María Luisa
Bombal
Testimonio
Autobiográfico
Nací el 8 de junio de 1910. El primer cónsul alemán en Santiago
fue mi bisabuelo y su apellido era Precht. De modo que, por mi madre,
venimos de los alemanes de Valparaíso que después, como tú sabes, se
fueron a Viña del Mar. Mis ancestros eran hugonotes franceses que
emigraron a Alsacia y el tipo que mato
a Chejov era pariente nuestro... Amado Alonso siempre me hacía bromas
respecto a esto y yo le contestaba "¡Pero qué culpa tengo yo!"... Por
el lado de mi padre, los Bombal llegaron a Chile huyendo de la
dictadura de Rosas... Muchos años después me impactó la dictadura de
Rosas, pero, en la niñez, las historias de su crueldad eran una
leyenda para mí (canta) "Ibamos a aunarnos / nos traicionó / y en la
victoria / se quedó".
Nací en el
Paseo Monterrey, era precioso, ¡lindo!, todo cubierto de madreselvas,
los señores se paseaban conversando y veíamos el mar y os barcos que
pasaban... ¡Viña era una maravilla!... El otro día, hace como un año,
fui y casi me desmayé de asco, todavía está la casa de mi niñez, pero
todo pavimentado, con los autos allá arriba y una estación de servicio
en la esquina donde vivían los Segnoret. En esa época, Viña era
la ciudad jardín, ahora lellaman la ciudad jardín, pero están muy
equivocados. Claro que yo no puedo decirlo porque me llaman
antipatriota... ¡Ya lo han dicho bastante! Los niños íbamos todos los
días a jugar a la playa, como paseo de familia... El Neno Dittborn,
Eugenio, era precioso. Una vez lo robamos con mis hermanas y lo
escondimos en nuestra casa porque hablaba tan lindo. Nosotros hacíamos
castillos de arena y el Neno hablaba, los inauguraba, por eso lo
adorábamos... él era más chico que nosotros, debe haber tenido unos
cinco años cuando lo robamos, pero lo increíble es que ya adulto
todavía se acordaba... ¡Fue una época feliz!
Como a los 8 años, escribí
mis primeros poemas que eran muy malos. A la luna, a un canario y unos
versos que elogiaban los copihues blancos. Cuando se lo mostré a mi
tío Roberto, él dijo: "Ay, esta niñita ¿por qué no escribe sobre los
copihues colorados? ¡Qué lata! ¡Copihues blancos! ¡Qué tontería! ¡Qué
desabrido!", pero, para mí, hasta ahora, los copihues blancos y la
lluvia son la verdadera acogida del sur... Mi padre murió cuando yo
tenía nueve años, era su hija predilecta y un tío decía que, si al
retrato de mi padre le sacábamos el bigote, era igual a mí. Mi madre
nos leía los cuentos de Andersen y de Grimm, los traducía directamente
del alemán. Nosotros nos sentábamos y ella nos leía de ediciones
alemanas, así que crecimos leyendo todo lo nórdico, todo lo alemán,
desde chiquitas... más que lo chileno, todo lo nórdico. De modo que
nos educamos dentro de esa línea. En "Washington, ciudad de las
ardillas", cuento que mi madre nos enseño que todos los sapos son
príncipes y llevan una corona en la cabeza y que, debajo de algunos
caracoles, a veces se puede encontrar a una sirenita llorando...
(permanece en un silencio melancólico). Todo eso viene de los cuentos
de Andersen y Grimm que nos leía mi madre, después, en Estados Unidos,
conocí a los descendientes de Grimm... Además, como nos educamos en
colegios franceses, también conocíamos lo francés. En Viña, las Monjas
Francesas y, después, cuando nos fuimos a Francia, en el Colegio
Notre-Dame de l'Assomption, que era un colegio archicatólico, ¡dos
misas por la mañana!... Ahora, al llegar a Francia, no sufrimos
ninguna sensación de desajuste porque era tan bueno este colegio de
las Monjas francesas que no teníamos ni acento. Nos tomaban por
francesas, siempre francesas. Pero nosotros manteníamos el castellano
en la casa y además en la escuela, que era un internado, había muchas
alumnas españolas de familias aristocráticas.
Un libro que me impresionó
mucho, yo creo que es el único que me ha inspirado profundamente, lo
habré leído a los catorce años porque me lo dio mi primo Antonio
Bombal que era muy poeta, muy escritor, pero nunca publicó nada, es
Victoria, de Knut Hamsun, noruego. Eso sí que me ha inspirado
toda la vida, creo que fue la base. Si yo tengo alguna influencia fue
eso, claro que después lo he releído y lo encuentro mucho más
materialista que yo, matter of fact. Me impactó tanto porque es
la historia de un desencuentro, ellos dos nacieron para amarse, pero,
por la situación social, nunca se dicen nada. Como te digo, después lo
he vuelto a leer y me parece que es más realista de lo que yo pensaba
en esa época. También me impresionó mucho María, de Jorge Isaac
(empieza a reír divertida), ¡qué romántico!, ¡con qué amor se miraban!
y cuando el pobre Efraín supo de la muerte de María...
