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MUJER MAPA DE MÚSICA :
una mirada al teatro contemporáneo

Por César Ángeles Loayza

 


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para quienes bregan por hallar su propia voz entre el caos & ruido diarios


Celebrando sus 20 años, el Centro Cultural de la Universidad Católica del Perú (Lima) continúa su homenaje a las artes; ahora le tocó el turno a la música, con la obra teatral “Dueto en Mi”, de Tom Kempinski, dirigida por Edgar Saba. La temporada finaliza este 21 de julio, y nadie implicado en sicología, pedagogía y arte debiera perdérsela.

Es un drama fuerte, donde la vida y la muerte danzan una vez más su anticcuo vals por todos conocido. Es un diálogo y confrontación, también, entre dos modos de vivir la vida, la ciencia (la sicología, la razón) y el arte (la música, la pasión). Es una puesta con el riesgo añadido de que son solo dos –y excelentes– actores peruanos en cerca de dos horas sobre el escenario, lo que no es algo fácil de lograr, y que fluya la intensidad dramática. Por eso y más, creo que esta obra bien vale verla, apreciarla y discutirla. Las veces que fui a verla (gracias a su productora ejecutiva: Paola Vera), salí conmovido, me tocó ciertas fibras, o ciertas cuerdas interiores, sería más oportuno decir.

Está basada en la difícil vida de la cellista londinense Jacqueline du Pré (1945-1987: considerada la mejor del siglo XX), casada con el pianista y director argentino Daniel Barenboim. Resalta su interpretación del romántico “Concierto en Mi menor para cello y orquesta”, de Edward Elgar, en 1965. En 1971, en pleno auge y con 28 años, se le diagnosticó esclerosis múltiple, que la sumió en un deterioro progresivo.

En el drama de Kempinski, Stephanie Abraham representa a la cellista; quien, al enfermar, interrumpe su carrera, por lo que su marido la conduce a terapia con el doctor Feldmann, para tratar la depresión profunda que ella es incapaz de ver. Este segundo personaje sintetiza –en declaraciones del propio Saba– los tratamientos que la concertista recibió: sicoanálisis, siquiatría y terapia de apoyo.

Stephanie (interpretada por una fresca y convincente Jimena Lindo) habla de manera nerviosa, apasionada, propia de una sensibilidad correspondiente al arte. El doctor Feldmann (interpretado con precisión por Paul Vega, con silencios y expresiones corporales conducentes al encuentro verdadero con su esquiva paciente), en cambio, es más frontal, con preguntas que buscan reactivar la pulsión de vida.

Durante sus sesiones, Stephanie transita entre sentimientos encontrados, convirtiéndolas en abierta lucha entre ambos. Guiada por Feldmann, irá enfrentando sus fantasmas ante el terrible sentimiento de no tocar más el cello. Así, la obra propone, para cellista y psicólogo, un profundo viaje interior (tal una lámpara azul alumbrando, de noche, nuestro bosque más recóndito), y una reflexión sobre el sentido de la vida, la muerte y la inevitabilidad de la creación.

Mediante un cuidadoso trabajo de luces, se recrean los diversos cambios de ánimo: como alegría, tristeza, histeria y desesperación. Pero el lenguaje primordial es, como era previsible, la música. Entre la audición de composiciones clásicas –vinculadas al desempeño profesional de Jacqueline du Pré–, se articula la tensión de las escenas. El largo solo de Stephanie con su cello, por ejemplo, es significativo por el sentimiento de libertad, soledad y pasión escenificado. Al fondo, se proyecta un video de la concertista, ligera de ropas y danzando sobre un escenario vacío, sin púbico, retornando una y otra vez sobre sí misma (de ahí el título: “dueto en mi”). Como le confiesa a Feldmann, siente que al dejar el cello no perdió una ocupación laboral sino todo su mundo: riesgosa concepción romántica, que la llevará al borde de la autodestrucción y el suicido (lo que hace que el título de esta obra pueda parafrasearse también como “duelo en mí”). “Hay personajes que no pueden vivir sin crear, y eso es casi inexplicable”, dice Edgar Saba.

Por otro lado, aunque el padre de Stephanie desdeñaba su vocación musical, fue su madre quien la amparó de niña como intérprete. De tal modo, se escenifica otro de los dramas de nuestra cotidianeidad, como las disonancias entre padres e hijos acerca del sentido de la vida y las opciones vocacionales que mejor lo expresen. Algo que suele asfixiar la creatividad, bajo (pre)juicios y acciones moldeados por una presión social castrante y autoritaria. Se trata, además, de un conflicto que recorre, en los últimos años, la escena teatral limeña, donde la violencia social y política que se solía retratar en los 70 y 80 se ha desplazado al ámbito familiar, o íntimo.

En la obra se recrean, también, situaciones extremas que de pronto cambian nuestra vida, como ocurre con las enfermedades. Así, la esclerosis de la protagonista nos recuerda a quienes las padecen, pero que batallan por mantener su motivación y compromiso con la vida. Maguer su quebrada salud, y quizás por encarnar el arte y la música, el cuerpo de Stephanie trasmite mayor expresividad. Al  contrario, como hombre de ciencia, Feldmann busca ser más calmado y distante; hasta que estalla por las actitudes defensivas de Stephanie, por sus resistencias y atajos contra la terapia.

Una escenografía funcional permite a ambos personajes desplazarse (entre batallas liberadoras e inevitables simbiosis de todo tipo) del consultorio terapéutico a la pequeña sala de ensayos que ella tiene en casa: lo cual permite simbolizar el movimiento constante que hacemos mentalmente al tomar decisiones, así como los caminos de ida y vuelta entre doctor y paciente. Como bien precisa Paul Vega, en la citada entrevista con Saba: “El psiquiatra llega a un gran descubrimiento y es el del ‘Hasta aquí puedo llegar’: más allá de este límite ya no hay un territorio comprensible para él. Lo único que entiende luego de las sesiones con su paciente es que la música está siempre en un nivel superior a cualquier pensamiento lógico, a un nivel mucho más complejo de lo que podría entenderse desde afuera”. Y si esto es así, la inquietante pregunta, que se dibuja en el aire, es quién cura a quién en esta dialéctica entre ciencia (el logos) y arte (la emoción).

Sin duda, este montaje porta muchos elementos y virtudes que lo perfilan como una de las puestas teatrales mejores y más conmovedoras del presente año. Hago un aparte para resaltar el impecable catálogo de la obra, donde, entre imágenes e información útiles para el público, se citan dos preciosos textos literarios: uno del libro “Siete noches”, de Borges, y otro que es el poema “La niña de la lámpara azul”, de José María Eguren, los que transmiten el imperativo creador-artístico que para tantas personas define la vida entera.




 



 

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