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Escribir: connivencia y convivencia

Publicado en Caravelle N°49 (1984)



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En el N°49 de la revista literaria Caravelle, Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien (1984), y dedicado a la vasta y controvertida cuestión de las relaciones entre literatura y sociedad en América Latina se decidió conocer la opinión, mediante una sola pregunta, de algunos escritores latinoamericanos. No hubo diálogo ni discusión. Se transmitió por escrito y por escrito se recibieron las respuestas. De los 23 "encuestados" he seleccionado a 6 connotados que en parte resúmen la totalidad de las respuestas.

L.

 

El escritor implica a un lector, cualesquiera que sean la dimensión de éste y la motivación de aquél. Más allá de lo especificamente literario, el lugar de la escritura y de la lectura se inserta en un contorno (¿extra-literario?) que determina de alguna manera este doble quehacer.

Cuando usted escribe, ¿en qué medida influyen o no, gravitan o no, interfieren o no en su obra las circunstancias sociales, culturales y políticas en las que usted vive y las que atribuye al público potencial al que usted se dirige?



Carlos DROGUETT (Chile).
Preguntas de esta carga presupuestaria se me han formulado ya muchas veces, lo único variable en ello ha sido el argumento de las palabras o la música de fondo que ello implica. Es, por lo demás, una pregunta que hay que formular, me parece que con beneficio de inventario, porque el ser un escritor, u otra especie de investigador artístico, no significa inteligencia, certeza de lo que uno es, o cree ser o de lo que hace, o cree haber hecho o quisiera hacer, sí, perfectamente se puede ser corto de inteligencia y largo de imaginación o cortísimo de ambas alas. La pregunta es, pues, no sólo vaga, optimista y general, trato sólo de condicionarme a ella y la contesto como el particular que soy.

No me considero artista sino escritor. No me considero escritor sino en cuanto hombre. Lo que por algunos exquisitos se suele llamar arte literario no es más que la manifestación de estar vivo y, en consecuencia, consciente del mundo que me rodea, que me forma o deforma y del cual siento incesantemente, aun inconscientemente, la necesidad de ser testigo o vocero. En otras palabras, para mí escribir es tan vital y cuotidiano como respirar. Sin esta respiración que es la literatura, yo no estaría vivo. Sólo los escritores cadavéricos, o los nonatos, pueden pretender transcurrir encerrados en su torre de marfil mierdosa, ignorar su tiempo, su tierra, su circunstancia, el mundo que pasa por la calle. Yo no puedo salirme de mi ropa cuando funciono sumergido aparentemente en letras, pero de hecho en mi ser total, el que se prolonga más allá de mi cuerpo. No, no puedo prescindir del traje notorio de mi carne, de mi traje familiar, social, terrenal, yo soy, además, aun que no quisiera serlo, también los otros, a menudo, especialmente en épocas horrorosas como las que transcurren ahora mismo en mi tierra americana, sí, yo soy más veces los demás que yo mismo.

El arte chileno y americano deben ser (y creo que lo están siendo, por lo demás, aunque los profesores doctorales y los exegetas encasillados y empastados lo ignoren), los escritores deben ser consecuentes con su sangre y con la bendita maldición que ello implica, esto es ser voceros de su pasado, de su presente y de su futuro. Ser denunciadores cuando hay crímenes y villanías que no recoge la historia y que hay que denunciar y cuando hay un evidente e inestrañable futuro por vaticinar, apresurar y construir. Si no, no, no vale. El mejor comentador y antologador de lo que hicimos o no hicimos es el avasallador y fabuloso futuro, el gran demoledor, el grande y definitivo constructor, ese futuro al que sin formar parte, nos integraremos si nacimos realmente después de muertos.

 

Julio CORTÁZAR (Argentina).
La presencia en la pregunta de la palabra circunstancias recuerda inevitablemente a Ortega y Gasset : «Yo soy yo y mi circunstancia». A notar que Ortega no dice: yo en mi circunstancia, sino que la adiciona al yo de tal manera que éste pierde todo sentido ontológico sin ella.

En la escritura (hablo por mí, sin la menor generalización) las opciones en materia temática son una operación de mi libertad, y no una presión de las circunstancias entendidas como exteriores. Todo está en mí y no fuera de mi, yo soy yo y mis opciones.

