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SEMEJANZAS ENTRE LA POESÍA DE VITORIO APÜSHANA (WAYÚU) Y CRISTIAN ANGTÜLLANGKA (MAPUCHE)

Por Gabriela Santa
Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales. Maestría en Literatura
Literatura Indígena, profesor Miguel Rocha


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Elegí estos dos autores para hacer un análisis comparativo de su obra, porque aunque vivan en dos lugares opuestos del continente suramericano, el sentimiento capturado y la visión de mundo plasmada en sus poemas es asombrosamente semejante. Si comenzamos con la cultura wayúu, la península de la Guajira posee un clima caluroso y está rodeada de mar. Sus habitantes wayúu se dedican a la pesca, el pastoreo, el comercio y la búsqueda de agua. Son una cultura aguerrida, luchadora, que defiende su territorio y a su familia a como dé lugar. Ahora, en cuanto a Vitorio Apüshana, él como poeta y como wayúu, canta para su gente, pero también para los arijuna. Él actúa como puente entre las dos culturas.

Por otro lado, los mapuche del sur de Chile, que es el pueblo del cual es originario Cristian Antüllangka, son un pueblo aguerrido, que fueron muy resistentes a la conquista y colonización europea durante mucho tiempo. De hecho casi la mitad de Chile fue durante un tiempo después de la dominancia del Viejo Mundo, el estado de la Araucanía, y era gobernada por el pueblo mapuche. Los Antüllangka (o Antillanca) habitan los pueblos de Chaihuin y Huiro en la X región, la Región de de los Lagos, de Chile, una de las regiones más australes del continente situada en la costa. Ahí, como en La Guajira, las actividades a que se dedican sus habitantes, son el pastoreo, la agricultura, la pesca sobre todo de mariscos. Y en cuanto al poeta Cristian Antüllangka, es profesional, trabaja en la ciudad, durante mucho tiempo renegó de su cultura y de su procedencia, hasta que se dio cuenta de que tenía que rescatar valores, creencias, relatos, que estaban desapareciendo, y ahí su literatura dio un vuelco. En cuanto a sus temáticas se puede decir que son chilenas y mapuches, pero también son universales, porque involucra otras culturas como la japonesa, en parte por una preocupación personal de ampliar horizontes, pero en parte por afinidad climática y cultural. Los mapuches son un pueblo de naturaleza nostálgica y mística, de mucha compenetración con la naturaleza, con los animales, con el detalle y con los cambios estacionales.

Así pues, mientras los wayúu viven en una zona extremadamente calurosa y desértica, y los mapuche en cambio habitan las australes praderas chilenas, húmedas, lluviosas y azotadas por el viento que viene silbando del sur canciones melancólicas, existen varios temas en que estas dos culturas se encuentran.

Entre dichos temas podemos encontrar, por ejemplo, una persistente melancolía que se une a la economía del lenguaje, muy semejante a la economía que ostenta el haiku japonés. Por ejemplo, podemos citar un poema de Vitorio Apüshana llamado Julerra (Caracol), que dice:

El sonido de los ojos
De los caracoles
Traen a Jamüyá –el frescor-
Y a varios Wüchírrua –pájaros-
Que cantan sobre sus conchas
Como rocío en rocas.

Esa sinestesia (“el sonido de los ojos”) y esos símiles (“sobre sus conchas / como rocío en rocas”) que vemos en este poema, son el recurso que hace poético un momento simple y al mismo tiempo tan lleno de detalle, en que se denota una total compenetración con el entorno. Es como ese haiku de Tõsei que dice:

La lejana montaña
Se refleja en los ojos
de la libélula”.

Este haiku, como el poema wayúu, encuentra la sacralidad en algo tan pequeño y cotidiano como un caracol –o una libélula en el caso del japonés- en lo que los haijin –escritores de haiku- llaman “aware”, el asombro. Es como dice Haya Segovia, que lo sagrado no se puede aprehender, sólo intuir, como cuando uno llega a una habitación que acaba de abandonar la persona amada y sólo podemos percibir su perfume. Es así como encuentra dicha sacralidad el poeta Antüllangka en este siguiente poema:

De la lluvia de anoche
Hoy sólo quedan
El sol y las hojas
Sobre los charcos.

Es esa melancolía, esa instantaneidad visual de la fotografía que a pesar de capturar un momento ínfimo, nos alcanza a mostrar vestigios de un acontecimiento pasado –“la lluvia de anoche”—proyectados en el ínfimo, efímero y frágil presente. Además, por lo menos en este caso, no nos muestra el sol, no nos muestra los árboles, no nos hace un paisaje: nos muestra un close up de la luz del sol y de las hojas en los charcos. Los charcos, que normalmente no ocupan nuestra atención, se vuelven materia poética. Igual que los ojos de los caracoles en el poema de Apüshana, que son un lugar tan pequeño y tan delicado, sólo visible para quien ama lo suficiente como para abandonar su posición erecta y agacharse humildemente a contemplar la grandeza de esas pequeñas creaciones divinas.

