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CUENTOS DEL OLVIDO DE CRISTIAN ANTILLANCA

Por Cecilia Pérez Matus


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“Cuentos del Olvido”, o cómo debe responder el artista al cuerpo deshabitado de este siglo. Siempre he pensado que el artista es en realidad un niño empantanado en una época distinta a la que vive. Nunca es totalmente un adulto, nunca es cien por ciento un viejo o un joven. Es casi, sin derecho a réplica, un desadaptado, y ello se vislumbra en su obra, en su búsqueda que es finalmente un deseo de arremeter contra la muerte, o contra todo aquello que huela a vacío, a desmemoria.

Allí anda el artista, sobre todo en este siglo, donde la productividad, el “libre mercado”, el progreso que contiene la prometida homogeneización social tras la irrupción de las tecnologías, ha hecho de la virtualidad y la ausencia, el camino en reversa a cualquier posible logro humano que trascienda.

Cuentos del olvido, del poeta Cristian Antillanca, es un cruce de voces y símbolos, que van tejiendo ese cuerpo desovillado que es la oralidad. Cuerpo deshabitado pero presente. Cuerpo que se desplaza en relatos fragmentados que raramente llegan a nuestros oídos, dada la mirada despectiva con que la academia y el canon literario ha ido recibiendo y clasificando estos decires a lo largo del tiempo. La urgencia de este libro, se hace entonces, doblemente necesaria: por un lado, el dejar el legado de un pueblo que desde la ternura se desplaza hacia la visión más bella y terrible de la existencia humana, y por otro, el de ir generando, lejos del ojo del poder, un rescate testimonial que se pronuncie desde y para la comunidad, sin la mediación de retóricas y oportunismos políticos, que fácilmente se banalizan en función del mal llamado folclore nacional.

La sabiduría que entraña cada uno de estos quince cuentos, nos habla de un mundo en donde lo didáctico esta en constante giro con lo cotidiano. Es el héroe desconocido y pequeñito que es puesto a prueba por una situación límite a la que debe enfrentarse sin muchas armas. Es el héroe que amalgama su precariedad social, cultural y económica a la astucia y la brillantez que da la vida misma y, la naturaleza que acompaña y dialoga con él en ese tránsito doloroso, que es vencer a la adversidad.

En estos cuentos, el mal y el bien trabajan en función de una especie de contrato con la vida; contrato que es justo en la medida que el protagonista es capaz de descifrar las claves que dentro del viaje iniciático se le van imponiendo como pruebas que debe ir superando con valentía e integridad. No hay moralidad catequizante, sino mas bien, una verdad existencial que promueve la búsqueda del hombre más allá de los referentes clásicos del poder y el mercado: es el ser humano que estando alerta a su entorno natural, es capaz de encontrar y encontrarse con las claves de su identidad; claves que usará como arma de lucha a favor de una sabiduría que se condice con el lujo y el estancamiento de los reyes y la corte, con el maleficio de las brujas que de madres se metamorfosean en enemigas o en bellos demonios enmascarados en una dulce princesa, como en el cuento “Los doce pares de zapatos”, narrado por Lorenzo Antillanca.

No quedan fuera los signos propios del mestizaje. Conviven como todo cuento maravilloso elementos tan disímiles como una espada [propia de los relatos artúricos medievales], con instrumentos propios de la tradición mapuche, como el Kull- kull, [cuerno de animal usado para convocar a reuniones entre comunidades vecinas, principalmente]. Convive lo pagano, en cuentos como “Rompefierros y Rompecadenas” -en donde se insinúa una relación incestuosa entre dos hermanos- con referentes propios del cristianismo, como en el cuento “Puntetito”, en donde el protagonista es un niño que nace del dedo hinchado de una viejita, y cuya misión es ayudar a ella y a su anciano esposo a salir de la situación de precariedad en la que vivían, resultando el niño, ser finalmente, un ángel enviado por dios.

Otros cuentos, como “Blanco Cholindo” y “Juan catorce”, tienen un fuerte componente esotérico, dado el carácter de la fijación obsesiva que los protagonistas tienen por el número siete, que es considerado un número mágico y de totalidad, según las lecturas e interpretaciones del judaísmo en torno a las escrituras bíblicas. En Blanco Cholindo, hay un joven huérfano que llega a la casa de un matrimonio sin hijos, y se gana el aprecio de éstos, por lo que deciden adoptarlo. Llega el “gringo” [palabra muy usada en los campos, y que da cuenta de la colonización alemana en el sur de Chile], y se va a trabajar con él. Pero es la envidia que siente un hombre de “media clase”, lo que lleva al protagonista a cambiar de trabajo, y ser engañado mediante cuentos. Aparece la fe en el número siete como una especie de percepción mágica de la realidad, que le hace elegir el peor caballo del potrero siete, que lo lleva a la victoria en la carrera de las siete de la tarde, y con la que obtiene finalmente su recompensa: las riquezas del hombre de mala fe que pasan a ser suyas.

