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Salta tus pasos en las montañas
Sobre Viento blanco, de Carlos Almonte.
(La Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 2013)
Por Ramón Oyarzún
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Destruir la destrucción y llamarla creación y enumerar posibilidades que intermedien, catárticas, obsecuentes, casi hasta morir; o aburrirme antes y reconocer que ya me encuentro hastiado de tanta posibilidad y sub-posibilidad y sub-sub-posibilidad, anunciando el fin de este listado y regresar al comienzo de la narración presente y continuar con un cómodo: "pero estoy acá, sobre la borrascosa cúspide del monte Vik, recibiendo el aire helado que proviene del oriente, sintiendo cómo cada hueso se congela y se obstruye cada poro; intuyendo mi final, mi deseo más preciado, mi propia muerte.
Carlos Almonte
Desde acá como lector (otredad donde miro parapetándome oquedades poéticas y sus vericuetos textuales) resulta fácil presagiar continuaciones de re-versiones en Viento blanco (Vb). Atendido el índice, Vb es claramente una nueva colección de cuentos que apunta a prefigurar al Don Quijote menardiano. Vamos de a poco, pues como se sabe, el diablo está en el detalle. La nutritiva práctica de hacer ejercicios de estilo con suficiencia confiada desde voces impropias, aquí y ahora, es nueva, fresca, vivaz. Para el caso en comento, abrirá el autor fanático destinos inesperados, prolongando ecos enmascarados en relatos aparentemente apropiados exitosamente o al menos parcialmente colonizados. Así, nuestro autor, ese que se dice compuso Vb, con oficio desaparece entre los personajes, presentando las temáticas que lo pueblan acosadoras. Disparará económica y atinadamente cada vez que la escasa libertad de pájaro en cielo impropio conscientemente escogido se lo permita; antes de imitar lisa y llanamente hace de la desaparición su discurso.
Luis Vaisman contaba desmesurada, pantagruélicamente (adjetivos que, claro, no le harían feliz, no por esto resultan menos precisos) la ocupación del cazador cultural que asistía a óperas y conciertos buscando errores en la orquesta, en el coro, en fin, buscando descubrir el error en la representación (con partitura en mano los estudiosos de Bach asediaban a los intérpretes, las sopranos de fino oído llenaban las butacas de gracia para descubrir a la que dejaba escapar gallitos). En el caso de la novela de Carlos Almonte, los guiños gruesos y evidentes invitan al lector a adentrarse un poco más allá de la entrelínea y del intertexto, remontar las montañas de páginas tradicionales, atravesar ríos de tinta, parragráficos pantanos antárticos, ciénagas congeladas de estilo, descansar, tal vez, a la sombra de collados entre capítulo y capítulo; la aventura de leer opciones, curvas, oportunidades, desvíos, rutas, alternativas, variaciones dejadas de lado para otorgar primacía al trabajo artesanal, desdice la mesura del oidor-autor, quien ahora, acá, atraída con un vuelo blanco de viento fresco convoca la prosa del viento blanco desde el monte Vik. Ningún advenedizo se atreve con el tono bolañito si no tiene arsenal suficiente; en este caso, stock de montaña adecuado. Para el caso, sin intención de dirigir una lectura, ni recomendar, advertir, reconocer, alertar ni predisponer, lo que se dice de Vb, parece que la única posibilidad es desclasificar esta información: he sido yo quien contó la historia final de Vb a su autor, o mejor puesto: yo he escrito el Capítulo XI: La cima del Vik (al menos los cuentos 1 y 4 de ese escrito) de Vb, aquí y ahora, y claramente me fueron arrebatados con pre-cognición almonteana. No estoy siendo más paranoico que lo normal, simplemente estoy reconociendo la deuda que tengo con mi escritor negro. Es ese pincel el que habrá de soportar la fama, qué libertad, cuánta alegría gozar del liviano espíritu del escritor que no requiere recuerdos ni se obliga a escribir pues ya otros, generosamente, lo hacen por él. Cómo no habría de lamentar, eso sí, las preferencias algo tergiversadoras de mi plumífero sosías. Por esto me encuentro en el deber de aclarar un punto, sólo uno. Así pues, presento para el avezado traductor-intérprete de esta botella al mar, algunas de las sendas oscuras que yo sí transité cuando escribiría estas reflexiones montañeras.
Escolios al epígrafe
1. Agotarse en la cima contiene la fatalidad de nunca regresar a la base. Las cumbres borrascosas son insondables para quienes no desean morir congelados.
4. Sobre los cuatro mil metros de altura el viento blanco es tan denso como la leche materna y casi igual de tentador. Es la leche que invita a la muerte. Esto lo puede saber sólo quien haya tenido la experiencia de abrir bien los ojos sin poder ver su mano tocando su propia cara.
Coda: Frente a la certeza de la muerte en un próximo paso todo es ficción.
Abril, 2016