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PERIODISMO CULTURAL BAJO TIEMPOS DE GUERRA:
PERÚ 1986-1995 (HASTA HOY)

César Ángeles Loayza
Universidad Católica del Perú

 


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NOTICIA PREVIA. Mi reciente visita a La Paz (Bolivia) fue posible por dos factores simultáneos: la generosa invitación de algunos amigos a participar en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (JALLA: realizadas en dicha ciudad altiplánica del 8 al 13 agosto), así como por mi diferida voluntad de volver a concretar un viaje fuera del país. Ambas razones me condujeron a dicho evento académico y, a la vez, a permanecer dos semanas disfrutando de aquella visita. Tuve ocasión de escuchar algunas buenas ponencias, y conocer a diversas personalidades latinoamericanas que abordaron temáticas variadas en torno a la cultura, el arte, la literatura, la historia y las sociedades de nuestros países vecinos. Asimismo, pude comprobar in situ la sorprendente y constante amabilidad de los paceños (contrastándola con la neurosis colectiva que impregna ciudades como Lima, por ejemplo: alguna relación habrá con el sol y el cielo azul que suelen estar presentes cotidianamente en la capital boliviana), y recorrer barrios, calles y lugares que me dejaron gratamente impresionado durante esa corta visita. En realidad, a La Paz ya había ido en mi primer viaje en solitario fuera del Perú cuando, a fines de los 80, tomé mi mochila y recorrí por  tres meses diversas ciudades de algunos países suramericanos. La última parada fue precisamente en aquella ciudad, y luego de un inesperado y rimbaudiano viaje en el famoso ‘tren de la muerte’ que me llevó,  desde la frontera brasilera, hasta la ciudad boliviana de Santa Cruz: saturado de gente, comercio, bultos y animales; lo que me condujo a trepar al techo y disfrutar del calor y el viento durante el largo trayecto de más de 20 horas. Sin embargo, mi avión de vuelta a Lima ya había partido, y el consulado peruano me ayudó a conseguir un vuelo la misma noche de mi llegada. Así que, en realidad, recién ahora conocí esa ciudad. No solo viví la experiencia académica, como dije, sino que ofrecí en venta mis libros autogestionados (de poesía y mi reciente volumen recopilatorio Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas: 1986-2014 en un stand que improvisé a la entrada del auditorio central de la centenaria Universidad Mayor de San Andrés –donde se realizaron las conferencias magistrales cada tarde–; algo que fue posible, también, por la colaboración del propio coordinador del evento, Guillermo Mariaca Iturri, y sus simpáticos alumnos, y que agradezco mucho porque así también pude interactuar con los asistentes al JALLA. Esta experiencia fue motivadora y (re)descubrí un filón que deseo continuar explorando, en la línea de lo que hacia mi amigo y maestro Oswaldo Reynoso (a quien, junto con Miguel Gutiérrez, dediqué mi ponencia): viajar y ofrecer sus propias publicaciones, sin intermediarios. Asimismo, la interacción cotidiana con algunos amigos de antes, o recientes, me permitió conocer algo mejor esta ciudad que con sus casi 4000 mts de altura puso en jaque a varios-as de los asistentes al evento, incluyéndome. Por lástima, horas antes de la inauguración, falleció de infarto uno de los fundadores del JALLA: el peruanista italiano Antonio Mellis, a quien apenas traté en años anteriores, pero que siempre fue amable conmigo. Su deceso marcó aquellos cinco días. Al finalizar estas múltiples jornadas, pude recorrer mejor la ciudad y ciertos alrededores (el Valle de la Luna, Tiahuanaco, entre otros) gracias a la amabilidad de nuevos amigos locales. Además, asistí a la inauguración de un ciclo de seminarios titulado “Memoria histórica y violencia política” (acá otro enlace) –que se prolongó por cuatro semanas con buena convocatoria de público–, organizado por la Asociación de Residentes y Refugiados Peruanos en Bolivia (Arpebol), el Instituto de Terapia e Investigación sobre las secuelas de la tortura y la violencia política (ITEI), la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDHLP), la Plataforma de Luchadores Sociales contra la Impunidad, y el Movimiento de Mujeres Libertad. En Arpebol se hallan algunos peruanos-as residentes en la capital boliviana y que, entre otros objetivos, se han propuesto (re)activar una memoria histórico-política que testimonie y analice críticamente lo sucedido en el Perú desde los años de la guerra interna y el fujimorato hasta la actualidad. Se trata de una esforzada labor colectiva de resistencia contra la amnesia y manipulación en torno a aquel proceso de guerra, las respectivas políticas de Estado, y sus secuelas de todo tipo, lo cual debiera contar con el apoyo y difusión de las personalidades auténticamente democráticas de la región.