¡Ah! Se me había olvidado
contarte que de niña en Chile pasaba mis vacaciones en Malleco, en el
fundo de los Möller, ¡era tan lindo!, también a los ocho años empecé a
estudiar violín con Paco Moreno, quien decía que yo tenía muy buen
arco, pero me pilló que tocaba de memoria porque la cabeza nunca me
dió para la música, igual que Brígida en El árbol. Después ya
no estudié más violín, o era la literatura o la música, no se pueden
hacer las dos cosas.
A los
diecisiete años, escribí una tragedia de amor y se la mostré a Ricardo
Güiraldes, que era muy amigo de mi familia y él, desde entonces me
empezó a llamar "colega", ¡imagínate! Algo increible es que en esos
años en París, yo iba a la misma iglesia a la que iba quien fue mi
marido con sus hijos, que tienen la edad mía... Y, a los dieciocho,
entré a la Sorbona donde obtuve un certificado de literatura francesa.
Yo quería seguir con la literatura hispánica, pero, para eso, debía
ingresar al programa de literatura comparada y ahí exigían el latín...
¡qué lata!... ¡el latín me pareció insoportable! y por eso no soy
licenciada en Letras. Ya en el liceo leí a Pascal que también es muy
lógico, y cuando yo era joven, ¡era muy lógica!... Fui gran lectora de
Paul Valery, aunque ahora hace años que no lo he leído... A Baudelaire
y Verlaine sí que los leo siempre, esa música como que me
alivia.
Y leí también
a Rimbaud. A mí me comparan con Rimbaud y yo me siento halagadísima,
pero me comparan en la parte mala (ríe), porque Rimbaud escribió y
después ¡plaaf! desapareció; se hizo comerciante el pobrecito... el
niño se desapareció, se metió en la marina mercante y de ahí no salió
más... ¡un chispazo y fuera!
En la
Sorbona, mi profesor Ferdinand Strowski nos hizo escribir un cuento a
la manera de Perrault y yo escribí un cuento muy misterioso. Se
trataba de un hombre con un sentido alegre de la vida que llegaba
silbando a una habitación. Y así estaba, muy contento, cuando empezaba
a sentir la presencia de alguien detrás de una cortina, presentía a
alguien. Entonces él le hablaba, pero no podía nunca ver a esa
presencia que él amaba... "¿Por qué es usted tan trágica?", me
preguntó Strowski cuando me entregó el primer premio. No le contesté
nada, pero era la imaginación que se adelantaba a lo que yo
era.
Cuando uno es joven le
atrae lo trágico, ahora tengo una pena inmensa, pero quiero apartarme
de lo trágico; es bastante trágico ya no saber qué le va a pasar a
uno, qué es lo que va a venir. Yo tengo bastante fe, pero me da mucho
susto... Cuando uno no ha sufrido la tragedia, uno se queda admirada
como ante una maravilla, igual que en la Biblia. Uno siente que hay
algo superior, cualquier personaje es trágico para bien o para mal. La
tragedia es un desafío a Dios, hay una comunicación con algo superior
que castiga o recompensa. Hay como un mensaje del otro mundo, del más
allá. La Margarita de Goethe a mí me producía una profunda tristeza,
pero ella no es trágica, sufre un drama romántico, yo diría. El
desafío está en Fausto, Margarita me inspira tristeza, es drama del
corazón, pero no terror, como la música de Wagner. Thomas Mann me
latea, demasiado concepto y teoría sobre las personas. Me lo he leído
todo, pero me latea, lo encuenro aburrido. En al Montaña mágica,
los personajes son todos inventados para que discutan... En cambio
la tragedia, ese desafío a Dios me sobrecoge... La religión ha jugado
un papel importante en mi vida, aunque he estado muchos años peleada
con El; y así me castigó no más. Pero yo estaba amargada y después, El
se puso más generoso conmigo...
En París,
también estudié arte dramático con Charles Dullin, lo hacía escondida.
Mi mamá se vino y yo me quedé en París con mis tíos, vivía en un
pensionado, pero pasaba los fines de semana y las vacaciones con
ellos. Tú comprendes que en esa época meterse al teatro era de lo
peor... Entonces Dullin utilizaba a sus alumnos de la escuela para
salir a escena a hacer papeles menores, por ejemplo, entrar y decir
"La comida está servida" (tono teatral) ¿comprendes tú? (ríe) El
hijo de don Quijote se llamaba la pieza, todavía me acuerdo del
nombre, entonces yo vestida pasaba con una bandeja, unos amigos de la
familia estaban entre el público y fueron a decirle a mi tío Pepe. Al
otro día mi tío fue y me volvió a ver salir a escena, ¡qué escándalo!
Mi tío, muy serio, me llamó y me dijo "María Luisa, te sales del
teatro ahora mismo y le escribiré a tu mamá diciéndole que, de ahora
en adelante, no nos hacemos más responsables de ti". Así que por eso
renuncié al teatro, pero, en el fondo, renuncié porque no era mi
vocación.
