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Un espacio de asfixia
Junta de vecinas (Algaida, 2012)

Por Gabriela Bejerman

Publicado en Pez Banana Fanzine, México, Julio de 2013

 

 

 



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Se publicó en España una antología de dieciséis narradoras chilenas nacidas -en su mayoría- a partir del año 1970. En la antología coordinada por la escritora Claudia Apablaza, Junta de vecinas (Algaida, 2012), la familia aparece como un espacio de asfixia y escaso afecto, donde son imposibles el placer, la risa y el juego. La figura de la mujer siempre aparece en un rol familiar que le queda incómodo, y la desolación, la soledad, la enfermedad, la muerte y la desgracia, sin ironía, son la nota predominante.

En principio, la familia está presente en todos los cuentos, cuando no es eje principal del relato, funciona como marco, siempre asfixiante. Las figuras de madres son ausentes, abandónicas, moribundas, enfermas, muertas. Su rol siempre está problematizado. También aparecen en muchos cuentos los hermanos, su vínculo no está tan cerca del afecto como de alguna clase de imposibilidad. Por ejemplo, hay dos cuentos en los que ocurre fratricidio, “Partículas de sol”, de Andrea Maturana, y “Contar hasta diez”, de María José Navia. En el primero, un niño deja morir a su hermano por celos. En el de María José Navia, dos hermanas gemelas conviven con su padre, han perdido a su madre por un descuido del padre. Una de las dos matará a la otra del mismo modo que ocurrió la muerte de la madre, se repetirá una estructura de la que es imposible escapar.

“Función triple”, de Lina Meruane, es un cuento de escritura experimental donde tres hermanas de madre ausente participan en un juego sin risa y cuya conclusión es una especie de parto invertido, vuelven a entrar, no pueden vivir sin madre.

El incesto también es eje de algunos relatos de este libro. Por un lado, en “Secretos de infancia” de Eugenia Prado Bassi. En este relato, dos hermanos varones cometen incesto rodeados de culpa. Lo prohibido es tanto el incesto como lo homosexual. Este es un cuento erótico, su escritura intenta transmitir esa excitación que comparten, pero no hay placer sin culpa, sin castigo, sin prohibición; tampoco puede haber amor sin perversión, simplemente no puede haber amor.

En “Árbol genealógico” de Andrea Jeftanovic, un padre viudo se ve seducido por su hija adolescente. Se encierran a vivir su amor y sexualidad más allá del mundo. El cuento se abre a una escritura poética, pero la relación entre sus personajes es dolorosamente endogámica, sin salida. El punto de vista del padre, quien narra, genera aún más incomodidad en este cuento que desplaza la voz femenina, ya que solamente se escucha a la hija a través de la voz primordial del padre.

En el cuento “Adagio”, de Patricia Pobrete Alday, dos mujeres ancianas, aparentemente hermanas, llegan a un encuentro corporal a través de la enfermedad de una de ellas. El tacto que se concreta al final del cuento es a la vez un momento erótico y una humillación.

“Déjame ir”, de Francisca Solar, es un cuento fantástico donde un hijo mantiene a su madre muerta en una especie de “cárcel” adonde puede ir a visitarla. La madre sufre no pudiendo morir del todo pero no se atreve a exigirle que la libere. El hijo no la dejará ir. Su afecto seguirá siendo una forma de tormento. El cuento subraya lo inexorable, que no hay salida.

“Ramal”, de Cynthia Rimsky, es un relato que aparece acompañado por fotografías. En esta especie de crónica, alguien llega a un pueblo pobre y aislado donde una niña es feliz, pero al costo de ser marginada, mal vista. Quien viaja y la niña comparten un aire de libertad –casi inexistente en el libro en general-, pero este aire sólo servirá para mostrar por contraste el clima de enfermedad, pobreza, violencia y desolación al que la  niña deberá sustraerse sin escape.

Hay algunos cuentos de desencuentros amorosos, como “Juan y Marta”, de María Paz Domínguez, una especie de descripción abstracta y general del desencuentro de una pareja que se separa. También en “La historia más larga de amor se puede escribir en ocho páginas”, de Carolina Melys. En uno de los cuentos más experimentales, “Elpasolitas, usos prácticos”, de Mónica Ríos, una científica, empapada de su lenguaje, expone su sensación del mundo, del que está totalmente alejada. Si bien ella es una profesional, el final del cuento la encuentra diciendo que es una mujer “sin hombre que duerma a mi lado”.

