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LOS ARRESTOS DESESPERADOS DE BRUNO VIDAL

Roberto Merino
"Luces de reconocimiento", Ediciones UDP, Santiago, 2008, 178 páginas.



Al momento de escribir esta crónica me llama por teléfono José Díaz, el poeta cuya identidad de chapa es Bruno Vidal. Me habla un rato sobre "la conspiración". Le pregunto a qué conspiración se refiere. Me responde que a todas, que todo es conspiración, que en el Antiguo Testamento ya hay una conspiración: la de Dios contra Abraham.

Siempre que uno conversa con Vidal, no se sabe muy bien lo que él quiere decir, pero se tiene la impresión de que está en efecto diciendo algo -algo pensado, elaborado- por medio de cortinas de humo. Hace un tiempo le propuse hacerle una entrevista para un suplemento dominical: aceptó a condición de que el entrevistador estuviera en la pista de aterrizaje de Pudahuel y el entrevistado en la torre de control, ambos comunicados por walkie-talkie. Luego cambió de idea y decidió redactar él mismo las preguntas y las respuestas. Alcancé a divisar ese trabajo que no fue publicado jamás: todas las aseveraciones de Vidal eran oblicuas, metafóricas, resbalosas. "Hay que mantener una asertividad litúrgica", me dice ahora, en relación a una revista literaria que aparecerá en dos meses más y que estará en su totalidad dedicada a Bruno Vidal. Me sorprendo favorablemente con la noticia y le pregunto quién edita la revista: "Yo, pues, si esto es una conspiración".

Podría llenar varias páginas con ese tipo de diálogos. Todos ellos revelan que Vidal suele proyectar a la vida corriente -al menos a la vida literaria- los mecanismos lingüísticos que operan en su poesía, el humor incluido. Esto podría indignar a algunas personas, que con algo de razón exigen que las declaraciones de un sujeto se atengan transparentemente a lo que éste pretende comunicar. No saber, de hecho, dónde se acaba José Díaz y comienza Bruno Vidal ha originado una cadena de confusiones que han vuelto políticamente ambigua la imagen del autor. ¿Se trata realmente de un fascista? ¿De un aeda de los aparatos de seguridad del régimen militar? ¿De un escolta motorizado simbólico del general Pinochet?

Cuando en 1990 Vidal publicó su primer libro, Arte marcial, el reducido gremio de los lectores de poesía pudo asombrarse con la ferocidad mimética de esos textos: mimesis no tanto en el sentido de representación sino como facultad de hacer con las palabras un trabajo camaleónico: de sugerir un mundo ominoso por medio de la imitación de las hablas en curso durante el Último período crítico de nuestra historia. Nunca antes el slang de la CNI, los ecos de los recursos de amparo, la matraca de las consignas y la retórica de los bandos se había instalado de una manera tan notoria en la poesía chilena. Esto alternado con referencias con textuales a la poesía chilena misma y a íconos de las artes visuales de los atlas setenta.

Vidal ha vuelto a publicar. Se trata de una obra largamente aplazada cuyo título es Libro de guardia. Una opción de lectura es calibrar cuánto más lejos ha llegado Vidal en relación a su primer libro, cuánto arriesga, cuánto repite. Otra -la que me parece que se impone- es ingresar fenomenológicamente en los textos. Claro, se puede pensar que Libro de Guardia es una prolongación de Arte marcial y que condensa sus contenidos. Si en la portada del primero aparece una escena "oblicua e inminente" de un automóvil, una cuneta y unos puchos, en este caso se muestra la imagen frontal y provocadora, con gráfica upelienta, de cuatro campesinos enarbolando unos garrotes. La escena podría haber servido, antes del golpe de Estado, para ilustrar un manual de insubordinación agraria; después, para ilustrar los peligros de los cuales los golpistas dijeron habernos librado.

Varios poemas de Libro de guardia pueden caer en la categoría de memorables. Quizás el más conmovedor -por el modo en que Vidal articula las frases hechas y la frágil intimidad- es aquel donde un conscripto poco apto para la milicia recibe los consejos de un superior, del capellán y al final de su madre. Es ella, como una auténtica figura medieval (en el sentido que le da Auerbach a esa expresión), quien "le susurra la voz de mando". Le dice: "Hijo mío no me avergüence / Ud. demuestre que es capaz de defender / a la patria / No me haga sentir que no lo he criado / como corresponde / Ud. me hará el favor de responder / como lo que es: / UN HOMBRE HECHO Y DERECHO".


 

 

 

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Roberto Merino.
"Luces de reconocimiento", Ediciones UDP, Santiago, 2008, 178 páginas