En esos años
estaba Huidobro en París con la chiquilla Amunátegui, no se habían
separado todavía, pero no lo conocí porque casi todos los amigos
nuestros eran franceses. A quien sí que conocí fue a la Teresa Wilms,
la mamá de la Silvia y de la Chepa. La Chepa era una fregada, se
peleaba mucho con su mamá, así como yo con mi hija. La Teresa era de
la edad de mi madre, de la generación anterior. Don Guillermo, taaan
alemán... Era una familia muy rara, imagínate que en una taza de té,
el mozo servía vino... (ríe).
Mi tío
siempre nos llevaba a conferencias, no me acuerdo cómo se llamaba esa
sociedad iban todos los escritores famosos a dar conferencias... Y ahí
fue donde conocí a Paul Valery, él leyó un poema en que tenía que
silbar y muy serio empezó "Les temps, les temps" y cuando trató de
silbar, no podía y nos largamos todos a reír y él también rió...
¡Amoroso! ¡Muy divertido! Ahora yo no alcancé a conocer a André Breton
y los escándalos de los surrealista. Todas esas cosas eran ajenas a
los estudiantes, ¿comprendes?, totalmente ajenas... no nos importaban
un pito, nos importaban los textos ( tono doctoral ) nada
más... Todo lo moderno, no. Sólo conocí a Breton y a otros artistas
modernos en los Estados Unidos.
Cuando
regresé a Chile en 1931, sentí una gran alegría, estaba muy contenta
yo. Inmediatamente me conecté con los intelectuales, con Marta Brunet,
con Pablo y Barrenechea. De repente, entonces pasé al mundo de los
intelectuales, así que no sufrí el cambio porque todos estaban muy
unidos con Francia también. Ese año se produjo la caída de Ibañez y
desfilé con ellos porque mataron a un médico a las cuatro de la mañana
porque había toque de queda... y el pobre iba a atender a un
moribundo. Entonces se hizo esta enorme manifestación y desfilamos
todos, yo era muy jovencita... Eso fue lo que hizo renunciar a Ibañez
porque vio pasar a todo Chile. Ahora yo tenía conciencia sin saber qué
significaba una dictadura; pero veía que vivíamos como en la cárcel...
la gente vivía muy hostilizada, sobre todo en Viña, como que tuvieron
que retirar a los carabineros, eso yo lo vi... Pero mi compromiso era
de tipo moral, no político, y en eso coincido con la actitud de
Borges. Además, pensaba que la política era cosa de hombres. "¡que se
ocupen ellos!, a mí me gusta este árbol, este río, voy a ir a la
estancia, voy a ir a un concierto... ¡que se frieguen los hombres!...
ellos matan... yo me dedico a otras cosas... " En Chile no vi la
pobreza, ahora creo que la vería, y en Argentina tampoco, el mayordomo
que se ocupaba en la estancia de cuidar la puerta, nos invitaba a
tomar té y en Chile, las empleadas nos trataban muy bien y la gente
del campo sacaba a los niños a pasear a caballo.
Partí a la Argentina en
1933 y me fui a vivir a la casa de Pablo Neruda, que estaba casado con
Maruca, él era cónsul de Chile. Pablo no iba a ninguna parte sin mí y
su mujer, pero ella se aburría tanto, fijate, que en las reuniones
sociales pedía permiso y se recostaba. Pablo corría a taparla... Así
que yo era la compañera de Pablo y así conocí todo el ambiente
artístico, hasta al propio Matos Rodriguez. ¡Uy!, ¡las peleas que
teníamos con Matos!... Un día le dije que era un macró, cafiche quiere
decir eso en frances; él, muy sorprendido, me preguntó por qué y yo le
contesté (ríe) que porque vivía de la Cumparsita, de la che Papusa y
de la muchacha del circo... "Pero ¡por qué eres tan agresiva!",
replicó... Matos Rodríguez me hizo bastante la corte, era un Don Juan
y nunca le faltaba una querida. Una vez me invitó a su fundo en el
Uruguay y yo, tan bruta, me metí en el auto cuando veo corer detras de
mí a los escritores. Ya estábamos en el muelle cuando veo que se
bajan, corren al auto y me sacan de un ala... Ellos me protegían
siempre, parece que en el tal fundo hacían una vida bastante
desordenada y los escritores corrieron a rescatarme de la Cumparsita
(ríe). ¡Estaba la Cumparsita allá en el fundo! Entonces, después de
eso, ya se terminaron mis relaciones con Matos; la última vez que lo
vi, fue en el teatro, entró con una rubia altanera, me abrazó, gordo y
gigantón como era, y yo le dije: "¡Ay, Matos! y ¿quién es esa rubia?",
entonces él me miró y comentó muy serio: "Bueno, no has cambiado". Yo
era una tandera en ese sentido, en esas cosas, pero en lo literario
siempre fui muy seria, con un gran respeto a la literatura y la
cultura. Fíjate que Matos me dijo un día: "¡Oh!, gran escritora, hazme
una letra de tango. ¡Ah que no puedes!", y yo, aceptando el desafío,
empecé a escribir... "Desandando lo andado / yo vuelvo al pasado..."
