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La niña de los sapos
Presentación a Diario de las especies de Claudia Apablaza
Diego Zuñiga
Santiago 12 de septiembre del 2008.
Me gustan los escritores obsesionados. Me gustan los libros que nacen de una obsesión, libros enfermos, quizás, libros que existen porque hay una necesidad, tras ellos, de escribirlos. Eso se nota, se siente, se palpa.
Diario de las especies, la primera novela de Claudia Apablaza es de esos libros: un texto que demuestra la obsesión de la autora por un tema en especial: la literatura. Pero es cierto, una obsesión no basta para crear un buen libro. No. Tienen que haber más elementos. Y acá los hay, podría enumerarlos, hacer una lista como las que le gustaban a Perec, uno de los escritores que aparece y desaparece en esta novela de Apablaza, como también lo hacen Vila-Matas, Nothomb, Piglia, Bolaño y otros escritores que están en el disco duro de la autora. Nombres que cita Apablaza y que van generando nexos entre su novela y los libros de ellos, citas no gratuitas, sino necesarias, porque representan la forma de ser de la protagonista: A.A. Una chilena que viaja a Barcelona, que publicó un libro de cuentos y que ahora quiere escribir una novela aunque olvidó cómo hacerlo. A partir de ese olvido decide crearse un blog para compartir sus dudas y preguntas con otros blogeros, con gente anónima que le comenta sus posts y con los que ella va compartiendo su vida, su vida encerrada en una biblioteca, una vida llena de libros, de citas a otros autores, a otros textos, una vida enferma de literatura.
Pero también una vida enferma del pasado, marcada por un trauma. Marcada por la niña de los sapos. Marcada por la obsesión de un momento: la niña de los sapos, la que va al río y es atacada por unos patos. Ese momento cambia todo, es una fractura, un quiebre en su historia, en su vida. Y ese quiebre se muestra en los post que escribe A.A, se muestra en esta búsqueda que hace la protagonista por recordar cómo se escribe una novela, como si ese trauma fuera la pieza clave del puzzle. Y me gusta quedarme detenido en esa pieza, porque también me parece que es fundamental para entender, en parte, la novela: en el trauma está la clave de la enfermedad de la protagonista. La obsesión por la literatura empieza cuando esos patos la atacan en ese río de la sexta región de Chile. Y a partir de eso podemos entender, creo, el uso de la intertextualidad, que acá no es, como dijo erradamente Patricia Espinosa en su crítica, para parecer posera ni mucho menos, no, acá la metaliteratura nace a partir de un quiebre en la vida de la protagonista, de un dolor, de un trauma que está ahí y que no se borra, que aparece aunque ella intente divagar sobre la escritura y perderse en ese terreno. No. La niña de los sapos está ahí y ni siquiera la biblioteca de Barcelona donde se encierra A.A. sirve para borrarla, para hacerla desaparecer de su historia.
Quizá cambiar la premisa: A.A. está obsesionada con la literatura. Pero antes que eso está obsesionada con la niña de los sapos, con el día que su vida cambió por completo. Y Apablaza juega con esta historia, nos la entrega de a pedazos, fragmentada, con pequeñas pinceladas mientras esconde todo ese dolor en reflexiones sobre la literatura, la filosofía y otras cosas. Darle un giro al minimalismo y no quedarse callado, no, hablar, hablar mucho para despistar, para que los lectores que no estén atentos caigan en el juego de A.A., para que ellos no se den cuenta de que detrás de todo lo que dice está esa niña de los sapos.
Está la emotividad.
Está la tristeza.
Está la posibilidad de que las cosas hubieran sido distintas.
Y acá Apablaza es muy inteligente al ir generando mundos a través de cada posteo de A.A., donde surgen las voces de los comentaristas y, de esa forma, agregar más información, más datos, más historias que rodean a A.A., que la involucran, que la provocan. Sin embargo sigue apareciendo, de vez en cuando, la historia de la niña de los sapos y esos mundos giran en torno a eso, a ese detalle, a esa escena, a esa imagen.
Al terminar el capítulo del blog aparece la otra historia, la historia contada con mucha ironía de lo que pudo haber pasada con la niña de los sapos si no hubiera sido atacada por los patos. La historia de una vida feliz, quizás, pero extraña también, en la que Apablaza apuesta por mostrarla como otro camino absurdo, como otra posibilidad, en ningún caso mejor a la que termina viviendo A.A., y al final se termina generando una especie de círculo, un círculo vicioso que tiene que ver con la imposibilidad de cambiar las cosas, de dejar de estar condenado a ciertas obsesiones, a ciertos traumas, a cierto dolor. Y de aquí, podemos entender, que surge la necesidad por la escritura, la obsesión por la literatura. Acá está la génesis de la novela ausente que recorre todo Diario de las especies, esa novela que A.A. nunca llega a escribir, quizás, pero que probablemente se trataría de la niña de los sapos, de cómo A.A. logra desprenderse de la niña de los sapos y logra aceptar esa fractura para poder seguir viviendo, leyendo y escribiendo otras novelas.
Porque al final A.A. se convierte en un pato que ataca a la niña de los sapos y que retrocede, que vuela hacia atrás, junto a los demás patos, en una imagen que queda dando vueltas en la cabeza del lector, una imagen que representa la apuesta de Apablaza y su literatura: evitar un realismo chato, cansado y claustrofóbico que se ve en los libros de una narrativa chilena que sigue apelando a historias viejas, que no se arriesgan por dar un giro y salir del campo chileno, salir de la familia burguesa, salir de los lugares comunes que ha pisado nuestra narrativa desde hace mucho tiempo.
No, acá los patos vuelan hacia atrás y Apablaza nos dice que hay que dar un giro, que hay que apostar por cosas distintas. Arriesgarse a contar historias que tienen que ver con las obsesiones de los autores, obsesiones que si están bien contadas generalmente terminan por conectar con el autor, por conmover, como pasa acá con la niña de los sapos y muchos otros detalles que quedan dando vuelta en el lector, detalles como el de esa pareja de hermanos sordomudos de los que habla A.A. y que, después de finalizada la lectura de la novela, nos siguen penando, nos siguen intentando decir algo que debemos descifrar con el tiempo.
Claudia Apablaza apuesta por una historia alejada de todo este realismo, apuesta por una metaliteratura que recuerda a Enrique Vila-Matas y al mejor Sergio Pitol, al de “Trilogía de la memoria”, donde el mexicano mezcla ensayo con memorias, literatura con vida y todo adquiere una lógica ajena a las modas y al uso de la cita gratuita. Porque Apablaza entiende que con la literatura no basta, no, entiende que debe haber humor, mucho humor y también dolor, el dolor de una mujer obsesionada con la literatura y fracturada por un pasado que no la deja en paz, pero sin caer en la afectación, no, Apablaza es inteligente y la evita y juega con una estructura novedosa, como el formato blog, pero que no se queda en esa novedad, no, porque acá el blog habla de una protagonista fracturada, fragmentada y perdida que intenta reconstruir su autobiografía, porque en el fondo esa novela ausente que recorre Diario de las especies es eso: una autobiografía encubierta en citas, en la locura, en la enfermedad, en la literatura y en el delirio de personas que pasan pegadas a un computador buscando respuestas a una soledad que los acecha. A los comentaristas del blog, a la autora, a nosotros, los lectores de esta novela, y a la niña de los sapos.