Por eso la referencia a un «público potencial» al cual «se dirige» el escritor no tiene mayor sentido en lo que me concierne. No podría «dirigirme» nunca hacia algo en que estoy incluido; soló frente a mi trabajo terminado puedo imaginar —con algo parecido a la felicidad— a esos lectores que comparten mi visión del mundo, optan por ciertas cosas y rechazan otras.

 

Augusto ROA BASTOS (Paraguay).
Considero que las relaciones entre el sujeto, la historia y la sociedad influyen de una manera inescapable en todo el hacer humano: ciencias, artes, literaturas (cualesquiera sean sus géneros). Por lo tanto, también inciden y marcan profundamente las relaciones entre la escritura y la lectura como actos de lengua y de cultura y entre el escritor y el lector como sujetos de estos actos. Pero es evidente que la crisis global de nuestro mundo contemporáneo ha afectado de raíz estas relaciones, al menos en el sentido del humanismo tradicional que arranca, digamos, de la cultura clásica antigua y logra su modernidad en el Renacimiento. En el siglo XX esta continuidad aparente se rompe bajo el impacto de las dos guerras mundiales y la amenaza de una tercera que puede destruir todo el mundo animado.

La naturaleza de esta crisis está reflejada por una paradoja: el creciente predominio de la tecnología sobre la cultura en detrimento de las necesidades vitales de la sociedad. La tecnificación aplicada en escala masiva a la producción de medios cada vez más sofisticados (y en este caso viene bien el tecnicismo que designa tanto la complejidad como la adulteración de los fines del saber científico) de destrucción, ha cambiado de signo a la cultura, transformándola de cultura para la vida en cultura para la muerte. Ejemplo extremo: la ominosa posibilidad de la catástrofe nuclear, de la guerra bioquímica y bacteriológica e incluso, en este mismo campo de «sofisticación» de consecuencias imprevisibles, los riesgos incontrolados de la manipulación genética que ya Hitler había comenzado a ensayar en los cobayos humanos de su universo concentracionario. ¿La mutación de Gregorio Samsa no fue acaso una advertencia premonitoria de Kafka, escritor y lector de un mundo en quiebra?

¿Qué es pues escribir y leer en el mundo de hoy bajo la compulsión de este «equilibrio» por el terror impuesto por las potencias que se disputan el dominio del mundo y que ninguna de ellas puede tenerlo sino a costa de su destrucción? En medio del «sonido y la furia» que estremece el mundo contemporáneo, ante el cual el fantasma de Macbeth habría retrocedido horrorizado, el «poder» de la literatura se ha vuelto irrisorio. La imaginación ha sido desbordada por los tenores reales que la mente humana común se resiste aún a admitir. La palabra profética, como «esencia» de la literatura, ha sido desacralizada, humillada, prostituida ideológicamente en el gran cambalache de los mitos y valores universales. ¿Es que la vida y su expresión en la literatura, en las artes, no va a ser más que eso que clama trágicamente Macbeth en la escena final? Un cuento de sonido y de furia narrado por un idiota y que no significa nada...

No creo que con la humanidad entera condenada a muerte, el escritor, el poeta, el artista, los hombres de ciencia que aman la vida y trabajan por ella, deban pactar con los dueños de nuestra última hora; que la «palabra profética», de rodillas, deba gritar con grotesco humor: «¡Deudos... escuchen mi testamento!» No quedada nadie para recogerlo. De todos modos, nada ha cambiado demasiado como para que el terrorismo apocalíptico sea la única esencia de nuestro futuro, en esta «alucinación en marcha que es la historia». El escritor y el lector que rehusan pactar con el espíritu de dimisión, con el conformismo en cualquiera de sus formas, continúan tratando de explorar juntos —hermanos siameses inseparables—, con mayor rigor y obstinación que nunca, los enigmas del mundo y del hombre sometidos a los delirios de la violencia y del caos. Continúan practicando, casi clandestinamente, el empeño de resistir y de sobrevivir, tarea inmemorial del hombre en sociedad y en lucha contra las fuerzas que lo degradan y destruyen.

