En el vestíbulo que lleva a las salas principales donde se suceden de manera simultánea varios procesos de todo tipo, A habla en el teléfono empotrado a la pared junto a una de las gruesas columnas que buscan parecerse a las vigas que sujetan un panteón. A esa hora en un foyer amplio, como un enjambre de múltiples cuerpos, las siluetas impulsadas a una velocidad menor a un trote, pero mayor a un paso de paseo, chocan en todas direcciones, de punta a cabo en el salón común, yendo y viniendo. B, con una maleta de mano sujetada de un lado y el brazo libre haciendo de punta de lanza, intenta abrirse paso cruzando tangente y recta, tangente y recta, en una trayectoria estudiada a través de un veloz método algo insolente para con quienes quedan tras ese zigzagueo de no sé a dónde, pero voy con atraso. Cruza por allí como cualquier otra figura en el telón de fondo, pero se detiene al pasar junto a A. Algo le sujeta los oídos.
A: …¡qué me calme! ¿Cómo quieres que me calme si me sales con esta? Y más encima si yo te lo dije, TE-LO-DI-JE. ¿Es que nadie me escucha nunca? Generaciones familiares naciendo y muriendo espalda con espalda cuidando el material fotográfico y me salen con que alguien abrió un baúl que tenía una caja y ahora está todo velado, ¡todo ese patrimonio al tacho de un solo dedazo y nada que hacer! Bah, es como si nadie en esta familia tuviera alguna remota cornetera idea de lo que significa… ¿Qué? ¿Sin pruebas? ¡Ah! El papel está velado, caramba, todo se perdió. Quién los manda a andar intruseando… más encima invitando gente que no tiene nada que ver, ¡nada! Mira, hagamos algo. Yo ahora estoy acá en mitad de tú-ya-sabes-qué en ya-sabes-dónde, y tengo para un rato. En el peor de los casos, si nadie sabe realmente qué hacer o a quién apuntar, me pongo las pilas con esto del patrimonio y la caja y así. Le pregunto a alguien que sepa. Llámame acá mismo cualquier cosa. ¡Si sé que es un teléfono público! Solo anota el número y cuando hables pregunta por mí, de lo demás me encargo yo. ¡Sin pruebas mis calzones!
A cuelga de un golpe el auricular y se deja caer en una de las bancas de madera y fierro pintado junto a una de las columnas que parapeta el teléfono empotrado en la pared.
A: ¡Me quiero morir!
B Se acerca despacio, fingiendo casualidad luego de la carrera en zigzagueo.
B: No pude evitar escuchar todo el problema.
En la banca, sus ojos se mueven en todas direcciones enfocando aparentemente a un plano más allá del cuerpo frente suyo y de las paredes del foyer; luego sube la mirada lentamente hasta encontrarla con la de B.
A: Disculpe, pero este realmente no es buen momento.
B: Yo entiendo perfectamente.
Hay un silencio entre ambos, relleno con el ruido de pasos de múltiples ires y venires.
B: Sin embargo, con eso último…
Las manos corren de la madera y fierros negros directo al entrecejo. Suspira lento, jadeando, como quien abre despacito y con toda la delicadeza del mundo una pequeña válvula apretadísima, con el cuidado suficiente para liberar algo de presión sin romper la perilla o hacer estallar el pueblo completo.
A: Bueno, ¿y a qué eso último se refiere usted, si se puede saber?
Ante la respuesta firme pero de ademán distraído, B contesta llevando la mano libre al maletín. Una vez entreabierto, revuelve dentro algo con rapidez.
B: Mire, el asunto es más que simple, y es que hay una figura…
La explicación dura un momento, pero A escucha la voz de B como debajo del agua. Recobra su atención solo cuando la mano saca del maletín una hoja de papel que le muestra a centímetros de la cara. La mano de A contesta entrando en un bolsillo y saca un cigarro. Lo prende, y botando el humo en otro suspiro ahora más ancho, habla sin mirar a la cara.
A: Mire, si usted es una de esas personas encomendadas a lo que yo creo que está haciendo, desde ahora y para no gastar su tiempo ni perder el mío, déjeme decirle que…
B interrumpe como si no escuchara o quisiera escuchar el final de la frase, sacudiendo un poco el papel que extiende con la mano libre.
B: La cosa es bien fácil, harto más fácil de lo que parece realmente. Solo tiene que firmar en la línea picada y se puede concretar sin mayores problemas.
Fumando y mirando el humo azul que se tuerce entre los dedos, salta de pronto a un estado de tensión. La mano libre va al entrecejo y suelta palabras sueltas en voz baja, primero para sí, inaudibles. Contesta con impaciencia inmediatamente después.