Esto nos conecta con un segundo tema en común entre los dos poetas: la sacralidad de la “naturaleza”. Lo pongo entre comillas porque para las culturas americanas no existe la diferenciación entre hombre y naturaleza, o entre hombre y animal. Todo se interconecta en un todo indisoluble en que todos somos hermanos y todos actuamos según los mandatos de lo divino. Esto los hace capaces de agacharse y adorar por medio de la poesía estos seres pequeños. Tenemos otro par de ejemplos de esto. El primero, de Apüshana:

IPA (piedra)
Allí la piedra de siempre,
La de los ancestros:
Que guarda miradas,
Que guarda lagartos.
Es la piedra de tantos muertos,
De tantas lluvias:
Que guarda gritos,
Que guarda plantas.
Es la piedra de tantos vivos,
De tantos silencios:
Que guarda corazones
Que guarda serpientes.
Allí volverán a cantar
Los pájaros
Para sacar los sueños.

Qué es una piedra para un habitante de una ciudad? Un objeto inanimado, una cosa sin importancia, un estorbo, tal vez un adorno para el jardín. Pero entre los wayúu definitivamente, con este anterior poema, estamos viendo cómo suscita ese aware. Ese asombro que no es un simple goce estético; lo es en cuanto suscita una serie de conexiones con la tierra, con los ancestros, con lo desconocido. Una piedra no muestra lo que es. Lo importante de una piedra no es lo que muestra, sino lo que oculta. Como la poesía. Y la poesía es misterio. ¿Y qué es lo que oculta la piedra? No puede saberse, pero sí puede sentirse. La piedra se animiza, se carga de todos los recuerdos, de todas las sensaciones que su piel dura e inmóvil ha recogido a lo largo de su larguísima vida, desde que es piedra. Y se carga de todas las corrientes de sueños y de almas ancestrales que ya no caminan entre los vivos sino que se han ido.

Cristian Antüllangka por su parte nos muestra un poema llamado Juan Pallante:

Juan Pallante
Juan Pallante me dijeron que te llamas
Cuando yo andaba triste
“Juan Pallante i latúe
La planta con nombre y apellido ”
Me dijeron
Desde ese día te busco Juan por la orilla del río
Para bailarte, para pedirte
Como lo hacían los antiguos
Que venga el Kallfürapa del otro lado del Chaihuin
Como toro embravecido
A plantar bandera
Bandera mapuche
Para que retoñen tus hijos Juan
Y los nuestros puedan bailar pedir
Que se levante que se despierte
De la tierra
El coligüe.

Así como las piedras son para tantas culturas americanas un habitáculo de misterios, y una especie viva igual que cualquier otra, también lo son las plantas. Cada especie vegetal habla un lenguaje diferente y entrega conocimientos determinados para los habitantes de cada territorio de este continente. En el caso de Juan Pallante, es el nombre humano que adopta el i latúe, una planta sagrada comparable con el yajé. En el caso de Antüllangka, su cultura le produce melancolía porque se ha convertido un grupo de campesinos que no hablan ya su lengua, que no practican los rituales y que la mayoría de ellos han olvidado todo aquello en lo que creíamos. De esto se trata el poema Juan Pallante, de esa nostalgia por lo que ya no es. Y acompañando esa nostalgia está el recuerdo de lo que sí fue. Entonces, así como las piedras callan, no porque no sepan decir, sino porque esperan el oído afinado y conectado a los ancestros para contarles sus secretos, las plantas, mientras no sea pronunciado su nombre, tampoco pueden hablar.

La nostalgia de la que hablábamos, se produce también por el territorio. Y es interesante cómo en los dos siguientes poemas de estos poetas casi antípodas, aparece la ciudad relacionada con luces. Empezamos con Vitorio Apüshana:

Wayuu
Yo nací en una tierra luminosa.
Yo vivo entre luces, aún en las noches.
Yo soy la luz de un sueño antepasado.
Busco el brillo de las aguas, mi sed.
Yo soy la vida, hoy.
Yo soy la calma de mi abuelo Anapure,
Que murió sonriente…

