Proyecto Patrimonio - 2017 | index | Cristián Antillanca | Autores |



 

¿Por qué no morir?
Presentación Canto y vuelo de las aves tormentosas
, de Cristián Antillanca

Por Cecilia Pérez Matus


.. .. .. .. ..

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu
que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”.

¿Por qué iniciar esta presentación con el antiquísimo filósofo Chuang Tzu? ¿Qué secretos esconde un libro, y más allá del libro mismo, la mano con la que uno escribe, y el sentido mismo de esa escritura sujeta a la incertidumbre, al más allá del hueso que vuela en sentido contrario al tiempo y el espacio? Porque ante la pregunta de Borges sobre quién mueve a ese dios, antes de que cobrara su acción en nosotros con el movimiento de la mano y la jugada en el gran tablero de ajedrez –bellísima metáfora borgeana del universo más allá de nuestra visión y entendimiento- se nos abre un abismo, que en la palabra poética es siempre la puerta de entrada, quizás sin regreso, a esas preguntas que una y otra vez aletean en cada uno de nosotros como el vuelo tembloroso y finísimo de las mariposas, que no saben si sueñan la vida, o son soñadas desde antes, como la bandada de pájaros “que de noche nos sueña/ que nos alumbra con sus cantos/ ya sea de esta tierra/ o desde la otra”, que son los versos que inauguran los cantos del poeta Antillanca. He aquí revelado el sustrato filosófico de su propuesta. Su conciencia de ser mapuche y antes de todo un hombre atravesado por las grandes preguntas. Es lo que queda en el sonido, en lo que desborda la palabra para volverse canto. Quizás por ello en el lenguaje de la música no hay interpretaciones: son las preguntas irresolutas que nos llevan al punto de inflexión entre la frontera y el abismo. Es la noche, patrimonio del insomne pensador y del artista promoviendo el fuego aún ante el riego cierto de quemarse vivo, pero, ¿qué más podría hacer un hombre ante el mandato de sus grandes y amados fantasmas?

Por ello hay algo del Comala rulfiano en este libro, un mundo onírico casi, en donde se cruzan las voces de abuelos, padres, hermanos muertos que se contactan con los vivos, con los que habitan lejos de los ríos celestes, único territorio al que nombra el poeta como tierra de sus ancestros. Como el agua que corre entre la espesura de un bosque, así se oyen los cantos y vuelos de las aves tormentosas que trae hasta nosotros el poeta Cristian Aurelio Antillanca. La Hualas, las Gaviotas, los Cuervos, los Guairafos, las Fardelas, los pájaros anochecidos y los venidos para iluminar, son los que van urdiendo la trama de este libro; cantos que desembocan en la profundidad de un espacio donde cohabita la naturaleza con lo fantasmal, lo espiritual con lo telúrico.

Estas voces son, por un lado, conciencia de la soledad y la enfermedad que acompaña el camino vital y cotidiano de un cuerpo “usurpado” a un territorio al que no siente suyo, que en ojos del poeta será el trayecto enajenado de la vida que va “muriendo” en las ciudades, y su acto de “traición” por haber faltado a un mandato, como anuncia una parte del Canto que interpreta el lucero en el relato Wunelfe, portador del amanecer, con el que se inicia el libro.

En su poema “Salta pura”, el poeta nos dice: “Allí no seré más que vacío/ donde anden/ las ánimas de los árboles talados”. Pero es, también esa conciencia de lo abismal y terrible de la vida, la única puerta de entrada para descender al mundo que no duerme: ese nocturno país del antepasado muerto que mantiene vigilante a su estirpe en insomne espera de la llegada del padre luminoso que se anuncia en el poema final “Wetripantu”.

La fatalidad, ese dejo de pesimismo que acompaña a simple vista el libro, como en algunas metáforas de marcado acento apocalíptico, en poemas como “Wiñoy Tripantu Waria”, que nos habla de “la imagen de un niño/ con una gallina negra bajo el brazo/dando vueltas a la casa/ planeta y satélite que giran y giran/ alrededor de un sol que se apaga”, se van contrastando otras poéticas que nos hablan de la resistencia y la lucha de un pueblo que avanza, como en parte del poema titulado “Nauco”, cuya voz nos sentencia “Avanzamos avanzamos/ somos los esteros que bajan”; y el grito poderoso de LIBERTAD -en mayúscula en el libro-  que repiten todos los pájaros del mar, versos que dan paso a los últimos poemas, que a mi parecer, sintetizan esa mirada contradictoria y nada convencional del mundo mapuche: “Millakalwin”, los “Cantos de Guerra I y II”, y Wetripantu, son cantos de incitación, de recuperación de una voz a través de las figuras centrales  de la resistencia y la lucha histórica de un pueblo que ha sido silenciado: Pelantraru, Leftraru, Kalfulikan, Mangín, José Santos Külapan. Pero ese silencio es “retórico”. Es parte de la confección enmascarada del cuerpo oficial maquillando las voces que existen, que luchan y sobreviven, pero en territorios que van más allá de los lindes del racionalismo occidental.  En el mundo mapuche los espíritus de sus muertos son cuerpos “vivos” que mantienen activa la memoria. Sin embargo, y he aquí la contraparte (que es también equilibrio), hay certeza del vuelo tormentoso, de la oscuridad, y del pequeño territorio que ya no será jamás lo que se tuvo.  Y esa certeza hace que el espíritu del poeta se vea a sí mismo representado en la figura de un cuervo, en clara alusión al luto que lleva por todo lo perdido; cuervo que retorna lentamente “al oscuro peñón donde duerme”, como nos dice en el poema “Vuelo”.

En el poema final “Wetripantu”, que es la nueva salida del sol y de la luna, el poeta nos revela la densidad de la pérdida al señalarnos: “En los charcos se cuajan los espejos/ donde los espíritus tiemblan”. Advertimos que ya no es la vastedad del mar, pues el mar es el territorio del sueño, lo anhelado “el mar el mar el mar” (Salta Pura, pág. 31), o “soñando que corre/ que corro por la playa” (de “Colún”, pág. 30). Lo que queda son retazos de esa gran nación, esteros que bajan, charcos donde espejea el cuajo de  los nuevos hijos que traerán con su fuerza al padre luminoso, al nuevo sol, y con él, el legado de un pueblo en el esplendor de su sabiduría ancestral y cósmica. En la fiesta, en la oralidad, en el mundo que velan los abuelos: “los árboles, la hierba, los animales y bichitos que nunca quieren dormirse”; en el espíritu de los hombres y animales muertos que pasan “el río celeste de acaballo y con una bandera” (Canto de Guerra II, pág. 56), subyace la riqueza imperceptible, inexistente casi para una civilización que funda sus saberes en el logro tecnológico y la explotación de la naturaleza.

Por lo mismo, no es de extrañar que en el vuelo del poeta Cristian Aurelio Antillanca, hayan alturas y abismos, quizás más de lo último. Y por ningún motivo podría acusársele de catastrófico; más bien es la mirada honesta y limpia de un hombre que ve unida su mismidad al territorio que ama. Territorio que anda con él a cuestas, con el mar metido en sus coyunturas, en su médula. Con el saber viejo y eterno de la escuela del padre mayor, del anciano que encendía a la luz del fogón los corazones y el ansia infinita del hombre que emprende vuelos más allá de ideologías y academias.


 

 

 

Proyecto Patrimonio Año 2017
A Página Principal
| A Archivo Cristián Antillanca | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
¿Por qué no morir?
Presentación Canto y vuelo de las aves tormentosas, de Cristián Antillanca
Por Cecilia Pérez Matus