Presentación de Diario de las especies en México
Por Tryno Maldonado
La primera vez que escuché hablar de un blog fue hace cosa de seis años, pero de forma indirecta y circunstancial. El suceso corrió por toda la red, e incluso por varias televisoras internacionales. Se trataba del primer flashmob del que yo tenía noticia. Una multitud de gente se había dado cita en un centro comercial de Estados Unidos de manera totalmente anónima y súbita a una hora acordada, previa convocatoria a través de posts de blogs en Internet. El aviso reunió a más de un centenar de personas que nunca antes se había visto las caras. El objetivo común y preestablecido, no era otro que tirar al suelo un dinosaurio de más de cinco metros de altura que servía como promoción de alguna marca comercial. La conglomeración operó como un enjambre de abejas asesinas, ágil y cien por ciento eficaz. En menos de un minuto, el piquete de cibernautas consiguió su objetivo: derribar el enorme monstruo de fibra de vidrio, y así, con la misma celeridad que se había reunido, consiguió esfumarse en instantes sin dejar rastro. Ni los guardias ni las autoridades pudieron hacer nada, mas que observar con la boca abierta la efectividad de la jauría para reunirse, operar y luego dispersarse, todo en alrededor de un minuto. El o los culpables originales no pudieron ser rastreados. Cualquiera desde una computadora pública pudo haber dado de alta su blog y postear de manera abierta la convocatoria. El mismo fenómeno pude verlo tiempo después. Pero en esa ocasión el objetivo del flashmob fue una inocua guerra de almohadas en las afueras de un Sears de Toronto.
A pesar del trasfondo cándido e inofensivo de estos dos sucesos, los alcances y el impacto social que este tipo de mítines podrían alcanzar me dejó con la boca abierta. Las posibilidades rebasaban con mucho mi imaginación. Y no pasó demasiado para que pudiera comprobarlo: en diciembre del 2004 se realizó en Rumania un flashmob frente a la mayor televisora nacional, a manera de protesta por la censura que ejercen los medios masivos en ese país. La gente llegó al lugar convocada por Internet, se tapó la boca con cinta adhesiva, comenzó a trotar en círculos frente a la puerta de la televisora y en instantes se diseminó de nuevo. Pero si de impacto social se trata, no hay que dejar de mencionar el papel decisivo que tuvieron los flahsmobs coordinados a través de teléfonos celulares para la caída del presidente filipino José Estrada en el 2003.
Por entonces descubrí que la herramienta de la que se valía la mayoría de los flashmobs, con algunas excepciones, no era otra que la bitácora electrónica, del inglés web-log y mejor conocida por su diminutivo: “blog”.
Claudia Apablaza, en Diario de las especies, ha decidido impostar la plataforma de un blog para elaborar un ejercicio literario que desborda cualquier clasificación de género y que, si nos aventuramos un poco, podría definirse desde ya como un género en sí mismo. No son escasos los libros entregados por esta generación que toman como estructura básica la de una plantilla electrónica, y son bien conocidos los casos de los blogs que, incluso, han dado el salto del formato digital al impreso. Sin embargo, es grato encontrarse frente a un libro como el de Apablaza, donde su objetivo final no es meramente la impostura del formato digital ni la imposición de una forma novedosa por el puro gusto de inventar la pólvora. No. Lo que hay en Diario de las especies es otra cosa. Literatura de la mejor cepa.
No es tan raro que la literatura y la tecnología vayan de la mano y que incluso la una adopte las formas y los soportes de la otra. En su época, la magnetofonía fue un recurso diegético muy en boga de los narradores de los años ochenta. El manuscrito hallado, el palimpsesto sobre el que se reescribe, se convirtió de pronto en una cinta magnetofónica extraviada que revelaba los secretos de Nixon, o en la prosa desbocada y delirante supuestamente escuchada en la radio. Lo mismo el video-clip y la estética fragmentaria del zapping televisivo durante los años noventa. Sin embargo, en lo tocante a los soportes electrónicos, no deja de resultar paradójico que la generación que atestiguó el apagón del mundo análogo para ver el nacimiento de la era digital, es decir, la nuestra, sea una generación que si bien ejerce puntualmente la escritura electrónica a través de estos blogs, sea también a fin de cuentas una generación de narradores dóciles y conservadores que en su gran mayoría han adoptado formas y géneros tradicionales al momento de hacer literatura. Es por eso que la más reciente entrega de Claudia Apablaza nos da doble motivo para ser celebrado por el riesgo de su apuesta.