(ríe). ¡Y hasta ahí no más llegué! ¡No pude seguir!
En esa época conocí también
a Borges, pero él circulaba en un mundo más cerrado, más intelectual.
Nuestro grupo era más literario... Oliverio Girondo, Norah Lange,
Federico García Lorca, Conrado Nalé Roxlo, Alfonso Reyes... Georgie
era de un grupo más intelectual, pero me hice íntima de Georgie...
Todos estos grupos eran muy unidos en el fondo, se respetaban entre
ellos, no se veían porque se aburrían... A Victoria Ocampo yo no la
visitaba porque me aburría... Además yo también tenía mi grupo de
filólogos, pues, Henriquez Ureña, ¡Amado Alonso! Como no tenía máquina
de escribir, iba al Instituto Filológico, donde me prestaban una. Yo
escribía y pasaba mis cosas al final de la mesa mientras ellos hacían
su sesión de filólogos, pero me desesperaba... ¡no podía
concentrarme!, porque mientras yo trataba de escribir, ellos discutían
las raíces de la palabra "ventana" o decían que "cortina" venía de
"cortis"; era como que , para caminar, uno primero tuviera que
analizar cómo mueve los pies, oye.
Los
escritores de mi grupo eran gente de gran talento, gente vital,
no gente de lámpara y vaso de agua, como son los conferencistas
(ríe )... me dan ganas de tomar un vaso de vino... Considerábamos que
un escritor era un ser de excepción, un ser maravilloso, como persona,
como cabeza y como corazón. No nos importaban las faltas que teníamos,
y las peleas, no eran peleas, eran discusiones sobre literatura.
Ahora, Macedonio Fernández y Alfonsina Storni no circulaban, porque ya
estaban muy alto. Alfonsina era profesora y tenía muchas obligaciones.
Ya te conté cuando Neruda, como a las cuatro o cinco de la mañana, me
hizo que la llamara por teléfono para que viniera al restaurante donde
estábamos. Era un lugar bohemio, un ambiente intelectual un poco
loco... Y ella me pitó porque me respondió que lo sentía mucho, pero
acababa de ponerse el sombrero para salir a hacer clases al liceo...
¡A las cuatro de la mañana! Me pitó, aunque Alfonsina era muy seria.
Nosotros admirábamos tanto su poesía...
Ahora en
cuanto a nuestra relación con la sociedad, todos teníamos una actitud
muy humana, pero no comprometida con la política, lo político "na que
ver", como dicen aquí... Nos interesaba la gente, ¿comprendes tú? El
señor de la esquina que estaba viviendo una tragedia, el hombre que
nos venía a dejar un ramo de flores, la señora que cantaba tangos...
escribíamos porque nos gustaba hacerlo y nos pagaban bien, pues era
una época floreciente en las letras, tanto para los escritores como
para los editores. La posición nuestra era muy natural y no vivíamos
la carga del compromiso social. Además, éramos muy correctos, excepto
cuando se nos ocurría dirigir el tráfico a las tres de la mañana (ríe
).
Federico García Lorca
estrenó sus piezas de teatro en Buenos Aires, y mi marido, Jorge
Larco, fue el decorador de todas esas obras... Como un año estuvo en
Buenos Aires, después se fue y ésa fue su muerte. Cuando partió,
fuimos todos a dejarlo, y cuando el barco se alejaba, gritábamos:
"¡Federico! ¡Federico! ¡Federico!" (conmovida). El presentía su
muerte, el día que partía estaba muy triste y yo entonces le pregunté:
"Pero Federico, ¿que no estás contento de regresar a tu tierra?", y él
me respondió: "No, chica, allá van a pasar cosas terribles". Ahora yo
no sé si debo contar... esto es íntimo, pero políticamente lo sabía
todo, su muerte, claro, no la sabía, pero la presentía. Allí en Buenos
Aires, Federico y Neruda se hicieron amigos. Ahora, por Federico, yo
conocí a Jorge Larco, en el grupo de pintores, y me casé y ¡así no más
me fué! ¡A la semana ya estábamos tirándonos los platos por la
cabeza!
Con Borges
paseábamos por el riachuelo, él me contaba lo que escribía y yo le
contaba lo que escribía. Una tarde le hablé de La amortajada y
me dijo que ésa era una novela imposible de escribir porque se
mezclaba lo realista y lo sobrenatural, pero no le hice caso y seguí
escribiendo... Después nos íbamos al cine porque éramos locos por el
cine y, cuando terminaba la película, nos íbamos a un restaurante
donde tocaban tangos. Todas las semanas, yo estaba invitada a la casa
de Borges por su mamá. Ya te conté la pelea mía con Guillermo de
Torre... Un día que llegué a la casa, la mamá de Borges me dijo:
"María Luisa, no cruces la puerta porque Guillermo te anda buscando
para matarte..." Una noche que estábamos comiendo, Guillermo se puso a
despotricar contra los escritores latinoamericanos. Para él, ninguno
de nosotros valía un pito...Borges ya estaba publicando su poesía y yo
ya había escrito La última niebla . Entonces, ofendidos, le
preguntamos quiénes eran, según él, los buenos escritores, y con su
acento tan español, respondío: ¡Azorín! ¡Azorín!", Se puso a darnos
una larga lección, subió y trajo un libro precioso de Azorín que
estaba hasta dedicado. Y, cuando todos se pararon de la mesa, con
Borges nos pusimos a corregir el estilo, como si fuera prueba de
galera, con comentarios al margen que decían: "Repetición", "Cambiar
adjetivo", "mal gusto", "error de sintaxis", Y, por supuesto, que
cuando Guillermo abrió el libro, se puso furioso y me quería
matar.
