“Abra el libro como quien pela una fruta”. Como seguramente todos sabemos, esas palabras constituyen la advertencia para la entrada y la lectura de los 5 metros de poemas de Carlos Oquendo de Amat. La indicación apunta, por supuesto, a la apariencia de la hoja plegable o extendida, como de fuelle o acordeón; pero tiene que ver, más ampliamente, con la condición de “libro objeto”, como se suele decir ahora, de artefacto que no solo hay que leer sino ver, tocar y dejarse intervenir por él. Tener el artefacto entre las manos y aquilatarlo y reconocerlo desde el tacto que, como ha señalado Florencia Garramuño, no solo supone un contacto manual, sino la posibilidad de apreciar su capacidad de generar un contacto con el mundo, una continuidad, cierto que problemática, entre el arte y la vida. Francine Masiello incide, desde un ángulo cercano, en la capacidad de la poesía de no solo impactar la conciencia o la capacidad cognitiva, sino la de tocar el cuerpo. La poesía “atraviesa nuestros cuerpos, impacta nuestros huesos y resuena dentro de nosotros; es decir, entra en contacto con nuestros nervios, con nuestros centros de dolor y de placer”. A partir de eso, genera nuevas posibilidades para pensar, y reactiva algunas dimensiones políticas de la palabra, apelando también, y de manera fundamental, a aquello no decodificable por la razón.
Todo lo que acabo de decir no tiene que ver, por supuesto, solo con la condición de libro-objeto; pero sí comienza allí, por ejemplo, en casos como el de Oquendo. Y creo que también en Wandel [La transformación], sobre el que me toca hablar esta noche. Es cierto que no estamos ante un libro desplegable, ni necesariamente frente a un artefacto que se aleje demasiado de lo que pensamos cuando pensamos en un libro. Pero sí frente a un objeto cuya materialidad llama de algún modo la atención o, para decirlo en la línea de lo que comentaba hace unos instantes, que genera, desde su forma, un primer contacto y una experiencia. Esto tiene que ver por supuesto con las dimensiones del libro, un inhabitual 27 x 17cm (César, en una entrevista hace un par de días, señalaba que no cabía en la pantalla), que además no solo incluye ilustraciones, algunas de las cuales nos remiten al arte serigráfico, sino también algunas páginas impresas a color sobre las que van textos, declaraciones o poemas. Con estas características se inicia, me parece, el contacto que provoca, en Wandel, el necesario extrañamiento que nos hace ver lo mismo como si lo viéramos por primera vez, o nos abre a lo nuevo.
A esto contribuye también el collage de la portada que, desde su carácter fragmentario a partir de retazos y multiplicaciones de fotografías del autor, nos remite a un sujeto también fragmentado, tensionado entre pulsiones, recuerdos y deseos diversos, en sucesivas capas a través de un incesante proceso de transformaciones, o amarrado a una multiplicidad de tiempos, espacios y sin duda estados anímicos distintos, sobre lo que volveré en un instante.
Pero, antes, quiero hacer un apunte sobre el sello que ofrece estas publicaciones: Posición Editores. Como lo ha señalado César más de una vez, es el colectivo que acompaña sus libros desdeEl sol a rayas, en el quizá lejano, quizá no tanto, año de 1989, en que, de forma autónoma, colectiva y colaborativa, entregó su primera publicación con un gesto que expresa la convicción (compleja, seguramente contradictoria a ratos, pero indeclinable incluso en estos tiempos adversos) sobre la necesidad de persistir en los proyectos colectivos, también por supuesto desde la literatura y la poesía. A propósito de esto me parece interesante recordar al mexicano Ulises Carrión cuando, en El arte nuevo de hacer libros, escribe que “En el arte viejo, el escritor se cree inocente del libro real. Él escribe el texto. El resto lo hacen los lacayos, los artesanos, los obreros, los otros. // En el arte nuevo, la escritura es solo el primer eslabón en la cadena que va del escritor al lector. En el arte nuevo, el escritor asume la responsabilidad del proceso entero”.
He incidido en todo lo anterior porque creo que, como lo querían las vanguardias, en el proyecto vital y de escritura de César Ángeles Loayza se trata de reintegrar el arte con la vida, y esto involucra al menos todas las dimensiones mencionadas, que no pueden verse, por supuesto, al margen de los textos mismos.
Wandel es una palabra alemana que se traduce como transformación o “La transformación”; pero quizá también, como “camino” o como “vida”, como encontré en un diccionario no sé si tan confiable en internet, pero que vale la pena citar. El libro consta de dos partes, denominadas escuetamente “Primera parte” y “Segunda parte”, que se distinguen formalmente porque una está escrita en verso y la segunda en prosa. Transformación, o camino, ahí también.
En la sección en verso, el poema más extenso (28 páginas), el que da el título al libro, es un vertiginoso poema-río que nos desliza con suavidad, nos envuelve sutilmente o nos arrastra furioso a través de las aguas de memorias que nos trasladan a visiones infantiles, a la imagen del padre, a amores adolescentes. A la protección o al desamparo. A encuentros furtivos en Lima, en la sierra peruana o en Europa, que nos conducen de la pasión o el sexo a la angustia por el amor como imagen imposible. Que nos transportan desde la plena vitalidad y el deseo de lo nuevo, hacia la violencia y la contemplación del horror. Las páginas recorren, y los lectores en ellas, tiempos, espacios, formas, colores, reverberaciones y tonos distintos que dan cuerpo a un universo indetenible de transformaciones que ciega, ensombrece o deslumbra. Que nos enfrenta a descubrimientos y caídas.
