"Diario de las especies", Novela de Claudia Apablaza.
Lanzallamas Libros, 2008, 147 páginas.
Una diosa en Barcelona
Por Patricia Espinosa
Las Ultimas Noticias, 29 de Agosto de 2008
En su pretencioso intento por mostrarse culta e inteligente, además de sensual y calculadamente freak , la protagonista de Diario de las especies resulta tan vacua y patética, que cuesta creer que estamos frente al segundo libro de un autor o autora –en este caso, Claudia Apablaza (Rancagua, 1978)– y no ante una lamentable experiencia primeriza. Se trata, sin más, de una novela posera, afectada, superficial, donde lo 
único que parece importar es el autoensalzamiento de un yo que busca con desesperación ser parte del mundillo literario: un impúdico ejercicio de arribismo intelectual que quizás –con buena voluntad– podría haberse salvado del estrépito total gracias al empleo de cierta ironía, pero la verdad es que incluso eso hubiera significado pedirle una perita al olmo.
El libro consta de dos capítulos de distinta extensión y calidad descendente: “Búsqueda de una novela” y “Persona”. El primero utiliza el formato del blog, pero es un blog censurado, pues nadie habla mal de la protagonista ni le discute sus opiniones. Al contrario: todos la desean y le celebran sus ocurrencias. Si las falencias de este segmento podrían escudarse en el hecho de que se ha experimentado con un nuevo formato, en el segundo capítulo no hay caso: la narradora decide “convertirse en persona”, instalando un mensaje de bienaventuranza prístino, rayano en la mera estupidez.
A. A. es una chilena de 27 años que vive temporalmente en Barcelona e intenta elaborar una novela autobiográfica. Vive sola y pegada a su computador, narrando innúmeras experiencias como literata y contestando los mensajes de sus enciclopédicos amigos. Luego opta por quedarse durante las noches en una biblioteca para leer, escribir y, en un acto de extremo apego por los libros, tener sexo entre anaqueles con una pequeña cohorte de vagabundos letrados.
En los textos que arman el blog, proliferan los más burdos y relamidos lugares comunes en torno a la literatura y el oficio de escritor. A cada rato surgen definiciones sobre el quehacer literario, rankings de autores, resúmenes de sus obras e inaguantables biografías que parecen sacadas de Wikipedia. Dos momentos memorables de este exhibicionismo ocurren con la absolutamente prescindible explicación sobre una parte de la obra del teórico ruso Bajtin y con una risible definición de deconstrucción. La vanidad de la narradora no tiene nombre: se cree superior porque es escritora o porque intenta serlo; insiste hasta el hartazgo en demostrar que es rara, que tiene una madre loca y que de chica jugaba con sapos y hasta se los comía. Para rematar, le viene un ataque de cursilería salvífica del tipo Juan Salvador Gaviota: se vuelve pato y, como parte de una bandada de esos bichos, lleva un mensaje sobre el calentamiento global. Luego el pato descubre que está preñado y que por lo tanto es pata, pero en ningún caso estamos antes una novela de corte humorístico. O al menos de modo intencional.
Sin duda, la idea de estructurar una novela utilizando el formato del blog puede resultar interesante; sin embargo, Claudia Apablaza, debido a su prepotencia, porque obviamente cree que ser escritora –aunque se agarre de las mechas con la sintaxis– la convierte en una divinidad frente a un mundo de analfabetos, destruye sin vueltas su proyecto, cayendo en una escritura de una ingenuidad que termina generando tristeza, por lo bobalicona y ridícula.
