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Marta Brunet Vista por José Donoso
(Revista Ercilla, 29 de noviembre de 1961)
Revista de Libros de El Mercurio, Sábado 11 de Agosto de 2001
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A la llegada a Valparaíso del Reina del Mar, hace menos de un mes, los camareros quedaron sorprendidos de ver que una nube de fotógrafos, periodistas y amigos se peleaban por ser los primeros en hablar con una tranquila pasajera de la clase cabina. (...)
Era Marta Brunet, que después de más de un año en Europa y de recibir recientemente el Premio Nacional de Literatura de 1961, volvía a Chile. Pero durante sus meses de viaje, la escritora obtuvo algo que para ella es más importante que el Premio Nacional: después de 20 años de cuasi ceguera, en España Marta Brunet recuperó su vista. Se sometió allá a una operación de cataratas, hecha por los eminentes oftalmólogos Barraquer, padre e hijo. Con esto se terminaron para ella muchos años de oscuridad nebulosa, durante los que apenas podía escribir, y para mantenerse informada acerca del mundo literario tenía que pedir a sus amistades que le leyeran. Marta Brunet, asombrada, se asoma de nuevo al mundo de la forma, del color, de la distancia —que antes debían explicarle— , sin más protección para sus ojos que un par de gafas negras contra la resolana.
Se hizo la luz
Cuenta Marta Brunet que desde su nacimiento en Chillán, en 1901, su vista fue algo endeble, pero no mala. En la familia de su madre —españoles de Asturias— la miopía es hereditaria. Dos de sus tías murieron ciegas. De chica, en la casona del fundo de su padre, Marta Brunet era estudiosa, y se dedicaba a la lectura, con la esperanza de ser médico. En las buenas familias provincianas, el futuro de las señoritas no contempla otra posibilidad que la de tener muchos hijos y hacer dulce de membrillo, y su ambición científica causó escándalo. Escándalo que fue mayor cuando se supo después que, cambiando su vocación, deseaba ser bailarina. Leía incansablemente y también escribía. Fue después de la publicación de Montaña adentro que Marta Brunet se trasladó a Santiago para trabajar como periodista. En esa profesión, la luz artificial, las largas horas, el humo, debilitaron su vista, y a los treinta años compró sus primeros anteojos. Comenzaron a aparecer sus libros posteriores: Bestia dañina, Aguas abajo, Reloj de sol. El excesivo trabajo literario le causaba dolores de cabeza y angustia. Pero Marta Brunet ya era una personalidad literaria.
Dice:
Al subir a la presidencia, don Pedro Aguirre Cerda se compadeció de mi estado, y me hizo salir al extranjero como cónsul. Durante catorce años serví en puestos consulares y diplomáticos en Argentina. A pesar de que allá el trabajo era menos duro, mi ceguera aumentó y me sometí a varios tratamientos; entre otros, un injerto de placenta. Cuando Ibáñez subió al poder, yo tuve que abandonar mi puesto debido a mi antiperonismo, y se agudizaron mis cataratas. Viví durante 17 años rodeada de una nebulosa creciente, incapaz de ver perspectivas.
Los objetos eran como sombras. Me trataron grandes especialistas chilenos, sobre todo el doctor Espíldora Luque. Cuando llegó el momento en que lo único posible era una operación (yo acababa de publicar María nadie), me recomendó ir a España a hacerme operar por los Barraquer. Yo llevaba para ellos una llave mágica: una carta del doctor Espíldora.(...)
Hambre de ver
Para celebrar su vista recuperada, Marta Brunet permaneció en Europa, especialmente en Francia y en España, durante más de un año. Viajó mucho, asistiendo sobre todo al teatro, viendo pueblos, paisajes, catedrales, gente en las calles, donde ahora podía transitar sola, sin peligro de caer o ser atropellada, como más de una vez le sucedió en Santiago. Fue en Madrid donde más estuvo. Dice:
En España, el ambiente literario es muy vivo. Los domingos yo solía asistir a la hora de té, a casa de la inteligentísima y culta María Baeza, viuda de Ricardo Baeza, que fuera Embajador de la República española en Chile. Allí se junta todo el mundo literario de Madrid. (...)
