Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos
… Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo…
Tala, Gabriela Mistral
Cuando por fin el Toño logró cruzar la frontera, junto a su amigo, después de todo ese esfuerzo y meses de preparar el viaje, se veían de lejos como una sola figura. Una figura que se alejaba de algo oscuro y se acercaba a otro lugar. El Toño manejaba con la única mano que tenía, la izquierda. Su amigo iba atento a esa dificultad, pero nada los detenía. Cada minuto valía la pena. Cada segundo que pasaba se iba ganando algo de tiempo, como un pequeño trofeo, una recompensa. Era una sola línea recta camino hacia alguna parte, una gran oportunidad abriéndose hacia el horizonte y el futuro.
*
Antes de partir a Brasil, el Toño pasó meses de mucho insomnio. Evaluaba cuál era el mejor país para emigrar. Conversé muchas veces con él antes de irse, me dice mi abuela. ¿Se iba solo o con la Lily? ¿Iba a poder cruzar la frontera? Se hacía muchas preguntas y no tenía nunca una respuesta muy clara. Yo intuía que tal vez él quería rehacer su vida en otra parte sin generar demasiado daño. La Lily era muy joven y tal vez él pensaba que ella podría encontrar otro hombre en Chile, no irse con él, no arriesgar tanto. Pero tenían un hijo recién nacido. Él pensaba que ella podría volver a emparejarse y tener otros hijos con otro hombre. Una vez me lo insinuó, me dijo qué pensaba yo acerca de si él se iba solo, si podría cuidarla a ella y a su hijo, que tal vez era mejor que ella se quedara conmigo, que hiciera una vida acá. Irse todos juntos era un riesgo. A la Lily le iba a ser muy difícil sin una carrera, sin una profesión. Pero tal vez podía estudiar allá, le decía yo. ¿Pero cómo iba a estudiar? ¿Quién iba a cuidar al niño?, me respondía.
Por su parte, él quería terminar una carrera profesional, por entonces solo tenía una carrera técnica. Incluso pensaba en hacer un posgrado, especializarse aún más, siempre estaba hablando de eso, de estudiar, de superarse. Llegar a tener un doctorado.
De los lugares posibles para irse pensó en México, Brasil, España, Canadá y Alemania. Finalmente, se decidió por Brasil porque el dinero que había reunido le alcanzaba solo para llegar hasta allá. No sabía muy bien inglés, descartó Canadá. También pensaba en ir a España porque aún no sanaba las heridas de todo lo que vivió su padre. Aún quedaban algunos familiares en Pereña de la Ribera, pero lo descartó rápido, no tenía suficiente dinero para el pasaje y tenía que abandonar lo antes posible el país, en los próximos días máximo, ojalá en las próximas horas. Además, si luego se iba la Lily, sería más fácil que se fuera hasta allá en un bus. Viajar las casi cuarenta y ocho horas que hay por tierra desde Chile hasta Brasil era algo sacrificado, pero posible.
*
No fue tan así, me dijo una tía cuando la visité hace un par de meses. El Toño se podría haber quedado, no salió a la fuerza. Pero mejor pregúntale a tu abuela, ella sabe todos los detalles. El Toño nunca más regresó, pero no salió a la fuerza. Creo que se fue para encontrar un mejor trabajo. Acá en Chile trabajaba para una oficina que con los años cerró. Trabajaba para la Reforma Agraria, pero era solo un funcionario más. Cuando aparecieron los rumores del cierre, comenzó a buscar trabajo y nunca más lo encontró. Fueron pocos meses, dijo mi tía, se fue pronto. Yo la escuchaba atenta, extrañada, como cuando escuchamos por primera vez una historia. Él buscó trabajo durante pocos meses y luego se decidió a partir. Tenía un hijo, una mujer y desde allá podría enviarles algo de dinero. Dicen que se fue con un amigo. Se fueron en moto, cruzaron la frontera. No sé mucho más, esas cosas era mejor no saberlas, por si te interrogaban en algún momento. Es mejor no saber nada. Ese amigo sí estaba metido en política. No recuerdo su nombre ahora. Tenía un cargo político, pero él no. Su padre, un español de apellido Portuondo, siempre le decía que tenía que irse de Chile, que no se arraigara en este país, que él había llegado en el Winnipeg porque no tenía adónde ir después de sufrir la persecución durante la guerra. Le decía que se fuera, que había que cerrar ese ciclo, que tal vez él era el escogido para cerrar el ciclo familiar que había comenzado hacía más de ochenta años.