Desde este ángulo, es claro que las circunstancias sociales, culturales y políticas que se viven en América Latina —para responder concretamente a la pregunta de Caravelle— no pueden menos que influir y gravitar —yo diría incluso emplazar y coaccionar— en el trabajo de sus escritores, en el exilio interior y exterior de la época represiva más aguda que recuerda su historia de luchas contra la dominación y dependencia de las potencias imperiales y colonizadoras. Toda la épica de su liberación.

En tanto que escritor de ficciones, siento que mi trabajo artístico y artesanal es por supuesto conciencia de un entrevisto mundo imaginario pero que busca expresarse en formas no conscientes de sí; es decir, en formas penetradas entrañablemente por la energía creativa de la vida social en un continente en el que más de la mitad de su población no tiene aún acceso a la escritura ni a los más elementales derechos de la cultura. Una situación que la narrativa trata de ocultar a veces bajo la ficcionalización extrema y elusiva de una realidad de la que es imposible escapar Es aquí, en mi opinión, donde el contorno «extra-literario» (al que alude tangencialmente la pregunta) se trasmuta en elemento «intra-literario», acaso como el reactivo y catalizador más activo de lo imaginario. Es pues en la convergencia y superposición de lo real y lo imaginario donde la subjetividad individual amalgamada con la conciencia histórica y social puede dar lo real-imaginario a través de la irrealidad de los signos; hacer que la escritura no sea o trate de ser mera reproducción de lo real sino que la palabra misma sea real. Logro que sólo es posible en la convergencia y afinidad de la escritura y la lectura, en la connivencia creativa del lector con el escritor. Lo que determina, en efecto, que escritor y lector se impliquen mutuamente y no puedan existir el uno sin el otro, del mismo modo que el «tejido» del texto no existe sin ellos.

 

Ernesto SÁBATO (Argentina).
El arte es un intento de comunicación —mejor sería decir de comunión, para evitar todo vínculo con la técnica— entre el artista y el Otro. No es un acto solipsista: nadie escribiría una novela en un mundo en que todos los demás estuviesen muertos. Por otra parte, no puede no haber influencia consciente o inconsciente entre el artista y el mundo. Vivir es convivir, y eso siempre es una circunstancia histórica y social. El viejo y falso dilema entre el sujeto y el objeto ha sido superado por las doctrinas fenomenológicas, y ha sido reemplazado por la dinámica relación del yo con el mundo; relación complejísima, a menudo oscura e inconsciente, pero inevitable; no sólo para la consciencia sino para esa realidad enmarañada y enigmática que está por debajo de ella, oculta fuente de cualquier obra de arte.

 

Eduardo GALEANO (Uruguay).
Influyen, gravitan, interfieren, en todas las medidas, todo el tiempo, aunque yo no me dé cuenta. No hay torre de marfil ni campana de cristal que pueda contra eso. Y el viaje es de ida y vuelta, porque lo que uno escribe influye a su vez, o influir quisiera, sobre ese marco social a cuyo influjo la palabra nace. Nadie que publique escribe para sí, por mucho que lo crea o lo diga: quien publica se dirige a otros, otros que no conoce, y de alguna manera se mete en la vida de esos otros. Escribir es un oficio solidario.

 

Augusto MONTERROSO (Guatemala).
Desde luego, el medio y la época en que me formé (adolescencia), la Guatemala de los últimos años treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma en que lo hago. Hoy vivo exiliado en México y mi circunstancia es distinta; pero mi formación fue ésa, y mis reacciones como individuo siguen siendo las de una profunda preocupación por la suerte de mi pueblo y mi país. Por otra parte, cuando las condiciones políticas de Guatemala han empeorado (con la única y tenaz esperanza en el triunfo final de la lucha popular armada), mi preocupación por la literatura es también muy firme. Y es aquí donde creo que mi escritura se basa fundamentalmente en los problemas del hombre como tal, del hombre de cualquier época y de cualquier latitud; y, más restringidamente, en los problemas de la literatura en sí, como arte universal. De esta manera, cuando escribo me considero producto de estas dos vertientes: el acontecer político, y la aguda conciencia de que soy heredero de dos mil quinientos años de literatura occidental y, atávicamente, de otros tantos de nuestras culturas autóctonas. A veces, esta misma conciencia me intimida y me impide escribir, pero cuando logro hacerlo procuro no ser indigno de esta carga y de esta riqueza.


 

 

 



 

 

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Publicado en Caravelle N°49 (1984)