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LA POESÍA ES UN RELÁMPAGO MARAVILLOSO
Por César Ángeles Loayza
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En aquellos días aprendí que nada da más miedo que un héroe que vive para
contarlo, para
contar lo que todos los que cayeron a su lado no podrán contar jamás.
Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento (2008)
En abril, asistí a la presentación del buen libro –algo ampliado y recientemente reeditado por la Universidad Católica del Perú– Entre los ríos. Javier Heraud (1942-1963), que la hermana menor de Javier, Cecilia, escribió en su memoria en 1989. [1] Se presentó en el centro cultural de dicha universidad. Sala llena. Varias cabezas canas. Un ambiente volcado a una mesa donde participaban, además de ella, Jorge Eslava y Eduardo Montagne.
Tengo a mano la poesía completa de Javier Heraud (1942-1963), en tapas floridas según la edición Campodónico (Lima, 1973 y 1975), y no sé bien cómo empezar ahora sobre el poeta. Qué decir al público más joven de una revista como esta, a comienzos del XXI: una época más bien de formato audiovisual que de vocación por la lectura (de poesía… ¿qué es poesía?).
Tengo la recóndita esperanza de que estas palabras hallen, sin embargo, su propio natural cauce. Quizás confío en que un poeta como Javier Heraud, que a sus 18 mereció el premio “Poeta Joven del Perú” (con César Calvo), que además creó una poesía fresca y vitalista, y que fue asesinado por la policía peruana en Madre de Dios cuando integraba una columna guerrillera en plenos años 60, pueda motivarme algunas palabras verdaderas para los jóvenes –universitarios o no– de hoy.
En parte, dicha esperanza se debe, también, a que las veces que acerqué su poesía y su vida al público universitario, en mis perfomances como escritor, periodista y docente, fue algo grato, que cautivó su atención. Y quizás, además, porque cuando yo mismo leí a Heraud estaba acabando la secundaria, y reparé en él su esfuerzo doble: hacer de la poesía un canto auténtico de los hombres y mujeres libres, así como ser de quienes no renuncian a la justicia si se está cabalmente vivo en esta vida breve que nos toca.
Eso me anima –como ahora mismo sucede– y mueve a pensar que quizá no está todo dicho todavía, en esta era de globalizaciones y tecnologías sofisticadas puestas, muchas veces, al servicio de la indiferencia y frivolidad en las comunicaciones interpersonales. Es lo que deseo, al menos, ahora que me veo con todo mi camino frente a una contemporaneidad ruidosa, discriminadora, prejuiciosa, con tantos y tantas que pasan por la vida sin sentir nada verdadero ni propio. El amor en los tiempos del Smartphone & las Tablets.
Javier Heraud, con sus 21 años y su muerte, a esa edad, ya había marcado algunos caminos. Uno de ellos es hacer de la poesía y el arte expresión de honestidad, así como de un gran poder fabulador. Una de las líneas que me interesa marcar es, justamente, la capacidad de Javier H. para dar forma, en palabras, a la naturaleza, a un humanismo impregnado de relación vital y sabia con el entorno. Es, después de todo, un poeta joven, y su canto no pudo sino nutrirse de las estaciones del año, del mar y del río, de los valles amplios y solitarios, con animales y con hombres enamorados. Una poesía que, aun con aquella precoz pericia en el oficio de escribir, y con buen bagaje de lecturas a cuestas, no pierde nunca su temple fresco llegando como canto y presente a sus lectores. Incluso, cierto humor mundano y universo de fauna y flora minimalistas animan sus versos, lo que halla su expresión más directa en dos poemas que, desde que los leí, me gustaron mucho: “Las moscas” y “Las cucarachas”.
Si Javier Heraud hubiera podido proseguir su camino poético, habría realizado versos y relatos con creciente plasticidad e imaginería verbales. También le gustaba el cine y dibujar, como vuelvo a ver en mi aludido libro que reúne su poesía, sus cartas, sus bocetos, algunas fotos familiares. De ahí que imaginarlo creando literatura para un público infantil o adolescente no resulte arbitrario. El arte poética de Javier trasmite esa capacidad de conectarse con la sensibilidad más precoz, más inocente y plena de sabia armonía con el medio físico y la realidad en su conjunto.
Los dos poemas citados, en clave humorística, de ámbito familiar, son apenas muestra de ello; pero también lo es su largo y siempre antologado poema “El río”, que simula en sus versos cortos, y su forma y ritmo zigzagueantes, el recorrido de un río que es metáfora de la vida misma. O cualquiera de los vinculados al viaje, al transcurso del tiempo, a su familia. O los versos dedicados a su “casa muerta” (un poema que fue escuchado en boca de Javier esa noche en la Católica, en grabación radial rescatada por su hermana; y que, para mayor magia heraudiana, leyó Jorge Eslava poco antes sin saber lo que vendría luego). La presencia de la muerte, en un joven poeta como él, era una forma de alcanzar la vida más plena e intensa; como también se aprecia en el vibrante poema “Vivir”, de Walt Withman: alguien que, como Heraud, hace del canto al cuerpo y a la humanidad una simbiosis con el medio natural y la realidad cotidiana misma.