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Cuando le pregunto si sabe cuándo Emilio, el padre del Toño, se instaló definitivamente en Chile, me dice que luego de llegar en el Winnipeg, a los meses, ahí recién se instaló en Rancagua. Primero probó suerte en Valparaíso, luego en Santiago, donde duró un mes, y cuando tuvo una oportunidad en Rancagua, decidió trasladarse y quedarse aquí. Tanto en Santiago como en Valparaíso solo tuvo trabajos esporádicos: vendedor en una tienda de zapatos, repartidor de correspondencia y junior de una empresa.
En Rancagua, comenzó a trabajar en una carnicería, cortando animales que traían de los campos de los alrededores: Graneros, Requínoa, Doñihue, Lo Miranda, Machalí. Aprendió a faenar los animales, a cortar las cabezas, a sacar los interiores para venderlos por kilo: corazones, hígado, panitas, chunchules, ubres y criadillas.
Las señoras se acercaban a la carnicería por las mañanas a comprar trozos y hacer sopas de carne o pollo. Algunas compraban solo huesos. Como en todas las carnicerías, siempre había un olor muy intenso. Él ya no lo olía. Se había acostumbrado.
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El Toño era un niño, me dice mi abuela. Tenía solo doce años. Su padre, Emilio, había juntado dinero desde que llegó de España, y había logrado al fin montar su propia carnicería en el centro de Rancagua. Corría el año 1959. No dejaban a los niños ir mucho a la carnicería, era peligroso, las máquinas faenadoras, los cuchillos. Las madres alegaban por el olor que se les impregnaba en el pelo y la ropa. Después de muchos lavados, igual continuaba ahí ese olor a sangre, a carne cruda.
A veces su madre, Graciela, no podía cuidarlo. Cuando tenía que ir al médico o cuando salía al mercado a hacer la compra semanal, él tenía que quedarse con el padre en la carnicería. Hacer las tareas en una mesita al lado de la caja. A veces faltaban los ayudantes de carnicero. A veces el Toño tenía que ayudar a entregar la mercadería.
Nadie supo cómo llegó a acercarse tanto a una máquina, poner una de sus manos ahí. La derecha.
Su padre le estaba dando el vuelto a un cliente.
Un grito.
Ambulancias.
La sangre era menos intensa que la de los animales. Menos espesa.
*
El Toño se conoció con la Lily en la ciudad de Graneros. Estudiaban juntos en el mismo colegio. Era una escuela rural a la que ambos viajaban desde Rancagua. Veinte kilómetros en una micro antigua, de latas incoloras, desgastadas. Esas micros que sonaban al avanzar por los caminos de tierra, por los charcos que se armaban con las lluvias, sobre esas enormes posas que dificultaban que el bus avanzara un metro más, y que a veces lo dejaban pegado, con el barro en las ruedas. Caminos repletos de hojas, que cada tarde limpiaba el ayudante con una escoba y un balde de agua.
Para llegar a la hora, a las ocho de la mañana, se subían a la micro entre siete y siete y cuarto, en distintos paraderos de la ciudad. El Toño se subía en el centro y la Lily, en la Alameda.
El Toño iba seis cursos más arriba que la Lily. Era su último año. A ella aún le quedaban seis. Igualmente se hicieron amigos en esos viajes. Se sentaban juntos en el mismo asiento o al bajarse de la micro se iban conversando hasta llegar a sus salas.
Cuando el Toño salió del colegio, se dejaron de ver durante años.
Cuando la Lily salió del colegio, a los dieciocho, se rencontraron en una fiesta en Rancagua. Comenzaron el romance. Creo que eso fue como el año 71.
El año 73 se casaron. El año 74 nació Marcos. El año 73, recién casados, se fueron a vivir con tu abuelo, que les dejó la misma pieza de infancia de la Lily. Solo tuvieron que comprar una cama más grande.
El año 74 el Toño se fue de Chile. Se había comprado una moto para huir rápido, urgente.
El año 75 la Lily se fue de Chile a rencontrarse con él en Brasil. Llevaba consigo a Marcos, su primer hijo. Tenía un año y ocho meses.