¿Qué es la luz en este poema? La luz es el saber. Estos pueblos brillan porque saben. Brillan y ninguna luz eléctrica, tecnificada, progresista, puede apagar ese fulgor. “Yo soy la luz de un sueño antepasado./ Busco el brillo de las aguas, mi sed”. ¿Y qué es lo que saben estos pueblos? Saben dónde está Dios. Dios habita entre nosotros, en cada ojo de libélula, en cada ojo de caracol, en cada charco, en cada piedra. Miremos el poema de Cristian Antüllangka:

¿Es un imperio
Esa luz que se apaga
O una luciérnaga? (JLB)

Eso que ves entre los cerros
No es un pueblo
Son luciérnagas
Que espíritus de la madrugada
Recogen toda la noche
Mientras llora la Llorona
Cantando una ranchera
Y corre el huitranalhue
Por los caminos de la chingana
Con su perro
Chuico de tinto
En las ancas de un caballo oscuro.

El poema parte del haiku de Borges que habla de la luciérnaga como un imperio, esa idea taoísta en que todo está interconectado y lo que ocurre en una gota de agua puede ocurrir en una galaxia, en una ciudad o en una persona. Por otra parte, así como Apüshana habla de los abuelos, o del abuelo, Antüllangka se refiere a personajes míticos como la Llorona –que es común entre todas las culturas americanas por lo menos del sur--, el huitranalhue, que es un genio invisible conocido como "alma del forastero“,silencioso, de traje negro, recorre en la noche el campo con una espada de madera, que aletarga a los cuatreros si los sorprende cometiendo un delito. También está lleno de chilenismos –así como el primer poema de Apüshana estaba poblado de wayüu-ismos— como la chingana, que es un lugar donde se come, bebe y se baila cuecas, resbalosas y zajurianas. Es fijo o improvisado bajo una carpa y se usa en fiestas patrias o bodas. La palabra proviene del quichua činkána (laberinto, subterráneo. Činkai (perderse) + Suf. –na). La influencia del gitano chingar cambió el significado original de "escondrijo" o "laberinto" por el de "taberna" y "diversión". Y aparece también la palabra Chuico, que es, bien una damajuana, o por metonimia, borracho. Este poema que también habla de la luz, no habla sin embargo del territorio físico y habitado por los hombres, sino que le da predominancia a los espíritus, a los insectos, a estos personajes míticos de los que hablábamos. En realidad, esto es lo que hace parte del imaginario de todas las culturas americanas que aún subsisten como culturas. El territorio de cualquier cultura no es un puñado de tierra inerte compuesta por porcentajes de elementos químicos, ni es la medida de cada pared que forma una edificación, ni es el diseño de los muebles de una choza, ni es el número de animales ni las hectáreas que delimitan un huerto ni un potrero. El territorio son los recuerdos, son las almas de los abuelos, son los sueños que guardan las piedras, son esos sonidos que se desprenden de los ínfimos ojos de un caracol que se atraviesa en tu camino. Y son los nombres que inventaron los ancestros, los nombres que abren puertas, los nombres que son música, los nombres que son manos que traen el pasado y lo sientan a tu mesa. Y el territorio es el saber que es esa luz que nadie puede apagar.

En conclusión, estos dos autores no comparten un clima físico ni una geografía física ni un puñado de elementos químicos que conforman un suelo propicio para una actividad determinada. Pero sí comparten la nostalgia y sí comparten un saber y sí comparten el deseo de que el pasado siga siendo parte del presente. Comparten el deseo de poder volver a nombrar las cosas para que ellas sean inmortales y para que sigan hablando. Quizá la cultura wayúu esté más presente en el mundo de este lado del agua y la piedra de lo que está la cultura mapuche. Sin embargo, los jóvenes ya no hablan como hablaban los abuelos, ya no caminan acariciando piedras sino sólo produciendo ruido sobre ellas. El mundo de los jóvenes es un mundo callado, adormecido, al que ya no pueden despertar con su lengua. Así que la nostalgia al final es la misma. Son como druidas después del cristianismo y las cruzadas. Son brujos con desmemoria. Y un poeta en su tierra no es un personaje excéntrico que busca el reflejo de sus ojos en el lago, o que sólo quiere buscar la sonoridad de las palabras. El poeta es el encargado, como Boticelli con la Simoneta, de dibujar lo más fielmente la figura de sus muertos para que al menos en letra escrita los olviden menos. ¿Quién hubiera sido la Simoneta sin pintores que la hicieran cuadro, si de ella, aún existiendo esos pintores, no sabemos nada hoy? ¿Y quiénes son los wayúu o los mapuche o los Kamsaa para nosotros si no hubiera poetas que transmitieran, no su número, ni su género, ni su peso? El alma. El alma es lo que nos llega a través de la poesía, y sólo a través de ella. Es el aware el que nos hace entender las cosas y a los pueblos.


 

 

 

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