poesía chilena que hizo hace poco
Marcelo Rioseco, más allá de su crítica por la exclusión de Rodrigo
Lira?
-Mala.
Pero ese es el calificativo que merecen casi todas las antologías. Es
muy difícil hacer una antología. Y si se trata de poesía, las
dificultades son aún mayores.
En
Las Ultimas Noticias, Domingo 28 de enero de 2001