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Cuando nació el primer hijo, Marcos, en el 74, el Toño le dijo que tenían que irse del país. La Lily le dijo que no, ella quería estar cerca de su familia en estos primeros años. Quería además estudiar, hacer una carrera universitaria, como él lo había hecho, criar a su hijo acá, que necesitaría de mi ayuda, que no podía dedicarse a criarlo sola. El Toño le dijo que podían irse y volver más adelante, que podía ser un viaje corto, volver en un par de años, que esperaran que las cosas mejoraran en Chile, porque de seguro esto era algo pasajero, que estudiaran allá, que yo podía viajar a visitarlos cada seis meses, quedarme con ellos, ayudarlos con el niño.
La Lily insistía en que no, porque a pesar de todo quería estar cerca mío, de su hermana, de sus hermanos. Iba a necesitar ayuda para la crianza y no se sentía preparada para irse lejos, en realidad, no quería irse de Chile, menos así, huyendo.
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El Toño comenzó a militar en el Partido Comunista formalmente cuando cumplió veintiún años. Antes, solo se podía ser simpatizante. Su padre, Emilio, lo llevaba a las reuniones del partido desde que era un niño, cada semana. Así su madre descansaba un poco. La madre se quedaba descansando en la cama, leyendo alguna revista o tejiendo. Siempre estaba tejiendo gorros o guantes que vendía entre sus vecinas.
A los catorce lo llevó por primera vez. Se reunían en la calle Mujica número 134 los días jueves por la tarde. Asistían unos veinticinco militantes cada semana.
La última reunión formal que hicieron fue en agosto del 73. Luego hacían reuniones esporádicas, clandestinas y cambiaban siempre el lugar de encuentro.
Ni siquiera hacían las reuniones en casa de los del partido. Se conseguían algunas sedes, restaurantes o centros sociales. No asistían más de ocho a cada reunión.
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El Toño se iría hasta Brasil por tierra, manejando. Partiría con uno de sus mejores amigos, por la noche. Analizaron muy bien todas las rutas posibles. Hicieron listas con pros y contras de esos caminos. Lo principal era la dificultad de los senderos. Todas las rutas tenían ciertos peligros, tiempos de espera, caminos desérticos, extensiones de kilómetros sin nadie.
La primera ruta parte en Santiago hacia Argentina por el Cruce de Horcones. Va pasando por varias ciudades, entre ellas Mendoza, San Luis, Santa Fe. Luego deja Argentina y cruza a Brasil por Uruguay pasando por Porto Alegre, Florianópolis, Curitiba y São Paulo.
La segunda ruta es la que va por Bolivia. Primero hay que ir hacia el norte de Chile. Luego hay que tomar la ruta hacia Puerto Suárez y de ahí hacia Corumbá, Brasil. Al pasar ese cruce, ya se entra en el Mato Grosso. Desde ahí se puede hacer el viaje a la ciudad de Brasil que se quiere llegar.
Después de analizarlo muy bien, se decidieron y partieron por la ruta que pasaba por Bolivia.
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La Cora o Corporación de la Reforma Agraria fue una empresa estatal chilena que funcionó entre 1962 y 1978 y que realizaba las subdivisiones territoriales de los campos chilenos para favorecer a los campesinos que trabajaban la tierra, con tal de beneficiarlos y que pudieran trabajar para ellos, mejorar sus condiciones de vida y no trabajar siempre para un patrón. Fue una gran época para los campesinos. Fue disuelta en dictadura y durante esos años hubo muchas violaciones a los derechos humanos de los campesinos que habían recibido las tierras por la reforma.
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A pesar de haber sido de derecha, tu abuelo le ayudó a comprar la moto al Toño para que se fuera de Chile, porque en ese momento él no tenía cómo comprarla.
Una noche tu abuelo se lo planteó, eso me contó la Lily que estaba escuchando detrás de la puerta. Estaban cenando. Comían algo que les había preparado ella, que siempre les cocinaba y nunca se quejó de eso. No sé por qué nunca se quejó, yo le decía que no debía hacerlo siempre, que no lo mal acostumbrara.