Aquella masa de seres anónimos que en su tiempo convocó Ray Bradbury en su cuento “La multitud”, en Diario de las especies adquieren un nombre propio y una identidad para enunciarse al instante de ocurrir un accidente literario público (quizá falsos, quizá no, dentro del juego infinito de identidades que se esconde detrás de una dirección IP en este libro). Son estos lectores colocados en un segundo plano diegético, a quienes les toca completar el texto, interpretarlo, modificarlo como lo que es: un texto wiki que mutará y al que le crecerán rizomas, comments, archivos de audio, de video, widgets, links, links innumerables. Aquí aparecen expuestos los tipos básicos de lectores de blogs: el lector afable y erudito que generosamente complementa el texto con nueva información fidedigna y con links funcionales y de total pertinencia; el lector casual o lector sombra, que ha encontrado el blog como quien encuentra un lote baldío y va poniendo todo su esfuerzo por ocuparlo con aparente buena voluntad; el lector rémora o el lector spammer, que pretende jalar links a su propio blog colgándose de otros sin mayor mérito, encanto ni talento; el lector groupie, que rebasa al lector amistoso y todo interés literario, que pretende sacar algo más de la autora del blog, siendo lo menos una dirección de e-mail, y siendo su ideal máximo un encuentro sexual convenido con ella a partir del blog o de un chat en messenger, por supuesto; el lector anónimo, esa plaga a veces insoportable que hará todo cuanto esté en sus manos por demostrar la imbecilidad del dueño del blog, por denostrarlo, por demostrar que él es más brillante, que es mejor escritor y que además es más sexy, pero que el mundo aún no lo sabe o ha sido injusto con su causa, que hará todo por boicotear el contenido y el diálogo en los posts, o que simplemente hará lo posible por tirar toda su mierda y embarrar al que se le ponga enfrente. Ahí están todos en la taxonomía de las identidades cibernéticas propuesta por Apablaza en Diario de las especies, incluido el más resbaladizo, el más sigiloso y astuto de todos los lectores de blogs: el Alter Ego.
En la novela de culto El club de lucha de Chuck Palahniuk, Tyler Durden (el alter ego salvaje del apocado protagonista) tiene un trabajo como proyeccionista de cine. Cada que puede, Durden boicotea las películas hollywoodenses que le pagan por proyectar. De la misma forma que los lectores alter-ego se boicotean a sí mismos en sus blogs. Lo que hace específicamente Tyler Durden en cierto pasaje de la novela, es introducir un fotograma de una película porno en cada marca para cambio de rollo dentro de una cinta clasificación A: un momento fugaz y desconcertante en la pantalla que se vuelve casi imperceptible para el espectador, pero que logra su cometido subversivo. Este tipo de intervención, de apropiación o de subversión en los textos de todo tipo, incluidos por su puesto los blogs, es lo que Ronald Sukenick en su tiempo llamó “hiperficción” y que es a su vez uno de los elementos fundamentales de la cultura avant-pop.
En su cuento “Mi nombre en el Google”, Claudia Apablaza (o quizá su propia Tyler Durden) escribe: “Cada noche busco mi nombre en el Google. Hace exactamente tres semanas que no aparece nada nuevo. Esto me irrita, me molesta, me produce mucha rabia. A estas alturas si no apareces en el Google, no eres nadie.” Tal como hace Tyler Durden al boicotear y re-contextualizar los elementos de la información pop, pareciera que existe una generación entera de escritores encargados de sembrar información, de generar una identidad a base de retazos, de intervenir textos, de dejar un rastro informático ficticio o real por todo Internet del que Google pueda dar fe, para luego sentarse a observar las consecuencias de esta creación o de esta infiltración.
Esta suerte de lectores/escritores operantes y participativos que alteran o editan cualquier texto en línea, esa legión sin nombre que se encarga de editar la Wikipedia, son los mismos lectores de los que se nutre Diario de las especies. Están allí, observando, atentos y atentas, son legión. Acechando anhelantes de ser los primeros en saltar sobre la presa del siguiente post del día en el blog, en una suerte de Tensó multitudinario y sin reglas.
“Las tramas invisibles y fragmentadas que se tejen hoy en día se disuelven en nuestras cabezas apenas cerramos un libro. Son invenciones muy frágiles. No alentaría a un lector a que las recordara. El recuerdo, según Freud, está determinado por el proceso de investidura. El recuerdo de una imagen o situación tiene que ver con el ‘trauma’. Trauma entendido como situación externa o interna movilizadora de energía psíquica. Vivimos en traumas infinitos. Estamos vivos. Estamos en continua relación con estímulos externos e internos. Debemos investir continuamente. Caminamos por la calle y si bien hay miles de estímulos interviniendo en nosotros, nunca vamos a recordar todo lo que sucede en un paseo, por muy entrañable que sea. Sólo aquello que podamos caracterizar y además incluir en las categorías ya establecidas de conceptualización regulares (diría conjuntos semánticos). Es decir, el recuerdo se produce por una repetición de un estímulo y que, posteriormente, es relacionado a una palabra (de sensación-cosa se va a la sensación-palabra). En cuanto a la literatura, la escena vista o leída se entiende como otro trauma más. En las nuevas aproximaciones virtuales, la cantidad de estímulos es más fugaz, menos regular y moviliza montos de energía menor. Demasiados estímulos que muchas veces no se vuelven a repetir. ¿Cómo recordar lo virtual? De cierta manera, recordar lo virtual es linkear. Para que se lleve a fondo el recuerdo virtual, tenemos que estar conectados a la máquina. Linkear en la PC, es saber recordar. Linkear es un acto material.”
