Javier Campos

 
 

 








Nueva York a oscuras

por Javier Campos
El Mostrador, 16 de agosto de 2003

En una toma del documental de Wim Wenders, Buena Vista Social Club, 1999, el cantante cubano Ibrahim Ferrer de 72 años, quien por primera vez visitaba Manhattan durante ese año, se ve impresionado hasta las lágrimas por aquella ciudad de gigantescos rascacielos iluminados, millones de personas, y carros por todas partes. El jueves 15 de agosto pasado aquella ciudad del Primer Mundo, de millones, quedaba a oscuras por muchas horas.

Pero el mayor apagón en Nueva York, en Manhattan y sus otros tres condados (Queens, Brooklyn y el Bronx), fue en 1977 durante 25 horas. Aquella vez se recuerda por la cantidad grande de desmanes que ocurrieron y cuyo epicentro fue el condado de Brooklyn.

Mario Hernández recuerda lo que hizo en 1997 durante aquel corte total de luz, según la edición del New York Time del 15 de agosto reciente: “Esa vez me robé cinco sillones, cinco televisores, cadenas de oro, cualquiera cosa que Ud. pueda imaginar robaba la gente. Incluso la gente decente, gente que iba a la iglesia todos los días, robaban cosas en el apagón de 1977.”

Hasta ahora las radios de Nueva York y los periódicos no han reporteado ningún tipo de vandalismo como los de 1977. Parece que el apagón 2003 (como lo llaman los locutores a cada rato en los medios masivos en este momento) no tuvo la violencia del anterior de 1977. La explicación del apagón del 14 de agosto fue de una falla en los poderes centrales eléctricos que abastece a gran parte de la región noreste de Canadá y Estados Unidos.

La palabra “acto terrorista” comenzó a pronunciarse inmediatamente cuando se cortó la electricidad en varias grandes ciudades y estados de aquella área del noreste (Toronto, Detroit, Cleveland, Nueva York, Connecticut, entre otras). Pero las autoridades de esas grandes ciudades desmintieron inmediatamente que hubiera un plan terrorista detrás del corte eléctrico. Además ocurrido en pleno verano donde las temperaturas han subido hasta los 90 grados (Fahrenheit).

La tranquilidad y ausencia de desmanes, asaltos, o crímenes mayores durante la falta total de electricidad, puede explicarse por el temor de que millones de personas comunes, especialmente en el área de Nueva York, sí hayan sospechado que era un plan terrorista, semejante al de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.

Esto pudo contribuir a que cierta gente se inhibiera, se autocontrolara en no cometer actos vandálicos pues la seguridad policial fue ahora mucho más intensa. Además -pensando siempre el gobierno norteamericano- en un posible acto terrorista, ahora las condenas serían mucho más severas si eran capturados con “las manos en la masa”.

Esa es un posible explicación de que esta vez el apagón haya sido como estar en un Manhattan “romántico”, sin luz artificial, sin la velocidad de la vida moderna (y sumamente tecnologizada), sino con la pura luz de las estrellas sobre el cielo de Manhattan. Además en pleno verano, escuchando sólo la brisa del Río Este y del Río Hudson, y no el ruido molesto de la plantas generadoras de electricidad, ni el ruido de los trenes del metro por debajo del suelo de aquella megalópolis.

Mucha gente parecía contenta (según reportajes de los diarios de Nueva York y las fotos publicadas allí) de estar esa noche alumbrándose sólo con velas en los restaurantes que estaban abiertos y sin tener la televisión encendida, ni menos la estridente música de alguna discoteca. Claro que ese lado romántico, al que suele y desea volver (pero por algún tiempo únicamente) mucha gente que vive la vida agitada, globalizada, en El Primer Mundo, no era lo que vivía una gran mayoría en este último apagón.

La falta de electricidad, de la cual depende casi el 95% (o más) la gente de los países ricos, para hacer funcionar su vida cotidiana, afectó también a otros millones que viven con dificultades. Es decir, la gente anciana pobre que tiene que padecer las altas temperaturas en el verano o las del frío en el invierno. O los pobres también de las capas afro-norteamericanas, o los miles de latinos y sus familias hacinados todos en barrios semimarginales. Claro que los países ricos van a solucionar rápidamente aquella falla de electricidad (luego de varias horas comenzó a llegar a ciertas partes del Noreste el jueves pasado) y no tendrán una permanente vida sin luz eléctrica como en miles y miles de ciudades del planeta. Esos lugares a los que se sigue llamado El Tercer Mundo.

La prensa norteamericana poco habla, o poco le gusta comparar qué ocurre con un apagón semejante (que suele a veces ser por años o décadas) en lejanas regiones pobres del planeta y que suman billones de personas los que vivirán a oscuras por años o por el resto de sus vidas. Esos que aún cocinan a leña, los que viven permanentemente alumbrados por velas o antorchas. Los que no tienen acceso a la televisión ni a la radio. Y menos al acceso a los sofisticados medios electrónicos que nos provee la globalización (Internet, TV cable, etc.). De eso no se habla en llamado apagón 2003 de Nueva York.

Siempre recuerdo la expresión del cantante de Buena Vista Social Club, Ibrahim Ferrer en aquel documental del alemán Wenders, cuando se quedó hipnotizado mirando las maravillosas luces de los edificios de Manhattan. Aquel cubano que en todos sus 72 años jamás había estado en estos países ricos donde todo le parecía luminoso (artificialmente sin duda), inmenso, y de otra belleza. Distinta a su querida Cuba. Distinta a la romántica luz de la velas y de la luna de los cielos tropicales estrellados.

*Javier Campos es escritor y académico chileno en EE.UU.

 

 

 
 




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