Quise escribir estas líneas como introducción a la ponencia que expuse en una mesa donde el academicismo predominante contrastó con este testimonio generacional y personal. Me reafirmo en que tanto la creación artístico-literaria, como el trabajo en el campo cultural (en cualquiera de sus facetas), han de realizarse en contacto con la vida misma y sus avatares. Y escribí estas líneas, también, en homenaje a dicha experiencia viajera: porque me reactivó la voluntad de salir en busca de nuevas experiencias y culturas, en busca del alma viva de los pueblos. Que sean estas palabras la invocación para que la tierra y sus múltiples elementos me inspiren dicha empresa. No puedo sino agradecer a quienes, de diverso modo, me acompañaron esos días, así como a Sarita Colonia –llevé su cromático retrato emmarcado– que cuidó mi improvisado stand de libros en los momentos que debí ausentarme para escuchar algunas de las conferencias. Las imágenes que acompañan el siguiente texto –que reproduzco tal cual lo leí en mi intervención– son algunas de las que usé como marco y telón de fondo aquel día.

INTERVENCIÓN EN JALLA-LA PAZ / 10 DE AGOSTO 2016.[1] Mi ponencia aborda la interrelación entre el campo cultural y el político, durante los años de la violencia interna en el Perú de los 80-90,  desde mi experiencia personal como periodista cultural en diarios y revistas peruanos, en aquel periodo, hasta mi viaje a Europa en 1994 por varios años. Dicha experiencia está recogida, parcialmente, en un volumen de mis entrevistas y crónicas con personajes relevantes de la cultura peruana contemporánea: Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas: 1986-2014. Este libro, además de trasmitir el testimonio vital y creativo de los autores que abordo en diversas áreas, es un ejercicio de memoria histórica desde aquellos años tan trascendentes para el país. Planteo una ponencia en el borde del trabajo académico y el testimonio personal, desde el periodismo cultural, y desde una de las épocas contemporáneas más convulsas, inclusive con resonancias hasta la, actualidad.

Algunos de mis interlocutores son más conocidos que otros, pero todos cumplen destacado rol en nuestra realidad. Algunos ya han partido, como los poetas Enrique Lihn, Blanca Varela, Wáshington Delgado, Pablo Guevara y Eduardo Chirinos, o los historiadores Alberto Flores Galindo y Antonio Cornejo Polar. Otros viven fuera de nuestro país, continuando la diáspora. He sumado, también, una sección testimonial sobre algunas personalidades, como Martín Chambi y Víctor Humareda, así como Sarita Colonia, y los poetas Luis Hernández, Emilio Adolfo Westphalen, Javier Heraud, y Antonio Cisneros.

Cuando Alberto Flores Galindo revisó la prueba de nuestra entrevista para el supl. Asaltoalcielo de El Nuevo Diario (1986), pidió suprimir su respuesta final sobre la utopía andina y “Sendero Luminoso”, ya que temía interpretaciones equívocas (la época era dura políticamente).Sin embargo, por el interés de dicha respuesta y la álgida actualidad del momento, se decidió, en la edición de la entrevista, publicar su comentario final editado como se aprecia en mi libro.A los pocos días, Flores Galindo envió al diario una carta aclaratoria, que salió publicada tal cual —incluidas las correcciones a mano del propio autor— donde argumentaba que no había cerrado así nuestra conversación. Lo anterior da buen ejemplo de cómo se autocensuraba cierta intelectualidad peruana para tocar temas que pudiesen comprometerlos públicamente, con el riesgo de ser interrogados o sancionados por las fuerzas del Estado. En el diario donde publiqué dicha entrevista, por cierto, no solo no había dichos remilgos, sino que era la única tribuna donde se antagonizaba con las políticas militaristas del Estado en relación con la violencia política de aquellos años. Pero así como es importante resaltar el volumen de prensa cultural que se producía en diarios y revistas de aquel entonces, a comparación del nivel paupérrimo que hoy vemos en la prensa nativa, también cabe subrayar las condiciones en que dicho trabajo se realizaba: llegándose a criminalizar y golpear a quienes, por razones fundadas o no, podían ser sospechosos de algún tipo de colaboración con las fuerzas insurgentes.[2] Así, la masacre de Uchuraccay (1983), aunque dentro del periodismo de investigación, fue la matanza de ocho periodistas por campesinos instruidos por el ejército peruano (temeroso de que se descubriesen las fosas clandestinas) y era solo una muestra de lo que podía pasar si se ahondaba en la búsqueda de la verdad.