De los novelistas jóvenes —y hablo de novelistas, porque con la poesía no me meto— , la más notable es Anamaría Matute, autora de Los Abel y Primera memoria. Ha sido traducida en francés, y las grandes revistas parisienses de literatura se han ocupado de su obra. Tiene 28 años, y es la sucesora de Carmen Laforet, que junto con Camilo José Cela iniciaron el renacimiento de la novela española, después de la guerra. Estos dos escriben aún, pero sobre todo la obra de Carmen Laforet, después de Nada, ha bajado de calidad. Los escritores nuevos han abandonado el tremendismo, como se llamó al nuevo estilo, después de La familia de Pascual Duarte de Cela, y de Lola, espejo oscuro de Fernández Flórez. Anamaría Matute, García Hortelano, Sánchez Ferlosio, Goytisolo y Miguel Delibes muestran más raigambre en la literatura europea contemporánea, y en los americanos como Faulkner y Hemingway, que en los españoles de la generación del 98. Rechazan el caso individual, lo extraño, para ser una literatura de la masa gris. Miguel Delibes publicó La hoja roja, que es el problema de un jubilado común y corriente que no sabe qué hacer con su vida. Delibes, que es un muchacho de medios muy modestos, pudo escribir esta obra gracias a una donación del millonario March (una fundación española del tipo Rockefeller).
Problemas de la censura española
Continúa Marta Brunet: El problema mayor de la literatura española de hoy es la censura (...) Una vez entré en una librería y pregunté si tenían cualquier libro de una escritora sudamericana llamada Marta Brunet. El librero me dijo que no, porque le parecía que la censura lo prohibía. Yo me sentí muy rara, como acomplejada. Le pregunté por qué, ya que los libros de Marta Brunet no hablaban de política ni de religión. El librero respondió que no se sabía nunca por qué prohibían los libros, a lo mejor porque el censor tenía indigestión ese día. Pero sacó un gran libraco con muchos nombres y se puso a examinarlo. Pronto encontró el nombre de Marta Brunet:
Humo hacia el sur, prohibido, pero no Montaña adentro, ni La mampara. Pregunté por qué habían prohibido Humo hacia el sur. ¿Tal vez porque aparecían una casa de prostitución, y algún invertido? El librero respondió que no, que esas cosas no tenían importancia para los censores. Pero, ¿aparecía un suicidio? ¿O un adulterio? Yo confesé que sí, y el librero dijo: Ah, por eso....
El problema de la censura española es muy complicado, porque nadie sabe quiénes son los censores, ni cuáles cosas son censurables. Los escritores, encabezados por Menéndez Pidal, Azorín, Pérez de Ayala y J.M. Pemán, que es casi un fraile, firmaron una petición solicitando que se hicieran públicos los temas que era prohibido tratar. Pero a un año de esa petición no han tenido respuesta. (...)
Trayectoria
Desde la época en que Hernán Díaz Arrieta (Alone) recibió los originales de Montaña adentro, firmados por una desconocida, hasta María nadie, (...) la vida de Marta Brunet se ha desarrollado siempre alrededor de las letras. Desde que salió del servicio diplomático ha vivido de su pluma, de sus cursos en las Escuelas de Temporada en la Universidad de Chile, de sus conferencias, de los derechos de autor de sus obras. Todo esto ha significado un largo y continuo trabajo, que Marta Brunet jamás abandonó, a pesar de la delicadeza de sus ojos. Aprendió a escribir al tacto. Jamás la abandonó su buen humor, su gusto por la sociabilidad —soy parlanchina como toda buena señora provinciana— , su afición por la historia natural, por la música, por los objetos hermosos. En su casa se suelen reunir muchos escritores chilenos: Manuel Rojas, J.S. González Vera, Enrique Espinoza; también los escritores jóvenes, por los que muestra un generoso interés; y personalidades como el ex Ministro de Relaciones Exteriores, Germán Vergara Donoso, que, como ella, fue operado de los ojos por los Barraquer.
En su larga obra de novelas y cuentos está impresa la fuerza de su personalidad. Los primeros lectores de Montaña adentro se extrañaron al saber que la autora era una señorita de provincia; el libro era demasiado áspero, demasiado recio, demasiado real. Son características que la obra de Marta Brunet ha conservado hasta ahora. (...)