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        Sobre Horario  de un caracol, de Luisa Johnson
        Por Carlos Almonte
        
          
          
        
        
          
        
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                      Pocas  veces se tiene la oportunidad de seguir tan de cerca el proceso de reedición de  un libro. Desde el origen de la idea, o debiera decir, más precisamente, desde  el origen del proceso, que ocurrió un soleado mediodía santiaguino de hace  cuatro o cinco años. Mediodía en que, por distintas 
motivaciones, entre las  cuales estaba capear el ardoroso calor veraniego, entré a la librería de don  Luis Rivano, más conocido como el ‘carabinero’ Rivano, a mirar libros y leer un  poco. Luego de unos minutos de mirar portadas y contraportadas, me encontré con  tres libros de la notabilísima colección “El viento en la llama” que compré sin  pensarlo mucho (y, debo admitir, sin conocer a ninguno de los autores). Uno de  esos tres libros, y que a la postre se transformó en el más querido de esa  selección, fue Horario de un caracol de Luisa Johnson.
          Con el  paso del tiempo y de las continuas relecturas, fui entrando lentamente y haciéndome  parte un poco, de ese mundo delicado, apenas visible, que nos invita a conocer  Luisa (“apenas”, digo, por lo limpiamente expuesto). Un mundo hecho de retazos,  de familia, de imágenes tranquilas y pulcras, correctas, precisas… Un mundo  hecho de recuerdos, de intuiciones.
          Me gusta  adjetivar de “elegante” a este tipo de escritura, desprovista de efectismos,  extremismos, paranoias y otras veleidades tan comunes, tan asiduas en la  literatura actual. Luisa Johnson, en este libro, nos devuelve al placer de la  lectura personal, a la imagen quieta, precisa, en armonía.
          Mención  aparte merece el excelente trabajo de Juan Carlos Villavicencio en la  diagramación y, sobre todo, en el diseño de portada, donde logra dar cuenta con  singular fidelidad, de la simpleza y profundidad de un texto que demoró lo  justo en reaparecer.
          Solo  quiero agradecer a Luisa por su simpatía, por su amabilidad, por su disposición  para reunirse con un perfecto desconocido a hablar sobre la posibilidad de  reeditar su libro. Por aquella reciente y amable velada de anécdotas y, claro  está, por su trabajo poético. También quiero agradecer a Claudia Casanova, su  hija. Con ambas hemos tenido largos intercambios epistolares electrónicos hasta  llegar aquí, ahora, día en que esta segunda edición ve por fin la luz. 
          Para  terminar, quizás sea adecuado referir una anécdota sobre el paso del tiempo y  las obras que permanecen. Tal como dijo alguna vez un antiguo sabio tibetano:  El camino -para un libro- puede ser más breve o más extenso, un camino provisto  de regresos, de subidas, bajadas, paseos, viajes, largos periodos de  hibernación… Algunos logran despertar y comenzar su camino nuevamente, un  camino remozado, transitado ahora por otros peregrinos, con otras miradas y  otras interpretaciones. Dormir y despertar, caminar, transitar, dialogar  permanentemente. Así es, creo yo, como nacen los clásicos.
           
          Texto leído en la presentación de Horario de un caracol
              Poemario de Luisa Johnson
            Descontexto  Editores, 2016