A: ¿Concretar qué, exactamente?
B: Lo de morirse.
Cuerpos que van y vienen de sacado a sacado en el foyer principal, subiendo y bajando escaleras, chocando, zigzagueando, hablando cada quien para sí; hay un murmullo llenando los espacios de un silencio particulado que se cuelga en el aire viciado de movimientos rápidos.
A: ¿Ah?
B: Firme aquí.
Aún de pie, sonríe con la mano extendida.
A: Tiene usted que estar viéndome la cara.
Pone recta la espalda al escuchar la respuesta, sacando un poco el culo, como con el tipo especial de orgullo laboral fruto de un tipo particular de idiotez.
B: ¡Nada! En los días que corren ya no hace falta caer en ilegalidades.
A: ¡Ilegalidades!
B: ¡Ya lo ha dicho!, nada que lo empuje malamente una crisis cualquiera de todas las que puede experimentar usted o incluso yo, el asunto es bastante más fácil.
Tirando lejos lo que queda del cigarro, A sube una mirada dura que conecta como un golpe con el rostro que tiene enfrente.
A: Realmente es usted… ¡es lo peor que hay en kilómetros a la redonda! Y eso es decir bastante. ¡Lo peor! O al menos de lo peor en un ranquin encabezado por mierdas de alto vuelo. ¿Por quién me toma?
Presionando nerviosamente ahora la agarradera de la maleta, pierde todo su fantoche, seguridad postural, metiendo el culo de vuelta entre balbuceos.
B: Lo que sucede es que todo este asunto es un poco más complicado para mí en este caso, verá usted… no anda muy bien la cosa, y yo pensé que, con la resolución aprobada a la nueva figura, esto era cosa de matar dos pájaros…
A: ¡Pájaros! A mí no me vengan con eso de la nueva figura, ¡pájaros carroñeros como usted, más bien! En el peor momento y me salen con esta pasada. ¿Acaso vivimos en la tierra del chiste? ¡Transa en TV, radio, la vía pública, el mar, la tierra y el cielo!
B: Véalo como una ayuda a su problema.
A: ¡Ayuda!
B: Tengo familia, ¿sabe?, además fue usted y no yo quien dijo lo de…
A: ¡Yo sé perfectamente lo que dije! Merezco algo mejor… No, ¡el mundo!, es el mundo entero el que merece algo mejor que todo este chamuye. ¡Resolución! ¡Ja! ¡Ilegítimo, eso es lo que es realmente todo esto!
Parándose, se pierde entre la multitud, chistando entre el mar de cuerpos que vienen y van, diluyéndose en el ruido blanco de pisadas y papeles que se pasan de mano en mano amplificadas por un eco de panteón copiado. B avanza un poco y se deja caer sobre la banca junto al teléfono.
B: Vaya que así es como va la cosa. Ni una sola anotada. A este ritmo, ¿qué voy a decir en la firma cuando me pregunten por qué no traje nada de nada?
Se lleva las manos al rostro, acomodándose en el asiento, suspirando un ancho y largo suspiro, deshaciéndose.
B: …ganas de morir no me faltan.
Usando la técnica de zigzaguear entre la multitud, C se abre paso dejando ceños fruncidos a sus espaldas. Avanza sin objetivo claro, pero para la oreja al pasar junto a una de las columnas donde hay un teléfono y junto a este, una banca con un cuerpo que se queja. Se detiene casi en seco, luego se acerca fingiendo casualidad.
C: Disculpe, pero creo haber escuchado un pequeño gran dilema.
B: ¿Ah?
Al borde del llanto y con el cuerpo flácido sobre la madera y el fierro, sube la mirada un momento y se encuentra con que enfrente tiene un cuerpo sujetando una maleta.
B: Esto tiene que ser un mal chiste…C: ¡Nada!, y es que en este preciso momento estoy en mitad de algo, pero puedo hacer espacio en la agenda para matar dos pájaros de un solo tiro.
Comienza a buscar con la mano libre una hoja en el maletín entreabierto.
B: ¡Hágame un favor y piérdase!
B se levanta de la banca y deja a C a media frase en lo que se pierde a empujones en el mar de cuerpos repletando el espacio yendo y viniendo, subiendo y bajando. C mira la forma en papel y se deja caer para descansar un momento en la banda de fierro y madera. Saca de su bolsillo un último cigarro de un paquete arrugado, y mientras se distrae mirando cómo se tuerce el humo azul entre los dedos, suena el teléfono.
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Carlos Aguilar Islas.
Mago Editores, 2023, 113 páginas
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