En general, en estos diálogos centrados en cuestiones de arte y literatura, los personajes presentes en este libro expresan su pensamiento y posición sobre lo que se vivía en el país. Es el caso, por ejemplo, del artista Juan Javier Salazar, uno de los innovadores conceptuales de la plástica local desde fines de los 70, cuando lo conduje a referirse a Félix Rebolledo (artista egresado de la ENBA, que militó en el PCP-“Sendero Luminoso”, y asesinado en la masacre de los penales durante el primer gobierno aprista); alguien a quien Salazar conoció y trató. Al respecto, piensa este que fue a Rebolledo quien se le ocurrió apagar las ciudades (los recordados apagones senderistas, al volar las torres de alta tensión), ya que era asesor del sindicato de “Luz y Fuerza”; algo que interpreta como un happening político para que todos volviésemos a épocas anteriores a la energía eléctrica, y así sentir colectivamente, como ciudad en brumas, que “Sendero” iba ganando presencia, además, con los colindantes cerros iluminados de hoces y martillos en fuego. Y es también el caso de un poeta setentero de discurso anarco-hippie como Enrique Verástegui, quien al verse confrontado sobre la violencia en su arte poética, decidió deslindar con la violencia política que se vivía entonces evitando pronunciarse –al modo de Flores Galindo– sobre ‘Sendero Luminoso’, a pesar de que en la larga entrevista en su casa familiar de Cañete se pronunció acerca del carácter fascista de la burguesía y el poder en el Perú.

En cambio, Pablo Guevara, uno de los poetas mayores más influyentes en los jóvenes de entonces, luego de una larga disquisición sobre las vertientes poéticas de nuestra tradición literaria, no tuvo reparos en abordar la violencia al reconocer que se vivía una guerra político-social. Y, además, se pronunció sobre los sujetos que la representaban; hasta tener la frescura –en el buen sentido del término: por lo juvenil y directo– de pedirme que le preguntase quién ganaría la guerra; ante lo cual su respuesta fue inmediata, con aquella sonrisa cómplice que lo caracterizaba entre su barba y anteojos de hombre sencillo y letrado sin trabas en su discurso: ‘el pueblo la ganará, siempre ha sido así’, me dijo, en su casa de Pachacamac.

Deseo evocar tres últimos casos. El primero vinculado a la reconocida poeta Blanca Varela,[3] a quien entrevisté en dos tardes en el local del FCE en la calle Berlín, donde entonces era directora. Fue una entrevista muy sensible, poco antes de que muriese su hijo en un accidente de aviación. Pero aun en dicha entrevista, tan personal y lírica, esta poeta, situada en una vertiente de lenguaje con acento en lo conceptual y ontológico, se refiere en términos conmovedores sobre su relación con el Perú; como cuando le inquirí sobre cómo, con tantos años radicando en Europa y amigos allá,  prefería quedarse a vivir en nuestro país. Su respuesta fue enfática y, también, política: ‘No puedo ser sin el Perú’, la misma que fue titular de dicha entrevista a tres páginas en La República. Este tipo de pasajes nos revelan esos otros lados de estos personajes, en formato periodístico y testimonial; ya que si alguien aún podía imaginar a autores en una imagen intelectual y en cierto modo distante, como Blanca Varela misma reconoció para sí, también es verdad que muchas veces portan estos otros lados que nos revelan personalidades más complejas y que, aunque no lo vayan gritando, guardan una relación esencial con la tierra donde nacieron.

El siguiente caso fue con alguien insospechada de afanes izquierdistas como la lingüista Martha Hildebrandt, a quien entrevistamos en su casa de Miraflores con otro compañero de la Universidad Católica. En esa época éramos dos jóvenes estudiantes y, quizá también por eso, señoras de amplia trayectoria intelectual como Varela o Hildebrandt nos recibían de manera natural. Aunque esta última ya era conocida por sus simpatías con regímenes populista-dictatoriales, como el del Gral. EP Juan Velasco, aún no podíamos adelantar que se comprometería feo con ese espectro político que sería el fujimorato años más tarde. Sin embargo, aun alguien como ella, una intelectual orgánica al orden y el Estado, al verse confrontada con el régimen educativo de este mismo Estado, durante décadas y siglos de maltrato sobre todo contra las poblaciones más explotadas del país, se decidió a ironizar sobre los textos escolares oficiales que no refleja(ba)n la realidad de los propios alumnos: con fraseos forzados como ‘mi mamá me mima’, o cuando se describe el hogar donde no falta nada y todo funciona. Su comentario final fue que cómo no quieren que haya ‘Sendero’, si ‘muchos textos escolares merecen una bomba’. Esta frase, que se usó de titular, no solo expresaba el carácter explosivo de nuestra entrevistada, sino también se contagiaba de la situación beligerante que vivía este país, más aún en aquellos años de la violencia. Seguramente ni ella misma era consciente de dicha asociación. Con lo que va quedando demostrado que este tipo de periodismo cultural propendía a hacer dialogar con la realidad urgente de aquel entonces, revelándose ideas y claves expresivas que hoy también nos interpelan tanto sobre nuestra historia, la realidad y el trabajo del creador o investigador en diversos campos.