La propia Lucía Joyce, en su locura, nos dice la narradora de Diario de las especies en una réplica de un comment, había vislumbrado las posibilidades en esta nueva estirpe de lectores cibernéticos condenados a la perecedera memoria de un link. “Tal vez Lucía Joyce sospechó de esto. Su psicosis fue producto de que no tenía la máquina para navegar. Su padre no lo supo. Jung, menos. En algún minuto se sospechó de la máquina de navegación, pero no se alcanzó a materializar. Lucía lo sospechaba y no la tuvo. Su padre le entregó [en cambio] un lápiz y un papel”.
Desde hace unos años, en Japón ha aparecido un fenómeno social muy peculiar que podría valer como una reducción representativa de toda una generación. Se trata de los hikikomori, o solteros parásitos, como también los llaman. Los hikikomori son adolescentes y adultos jóvenes que se ven abrumados por la sociedad japonesa y se sienten incapaces de cumplir los roles sociales que se esperan de ellos, reaccionando con un aislamiento social casi absoluto. Los hikikomori a menudo rehúsan abandonar la casa de sus padres, viven de ellos, parasitan, y puede que se encierren en una habitación durante meses, o incluso años, evitando en la medida posible todo contacto humano. El único contacto con el mundo de estos adolescentes y jóvenes es el Internet, las redes sociales virtuales y los juegos de video en línea. La gran mayoría de ellos son varones, y muchos son también primogénitos. Este tipo de fenómeno ha aparecido mayormente, aunque no de forma exclusiva, dentro de las clases media-alta y alta, donde los jóvenes poseen cuarto propio, lo cual es considerado un lujo en Japón. La palabra japonesa hikikomori significa aislamiento en español. Aislamiento y desencanto podrían ser también las palabras clave para describir a un generación entera de nacidos a partir de los años setenta, a la que pertenecemos, para describir de la misma forma a la secta de lectores solitarios que van ocupando poco a poco la biblioteca en la que ha terminado por habitar la narradora de Diario de las especies.
A.A., nuestra narradora, ha decidido emprender un viaje en busca de una voz propia, en busca de señas de identidad fuera de su país. En esta búsqueda iniciada entre estanterías de biblioteca, deberá pasar por lo que ella misma llama el “proceso Nothomb”. Los lugares en esta biblioteca para dormir son peleados, sobre todo si se puede descansar la cabeza junto a una novela de Amélie Nothomb. Las horas de estancia en la biblioteca se convertirán poco a poco en días y en noches enteras. Pero esto sólo después de haber superado, obviamente, el “proceso Vila-Matas”, para quizá más adelante lidiar con el “proceso Bolaño” o el “proceso Piglia” o el “proceso Lispector”. Los niveles diegéticos en el blog, y los propios lectores animados en los comments, se contagian de este entusiasmo de lecturas iniciáticas y de descubrimientos conforme los procesos lectores se suceden y les son comunicados a través del blog de la protagonista. Nuestra narradora debe emprender un viaje trasatlántico desde su natal Chile hasta Barcelona que, paradójicamente, servirá para confirmar en la inmovilidad de una biblioteca lo que ya decía Proust: que todo viaje de iniciación no consiste en descubrir necesariamente nuevos horizontes, sino en aprender a contemplarlos con nuevos ojos.
En una carta dirigida a Enrique Vila-Matas, la narradora de Diario de las especies le consulta sobre si consideraría un plagio –él mismo maestro de las identidades literarias falsas– el que ella se apropiara de su primera novela, La asesina ilustrada. Como toda respuesta, Vila-Matas le recomienda enigmáticamente “deconstruir” el texto, tal como Marguerite Duras le recomendaba a él según sus memorias en París no se acaba nunca, tomar una escoba y “barrer”. Barrer el suelo, barrer las escaleras, barrer el edificio entero cada vez que se sentía acosado por sus preguntas de escritor imberbe. Así es que la narradora de Diario de las especies lo hace tal como lo manda Vila-Matas: ella se levanta muy temprano todos los días, durante un mes completo, y lo primero que hace antes que cualquier otra cosa es eso: deconstruye La asesina ilustrada, sin saber muy bien qué quiere decir eso de “deconstruir”, ni tampoco a dónde va a llevarla todo aquello. Entre la escoba de Duras y la reconstrucción de Vila-Matas no hubo gran diferencia a fin de cuentas. En Diario de las especies, sin embargo, la narradora termina furiosa ante lo aparentemente fútil de la empresa de decostrucción, y acaba arrojándole manzanas a las ventanas del piso de Vila-Matas en Barcelona.
Si Marguerite Duras le entregó después de todo un decálogo para volverse escritor a su inquilino Vila-Matas, nosotros con ella diríamos que hoy Claudia Apablaza, luego de vindicar su enorme talento y pasión por la escritura y la literatura, sólo deberá preocuparse por el último de esos consejos de la Duras: “Escriba. Escriba y no haga nada más”.