Por Jorge
Larco, conocí a los pintores más
destacados de la época. Al gran pintor uruguayo Jorge Figari, quien
vivió esta historia tan linda y tan trágica que yo quería escribir
sobre él. "¿Por qué se hizo pintor?", le pregunté un día y me contó
que, años atrás, se había producido el asesinato de un político y a
dos muchachos que pasaban los habían hecho reos bajo el cargo de
asesinato. Figari no era pintor todavía, era juez, él fue a ver a los
muchachos a la prisión y se dió cuenta de que había algo político
detrás y que estos pobres muchachos eran víctimas. Entonces combatió,
tomó partido y defendió a estos dos jóvenes; por razones políticas lo
repudiaron, lo hicieron renunciar como juez y todo el mundo se apartó
de él, hasta su propia familia. Uno de estos muchachos le decía: "Por
favor, no se sacrifique más por nosotros"... Figari, que venía de una
familia de fortuna, iba a su fundo con su hijo menor en brazos y, para
hacerlo caminar al niño, le ponía una pelota adelante y así llegaban a
pie al fundo. Y entonces Figari, que ya estaba aislado de todo, empezó
a revisar cajones y baúles en la vieja casona y se encontró con
dibujos y acuarelas que había hecho de niño. Empezó a pintar y de ahí
nació el gran pintor Figari, de esa tragedia, como una cosa de
Dios.
Durante esos
años, Victoria Ocampo me pidió una reseña de la pelicula Puerta
cerrada, para la revista Sur porque en esa época ningún
crítico se iba a dignar comentar un filme del cine nacional. Me la
pidió porque todos sabían que a Borges y yo nos encantaba el cine. De
modo que me fui a ver Puerta cerrada, que era un melodrama
tremendo, con tangos, pero tenía alguna belleza, tenía emoción y
Libertad Lamarque estaba fantástica. A mí me conmovió y, desde el
punto de vista cinematográfico, este melodramón estaba bien hecho. Y
entonces yo, honradamente, escribí una crítica lindísima a favor, la
primera que se hacía en Sur a favor del cine criollo y de
Libertad, a quien los escritores consideraban cursi. Ellos creían que
yo iba a hacer una sátira, porque soy bien buena para reírme, pero mi
crítica fue muy positiva y tuvieron que publicarla, puesto que me la
habían pedido. A raíz de esa crítica hubo conmoción y se vendieron
todos los ejemplares de Sur. Salir en esa revista de
intelectuales era muy importante para el cine nacional. Entonces vino
el director Luis Saslavsky a pedirme que el próximo guión lo hiciera
yo. El grupo de Sur me criticó mucho por haber aceptado, pero a
mí siempre me ha gustado la parte romántica del melodrama. Decidí
hacer María, de Jorge Isaac, y Luis me guiaba con los términos
y expresiones del cine (primer plano, blackout, etc). Ya estaba por
terminar el guión cuando el productor me dijo que no iban a poder
filmarlo porque los herederos de Isaac ya habían vendido los derechos
a Estados Unidos por treinta y ocho mil dolares. Yo me quedé helada
hasta que Luis me dijo: "Mire, Bombal, haga su propia María", Y pensé,
claro, por qué no, voy a hacer mi historia igual de romántica, de fin
de siglo y que pase en la Argentina. Escribí un melodrama también, te
voy a decir, pero más romántico, más cultivado, aunque me imponían
muchas cosas, que Libertad cantara, por lo menos, tres veces, que
siempre tenía que ser buena, porque si no perdía a su público. Pero
así y todo, me salió un guión lindo. Y la música de fondo era de
Chopin. Así, en 1937, salió La casa del recuerdo, que tuvo un
éxito fantástico. La heroína era hija bastarda de un aristócrata y,
desde niña, se miraba por encima del muro con el niño del lado. Hasta
un duelo metí yo (ríe divertida), ¡a mí me encantan los duelos!... Un
día que entran a la iglesia, el amigo del protagonista la llama a ella
"hija de una mujerzuela" y él lo reta a duelo... Como en María,
él se va lejos por un tiempo y ella se muere porque tenía una
enfermedad desconocida, oía campanas..., oía campanas... tenía algo al
cerebro, seguro, y ella se desesperaba tanto y se quejaba a su madre
de su destino tan injusto... Mis amigos escritores me aconsejaron que
sacara mi nombre de la película, pero Luis Saslavsky rehusó y me hizo
participar en todo, ahí conocí a Libertad Lamarque y, cuando
terminaron de filmar, me sometieron toda la película para que yo la
revisara. Y el cine argentino cambió porque, imitando La casa del
recuerdo,empezaron a hacer otras películas de fines de siglo y
hasta el emperador del Brasil (ríe). Terminé las historias de tango yo
y, si no las terminé enteramente, empezó a nacer toda esa cosa
romántica.