Del mismo modo, también en la segunda sección ‘Homenajes’ de mi libro se testimonia dicho vínculo entre el personaje y nuestra realidad e historia; por ejemplo, con la crónica que cierra esa sección, acerca de las relaciones de trabajo y personales, así como el velorio (2012), con el poeta Antonio Cisneros, con quien trabajé en la revista SÍ, a principios de los 90, coeditando 14 páginas (¡ni más ni menos!) de la sección Culturales. En dicha crónica se visualiza a Cisneros, sin embargo, como un símbolo de una generación como la del 60 que motivó en tantos jóvenes de promociones posteriores a idear un mundo positivamente utópico, pleno de ideales de justicia y fraternidad, al compás de los levantamientos socialistas y guerrilleros de aquellos años; algo que culminó en rápida derrota (y con el joven poeta Javier Heraud como uno de sus íconos más visibles). Por lo cual, esta crónica o réquiem en poesía fue propicia para narrar, simultáneamente, el proceso de la izquierda legal peruana y la aparición de ‘Sendero Luminoso’ en dicho horizonte; así como las varias contradicciones de alguien que venía de dicho camino oficial de la izquierda en tiempos violentos, y cómo todo confabuló -su egocéntrica personalidad también- para que rompiésemos de forma antagónica  nuestra relación sobre todo laboral, y en cierta forma amical.

Durante los años 70 y 80, las viejas estructuras del poder peruano se vieron confrontadas, primero, por una ola de izquierda legal que alcanzó su cumbre en la primera mitad de los 80, cuando Alfonso Barrantes lideró la aglomeración de partidos denominada Izquierda Unida, con que ganó la alcaldía de Lima (el primer alcalde izquierdista de una capital sudamericana). Sin embargo, lo anterior se desdibujó cuando los intereses personalistas y electoreros fueron ganando en dicho frente, y todo se derrumbó –como dice una conocida canción– cuando aquel líder filo aprista declinó su campaña presidencial ante Alan García Pérez, en 1985.[4] Ya por entonces la fracción radicalizada de la izquierda, el PCP-‘Sendero Luminoso’, llevaba cinco años de iniciado su proceso de lucha armada, y entonces el orden del Estado crujió aún más, pues por esos años ‘Sendero’ crecía en organización y presencia nacional, hasta principios de los 90 cuando fue derrotado por diversos factores internos y acciones de los propios aparatos del Estado peruano.

Así que, incluso hablando de los muertos a propósito del deceso y velorio de Cisneros, el discurso político en este tipo de periodismo cultural fluía natural, en aquellos tiempos, al vivirlo todo como entretejido, y cuando la radicalidad de vivir se mezclaba con la radicalidad de proponer, y cuando era cada vez más claro que quienes decidieron  quedarse dentro de un sistema institucionalizado desde arriba iban dejando atrás sus banderas utopistas. Este proceso, sin embargo, no dejó indiferentes a muchos, en los años de la violencia interna, ya que también fue necesario hallar vestigios de nuevas interrogantes y respuestas para imaginar nuevos caminos en pos de una sociedad verdaderamente democrática y justa, sin las odiosas segmentaciones que la atraviesan.

En síntesis, se aprecia que, dentro de aquel marco de politización generalizada, y violencia militar crecientes, fue imposible para algunos de nuestra generación practicar un trabajo cultural, ya sea en el periodismo, en los estudios universitarios, o en el activismo editorial y literario, al margen de los sucesos políticos, al margen de la historia real y los acontecimientos de la época; ya que se nos imponía la intensidad de nuestra cotidianeidad, así como los temas y sujetos que iban surgiendo, o replanteándose, al ritmo trepidante de atentados, apagones, coches bombas, fiestas, debates, romances y toques de queda, con su secuela de perseguidos y asesinados en diferentes partes del país. Aunque se podía tener como interlocutor a un poeta, un artista, o un investigador social, se propendía a una puesta en escena al ritmo de lo que estaba sucediendo. Y preguntas en torno a la guerra de aquellos años, sus protagonistas, la posición que se tenía al respecto o sobre las contradicciones que se planteaban, fueron frecuentes. De ahí que este tipo de periodismo que asumimos fue más bien político–cultural.

