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PRESENTACIÓN DE CANTO Y VUELO DE LAS AVES TORMENTOSAS, DE CRISTIÁN ANTILLANCA

Por Gabriela Arciniegas
Poeta


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El libro "Canto y vuelo de las aves tormentosas" de Cristian Antillanca parte de la observación de la naturaleza. Su libro está fundado sobre "las aves tormentosas". El yeco o la fardela.  Alrededor de él, un techo de plumajes de todos los pájaros negros, de Chile y del mundo. Símbolos de la muerte. Y bajo ese techo, tres son los pilares de esa casa de metáforas: la luna, los Nauco, y Wunelfe. La luna, tragedia personal, los Nauco, una tragedia social, y Wunelfe, la esperanza. Más que un pilar, Wunelfe es el hoyo en el centro del techo de la casa, por donde sale el humo del hogar y entra la luz del sol. Me dispongo a explicarlo.

El desplazamiento de los Nauco. A mi como colombiana me toca mucho. Me considero apolítica pero la violencia de los últimos 50 años no puede ser ajena a nadie. Es una historia de secuestrados, amenazados, asesinatos por sicarios. Pero las víctimas  son los campesinos, las comunidades indígenas, los habitantes de los pueblos de provincia. Son usados como cuerpos, pedazos de carne, para entrenar mercenarios. Torturados, cercenados, masacrados en fuegos cruzados. A uno se le termina colando en la literatura, quiéralo o no. Este tipo de violencia, tan obvia, no está en el libro de Cristian y no ocupa las páginas de los diarios chilenos en el presente, aunque nosotros, en la punta de este iceberg suramericano, no somos ajenos a las tragedias de nuestro país hermano. Pero no, no es el tipo de violencia que se refleja en el libro. Sin embargo, hay muchos tipos de violencia. Una violencia más sutil no deja de ser violencia. Nuestros países se hermanan en la visión eurocentrista o ariocentrista del ser humano. La visión de que unos merecen la tierra más que otros. La visión de que quien viene del norte del caribe o del otro lado del atlántico sabe hacer nación más que el habitante local que aprendió a domar la tierra y aprendió con los siglos a cultivarla y a defenderla, a la vez que aprendía a comprender sus propias pulsiones y a guiar pueblos. La historia de los Nauco es una historia de destierro. Es la historia de la derrota de un pueblo en una guerra improvisada y desigual. La historia de tantos pueblos y de tantas épocas de la historia.

Otra es la tragedia personal. Los encuentros con lo inevitable. Esos nefastos guiños del destino, esas enseñanzas que quizá no sean para ser entendidas sino para que simplemente los dioses hurguen en el alma de nosotros, para que midan las escalas distónicas de nuestro dolor. Quizá son el arma de las musas o un diapasón bizarro con que miden al poeta desde sus primeros años y digo bizarro en contra de la RAE, que olvida que bizarro no fue nunca castizo, sino vasco,  significó en un primer tiempo, "barbudo", pero, como el ADN de toda especie, las lenguas son plásticas.

Así, siguiendo con el libro que nos ocupa, el poema La luna, cuyo tema se repite como leit motiv por todo el libro, es una parte del ADN poético de Antillanca. Parte de la muerte de una mujer real, Gloria Luna, maestra de la escuela de Chaihuin, que marcó la infancia del poeta. Como decía Borges, en el cuento El sur, "A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos". Quizá no a la realidad, pero sí al poeta. Es el arma que usa contra el caos no euclidiano del mundo. Ese Maia, esa ilusión en que vivimos. Cristian encuentra esa simetría en el nombre: Gloria Luna, y la horrenda forma en que tuvo a mal encontrarse con la muerte, intentando huir de la furia de las lluvias para ser agarrada y sumergida. Bautismo interminable. Luna que perdió el nombre, que perdió la Gloria, para tener su verdadera apoteosis. Después de un ahogamiento el cuerpo se hincha, las células pierden la comunión que ensayaron por milenios, lo pluricelular se deshace. Pero el alma, como en tantos mitos, anhela regresar a su pasado ancestral, se acuna en los astros. El cuerpo se deja cobijar por el reflejo, el círculo perfecto en el agua. El alma siente urgencia de la esfera. Ese acto es Wunelfe.

Wunelfe, Venus como le decían los romanos, es la primera estrella que llega y la última que se va. Es, por lo tanto, la única estrella que alcanza a divisar, a lo lejos, el atardecer, las sangres del sol que muere, y que alcanza a ser testigo del amanecer, el gran astro que renace. Es la estrella de la penumbra, de la melancolía, de la "saudade" dirían los brasileros.

La poesía de Cristian es, a pesar de las tragedias que relata, del testimonio desgarrador del desamparo, una luz, como de lucero, como de Wunelfe. Logra encontrar la belleza en las terribles pulsiones del destino, del cuerpo, de los hombes, que nos llevan y nos traen como a niños en la corriente. Le da las alas, luminiscencia, a la carroña. El libro "Canto y vuelo de las aves tormentosas" de Antillanca es como el Pidén, que canta la lluvia por venir, pero también, en medio de la tormenta, anuncia el retorno del sol. El mismo título ya sugiere la esperanza. En el vuelo de las aves hay dinamismo. Sugiere que la oscuridad hace parte de un ciclo.

 

GLOSARIO
Mawuntun - lluvia (el acto de)
garúa - llovizna
Pideñ - pájaro parecido a las bandurrias que anuncia la lluvia o buen tiempo
guairafo - pájaro zancudo - Garza nocturna
wiñoy tripantu - año nuevo mapuche


 

 

 

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Presentación de "Canto y vuelo de las aves tormentosas" de Cristian Antillanca.
Por Gabriela Arciniegas