Esos días el Toño había dejado su trabajo en la Cora. Tu abuelo, a quien no le gustaba la gente cesante, le dijo, ¿qué piensas hacer?, ¿qué vas a hacer ahora? No te puedes quedar en esta casa si no trabajas, yo no te puedo mantener. El Toño le habló de sus planes para irse de Chile, tal vez a Brasil, instalarse, buscar un trabajo y después venir a buscar a la Lily, cuando pudiese, y que quería irse en moto, que no podía salir por avión o por bus, que podrían revisarlo mucho, detenerlo, en los terminales estaban revisando y anotando los que salían, había un estricto control de quiénes compraban pasajes. Creo que voy a salir en moto, le repitió el Toño, pero no sé cómo comprar una mejor. Tal vez podría vender la que tengo y juntar algo de plata y comprarme otra. O lo otro es arriesgarme y partir en esta. Yo podría ayudarte a comprar una mejor, en esa que tienes no llegas ni a La Serena, le dijo tu abuelo.
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Mi abuela me dice que una tarde llegó la Lily a su casa. Su primer hijo, Marcos, tenía seis meses recién cumplidos. Lo traía envuelto en un chal. Apenas se sentaron a conversar le dijo que venía a pedirle algo importante. Mi abuela la vio preocupada y pensó de inmediato que estaba esperando un segundo hijo y no quería tenerlo. Le dijo que el Toño debía irse de Chile, tenía que abandonar el país en los próximos días, cuanto antes, porque podrían perseguirlo, e incluso matarlo. Ella iba a quedarse en Chile hasta que él estuviera seguro, hasta que tuviera un trabajo, un lugar donde vivir y le enviara un pasaje para que se fuera junto a su hijo, el Marcos. Le dijo que no tenía dónde quedarse, su padre sospechaba que el Toño era perseguido y no quería que vivieran ahí. Su padre no simpatizaba con las ideas de izquierda, además le decía siempre que era un comunista.
Dos días antes de salir de Chile, el Toño se refugió en casas de familiares en San Francisco de Mostazal. Era el lugar más seguro para él. Nadie lo iba a ir a buscar ahí. En una casa amarilla que queda pasada la línea del tren, a la derecha. Era una casa enorme, donde vivían muchas familias, jamás sospecharían que ahí se escondía.
Mi abuela me dice: de nuestra familia cercana, nadie pudo ayudar directamente al Toño, ni tampoco esconderlo. Yo solo pude cuidar a la Lily esos meses antes de partir, en eso los ayudé.
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Mi abuela me muestra una foto del Toño en la moto una semana antes de irse. Atrás aparece escrito esto:
Moto Guzzi monocilindrada. /Año: 1970/ 160 km/hr./ Chasis abierto/ Motor de 48 cc/ 3 velocidades/ Uso: nueva/ Precio: treinta mil pesos.
También un papel que dice:
Un cortavientos/ Dos chalecos/ Zapatos de muda/ Ropa interior/ Tres pares de calcetines. Suficiente agua. Dos bidones. / Chocolates/ Linterna/ Bolso con herramientas (pinzas universales, manguera para extraer aire, bujía de repuesto, cinta aisladora, aerosol, llave inglesa, dos metros de alambre enrollado, red araña, llave Allen)/ Equipo de lluvia/ Cocinilla. Botiquín/ El libro Viaje a Pie / Mapa de Sudamérica/ Saco de dormir/ Un lápiz.
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La Lily nunca pudo estudiar en la universidad. Primero, nació su hijo cuando ella tenía solo veinte años, luego vino el golpe, y menos. Recién en Brasil, y ya de adulta, a sus cincuenta años, comenzó a estudiar en la Escuela de Educación Continua de la Universidad de São Paulo. Estudió Computación, Cuidado de ancianos y Técnico en Enfermería. Estoy muy orgullosa de ella, me dice mi abuela. Recién se está titulando, pero por fin lo logró, es algo que quiso desde siempre.
Se daba cuenta que esa diferencia entre ella y el Toño marcaba mucho el tipo de relación que tenían. El Toño despreciaba a los que no iban a la universidad, y finalmente se emparejó con una doctorada en Filosofía que conoció en la universidad a la que llegó a estudiar a Brasil, con la que tuvo dos hijos.
Eso no fue justo, me decía siempre, ella sentía que si hubiese estudiado algo, nunca se habrían separado, la historia de su vida habría sido otra y no solo la de ella, sino también la de sus hijos.
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Mi abuela me dice que a los días de haberse ido el Toño, llegaron a su casa los milicos. Tocaron la puerta preguntando si ahí vivía o había vivido un Antonio Portuondo, o si lo conocían. Estaba ella sola en la casa. La Lily había ido a hacer unos trámites relacionados a su posible viaje.
