El día lunes 4 de marzo de 2022, a las 11:02 a. m., entré al consultorio de la ortodoncista que me vería en calle Ronda de Atocha. Al llegar me recibió una mujer que se llamaba igual que yo, Claudia, pero que tenía otro acento, otra forma de comunicarse.
Había un canto constante en su habla y la mía parecía llana, monótona.
Le dije que había llevado durante un año brackets en Chile, que ahora me había trasladado a Madrid y quería continuar con el tratamiento.
Me explicó los detalles, le comenté que quería sacármelos pronto, no soportaba más esos aparatos en mi boca, hiriendo mis labios y mi lengua, rozándola.
Me hicieron una serie de radiografías, a las que ellas llamaban fotos.
Ahora te haremos las fotos, me decían. Ven para acá.
Su ayudante, una mujer colombiana, aplaudía mi acento a cada instante.
Después de ver las fotos, la odontóloga me dijo que tenía una mordida desencajada, tal vez por haber usado mucho tiempo chupete, o por tomar demasiado tiempo mamadera.
Le dije que mis padres siempre hacían hincapié en que de guagua fui así.
La sentía respirar muy cerca. Yo estaba tendida en la camilla y ella al lado mío, en una silla. Cuando pronuncié la palabra guagua, la miré a los ojos esperando su comprensión. Ya no podía poner marcha atrás en lo que había dicho.
Dijo que debía tomar sesiones con una logopeda, aparte de seguir con los brackets algunos meses. Que cuando tragaba o hablaba, mi lengua empujaba los dientes hacia afuera y eso lo hacían los bebés, desestabilizando cada vez más mi mordida y la mandíbula. Abriéndola.
Lo normal, cuando hablas, es que pongas la lengua en el paladar, también cuando tragas, pero lo que tú haces lo hacen los niños. Con el tiempo las personas aprenden a poner la lengua arriba y se arma bien la mandíbula.
¿Nunca te lo habían dicho?
* * *
Mi madre nos daba de comer lengua de vaca. Nos decía que era suave y mejor que la carne.
La compraba los miércoles en la feria de San Francisco de Mostazal. Una larga calle donde vendían fruta, verduras, cachureos, detergente, juguetes, ropa de segunda mano y enormes palanganas para lavar ropa.
Siempre pedía «la lengua más grande».
Para cocinarla, la ponía en la olla a presión y cuando estaba lista la trasladaba a un plato, así, entera, a la vista de todos.
Después de cortarla, le poníamos, encima, mayonesa casera.
Me gustaba muchísimo.
Siempre me la repetía.
* * *
Mi hija me corrige: Se dice coche, mamá. No se dice auto. Tú no sabes nada. No sabes nada, no sabes nada. Se dice coche, coche, coche, no se dice auto. ¿Escuchaste?
* * *
Caminamos por el centro con mi hija, cerca del Mercado de la Cebada. Cuando nos detenemos en la plaza, frente al mercado, a comer su colación (una mandarina, un croissant de chocolate y agua), me dice:
Mamá, hay un país al lado de Rusia, quieren quedárselo y lo van a atacar.
Hay un hombre malo, llamado Compota, que quiere poner su bandera en otro país.
Un niño se escondió en un subterráneo para que no le pasara nada.
Tengo una compañerita que estaba de vacaciones en Rusia con su familia, la Mica. Ojalá no le pase nada. Tengo pena por ella, mamá.
¿Y si atacan España? ¿Qué vamos a hacer? Tengo una idea, tomamos un taxi rápido al aeropuerto y nos vamos a Chile a estar con los tatas.
Pienso en su posible asociación: Compota, budín, Putin.
No sé qué decirle.
La abrazo.