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UN FLASH PÚRPURA, DESVANECIÉNDOSE...
Sobre «Diario de la Peste», de Manuel Illanes. (G0 Ediciones, 2019)

Por Carlos Almonte



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Hemos acabado por enterrar el festín de los solsticios. (...)
De ahora en más solo dispositivos, trampas mentales.
Manuel Illanes, Diario de la peste


Desde mi rol de editor (también de este libro en particular), puedo afirmar con algún grado de certeza que pocas veces se tiene la oportunidad de encontrar un texto de este tipo, que reúne un interés poético –en cuanto poetiza un relato fragmentado- junto a uno de corte político -en cuanto pone en tensión ciertas dinámicas sociales que hemos venido observando en el último tiempo. A través de figuras retóricas y de alcance, el autor nos va guiando por un traslado social (“la pupila es un azar”), de ánimo, de final y de crisis total que subsiste desde siempre (hablando en los términos vitales de un autor relativamente joven, nacido en dictadura: 1979); la misma, o casi la misma, crisis en la que ha vivido el espacio protagonista retratado, Latinoamérica; producto de múltiples razones que, en este libro, se adjudican, a grandes rasgos, a un exclusivo “enemigo visible y poderoso”. Para algún lector, este grueso ajuste se originará en la experiencia y reflexión. Para otro, en el encuadre o sesgo. Si nos restringimos a la lectura, se trata, evidentemente, de una declaración de principios. La peste es una sola, aunque haya tomado más de una forma.

Poietomancia, mencionan algunos (cómo olvidar aquellas cátedras del poeta, académico y amigo, Andrés Morales, en la alguna vez gloriosa Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, lugar en el cual –también- se instruyó el autor en los albores de este siglo; y en donde vimos a la “peste” adquirir variadas manifestaciones), protectores de la forma, practicantes de cadenas lógico-poéticas en la exposición de los acontecimientos, o, como en este caso específico, de la peste/pandemia que azota la Ciudad.

¿La peste? Existe un claro sentimiento anticapital, aunque, se deja entrever, y ensayaremos una derivada interpretativa, concluyente y decidida: la verdadera peste, la verdadera plaga es el ser humano. Sin ser expuesto de manera explícita, en la derivada superior se encuentra esta discusión, o disyuntiva. Como se sabe, no existe posición “anti” sin una posición “pro” aparejada. Aun cuando el “pro” en Diario de la peste no se expone, más que de manera implícita, deberemos acordar que el tiempo cubre todas las heridas, incluso aquellas que nos hacen enlodar, caer y revolcarnos en nuestras calles, callejones y pasajes latinoamericanos, en donde abunda el baile, la comida callejera y la cercanía física, como también la pobreza, la violencia, la prostitución, la charlatanería político-partidista y las (in)consecuentes promesas –pareciera que imposibles- de un mundo mejor (“la vibración que produce un golpe inesperado”), de una existencia mejor (“el otoño y los edificios se confabulan para simular una imagen de ensueño (...) como de cartel publicitario”).

Illanes es un autor desencantado frente a un lector desencantado (¿podría ser de otra manera?), en tiempos espasmódicos. El despertar, otro más, se suma al despertar del otro despertar que se ha dormido nuevamente. El eslogan queda fuera de este libro. También el panfleto. El autor asume un camino honesto y solitario, acaso el único posible; mezcla de referencia histórica y política, con recaudos y descomposiciones producto de la mala siembra en la ciudad (Capital); una siembra que cosecha drogadictos, calles meadas, hediondas, encolerizadas, bajo “cientos de grafitis como un sudor ácido”. El caminar, el diletar, la vida familiar, la amistad, la fraternidad (“Lecturas de poemas al borde del océano”, “El fantasma de Arturo Belano paseándose por los pasillos y nuestros sueños”), no es esperanza per se, es matiz nostálgico, recuerdo apenas agradable, que asoma un leve rictus parecido a una sonrisa.

La revolución, para Bolaño, sucederá en algún momento. El cambio esperado no vendrá de revoluciones masivas, ya que no vendrá de ninguna parte, nos soterra el Diario de la peste. En su argüir posmoderno, a la vez que sesentero, pareciera exponer, a regañadientes, el completo fracaso de la humanidad. Pareciera decirnos que cada prócer irá cayendo, cada ideología irá cayendo, y con ello, cada esperanza e ilusión. El vicio se repite, de un momento a otro, de un capital político a la promesa actual de un futuro corrupto, siempre, esencialmente corrupto.

Revoluciones van a venir, lo anticipa Bolaño en el epígrafe, ahora, en cien años, “o cinco mil”. Lo que no dice Bolaño es lo que completa –en su expresión vital y trascendente- Illanes: que vendrán porque fracasa la anterior y que podrán venir mil revoluciones, pero mientras no se apunte al individuo, estaremos en un eterno tira y afloja, en un eterno vivir esclavizado, entre Ciudad Capital y Ciudad Ilusión, que en el fondo son el mismo sitio: “es un pez, es un pez el poema que desciende por el arroyo del tiempo”.

“Porque la poesía no es sino el fraseo del vértigo” es que nos hallamos frente a frente con el río del delirio, de una historia delirante que, en su paradójica certeza, sucede cada día, en cada rincón de nuestras esquinas y ciudades, frente a nuestras narices.

            Lo que llamamos mundo
            es la soledad invencible
            de los cubículos en que habitamos.

 

El Llano de San Miguel, agosto 2020



 

 

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