En Estados
Unidos trabajé en doblaje con Ramón Sender y Ciro Alegría en el año
cuarenta y tres, antes de que naciera mi hija... Es fregado el
doblaje, no es un trabajo creador porque hay que repetir, es ser un
obrero, pero es muy bien pagado. A veces uno no sabe que hacer con las
cosas más sencillas...Me acuerdo que una vez, un actor español en
close-up decía: "Baaasta! ¡Baasta!, la traducción, claro, era "enough"
que en inglés se pronuncia con una vocal muy cerrada. Yo no hallaba
qué hacer para encontrar un equivalente que mejor correspondiera a la
boca tan abierta del actor cuando decía "¡Baasta! y la camara lo
mostraba tan de cerca... Con Ciro éramos muy amigos, era un chiquillo
muy culto y con gran amor por Chile. Después también hice publicidad
en inglés con Cantuarias. Fueron buenas experiencias.
Viví veintinueve años en
Estados Unidos, yo digo treinta porque sale más fácil. Pero tú sabes
que en ese país los escritores están tan dispersos que no existen los
grupos, el único modo de comunicarse con ellos es a través de sus
editores. Ahora, cuando fui representante al PEN Club, fue cuando
conocí a Sherwood Anderson, a Elskine Caldwell... Fuimos todos a la
Casa Blanca y nos recibió Roosevelt. Claro que yo seguí manteniendo
contacto con los escritores latinoamericanos y, cuando iban a Estados
Unidos, pasaban a verme... De ahí nació mi gran amistad con Gabriela
Mistral, éramos grandes amigas y eso que nos veíamos poco. A Gabriela
la conocí en Buenos Aires, cuando yo ya había publicado, era
admiradora de ella desde chica. Gabriela me leyó a mí cuando estaba en
el Brasil y desde allá me enviaba unas cartas muy lindas... Cuando
pasó por Buenos Aires, Angélica Ocampo, la hermana de Victoria, me
mandó a decir que Gabriela quería verme, así la conocí. Y después la
volví a ver en los Estados Unidos, en Los Angeles, en Nueva York, y
creo que fui una de las primeras personas que la vio muerta, que le
trajo flores... se las puse sobre el pecho, estaba preciosa
Gabriela... (emocionada). Su secretaria me avisó que había muerto y
que había dejado una carta inconclusa para mí. En Los Angeles, ella
estaba pasando una tragedia terrible, los chilenos eran muy injustos
con ella... dicen que Gabriela se sentía perseguida... es que la
perseguían (indignada)... ¡Yo soy testigo! Y allá en Los Angeles la
tuvo que defender México... Los chilenos se portaban pésimo con ella,
incluso no le entregaban su correspondencia y la dejaban tirada en el
baño... ¡Eso yo lo ví!... Entre los lavatorios donde corría el agua...
Allá en su casa, en los alrededores de Los Angeles, la mayordoma, el
jardinero y el chofer que tenía le daban pastillas de dormir y hacían
fiestocas hasta que ella se dio cuenta y pidió ayuda al cónsul
interino de Chile para que le ayudara a echarlos porque tú sabes que
allá, por las leyes laborales, etc., no es tan fácil deshacerse de los
empleados... Pero, no quiso ayudarla y fue el cónsul de México el que
la ayudó... Cuando la ví en su feretro, le comenté a mi marido:
"Fíjese que Gabriela estaba aún ahí, no estaba muerta" y él me
respondió "Es que en los seres superiores es así" y tenía razón... A
diferencia de Neruda que me llamaba "Madame Mérimée" y "abeja de
fuego", Gabriela me decía "chiquita", como le decía a todas las
escritoras más jóvenes.
Me pides que
hablemos de mi obra, pero para mí resulta una laaata, ¡que hablen los
críticos!, además, eso está todo en las entrevistas que se han
publicado en los periódicos... Bueno, La última niebla está
inspirada en haber tenido un amante que no tuve... Mi primera
experiencia amorosa fue bastante espantosa, yo lo puse a él como
marido, la novela tiene una base autobiográfica bastante trágica y
desagradable... La experiencia sexual también; en esa época, las
regulaciones eran para que las obedecieran los de la clase media...
bastante trágica, pero uno no puede hablar de los secretos del corazón
y del alma... Son los secretos que uno no puede estar poniendo en la
mesa porque se hace algo público ¿ves tú? La novela está basada en mi
primer amor, que terminó a balazo limpio.
Comencé La última
niebla mientras Pablo estaba haciendo los poemas de Residencia
en la tierra, los dos escribíamos en la cocina de su casa.