Para contrastar con la mayoría de los cuentos del libro, están “La tragedia de Traiguén”, de Alejandra Costamagna, “La antinovia” de Leo Marcazzolo y “1984” de María José Viera Gallo. Esta autora vivió exiliada hasta los trece años en Italia. En su cuento, a través de dos escenas concretas que son fiestas de adolescentes en Roma y en Santiago de Chile, se muestra toda una época. Tal vez el sesgo autobiográfico tenga que ver con la soltura del tono, con la claridad de las escenas, muy palpables, como escritas sin esfuerzo. Este cuento, donde la enfermedad también amenaza, no se regodea en la desgracia. A pesar del estado de salud de la madre, del contexto opresivo de Chile que el cuento quiere señalar, el cuento en sí no tiene afectación.

En el cuento de Marcazzolo ocurre algo parecido. Una novia que va a casarse se ríe de sí, mientras cuenta los pormenores de los preparativos, el casamiento y un curioso incidente que da sentido a su matrimonio: la caza de un ratón. Este es el único cuento del libro donde una narradora se ríe de sí y donde los roles y mandatos familiares y femeninos pueden ser burlados.

Existe una preeminencia de familia y muerte en el libro. La muerte de hermanos, de madres, la desgracia y la enfermedad asolan el ámbito de estos cuentos. Tal vez la conjunción de estos dos ejes esté expresando un deseo oculto, el de dar muerte a la familia como se la conoce y poder inventar nuevas maneras de convivir, de crear un hogar, un hábitat, un grupo de afectos. Muerte y familia podría significar muerte a la familia y a sus opresivos mandatos, los que impiden que, en estos cuentos, exista ese oxígeno de libertad que podrían ser la risa, la burla, la ironía, el desparpajo, el cachetazo limpio.

En este libro los cuerpos aparecen cercados, no hay cuerpo que pueda ser libre, que pueda soltarse, ser, moverse. Tampoco hay placer sin culpa o castigo. El último cuento del libro “Tiempo libre” de Lyuba Yez, presenta a una protagonista de veintisiete años con avanzado cáncer. Si bien la enfermedad quiere encerrarla, aplastarla, el cuento muestra una protagonista que, aunque sea por un rato, por una tarde, decide por sí misma, decide ser libre, sale a caminar por la playa y suspende por un momento ese proceso inexorable.

Son autoras jóvenes, sin embargo este libro no da sensación de juventud, sino más bien lo contrario. Se muestran vidas oscuras, marcadas por el sufrimiento, por la imposibilidad de soltarse y ser libre. Las jóvenes mujeres representadas son víctimas del desamor. Las ancianas, víctimas de largos sufrimientos. Las niñas, víctimas de la incomprensión, la escasez de afecto, el abandono.
Si estas autoras dedicaran su literatura a hablar de algo más “liviano”, si dedicaran sus cuentos a algo que no fuera “terrible”, entonces su escritura podría considerarse intrascendente, banal, cotidiana, cosas de mujeres… No hay en este libro, salvo las mencionadas excepciones, un tono de desenfado. No hay una actitud desafiante en cuanto a la construcción del tono, si bien hay cuentos experimentales. Este libro transmite una asfixia que no es capaz de enfrentar más que enunciándola.

Parece entonces que éste es el lugar de la literatura, el de denunciar una imposibilidad, mostrarla, dar voz a una mordaza. Así es como este libro predomina lo asfixiante, la desolación, la incapacidad de ser, soltarse, un mundo donde ni siquiera puede imaginarse la libertad.

En algún lugar tal vez hay una fuerza latente que no está dicha por ahora. ¿Dónde late el deseo? ¿Dónde late la vitalidad? ¿Dónde habrá lugar para el juego, la risa? Habrá que inventar ese espacio de respiración donde los límites dejen de oprimir, donde los roles dejen de contraer. Tal vez eso consigan las vecinas en su junta, sacudir los cimientos del edificio sin ventanas donde parecen estar conminadas a vivir.



 

 


 

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Por Gabriela Bejerman
Publicado en Pez Banana Fanzine, México, Julio de 2013