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Camping en el país de las maravillas
Poemas de Rebeca Urbina (Carpe Diem, 2014)

Por Miguel Ildefonso





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El camping es una actividad que consiste en colocar una vivienda portátil y temporal en ciertos lugares que muchas veces dependen del fin que se propone, por ejemplo, recreación, refugio o protesta. Aquí estamos en un camping que se instala en “el país de las maravillas”, que no puede ser otro que nuestro querido Perú y sus ricas montañas y risueñas playas. Pero el propósito de la poeta no es de ensalzamiento como el conocido vals de Manuel Raygada, sino de la instalación de un lenguaje poético en un determinado tiempo para habitar el otro lado de las cosas, las antípodas o “antipáticas” como diría Alicia de Lewis Carroll; es decir, para desentrañar esos falsos deslumbramientos de un país que, fuera de sarcasmos, puede ser cualquier otro marcado también por la burocracia, el patriarcado o la intolerancia.

Heidegger decía que el lenguaje es la “casa del Ser” y el lugar primero de la verdad, y de esto se trata este camping que se instaura en la tradición poética del coloquialismo, en donde la ironía le sirve a la poeta no solo para sacar a luz esa verdad oculta en el sótano o en el patio trasero de esta casa sino, a su vez, para tener, en una suerte de happening rimbaudiano, la posibilidad de reinventar el amor y la ternura. Son cuatro secciones de esta morada.

En la primera, Casa en el árbol, estamos en el mundo familiar, el del hogar. El poema Arché nos habla del nacimiento, la entrada traumática a ese país de la gran economía que lo determina todo. Pero, visto como Heidegger desde la filosofía y la metafísica, el poema plantea un pensar poético que nos conduce hacia la proximidad del origen, dado que el origen es “lo reservado” que se quiere explorar, es lo que se conoce no por análisis sino por revelación. Y es que la escritura poética es tarea del pensamiento de la imaginación y del éxtasis. Y solo así el poeta es aquel capaz de escuchar la voz silenciosa del Ser para “mostrarlo”.

De alguna manera nacer significa exiliarse; y entablar nuevos lazos es también romper con el “jacuzzi personal”, por el cual nos constituimos como seres frágiles, al asecho del peligro. El cuerpo, entonces, se torna en refugio ante los grandes misterios que amenazan con su nueva violencia como hacen las turbulencias de la Modernidad. Por eso, volver al origen significa además recobrar la inocencia, su poder desacralizador, con la mirada ajena al pecado como se ve en el poema Boceto de teología. Significa, igualmente, volver a la madre y al padre en la fotografía familiar. Ellos nos interpelan, nos empujan a encarar el paso del tiempo. La fotografía captura el instante, la perpetua, pero a su vez está sujeta al olvido, porque la imagen es verdad y es mentira; la sensibilidad no queda capturada en la imagen, sino en las palabras. Las palabras son entes vivos e invisibles que capturan no lo perecible sino la esencia de las cosas: “Ambas aprendimos a respirar al mismo ritmo, a respetar el lado habitual de la cama, a convivir con el mismo olor./ Comprendimos, que ese hilo invisible que nos unía era más resistente de lo que creíamos.” Nos dice la voz poética.

Del amor y otros estropicios es la segunda sección. Como su nombre dice, aborda el tema de las fracturas y desencuentros entre los amantes. Aquí vemos a los gatos con su individualismo, con su convenido amor, voluble, engañoso y frío. Y la invocación sumisa y cínica de Magdalena ante el Maestro Jesús. La ironía quiebra el discurso patriarcal que hay en la religión, estigmatizando a la mujer pecadora, transgresora. De ahí que el amor derive en la pasión y el desenfreno, como vemos en el poema Tequila o en Belladona, o en Mala noche, que rompen con las convenciones femeninas del recato y el decoro: “Jadeo algo satisfecha de mi desenfado y rechazo el espejo que me denigra”, nos dice ella ahora en un camping de bares, en donde nos volvemos animales. Vuelta al origen de nuestra condición animal e irracional del poema Preludio, cuando la hembra Minerva cae en los desgarros irrisorios del macho Hércules. Y es que la civilización ha tratado de moldear el eros, fundar una sociedad basada en moldes religiosos, morales y políticos, que han hecho, finalmente, ocultar o enmascarar o mercantilizar aquel punto del cuerpo en donde se concentra el principio del placer, como vemos o palpamos en el poema Punto Perdido.

En la tercera sección, Farsas cotidianas, el ámbito es el social, la ciudad, el trabajo, la burocracia, el sistema capitalista, la mecanización y la deshumanización. La poeta parodia la actuación humana que hace que funcione el sistema de producción: “Aprendí/ a encontrar la posición más cómoda/ en la silla giratoria/ a decir buenos días aunque no sean tan buenos”, nos dice en el poema Soberana. Y el horario aplastante, el tiempo que nos devora civilizadamente están retratados en el poema Lunes plastificado, así como la mujer que se adecúa a su función femenina posmoderna en el poema Una dama en tres actos. Hay aquí un simulacro de delicadeza, prudencia, ecuanimidad, decencia, buena educación, valores consagrados por una sociedad ya muerta, arcaica, en donde el verdadero Ser se debate en entre el no ser y el parecer; no poder conciliar las expiaciones del mundo interno con el exterior por culpa de un sistema castrante. No queda, entonces, sino burlarse del estereotipo masculino en Loa y en Ronroneo, y otra vez con la metáfora del mundo de los felinos domésticos.

