Cuando Gabriela Mistral propone la idea de patria como el suelo y la atmósfera de la infancia, entendemos —aunque patria sea una palabra destrozada por los engranajes de la historia— que se refiere al territorio sensible, a un país posible que no se establece política sino amorosamente: un lugar sin límites donde se acuna la potencia del por-venir. Si atendemos su sensibilidad poética, podríamos deducir que el crecer se presenta como un exilio involuntario a la infancia, una partida sin retorno de aquella singularidad a la que intentamos de una u otra forma volver, aunque sea momentáneamente, a través del juego.
Robinson Nahuelhuaique Chanes
El acento fuerte de ese exilio es el trauma, si la palabra queda empeñada en tratar de atrapar todas aquellas primeras experiencias a la deriva, en mitad de esa reconfiguración tan turbulenta que llamamos adolescencia y adultez primera. Me parece que es precisamente sobre este último sentido que se desarrolla la clave del desasosiego en La habitación de Robinson Nahuelhuaique Chanes.
El texto reúne una serie de poemas organizados en segmentos de acuerdo a elementos de una habitación (puerta de entrada, almohada, escritorio, ropero, techo y puerta de salida), aunque no se encuentran necesariamente ligados temáticamente a sus secciones. En esa dirección es interesante y coherente la propuesta de la habitación como un refugio y telón de fondo, el único medio ambiente posible que permite una intimidad temprana —nuestro lugar en la casa paterna o materna—, desde donde desarrollar las meditaciones de encierro y rememoranzas de un pasado errabundo idealizado.
Encierro voluntario
No me creo que sea invierno afuera.
No creo que sea invierno en ningún rincón
más que en el escondite que tengo en la ciudad.
Tengo la aurora boreal entre las paredes.
Elemento de gramática
Las lágrimas se volvieron letras,
formaron palabras.
Cada despedida fue un párrafo,
cada paso una coma.
Un reencuentro, un pase de páginas.
Tres besos… puntos suspensivos,
y llegamos a la última hoja del libro.
La poética de Nahuelhuaique parece responder a una visceralidad pulsional, una sensible escritura intimista de recolección durante los primeros siete años de su ejercicio como poeta joven. A momentos de una crueldad infranqueable, las imágenes cruzan un extrañamiento en sus observaciones de la vida cotidiana (religión, política, familia), cayendo en configurar ciertas sentencias o categorizaciones rígidas que dejan pocas salidas u opciones, aunque pueden leerse como cuestionamientos propios de quien se mantiene elaborando un constante duelo con la realidad.
Urbanismo
(...)
donde sólo se cree en el sol porque lo ves,
donde se cree en Dios
sólo para volver a crucificar a su hijo,
y ponerle la corona de espinas
al poco anhelo que conserva.
Ya es costumbre
Un perfecto desconocido
entre perfectos desconocidos,
oculto bajo el manto roto
del lecho familiar.
Desconsuelo que se seca no ayuda
al suplicio de despertar cada noche
en una pesadilla recurrente.
Todos los enviados
¿Acaso todos los que murieron sufriendo torturas
más crueles que las de cristo en la cruz
también fueron mesías enviados por Dios?.
Volviendo al tema inicial propuesto en esta lectura compartida, una frase similar al apotegma Mistraliano es regularmente atribuida al poeta Rilke (patria = infancia), aunque hasta el momento no he logrado encontrar la fuente, por lo que sospecho puede ser fruto de aquel funesto vicio de atribuir frases ‘para pensar’ a personajes notables. Lo que sí escribió el autor de ‘El libro de las horas’, además en la misma época que éste último, fueron una serie de cartas dirigidas a Franz Xaver Kappus, un joven poeta. Entre los comentarios de la primera misiva enviada por Rainier Maria, destaco en particular el siguiente:
[...] líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
El extracto resuena especialmente ante la dificultad temprana de discernir experiencias y materiales para edificar la propia escritura, comentario que me parece ha sido advertido desde el archipiélago de Calbuco por el joven poeta.
Este primer libro, de tiraje limitado lanzado a través del proyecto editorial-cooperativo Escafandra, se presenta no sólo a modo de un texto iniciático por medio del cual podremos seguramente rastrear las rutas de su poesía futura, sino además como un signo interesante relacionado a escrituras situadas en comunas como Calbuco y sus alrededores; tal vez el punto de inicio a una tendencia que ponga en circulación todas esas literaturas tradicionalmente no atendidas hasta ahora, incluidas sus nuevas voces.
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Por Carlos Aguilar Islas