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Bien puede calificarse este relato -cuento con trazas de novela, casi
nouvelle a pesar de su brevedad- como un subproducto de "La
amortajada", siempre que en este término no se vea nada peyorativo. Esa
María Griselda, que en las páginas de la ya célebre novela hace una o
dos apariciones fugaces -es la nuera de la protagonista y la mantiene
aislada, casi secuestrada, en un lejano fundo del sur-, cobra en este
relato vida propia, corporeidad, presencia trágica, belleza terrible y,
aunque apenas aparece en escena, se la siente por todas partes a través
de esas influencias totales, de esas emanaciones telúricas que poseen
las mujeres en la narrativa de María Luisa Bombal. Así, pues, este
cuento original de 1946 -fue publicado en la revista "Sur", Buenos
Aires- se reedita hoy junto con otro relato antiguo, "Las trenzas", de
1940, en una modesta editorial llamada "El observador", Quillota,
poniendo en evidencia que los años no pasan por los antiguos escritos de
esa narradora estupenda, incomparable dentro de su propio país, que es
María Luisa Bombal.
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La categoria
universal que acude primero a nuestra mente a propósito de su manera de
narrar es la de poesía. Estos relatos poseen los resortes profundos del
poema, de la gran obra lírica. No en el sentido de esas delicuescentes
"prosas poéticas", que a veces no son una cosa ni otra, sino en cuanto a
que el acercamiento original a la realidad es, en toda su potencia,
brevedad y significación, el de la poesía. Su poder alusivo es el mismo:
un mínimo absoluto de descripciones y de explicaciones; los seres
aparecen en su presencia inmediata, más sugeridos que desarrollados,
casi siempre velados a medias por el misterio de todo lo existente.
Aparecen, ésa es la palabra, según el privilegio magno de la poesía, se
nos presentan de súbito, en función de su efectividad humana, altamente
subjetiva, sin necesidad de establecer tediosamente sus conexiones
objetivas con el resto de la realidad. El poder de la sugerencia es
maravilloso en estas delgadas y enérgicas apariciones que, sin embargo,
se pliegan espontáneamente a las exigencias del relato, a su sitio
dentro de un argumento, a los recodos de una trama.
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En otro sentido
cabe también hablar del poder poético de esta prosa: su facilidad para
crear atmósferas sutiles, penetrantes, totales. En este relato los
personajes flotan, un tanto desvaídos y enigmáticos; los acontecimientos
son leves y casi impalpables; lo dominante es la atmósfera, esa carga
etérea de significación que domina todos los eventos, y que en este caso
está ligada a la belleza sobrehumana y destructora de María Griselda.
Poesía e también esa correspondencia profunda que la autora revela entre
los eventos humanos y las fuerzas de la naturaleza, esa secreta armonía
de todo lo existente, esa unidad profunda de lo real y, sobre todo, esa
extraña afinidad entre el alma de la mujer y el alma del mundo, por
llamarla de alguna manera. El enigma de las resonancias cósmicas, de las
realciones invisibles, domina la fuerza expresiva de este
relato.
..... He
aquí una muestra, ya en la segunda página. La suegra de María Griselda
viene llegando a su fundo del sur. "Un trueno. Un solo trueno. ¡Como un
golpe de gong, como una señal! Desde lo alto de la cordillera, el
equinoccio anunciaba que había empezado a hostigar los vientos dormidos,
a apurar las aguas, a preparar las nevadas. Y ella recuerda que el eco
de ese breve trueno repercutió largamente dentro de su ser, penetrándola
de frío y de una angustia extraña, como si le hubiera anunciado,
asimismo, el comienzo de algo maléfico para su vida...".
..... A
partir de ese signo premonitorio, dominante en el relato, se
desencadenarán los trágicos eventos alrededor de María Griselda, como
una prolongación efectiva de esa señal, como una simple condensación de
esa atmósfera siniestra que desde la partida se cierne sobre el
relato.
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Los personajes
femeninos de María Luisa Bombal son extraordinarios. Pertenecen a la
naturaleza profunda de la creación, a las raíces telúricas del mundo, al
espíritu de la tierra, como esa María Griselda amada por todos los seres
de la naturaleza, con un amor harto menos trágico en relación al que
despierta en los hombres. Las mujeres de esta obra narrativa están
constituidas intrínsecamente por el sueño; la ensoñación es la parte
fundamental de su realidad, y de ahí su misterio y su levedad
impalpable. Hablan poco, no hacen grandes cosas y, sin embargo, la
intensidad de su existencia es poderosa, por obra de esa potentísima
irrealidad que es su carácter dominante. Su hermosura es siempre la de
una imagen reflejada en el espejo, a punto de desvanecerse.
..... El
hilo de esta historia es bien simple: es la historia de una belleza
femenina demasiado intensa para ser benéfica. La hermosura de María
Griselda es, a pesar de ella misma y sus buenos sentimientos, un poder
destructor, una energía terrible y devastadora, que va por todas partes
sembrando la desgracia en el corazón de los hombres. Una filosofía
popular y ligera hace aparecer a la belleza de la mujer como factor de
felicidad, como un atributo dichoso, como una fuerza bienhechora. Este
relato plantea la realidad contraria: la belleza femenina es un poder
tan tremendo y ambiguo que su acción puede ser dolorosa y hasta
siniestra, no porque se la use cruel o irresponsablemente para seducir,
sino por la fuerza terrible de su propia energía sobrehumana, como esos
coros angélicos de Rilke, que son el signo de una realidad excesiva,
sagrada, capaz de destruir nuestra débil capacidad de percepción. Es el
caso de María Griselda, que siembra por todas partes la infelicidad,
porque su belleza es lejana y destructora, inasible, y está más allá de
toda posesión, incluso para el hombre a quien ella se
entrega.
..... El
ambiente general de este relato es común a todas las obras de la autora,
que se inclina por esos medios que ella llama en cierto pasaje el "final
de una larga, brillante, poderosa familia, aunque siempre acosada por
escondidas pasiones, muertes inesperadas, suicidios". Se trata del sesgo
trágico de las familias aristocráticas, de sus tragedias interiores, de
sus desgracias íntimas. Otro tanto ocurre con la segunda de estas obras,
"Las trenzas", que difícilmente puede llamarse relato: es la historia
ejemplificada del poder telúrico y mágico de la cabellera femenina, de
su consonancia con los poderes mas profundos de la naturaleza. Ambos
relatos son afines y de una estricta actualidad, a pesar de los treinta
y más años que han transcurrido desde su creación. Pueda ser que esta
pequeña y modesta edición, acabada muestra del talento narrativo de
María Luisa Bombal, ayude a que el día de mañana -cuanto más pronto
mejor- un jurado ecuánime y justo termine por concederle ese Premio
Nacional de Literatura cuya omisión es, cada vez más, a medida que pasa
el tiempo, un oprobio para las letras nacionales.
El Mercurio, 5 de diciembre de
1976