Entre todos los cuentos, me parece que el más estrictamente indígena corresponde al cuento “La comadre Zorra”, narrado por Ida Victoria Antillanca. Este cuento es de animales en su totalidad. Su riqueza está dada por la gran cantidad de nombres de aves, de árboles, de instrumentos propiamente mapuches, que forman parte de la historia de una astuta zorra que engaña permanentemente a una leona, mediante múltiples trampas. Aparecen aves como la cachaña [especie de loro pequeño], la loica, el diucón, la bandurria, el treile [o queltehue], la torcaza, el piden, el pitio y el chucao. La vegetación sureña de nuestros bosques húmedos, en donde encontramos el voqui [enredadera], entre otros nombres tan propios de nuestra zona.

Mención aparte merece el capítulo titulado “Biografías”. Podríamos decir que es casi un libro en sí mismo, ya que opera como literatura de testimonio, como registro vívido y atemporal de los Antillancas. Los seis narradores de estos cuentos, tienen clara conciencia del desarraigo y de la pérdida paulatina de un mundo que debe salvaguardarse del olvido, de ese que deja de habitar su cuerpo, del que ya no tiene memoria. Dicha lucidez se antepone en un antes y un después, que siempre esta mediado por el territorio de la infancia: Huiro, el mundo de la oralidad, del calor del hogar, del trueque, de la invisibilidad del mercado y la globalización; términos que fueron haciéndose parte no como conceptos, sino como la transgresión que en dichos espacios produjo una fractura visible y evidente a las antiguas formas de vida del campesino y el indígena. [leer 296, ida]

¿Por qué cuentos del olvido?

Si recuerdas, como yo sé que recuerdas, amigo, un día de tantos aquellos en que discutíamos en torno a este intrincado camino que es la poesía, preguntaste, como abriéndome el espinazo de golpe por la maravilla que es el vernos de pronto en otro sitio:- ¿qué es el olvido? ¿Qué será el olvido? Vi allí al artista visualizando el entorno global que acompañaría esa futura obra que le daba vueltas aún en el sueño. Acuñando ese concepto, esa unidad reveladora, lo que permitiría hacer del caos un objeto precioso, el regalo al lector que llegaría algún día integro a sus manos. Ese es el propósito y el compromiso que entraña toda labor escritural, toda política que se hace desde los márgenes del oficialismo y la academia.

Quizás porque es en el olvido donde la paradoja de ser y no ser cobra vigencia: el olvido como cuerpo ausente y el olvido como único cuerpo que permite la recuperación de aquel espacio mítico que subyace en cada pueblo. Se recuerda algo, se vive de un presagio, de una señal que desencadena el cruce entre pasado y presente. El olvido es un recodo de la nada, que es la borradura total. Es a partir de la conciencia del olvido, que un ser fuerza su sangre hacia un sol que alumbra hacia atrás, los paisajes que al destello aparecen y desaparecen, y es en ese súbito resplandor, donde el artista instala su palabra, su arte, su compromiso, con su pueblo y con su historia.

Invito a leer este libro, tal como dijo en la contraportada, Gabriela Santa Arciniegas, en voz alta, en familia, en acto de presencia, en concurrencia masiva, en torno al fuego, acompañados de las sombras y las estrellas.

Invito a los futuros lectores a llenar esa casa, ese cuerpo en que habitan ahora una familia que ha cerrado un circulo de sangre, Invito a la comunidad, a un obrero. A una madre que no sabe que cuento contarle a su hijo. Invito a disfrutar de las sílabas que regresan echas un buen chaleco a nuestros brazos. Hay calidez en un libro como este, hay un poco de abrigo a la orfandad.

Termino con las palabras del autor, que bien grafican el tono y la propuesta que llevo la realización de este libro [epígrafe]: Para que nunca te falte un cuento/ lleven a donde te lleven/ vayas a donde vayas/ un cuento de tus ancestros /de tu familia/ del país azul.


 

 

 

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“Cuentos del Olvido” de Cristián Antillanca.
Por Cecilia Pérez Matus