Finalmente en Archipiélago estamos ante poemas casi cosmogónicos, donde la naturaleza es la protagonista que ha de revelarnos ciertos misterios como el del tiempo y la belleza. La poesía siempre ha querido penetrar en esas inmensas preguntas, y la virtud de este libro es hacerlo desde la cotidianeidad, desde una perspectiva actual en un mundo regido por la pragmatización, desde el mercantilismo de las ideas. Ciertamente, el comercio, el flujo, la transferencia de los objetos hoy en día está determinando, en palabras de Heidegger, su Ser. Por el contrario, para el filósofo alemán la poesía es fundación, es lo que permanece por la palabra y en la palabra. El poeta nombra las cosas y ese nombrar es esencial, porque nombrar es abrir la existencia al ser originario. Nombrar es el decir donde se manifiesta el misterio del Ser.

En ese sentido, antes las cosas eran para quedar, así como el amor; pero hoy en día las cosas están para que circulen y se difuminen en una realidad virtual. De ahí el camping, que es un estar pasajero en un sitio; no para quedarse eternamente, sino para habitar un pequeño espacio lo más cómodo posible, experimentar el lugar o expoliarlo. La vida hoy quizás sea esa aventura de instalarse por unas noches y días en un sitio y explorar; luego nos iremos a otro país, igual de maravilloso. Esto es lo que se parodia en este libro. 4 haikus, El tiempo y sus caprichos, Archipiélago, son poemas que describen la mirada atenta de la poeta a ese mundo en apariencia ajeno, o en donde no está lo maravilloso, como en el poema De repente, se desbordó la paz…, allí pareciera que pisamos un mundo al revés, pero es más bien el mundo tal cual es hoy en día, así de ilógico e irracional.

En Marina y El secreto de las piedras calientes, la voz poética se rinde al poder de la naturaleza verdadera, aquí ya no hay ironía, las palabras se abrazan a los elementos que están vivos. Y esta es la otra interpretación o lectura que puedo hacer de este libro que nos presenta Becky Urbina, que sí, felizmente, existe una esperanza en ese otro lado de las cosas, tal como el descubrimiento de Alicia, donde no todo es el reflejo de lo funesto o deshumanizador, sino que involucra la aventura de dejarnos conquistar por nuestra original naturaleza para que podamos recobrar la transparencia inocente del disfrute de las cosas simples y sencillas como el amor.

Portada del Sol, invierno, 2014.

 

 

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Arché

“tengo miedo de mi desnudez y tirito
como una condenada”
Victoria Guerrero

Era una guarida
Oscura
Seductora
Un jacuzzi personal
A la medida de mi cuerpo
Mi piel untada de aceites y sales relajantes
Temperatura perfecta
Paredes suaves como almohadas
Perdida en el placer de tocar la punta de mis pies
Recibía la merienda sin mover un dedo
No recuerdo nada más
Ni cómo llegué allí ni si pagué la cuenta
Pero no me debieron desalojar vilmente sin previo aviso
Irrumpir contra la privacidad de mi jacuzzi y palparme con descaro
¿Con qué derecho me exiliaron al escalofrío?
Tomaron fotografías sin hablar con mi agente
¿Por qué ponerme de cabeza y darme palmaditas?
Exponerme desnuda en una caja de cristal
Esto es un rapto. No cabe duda.
No sé dónde estoy ni adonde iré a parar
No sé si volveré a ese Hotel de cinco estrellas
Rompieron el camino frente a mis ojos

 

 

Parque Kennedy

Leía a solas en una banca del parque y sentí que alguien se acercaba.
Apenas levanté la mirada, ya estaba a mi lado.
Un gato con larga cola a rayas y mirada desafiante.

Había muchas personas en el parque leyendo, dibujando, riendo, pero me eligió a mí.
Había muchos gatos en el parque, retozando, durmiendo, maullando, pero entre todos lo escogería a él.

Los primeros minutos se mostró receloso, daba pequeños pasos por la banca, ojeaba mi libro como si no le interesara, se erizaba en señal de alerta.
Poco después empezó a acurrucarse en mis piernas, a lamer mis codos y hasta a rascarse con desesperación, tirándome encima sus pulgas. No lo regañé, si aceptaba sus ojos hipnotizantes, también aceptaba sus plagas.

Intercalaba la lectura de mi libro con los planes a corto plazo: Cómo convencería a mi madre para que lo acepte en casa, en qué parte de mi cuarto podría dormir, si le gustaría más la leche entera o la descremada.

De pronto sentí frío y volteé a acariciarlo. El bellaco ya no estaba ahí. Me había abandonado con imperceptible frialdad. A lo lejos lo vi contornearse seduciendo a su próxima víctima.

Veleidosos son los gatos y sus apegos, pero siempre habrá suficientes en el parque.

 

 

Una dama en tres actos

Soy una dama. La dama que de niña soñé ser. Armonizo la delicadeza de mis movimientos con la simpatía de mi inocencia. Me instruí, minuciosamente, en la lección de la prudencia. Nunca pierdo los estribos ni pronuncio palabras indebidas. Soy imagen y semejanza de la decencia. La que aprendió a ser.

Soy como una dama. La dama que de niña jugaba a ser. Ciño el desborde de mis movimientos a la sugestión de mi inocencia. Me instruí atentamente en la lección de la prudencia. Pierdo los estribos por dentro y grito en la mente palabras indebidas. Soy la lucha por conservar la decencia. La que aprendió a esconder.

Odio ser una dama. La dama que me decían que llegaría a ser. Tejo la insipidez de mis movimientos con la falsedad de mi inocencia. Me instruí, monótonamente, en la lección de la prudencia. Soy incapaz de perder los estribos o pronunciar palabras indebidas. La efigie y semblanza de la decencia. La que aprendió a no ser.



 



 

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Poemas de Rebeca Urbina (Carpe Diem, 2014).
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