Recuerdo que un día Pablo me mostró un poema en que tenía la imagen
"asustar a una monja con un golpe de oreja", yo la encontré horrorosa,
grotesca, y Pablo se enojó mucho. Claro que, en el fondo, eran
discusiones amistosas, nos queríamos mucho. Terminé mi novela cuando
Pablo ya estaba en España y se la mandé. Yo tenía una carta preciosa
en que Pablo me decía: "He hecho una fiesta y ha venido Federico,
Aleixandre y todos los amigos y hemos celebrado tu libro". Me decía
que yo escribía un mundo que parecía agitado por un agua clara, por un
soplo de misterio... (melancólica). Pablo me reprochaba mucho que yo
no le diera importancia a lo que había escrito, "Tú no sabes lo que
has hecho", me decía, yo no me daba bien cuenta, escribía lo que
sentía, pero lo que sí me daba cuenta es que escribía a lo Madame
Mérimée, muy lógica. Pero lo demás, yo decía, bueno, es lo que yo
siento y nunca creí que iba a tener tanta repercusión, no creí,
fíjate. En la novela yo puse la niebla de Santiago porque, mientras
ocurría esa tragedia terrible, había mucha niebla en Santiago, pero
después yo la poeticé. ¿Ves tú? Era mitad verdad y mitad lo que yo
hubiera querido... Después de eso, ya no quise la niebla, de niña
siempre me encantó la niebla, ahora la odio, no la puedo
soportar.
No me importó
para nada el feminismo porque nunca me importó. Sí leía mucho a
Virginia Woolf, pero porque sus conceptos los hacía novelas y no daba
sermones. Nunca fui amiga de Victoria Ocampo, ella era mi editora y
fue generosísima conmigo. No me quería, yo creo, porque yo era tan
distinta... Ella era tan solemne, tan gran señora y yo estaba en otra
onda, como dicen ahora. Además, no sentía que la mujer estaba
subordinada, me parece que cada una siempre ha estado en su sitio,
nada más. La última niebla me parece a mí que es un drama
sentimental porque son cuestiones pasionales de la mujer, pero no creo
que haya existido una imposición del marido. Era una desilusión de
ambos. No se comprendían porque el hombre tiene otro carácter.
Entonces ella tenía que llenar ese vacío con lo que ella hubiera
querido que fuera... Ahora que tú me preguntas, me doy cuenta de que
el que se haya casado para no quedarse solterona, sí era una
imposición de la sociedad... eso que tú dices es muy serio, yo no lo
había pensado...Pero eso sí, quedar solterona en esa época era
terrible, ¡Dios nos libre!, era como un estigma... Fíjate que es la
primera vez que lo veo y los siento...La mujer solterona quedaba al
margen de la vida y de la sociedad. Yo creo que lo social en mi
literatura siempre ha sido sólo como un trasfondo y no por ignorancia,
porque lo leía todo, sabía todo, pero no lo pensaba. A mí me
interesaban las cosas personales, pasionales, el arte, ¿comprendes?;
el arte social no existía para mí. ¡Eso! Era un total indefirencia,
total. Porque tenía pasión por lo personal, por lo íntimo, por el
corazón, por la naturaleza y por el misterio. Todo lo que fuera
social, oye, eso, no, pasaba por alto porque no me interesaba, ni me
apasionaba, ni me indignaba. No existía para mí, porque yo estaba
demasiado agarrada con las tragedias personales, el arte y la
poesía.
Claro que
siempre el hombre y la mujer han sido muy diferentes. El hombre es
intelecto, sabe más, es "the power in the trone" mientras la
mujer es puro sentimiento. Yo creo que el amor es lo más importante en
la vida de una mujer... La mujer es puro corazón, a diferencia del
hombre que es la materia gris...Por eso no se entienden...Y el estilo
de la mujer es menos áspero, menos realista; es un estilo más del
corazón, diría yo, porque las mujeres somos sentimentales y no
materialistas ¿ves tú? Para mí, lo más importante ha sido siempre el
ritmo porque, aunque me guste una palabra y sea la palabra precisa la
rechazo, ¡fuera! si no entra en el ritmo. Por eso tacho mucho cuando
escribo...Siempre busco un ritmo que se parezca a una marea, la
oración, es una ola que asciende y desciende y luego vuelve a subir...
Yo creo que, en el fonde, soy poeta, mi caso es el del poeta que
escribe prosa. Yo soy poeta, pero como tengo una educación francesa
también soy la lógica personificada.
Escribí La
Amortajada porque siempre, fíjate, me aterró la muerte. Me acuerdo
que una vez, cuando vivía con Pablo en Buenos Aires, tuve un sueño
terrible, soñaba que veía los pies de alguien que estaba acostado,
sólo los pies, pero yo sabía que eran los pies de un muerto y desperté
espantada, entonces me fui a contarle a Pablo...La muchacha muerta que
ella ve en "La Última Niebla" no es la primera mujer de Daniel, los
críticos se equivocan en esto, yo quería que fuera la primera vez que
la protagonista se enfrentaba con la muerte ¿comprendes tú? Ahora yo
no creo que la muerte sea algo definitivo, no, la muerte para mí es un
despegarse gradualmente de la vida, poco a poco...y hay una
mujer que está contemplando a la amortajada y siente compasión por lo
que a la pobrecita le ocurrió en vida y que solo llega a comprender en
la muerte. Yo creo que hay dos muertes, la primera, que significa
comprender, y una segunda muerte que a los seres humanos nos está
vedado comprender. Eso lo he creído siempre (enfática).