En el video promocional que hemos visto más temprano, César menciona que se trata, en el caso de Wandel, de un libro más épico o dramático que lírico. Una aventura vital que no cesa en su sentido de búsqueda constante, que se arriesga a todos los hallazgos y extravíos posibles, para decirlo con Juan Gonzalo Rose. Viajes, desplazamientos, nomadías y riesgos que atentan contra la quietud. Épico y dramático, es posible, pero también se trata de una lírica intensa, llena de furia y deseo, esquirlada y destellante.
La sección en prosa, la segunda parte del libro, trabaja con una prosa que, si bien en varios momentos se aproxima al relato y permite una lectura más secuencial al interior de cada texto, no disminuye en intensidad y temperatura. Estas prosas, poemas por belleza y derecho propios, desde un yo proyectado en la segunda persona, o desde la configuración de un interlocutor, desafían e interpelan, no solo por la apelación directa a un posible tú-lector, sino porque desestabilizan y desacomodan lo imaginado y abren resquicios por explorar, tanto de la imagen fragmentaria del sujeto que transita esas viñetas, como de quien se dispone a mirarse en esos espejos.
Y en todo este recorrido de trayectos múltiples y superpuestos, lo colectivo de lo que hablaba a propósito de Posición Editores es otro aspecto también imposible de no atender. No solo porque se perciben muchas voces, fragmentos de discursos, visiones, deseos, horizontes y decepciones que atañen a muchos y muchas más que solo a la imagen fragmentada y diversa del autor en las fotografías que forman parte del libro, sino porque también la voz del poeta se trabaja desde el diálogo con otras voces. No creo que haya que hablar de influencias, porque no conducen a un estilo o a un tono que se asuma, sino confluencias, encuentros con otras escrituras: Heraud, por supuesto, Lucho Hernández, Enrique Lihn, Westphalen, Vallejo o Juan Gonzalo, por solo mencionar algunos nombres. Con ellos, también, Wandel logra, como lo comentaba al comenzar, tocar al lector. Acercarse y producir nuevas miradas, nuevos modos de estar en el camino de las transformaciones.
Huelo sangre
mi piel tiene sangre mis
ropas manchadas por sangre
las cortinas en sangre
goterones sanguinolentos y coagulados en la
única ventana
de esta habitación
aire de polvo / foco de luz / invierno
Moscú transita lentamente
como si las moscas hibernaran y
el vapor y la nieve hicieran
decir a los amantes
fantasmales diálogos de amor
muy juntos de la mano por el Volga
El ruido del tren tan cerca
me aterra y
siento sangre en mi nariz
soñé que unos hombres disparaban
sobre mi cuerpo solitario
todo íbase apagando
algodón de arena en los oídos
silencio en la playa
sangre en las manos en la
cara en la pared en la puerta en la madera del
suelo
una mujer de sangre
viene y me ahoga con un beso apretado rojo
y profundo
[Primera parte: p. 41]
CON ENRIQUE LIHN EN LOS 80
Ingenuo. Y tú creyéndole también. Sacas medio cuerpo por
la ventana. Aves verdes aguardan tu muerte. El sol. Brisa.
¿Qué puedes decir que ya no sepa? Interlocutor equivocado.
Se coloca lentes negros y silencio. Dice que el tiempo apremia,
que digas de una vez tu rollo. Su barriga ha crecido en estos
años. Tiene una celebración a dos. Los militares asedian. “Mi
teléfono está intervenido hace meses. El otro día escuché a
mis interventores. Les menté la madre o algo parecido. No
recuerdo. Había bebido”. Silencio. Tocan la puerta. Recuerdo
rápidamente algunas escenas de Un día muy especial (Ettore
Scola). Él me hace la seña de que no hable. Sobre la foto
del comedor se destaca la foto de una bella muchacha. Ella
sonríe abrazada a él. Los cubren túnicas hindúes muy blancas.
“Se llamaba Daniela. La mataron en un mitin estudiantil”,
había dicho. (Me imagino el reportaje: fotos de la represión
y una gran foto suya para abrir). Ya no tocan. “¿Y por qué
no radicas fuera, como otros escritores?”. (La vecina le grita
a su hija). “No podría. ¿De qué voy a escribir si no es de mi
país? Aquí me formé. Es lo que conozco mejor”. Tenía un
poema donde Chile se consumía en llamas. Un poema (¿o era
una noticia?) donde cien hombres caminaban —o algo así—
amarrados y los rostros cubiertos. “La gente dice que de
noche escuchaba gritos en el cielo. Luego supimos que desde
los aviones lanzaban bolsas con prisioneros directo al medio
del lago”. Se levantó y tomó las 2 botellas de vino. Dijo
que tenía que irse, que tenía un compromiso —o algo así—.
Yo podía quedarme allí. Cuando quisiera salía y cerraba la
puerta. Por la ventana abierta ingresaba aire fresco. Estiré
una mano y casi se me cae / al vacío. De pronto sonó el
teléfono. No quise contestar. Sonaba y sonaba. Me acerqué a
la puerta, salí y cerré. “Oye, cabrón, ¿tienes fuego?”, me dijo
el vecino. Cigarro entre labios, cadáver entre colinas. “Sí”,
respondí. Encendí el fuego.
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dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Presentacion en sociedad de Wandel [La transformación],
nuevo libro en poesía y diseño de César Ángeles Loayza.
Por Luis Fernando Chueca