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Los cantos de Sibila, de Andrés Morales
-Reseña de interpretación-
Por Carlos Almonte
La conexión se transparenta en el derrumbe, en los mármoles caídos, en la trasgresión total de un proceso lógico. La mujer primera, madre y profetiza, inicia el orden aparente. No es posible ya ingresar enmascarada, aunque el plácido lamento no defina justamente aquel silencio. En el caos hexamétrico, la llamada, el ruego; es posible el flujo cálido o modulación sinusoidal. Un mensaje inscripto en el secreto y las demás dificultades, propias de un abismo insuperable. Comunicar es no comunicar; comunicar es ruido blanco, es infrecuencia, es una frase sin final. Y en medio de esta enfática vorágine, una palabra, una fiera sin dominio, cruza el cielo como el viento y esa Estela solitaria. Fiel oráculo y valiente. Ahora sienta en sus rodillas la belleza y la seduce-ampara y luego expulsa hacia un costado. Un grito enloquecido hacia las nubes, la exigencia, el odio, la caída. El paisaje es desolado, el abandono, la visión. Todos los muros se derrumban y el andar de euforia, de embriaguez y arrobamiento, se traduce en sujeción, en vaho gris, en sutil vacío. Es el trance de Sibila en el presagio. Es también el trance del que escucha, o lee, al confesar en este espejo solo, ya quebrado. El galope de los muertos no se oye, sobre una estepa inconsolable de silencio y abstracción. El oráculo marchita y no se duerme ante el paso lento de una sombra quieta en la planicie. Ya no es necesario algún acuerdo, sino simplemente caminar sin rumbo, sin la espera de respuestas, de señales o de profecías sin cumplir. El designio ha sido recibido y, sin embargo, Dios no llora / y no llovizna.