Ahora con El Árbol
ocurrió algo muy extraño. Fíjate que después de escribir yo El
Árbol un día en Buenos Aires, entro a la casa de Nina Anguita y ¡allí
estaba el árbol! Entonces yo lo dije: "Nina, por Dios, yo escribí
sobre este árbol mucho antes de conocerlo". Había sido la imaginación
que se había adelantado a la realidad... Por eso le dediqué el cuento
a Nina...¿Te das cuenta lo que es la imaginación?. Después a mi hija
le puse Brigitte, por Brígida en el cuento. A mí antes me gustaba
mucho la música clásica. Con mi marido en Estados Unidos pasabamos
horas escuchando música clásica, y ahora no la puedo oír porque me
pone demasiado triste. Mozart siempre me inspiró el juego, la alegría
despreocupada de la niñez, porque él nunca dejó también de ser un
niño, mientras que Chopin es la pasión, el sentimiento y Beethoven el
horror final, el sufrimiento, ese drama que yo no puedo
definir.
Mira, la
verdad es que Islas Nuevas es un cuento que surgió de manera
misteriosa. Cuando yo vivía en la Argentina, yo siempre visitaba una
estancia, "La Atalaya", se llamaba, allá en la pampa, y ahí era
testigo de un hecho maravilloso. En la estancia había muchas lagunas y
misteriosamente el agua bajaba y aparecían todas estas islas nuevas
que después también desaparecían misteriosamente. Era sobrecogedor y
este hecho sobrecogedor, maravilloso, me inspiró para imaginar a una
mujer que era tan misteriosa como la naturaleza que los hombres "no"
comprenden ni quieren comprender. Yolanda, ¡pobrecita!...Esa ala como
un estigma que la condenaba a la soledad y su cabellera, porque yo
siempre he pensado que el pelo de la mujer es como las enredaderas,
¿ves tú?, el pelo las une a la naturaleza, es una prolongacióbn de la
naturaleza. Por eso, mi María Griselda hunde su cabellera en el río
Malleco y en mi cuento Trenzas digo que los árboles del bosque
y el cabello de la hermana en la ciudad poseen las mismas raíces.
Ahora, ese cuento está basado en la realidad. Eso ocurrió
efectivamente a dos hermanas... Mientras una estaba en la quinta la
otra se moría a la misma hora en que se estaba quemando el
bosque...Pasó en la Quinta Vergara, allá en Viña.
La verdad es que María Griselda era sólo un esbozo en La
Amortajada, ¿te acuerdas tú?, pero el destino o ella quisieron que yo
escribiera su historia. Como tú sabes, yo en Estados Unidos
inmediatamente presenté mi obra a Farrar Straus y ellos la aprobaron,
pero, como son los editores de allá, me llamaron y me dijeron que
tenía que convertir La Ultima Niebla y La Amortajada en novelas de,
por lo menos, doscientas páginas. En el caso de La Última Niebla,
cambié todo y escribí en inglés "House of Mist". Claro que escribía
bajo la supervisión de mi marido, que dominaba el inglés a la
perfección. Entonces, no hallaba que hacer con La Amortajada y, de
repente, un día me dí cuenta de que podía ampliar la historia de María
Griselda. Su belleza es también un estigma, los maravilla a todos,
pero solo produce la desgracia ¡Tan sola ella siempre!
Me encanta que menciones "Lo Secreto", porque nadie lo ha
comprendido... ¡Y nadie escribe sobre ese cuento, cuando es tan
importante para mí! Fíjate que cuando yo era chica, me fascinaban las
novelas de piratas, cuando llegaba el capitán y daba órdenes, "Tú,
trae tal cosa, tú, pásame esta otra" (imita lenguaje de piratas).
¡Eran tan divertidos! ¡Me encantaban! y ¿te acuerda tú que ellos
hablan así en el cuento? El capitán arrogante, dándole órdenes al
chico, creyéndose dueño del mundo. En "Lo Secreto", yo ex profeso hice
de mis personajes unos verdaeros piratas (ríe). Y entonces van
navegando los piratas cuando, en una tormenta, caen al fondo del mar y
se encuentran en este lugar tan espantoso... Pero es que han perdido a
Dios. Nadie ha entendido que se trata de la pérdida de Dios. Esa
situación horrible de enfrentar la nada, de perder todo sentido de la
existencia por haber perdido a Dios.
(Testimonio autobiografico basado en una serie de
entrevistas realizadas por Lucia Guerra y Martín Cerda
en 1979.
Publicadas por Lucia Guerra," María Luisa Bombal, obras completas",
Editorial Andres Bello, 1996 )