El Toño se había ido ya hacía seis meses.
Cuando tocaron la puerta, ella estaba ordenando unas revistas. Le pareció raro que alguien llamara a la puerta a esa hora. Más que una puerta, era un portón de lata que había que golpear fuerte, con una piedra.
¿Es usted la madre de Liliana Valenzuela? Sí, soy su madre, ¿sucede algo? Estamos buscando a Antonio Portuondo, tal vez lo conoce, su yerno. Figura en los registros como casado con su hija. Sí lo conozco, pero él no vive acá. Hace mucho que no lo veo. ¿Y su hija vive acá? Sí, pero no está, salió a hacer unos trámites. Ellos dejaron de verse hace meses. Terminaron su relación. Pero figura que tienen un hijo. Sí, lo tienen y mi hija y su hijo viven conmigo, pero como le digo, ellos terminaron hace meses. ¿Tiene información de dónde podría estar él? En absoluto, jamás nos llevamos bien.
Años después, una vez que íbamos en auto con mi abuela, en esos paseos que dábamos cada cierto tiempo por la ciudad, pasamos por afuera de un regimiento. Yo tenía unos diez años o incluso menos. Cuando íbamos pasando por al frente de dos milicos que estaban de pie haciendo guardia, mi abuela me dijo: nunca miren directo a los ojos a un milico, porque si lo miras, te podrían disparar y matarte.
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Cuando la Lily por fin recibió el pasaje, estaban tomando once. Mi abuela me dice que llamaron a la puerta y recordó, con esa llamada inesperada, cuando meses atrás los milicos llamaron a la puerta.
Eran las siete de la tarde. Invierno, oscuridad y frío. La Lily se levantó, se imaginó que tal vez la pasaba a visitar algún familiar del Toño que venía con noticias. Se puso inquieta, le surgió algo de miedo, que trajeran malas noticias, que lo hubiesen detenido, que incluso lo hubiesen matado.
Se puso un abrigo y salió a abrir la puerta. Busco a la señora Liliana Valenzuela. Soy yo. Le traigo esta carta prioritaria. Firme aquí. Firmó y de inmediato abrió el sobre. Venía un pasaje para Brasil para tres meses más.
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La noche en que el Toño dejó Chile era verano. Pleno enero. Hacía un calor intenso. Era mejor viajar con ese calor por Sudamérica, decían los expertos. No era bueno internarse en paisajes fríos en moto. Si te quedabas sin bencina o tu moto se echaba a perder, podrías llegar a congelarte.
Esa noche y la anterior se alojó donde unos familiares en San Francisco. Solo ahí se sentía seguro. Sabía que en cualquier lugar de Rancagua que se alojara, podrían encontrarlo. Ya le había pasado a amigos suyos, que se alojaban en casas supuestamente muy seguras, y ahí llegaban los milicos, horas antes de partir. El Toño no quiso tomar ese riesgo. Le dijo a la Lily que se fuese esas dos noches con él a la casa de unos primos. La Lily, a pesar del miedo, no lo dudó. Tal vez serían las últimas noches en que vería al Toño. Dejaron al Marcos conmigo, me dice mi abuela.
Esas noches salieron a caminar por el pueblo. El clima estaba agradable, había un olor intenso a pasto mojado, a tierra, a árboles frutales. Se escuchaban los mirlos y los tordos. También muchos grillos. Los grillos eran señal de buena suerte, lo que tranquilizó mucho a la Lily, lo sintió como un vaticinio.
Antes de despedirse, le pidió que por favor se comunicara apenas pudiese. Él le dijo que lo haría, pero que no de inmediato, que mejor dejaran pasar unos días, unas semanas, o incluso para mayor seguridad, un mes. Que no era seguro, porque podrían dar con su paradero, traerlo de regreso, encerrarlo.
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Mi abuela me dice que la madre del Toño nunca se perdonó el accidente, que se lo contó la Lily, que el Toño se lo contó a ella. Esa tarde había salido al mercado a comprar las frutas y verduras para la semana. No quiso llevarlo porque cuando lo llevaba, le costaba comprar, se demoraba el doble y a veces el Toño le pedía muchas cosas.
Era víspera de Semana Santa, un día miércoles. Se tomó toda la tarde para ir a comprar pescados, mariscos y verduras para cocinar para todo el fin de semana. Había aprendido algunas recetas españolas.