En esta suerte de marco panorámico de aquella época —perfilada entre nosotros por la guerra interna—, se transmite la ilusión de que una parte del espíritu más vanguardista que impregnó los años 80 y 90 (como dije, vinculado aún a temáticas centrales del debate contemporáneo), y otros años más actuales, queda inmersa en mi libro Cortes intensivos para quienes lo hagan revivir con su lectura. Y esto es así por la correspondencia entre arte, historia, cultura y poder, como una constante en estos diálogos y crónicas, lo cual los vuelve ineludibles, en principio, para la mejor inmersión y comprensión cabal de las últimas dos décadas del siglo XX.

 

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Links recomendados / Tres crónicas incluidas, con ligeras variantes, en el libro Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas (1986-2014), de César Ángeles Loayza:

ANTONIO CISNEROS DIED 2012 AGED 69
http://letras.s5.com/can131012.html

JAVIER HERAUD: “LA POESÍA ES UN RELÁMPAGO MARAVILLOSO”
http://www.letras.s5.com/cang270814.html

LUIS (AZUL) HERNÁNDEZ (DE PRUSIA) 

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Notas

[1] Reproduzco el audio completo de mi participación (gracias a Víctor Hugo Perales):
http://www.ivoox.com/intervencion-cesar-angeles-loayza-jalla-audios-mp3_rf_15385876_1.html

[2] Esta práctica se ha mantenido en el Perú, y específicamente en el campo cultural, hasta la actualidad. A lo largo de los años y décadas transcurridos desde aquel periodo de conflagración interna, han habido, en medios periodísticos y diversos ámbitos, sujetos al servicio del orden imperante que se han dedicado, ad honorem, a practicar la acusación política contra quienes les merecían sospecha de apologías o prácticas subversivas (‘terroristas’ es el término que suelen usar para criminalizar a quienes sindican). Se trata de individuos que no dudan en perpetrar seudo delaciones, sin fundamento real, movidos por rencillas personales, resentimientos y vínculos con el poder. Como sea, publico esta denuncia para que dichas prácticas no cobren carta de ciudadanía en esta ni en ninguna sociedad, ni que el carácter autoritario, propio de subjetividades y regimenes fascistas, ganen terreno ahora ni nunca. El que calla otorga, y ese no es el caso de quienes compartimos una actitud y práctica democráticas. (Al respecto de algunos sujetos de la izquierda legal vinculados también a esta suerte de activismo orgánico al poder, conviene considerar la historia y base políticas en la que dicha trayectoria halla sustento, y que suele sintetizar de forma crítica y exhaustiva Silvio Rendón desde su blog “GranComboClub”, como, por ejemplo, se puede leer aquí: https://www.facebook.com/grancomboclub/posts/1104102306316879 y aquí: “Del mito oenegista al mito contrainsurgente”:
http://grancomboclub.com/2015/12/del-mito-oenegista-el-mito-contrainsurgente.html).

[3] Reproduzco el audio de uno de los epicentros de mi reciente libro "Cortes Intensivos. Entrevistas y Crónicas - 1986-2014”: el extenso y emotivo diálogo con la poeta Blanca Varela -la BV-, realizado en tres tardes en su oficina del FCE de la calle Berlín (Miraflores-Lima la P), donde ella era su directora a fines de los 80: 
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=1731946477078000&id=1659147461024569

[4] Acerca del proceso de autoaniquilación política y social de la izquierda legal peruana, sus contradicciones y diversas situaciones de oportunismo-electorero en las coyunturas de aquellos años 80-90, hasta la actualidad, puede verse mi artículo “LA OPCIÓN DE NO VOTAR:
Ante el proceso de revocatoria municipal en Lima, Perú: marzo, 2013”, donde también sustento mi posición acerca del infamante voto obligatorio que aún pesa sobre los peruanos-as: http://letras.s5.com/can120313.html

 

 

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Cortes intensivos. Entrevistas y crónicas (1986-2014)

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PERIODISMO CULTURAL BAJO TIEMPOS DE GUERRA: PERÚ 1986-1995 (HASTA HOY)
César Ángeles Loayza
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