Otra línea que rescato de la poética de Javier se conforma en sus poemas firmados como Rodrigo Machado. Es decir, los que compuso en la Cuba socialista de los años 60 (adonde viajó becado, en principio, a estudiar cine), entrenándose como guerrillero para volver al Perú y hacer la revolución socialista. Esos poemas son, es verdad, dispares; y, sin embargo, hay algunos que dan lo mejor de su cosecha, como “Arte poética”, por ejemplo, con versos como estos: Y la poesía es/un relámpago maravilloso,/una lluvia de palabras silenciosas,/un bosque de latidos y esperanzas/el canto de los pueblos oprimidos,/el nuevo canto de los pueblos liberados.
Pero, además, esos poemas de “Rodrigo Machado” son una estación importante en su trunco camino de escritor en ciernes, ya que denotan su voluntad por hacer de la poesía un arma de combate, un arma verbal que expresara más directamente el credo político que Javier, entonces, iba a poner en práctica a costa de su vida. Que eso era ideal vano, que la literatura no es arma de nada, es una opinión timorata, propia de almas viejas (véase, por ejemplo, esta polémica). El gran arte y la gran poesía sí pueden cambiar el espíritu y la actitud en quienes se les acercan con sensibilidad atenta y abierta. Y aún menos que a nadie, a un joven poeta, se le puede amputar o subestimar su voluntad de explorar caminos, como el que representa Rodrigo Machado: la creatura verbal y combatiente de Javier Heraud. Solo en esa exploración incesante es cuando la creación modula sus logros y sus fuegos más hondos y perdurables.
Por eso, resalto aquí dos líneas poéticas suyas. La primera es la creatividad de Javier Heraud, que lo emparenta en temas, motivos y modos de escritura, con una literatura que bien puede dialogar casi con cualquier tipo de público, inclusive con uno infantil, adolescente o no iniciado. Y la otra línea, diferente, es la que lo posiciona como un joven autor en busca de una voz propia, que además lo exprese como revolucionario socialista, buscando la forma adecuada para decir en poesía lo que deseaba poner en práctica en la realidad de su tiempo.
En suma, un alma romántica, impregnada de los ideales socialistas y revolucionarios que estimularon la imaginación de tantos jóvenes, escritores y artistas, en aquellos bullentes años 60, cuando la caída del sistema y mundo capitalistas se veía a tiro de piedra. No fue así. Heraud y quienes se embarcaron con él en ese ideal fueron acribillados en plena selva peruana, en aciagos años. Sin embargo, como bien recordó aquel otro (premio) poeta joven que es Jorge Eslava –aquel día en la Católica, evocando un testimonio del maestro Wáshington Delgado–, esa violencia armada es consecuencia y no causa de la violencia antigua, de estro colonial y feudal, impregnada de discriminaciones que, todavía en pleno siglo XXI, experimentamos quienes no integramos las élites mafiosas que rigen este país y esta realidad contemporánea. [2]
Que la transparente poesía y el relámpago maravilloso que hizo Javier Heraud de su breve paso por esta vida hallen su lugar en el corazón de los hombres y mujeres auténticos que aún existen. Que así se le rinda homenaje. Que viva con toda su muerte. Solo de tales maneras podrá un día esta realidad parecerse a nuestros ideales y a su espléndida poesía.
Links recomendados:
- Video-instalación de Diego Lama en la Exposición "Yo no me rio de la Muerte"
https://www.youtube.com/watch?v=mysitek7gXU5b8E
- Tania Libertad - Las flores buenas de Javier https://www.youtube.com/watch?v=pKxWSEGlPM4
- La muerte de Javier Heraud https://www.youtube.com/watch?v=YryPf_A2OeM#t=55
Notas
[1] Escribí este artículo para el próximo número de la revista impresa Un vicio absurdo de la Universidad de Lima, orientada sobre todo al público estudiantil, y a raíz de una amable invitación de su director, el poeta Jorge Eslava. Sin embargo, con su anuencia, quise adelantar su publicación en formato electrónico, para contribuir a la divulgación del buen libro testimonial aquí referido.
[2] Eslava me pasó su sensible ponencia (que también se reproducirá pronto en la citada revista Un vicio absurdo); donde se lee lo siguiente: “Tal vez el texto más profundo que se haya escrito sobre la muerte de Javier Heraud pertenezca a Wáshington Delgado. Él señala que quienes repudian la revolución son aquellos que repudian la violencia. Y explica Delgado: ‘Piensan que la violencia, y están en lo cierto, es irracional y es inhumana. […] Hay una verdad que brota de la muerte de Javier Heraud y que no hay que callar. El fue mi amigo y yo lo conocí y sé que era bueno desde la punta de los dedos hasta el fondo del alma; y cualquiera que lo haya conocido podrá atestiguarlo. Yo sé que era inteligente y lúcido; quienquiera que haya leído sus versos podrá atestiguarlo también. Un hombre bueno, inteligente y lúcido puede equivocarse, pero no actuar irracional e inhumanamente. ¿Por qué si la revolución es violencia, y la violencia sinrazón y barbarie, Javier Heraud abrazó su camino? La respuesta es una de las grandes enseñanzas que nos deja su muerte. La revolución no crea la violencia. La violencia está en el mundo, existe en el mundo. Leamos cualquier libro de historia y al final tendremos una imagen de ferocidad y sangre’”.