Esos días la carnicería aún estaba abierta. Los clientes compraban carne para poder comerla el domingo de resurrección. Algunos la congelaban, por eso el miércoles la carnicería estaba, a pesar de todo, llena.
Se demoró un poco más, porque el mercado estaba repleto, además que se encontró con varias vecinas que andaban en lo mismo.
A las seis de la tarde, llegó corriendo al mercado un vecino de la carnicería. Gritaba. Buscaba desesperadamente a Graciela, la madre del Toño.
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El Toño llegó en su moto al punto de encuentro antes que su amigo. Tuvo que dar dos vueltas antes de que llegara. Por momentos pensó que no llegaría. Si no llegaba, igual iba a partir. Lo esperaría media hora, máximo veinte minutos, si no podría generar sospechas. Tal vez había tenido algún imprevisto, o se habría arrepentido de huir o incluso podría haber pasado que lo habían agarrado los milicos. Sería más difícil hacer el viaje solo, pero ya había tomado la decisión. Tenía algunos contactos de amigos de sus amigos anotados en unos papeles sueltos. Trataba de no apuntar nada en libretas. Escondía esos papeles en lugares donde jamás serían encontrados. Estaba preparado incluso para comérselos. A veces, escribía algunas frases en clave.
Esta vez había apuntado el nombre de tres personas en la ruta y sus direcciones. Podría alojarse en esas casas, darse una ducha, descansar un par de días. Esas personas aún no sabían que él podría llegar, pero estaban atentos a la realidad de Chile y sabían que en cualquier momento les tocaría recibir a algunos del partido que hubiesen salido de Chile.
A los quince minutos, llegó el amigo del Toño en su moto. Era la segunda vuelta que el Toño se daba alrededor del punto de encuentro.
No se detuvieron, solo se miraron, siguieron en la ruta, uno adelante del otro. Se veían como una sola línea perdiéndose en la carretera.
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La madre del Toño tiró todas las compras lejos. No se preocupó de las verduras, de las frutas y lo que llevaba en la bolsa. Dejó todo tirado en el suelo. Incluso el monedero que llevaba. Salió corriendo. Estaba a cinco cuadras de la carnicería. Tardaría diez minutos en llegar, pero lo hizo a los dos minutos, corriendo. El vecino la seguía atrás, le decía que tranquila, que todo estaría bien. Ella gritaba, pero cómo va a estar todo bien. Mi hijo acaba de tener un accidente, ¿cómo va a estar todo bien?
Cuando entró a la carnicería vio los puntitos de sangre que iban desde la máquina y salían por la puerta, camino a la Alameda, donde estaba el hospital. Un vecino se había quedado adentro, cuidándola. ¿Dónde están?, preguntó ella. El padre del Toño le había envuelto la mano en una tela, de esas que usaban para limpiar, y lo llevó en sus brazos hacia el Hospital Regional, que estaba a tres cuadras de la carnicería.
El Toño iba inconciente.
La madre se tiró al suelo, arrodillada y se puso a rezar.
Padre nuestro, perdona nuestros pecados.
Madre santísima, ayúdanos.
Protege a mi hijo.
*
Durante los siguientes tres meses, la Lily se dedicó a preparar el viaje. En la carta no venía ninguna indicación, pero suponía que tendría que llevar algunas cosas que allá no podría comprar. Yo la ayudé en todo, me dijo mi abuela. Estuvimos tres meses recorriendo el centro de Rancagua, comprando cosas básicas para el viaje, sobre todo las cosas que Marcos necesitaría. Tal vez allá no podría comprarle ropa ni zapatos. No sabía cómo vivía el Toño allá, si se habría gastado todo el dinero en el viaje. No había más información en la carta. A veces se lo imaginaba pobre, delgado, con barba y cesante. Otras veces se lo imaginaba muy bien, en una casa hermosa, con dos perros, un lindo patio y con un buen trabajo.
Compró zapatos, ropa para dos años, para tres incluso. Para distintas estaciones y edades del niño. Jabones, pasta de dientes, dos chocolates, calcetines, ropa interior para ella, algunas camisetas para los tres, paños de cocina, fideos, un paquete de dulces, sopas de sobre, caldos Maggi, algunas imágenes de vírgenes y santos.
Averiguó bien lo del clima y en base a eso hizo todas las compras.
