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        “Casi  seguro” 
          Sobre el origen de Viento blanco, de Carlos Almonte.
 
          (La Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 2013)
        Por Martín Cinzano
        
           
          
        
          
          
          
        
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          Estoy casi seguro de ser, a fin de cuentas,  responsable indirecto de Viento blanco,  un texto de Carlos Almonte que, como tal, me niego a incluir dentro de género  literario alguno.  Estoy casi seguro de  haber sido yo, en octubre o noviembre de 2003, quien le dijo a Almonte: lee Los detectives salvajes, pero léelo al  tiro. 
          Estoy casi seguro de que, cosa rara, Almonte  me hizo caso. Y de ahí en más, pasó lo que pasó, Almonte se volvió loco y  empezó a planear Viento blanco. Y lo  planeó conmigo, y yo lo dejé solo.
          Estoy casi seguro de que mi primer ejemplar  de Los detectives salvajes (he tenido  al menos 4) fue comprado en Ahumada con Huérfanos, es decir que era pirata y  cuando se pasaba de la página 374, venía la página 374 y después la página 374  y así hasta el final, lo cual era aterrador no tanto porque la lectura se  interrumpía sino más bien porque quien se quedaba narrando en ese preciso  momento, hablando solo, sin lector, no era otro que don Amadeo Salvatierra, un  narrador clave (y entrañable) para los detectives salvajes y para gran parte  del paisaje de Viento blanco, y a  quien alguien como Carlos Almonte jamás dejaría hablando solo pues Amadeo  Salvatierra es una ética.
          Estoy casi seguro de haber dejado solo no  únicamente a Viento blanco de Carlos  Almonte, sino también a muchos proyectos de escritura empezados, imaginados,  terminados incluso, de los cuales, pasado un tiempo, desconfío y reniego.
          Estoy casi seguro de que, como tantos  lectores, Carlos y yo nos enamoramos de Lupe, lejos la mina más interesante de  la narrativa de Bolaño. Aunque Simone Darrieux, Brígida y Rosa Amalfitano  tienen lo suyo.
          Y del resto: “Podría hacer un brindis a la  madrugada y canturrear una canción de cuna. Todo lo que empieza como tormenta  termina como vendaval. Es verdad, algunas cosas terminan como empiezan. Alguna  vez mi padre improvisó una información al exigirle mi palabra o frase de entrada  al mundo: No hay final, me dijo, aunque no le creo. Tal vez fue Abuela, o  Desierto, aunque viviendo al sur de Chile tal concepto parezca inabarcable. Ya  es hora de decirlo, el tiempo se termina. Chile queda cada vez más lejos. Chile  no es mi hogar. Chile no es un sitio al que llegar, más que para reparar las  deudas, más que para descansar” (Vb, p.166).
          D.F., México, 2016