Sé que hay mucha
gente que conoció a Neruda o quienes fueron sus amigos más cercanos.
Los que compartieron algún viaje en su compañía. Hay tantos que
cuentan historias fabulosas, anécdotas del gran vate chileno. Los que
lo vieron recitar sus versos en tantos países del mundo. Los que pasaron tiempo en su casa de Isla Negra, como
Julio Escámez, ilustrando algún libro del poeta. Los que le sacaron
cientos de fotos en Hungría, la Unión Soviética, Polonia, Rumania,
China. O cuando pasó por México para visitar a Diego Rivera, o en
Machu Picchu. O cuando pasó por pueblos del sur de Chile, en Temuco o
en Chile Chico. O en Tomé.
Fue en Tomé cuando
lo vi por primera vez por allá por 1964 quizás (yo tenía 17 años). Tal
vez Neruda andaba por ese pueblo en alguna campaña política. Es muy
posible pues mi amigo de entonces, militante comunista, poeta joven
como yo, se acercó a Neruda y lo llamó “compañero poeta”. Yo iba
detrás de mi amigo Ongolmo Chandía, escondiéndome, tratando de ser
invisble para el “compañero poeta comunista”. Jamás se me ocurrió ese
día, ni siquiera amarrado, mostrarle a Neruda mis “pobres poemas”,
como decía por ese entonces una canción del español Juan Manuel
Serrat.
Mi amigo Ongolmo,
que era muy desenvuelto y parecía no tenerle miedo a nada ni menos al
gran Neruda, se sentó a su lado en un banco de la Plaza de Armas de
Tomé. Inmediatamente se presentó, “compañero poeta, mi nombre es
Ongolmo Chandía y aquí con mi amigo que también es poeta nos gustaría
nos firmara este libro suyo”. Cuando me mencionó a mi como escritor de
versos yo quería salir arrancando de su presencia o que me tragara
allí mismo la Plaza de Armas de Tomé.
Nosotros ya nos
habíamos leído Los veinte poemas de amor y la canción
desesperada. También me sabía de memoria el poema “Farewell” y el
“Pelleas y Melisanda” que recité completo en una velada del Liceo de
Tomé. Ongolmo fue quien me prestó el libro de las Odas que tanta
repercusión tendría en la posterior “poesía conversacional” de América
Latina.
Era un día hermoso
de septiembre alla en Tomé y sin duda a Neruda algo le habrá pasado
por su cabeza de poeta. Quizás le vino un veloz recuerdo de su
juventud en Temuco o cuando era estudiante de francés en Santiago o
pensaría en el poeta Rimbaud o en su amigo Alberto Rojas Jiménez
muerto muy joven. Sentimos que el poeta se enternecía de que esos dos
jovencillos se acercaran a él con un libro de sus poemas en la mano
(en la mano de Ongolmo Chandía). Asi que nos hizo lugar en su banco y
procedió a sacar una lapicera de tinta verde para firmarnos el libro
(recuerdo que eran una edición de todas sus Odas). Mientras escribía,
nos hacia algunas preguntas.
Al parecer Neruda
no escuchó claramente el nombre de mi amigo:Ongolmo Chandía. Parece
que le quedó en su oído sólo el tintinear del apellido. O quizás sólo
escucho (o le interesó) la primera sílaba de Chandía: “Chan”. Por eso
comenzó a interrogar a mi amigo mientras firmaba y hacía un dibujito
color verde en el libro de todas sus Odas Elementales. “Parece que
conocí por estos lados a tu familia porque tu nombre me es conocido y
me suena mucho”, le dijo Neruda a mi amigo.
Yo en tanto no
sacaba ni saqué ninguna palabra mientras estuve junto al poeta por 10
minutos allí en la plaza de Tomé. Mi amigo, al comentario de Neruda,
inmediatamente pareció ser tocado por algún rayo especial que le
iluminó el rostro, quizás se le hinchó el corazón de orgullo allí
mismo, un día de primavera en 1965 frente al vate. Ongolmo tenía 7
hermanos (3 eran mujeres, y una llamada Millaray, hermosísima, me
tenía en la luna y me hacía escribir muchos malos poemas de amor).
Y entonces,
creyendo Ongolmo que Neruda se refería a su nombre tomado de La
Araucana, o nombres mapuches auténticos, le dijo al poeta que sus
restantes seis hermanos y hermanas todos tenían nombres mapuches o
tomados de La Araucana. Y Ongolmo fue nombrando a sus hermanos:
Millaray, Sayen, Rayen, Lauraro, Tucapel y Lincoyan. Neruda lo miraba
atento, o quizás no lo miraba sino que pensaba en algo. Le dijo que
los nombres a los que él se refería eran realmente nombres chinos, de
una sílaba, que a él (a Neruda) siempre le sonaban a cristales finos
como Chin o Qin, Shi, Huang, Di, Ying , Zheng.
Neruda mencionó
muchos nombres más que semejaron a un rosario de sonidos exóticos para
nosotros (quienes entonces nada sabíamos de China ni menos de sus
poetas), pero que en su voz resultaron una cascada de sonidos
cristalinos. Ongolmo no dijo nada y calló. Yo que ya estaba callado de
hace rato me di cuenta de la confusión de nombres y me sentí un poco
mal por mi amigo quien ahora no parecía tan orgulloso.
Nosotros luego,
cuando luego nos despedimos de Neruda, con nuestro libro firmado con
su tinta verde, y lo dejáramos solo en el banco, fumándose su pipa y
mirando (o traspasando con sus ojos somnolientos) cosas indefinidas en
aquella Plaza de Armas de Tomé, pensamos que Neruda no había escuchado
bien el nombre completo de Ongolmo y que tampoco le había interesado
como se llamaban sus demás hermanos, y menos que ellos tuvieran todos
nombres tan “chilenos”.
Nos fuimos un poco
confundidos esa tarde en la Plaza de Tomé luego de nuestro breve
encuentro (el único para mi en mi vida) con Pablo Neruda. Con el
tiempo pensamos, y lo sigo pensando ahora, que Neruda se fijaba en
otras cosas. O hacia conexiones distantes que para entonces, a
nosotros, jóvenes poetas sin poemas terminados aún ni menos publicados
en ninguna revista conocida o desconocida, nos eran dificiles de
entender aún.
Con el tiempo, el
contacto con la poesía y el arte, con la amistad de artistas diversos,
es cierto que el artista se acostumbra a establecer las más diversas e
increibles conexiones que le provoca la realidad circundante, o los
viajes, y la vida misma. De esas conexiones saldrá alguna obra
importante. O no saldrá nada que estimule la imaginación del que lee o
mira algún producto artístico.
Creo que esa fue
la lección, entonces jóvenes poetas nosotros, que aprendimos
fugazmente de un poeta mayor en una tarde de primavera en la Plaza de
Armas de Tomé en la cual yo no dije ni una palabra ante la presencia
de Pablo Neruda.
Javier Campos es escritor y academico chileno en
EE.UU