Fuimos poniendo todo en una maleta. Sabía que con el pasaje tenía derecho a llevar solo una, y no podía excederse en el peso. Siempre se lo estaba recalcando: Lily, no te vayas a exceder en el peso, que llevar sobrepeso es muy caro.
Cuando Marcos ya estaba durmiendo, se ponía a ordenar la maleta, ponía y sacaba cosas. Se comía algunos chocolates por la ansiedad de la espera, envolvía todo en bolsitas, sobre todo las pastas de dientes y los jabones para que no mancharan la maleta. También contaba las cosas, hacía listas.
Siempre me decía, mamá, hacer la maleta, hacer esto cada noche, me pone más cerca del viaje, de llegar a Brasil, de rencontrarme con el Toño.
*
El día que se casaron, me dijo mi abuela, el Toño terminó completamente borracho. Lo tuvieron que ir a acostar entre cuatro amigos. Había tomado todo el día, y ya a las doce de la noche no daba más. Antes de caer completamente, dio un discurso acerca de su compromiso con la vida, pero por sobre todo con el partido. Prometió ir hasta las últimas consecuencias. Que ganarían esta batalla y si había que morir, moriría.
La Lily ya estaba embarazada y ese discurso la puso muy triste. Mi abuelo se acostó temprano. Estaba cansado, tampoco le caían muy bien los amigos del Toño, tenían diferencias políticas importantes. No quería discutir con nadie en el matrimonio de su hija, no quería arruinarle la fiesta.
*
Si bien la Cora se desarticuló en el año 78, mediante el decreto de ley 2405, el Toño tuvo que salir antes de ella, el 73, por recomendaciones de sus superiores. Comenzó a correr la voz de que los que trabajaran en la Cora y además militaran en un partido de izquierda, serían perseguidos, encarcelados o incluso que los podían hacer desaparecer o matar.
Una mañana su jefe lo llamó a reunión. Se encerraron en una oficina y él le explicó los riesgos de que continuara en ese cargo.
El Toño tomó de inmediato la decisión. No lo pensó demasiado, ni siquiera lo habló con la Lily. No le consultó a nadie, y dejó la oficina esa misma tarde. Fue a su escritorio, revisó todo lo que tenía ahí. Dejó todos los papeles con los que trabajó años, sacó unos lápices y unas fotos y partió a la casa.
Tenía una foto de su madre, Graciela, enmarcada. La guardó entre otras que se llevó.
Allá le contó la noticia a todos los que estaban. Llegó temprano, sobre las cinco. Siempre llegaba pasadas las siete. La Lily, que venía de una familia de derecha, donde se hablaba poco de política, se molestó al principio. Qué iban a hacer ahora, de qué iban a vivir. Él le dijo que eso no era importante en esos momentos. Que había otras cosas importantes como que probablemente tuviera que irse de Chile.
*
Cuando llegaron al hospital, ingresaron de inmediato al Toño a urgencia. Iba inconciente. La sala de espera estaba llenísima. Guaguas lloraban, ancianos se quejaban de dolor de huesos, algunas embarazadas estaban a punto de parir y otros no eran capaces de contener una tos alérgica.
Su padre iba con la camisa y el pantalón lleno de sangre. La mano pendía de un hilo y esa venda que su padre había improvisado ya no resistía la presión de la sangre. Todos se voltearon para ver la escena. Lo ingresaron a la UCI de inmediato, a pabellón, luego a cirugía.
Lo ingresaron para operarlo. La operación del Toño duró ocho horas. Lo intentaron. Fueron llegando al hospital los amigos y familiares. La madre estaba deshecha. No paró de llorar en esas horas en que operaban a su hijo. Solo rezaba y lloraba.
A las ocho horas salió el doctor y dijo que lo sentía, que había sido imposible, que no había nada más que hacer. Que tendría que aprender a vivir con una sola mano, con la izquierda.
*
El día en que la Lily partiría a Brasil se levantó a las cinco de la mañana. El vuelo salía a las ocho de la tarde desde el aeropuerto Arturo Merino Benítez, en Santiago. Los llevaría en el auto que tenía desde hacía dos años, un Fiat 600 rojo, de dos puertas.
Nos demoramos dos horas y media en llegar al aeropuerto desde la casa, fue un viaje agotador, sobre todo para allá. A veces Marcos lloraba, pensamos que el auto se iba a detener en cualquier momento, el tubo de escape sonaba y tiraba un humo espantoso.
Salimos a las dos de la tarde y llegamos a las cuatro y media en punto.
*
Cuando el Toño despertó después de la operación, estaban sus padres acompañándolo. Los médicos les dijeron que eso era lo más apropiado. Que él despertara y que sintiera de inmediato que había gente con él, que estaban sus más cercanos.
Los médicos les habían dicho el horario en que despertaría. Los padres estuvieron toda la noche culpándose de lo que había sucedido. Primero el padre le dijo a la madre que ella se estaba demorando mucho en el mercado. Ella le decía que por qué dejó de observarlo en la carnicería, que a un niño de doce años no lo puedes dejar de mirar. El padre le decía que eso era estúpido, que eso es solo hasta los cinco años, que luego puedes dejar de mirar a un niño todo el tiempo, las veinticuatro horas. Que él estaba trabajando, que había muchos clientes y que el Toño quiso ayudar. Lo dejó, pero que jamás habría imaginado.
Los médicos los escucharon discutir. Se les acercó una doctora y les dijo que ya estaba, que no había más que hacer, lo mejor era que apoyaran a su hijo y se apoyaran entre ellos. Esto no iba a cambiar, y lo importante es que ellos podían hacerlo más llevadero.
Decidieron dejar de discutir. El Toño iba a despertar pronto y tenían que estar con él, tranquilos.
Cuando despertó, estuvieron a su lado, lo abrazaron e intentaron no llorar, pero la madre no contuvo las lágrimas, le dijo que la perdonara, que toda la culpa era de ella.
El padre se quedó en silencio.
*
El padre del Toño no dejó de trabajar ni un día. Abrió ese mismo lunes la carnicería, pero no atendía él, se pasaba mirando al infinito, pensando o intentando leer el diario. Envió a dos de sus trabajadores a atender.
La carnicería comenzó a generar menos ventas. El padre del Toño comenzó a descuidarla. Ya no salía a recorrer la ciudad en busca de nuevas ofertas, no regateaba precios. Compraba menos mercadería, comenzó a verse cada vez más vacía. Tampoco limpiaban mucho. Estaba cada vez más llena de moscas. Le costaba pagarle a la mujer que limpiaba en las mañanas, comenzó a limpiar él mismo al cerrar. Nunca quedaba demasiado bien, siempre se veía como un lugar muy descuidado.
Si bien los vecinos se pasaron el dato de que ya no había nada muy bueno que comprar ahí, algunos seguían apoyando a la familia. Sabían por lo que estaban pasando.
En la terapia con la sicóloga, el Toño siempre dibujaba el momento antes de todo. Que estaba en la carnicería jugando con un auto de madera, tirándolo de un lado para otro.
*
Cuando el Toño y su amigo llegaron a la frontera decidieron pasar juntos. Si algo pasaba, ambos tenían que saberlo. No podían abandonarse. Si alguno no lograba pasar, el otro debía seguir y se comunicaría con los familiares y los del partido, y les daría la noticia. Si ninguno de los dos lograba pasar y los detenían, ya verían cómo daban aviso. Si pasaban ambos, y es lo que sinceramente esperaban, seguirían ruta hasta São Paulo, se alejarían rápido de la frontera, se detendrían en las ciudades donde tenían conocidos, más bien amigos de sus amigos, y que los podrían alojar, comer bien, ducharse y descansar un par de días.
Cuando llegaron, era muy tarde. Había solo tres milicos de turno. Les olieron el olor a alcohol. Hacía frío, así que de seguro estaban bebiendo. Eso era bueno para ellos porque no serían tan severos. Uno les pidió sus pasaportes y se dirigió a una caseta a mirar los apellidos en una lista. Se demoró bastante. Seguro algo le había parecido raro, pensaba el Toño, que de repente comenzó a mirar hacia dónde podrían arrancar en caso de tener que hacerlo.
Hacia dónde van, les preguntó una vez que regresó con sus pasaportes. Vamos a un festival de motoqueros que se hará en Brasil en un par de días, contestaron, una respuesta que ya habían ensayado. Y volteándose luego hacia el Toño, le dijo, y a usted, ¿qué le pasó en la mano?
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Claudia Apablaza
Publicado en CASA DE LAS AMÉRICAS, N°300, julio - septiembre de 2020