La
muerte de Alejo Carpentier ilumina su trayecto de narrador de
América
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Por Alfonso
Calderón
En los últimos años, Alejo Carpentier, el escritor cubano muerto
la semana pasada en París, a los 76, creía que las novelas sicológicas
venían "muertas al nacer", arrolladas por la epopeya de la historia
contemporánea. Su obra había comenzado en 1933 con la novela Ecue-Yamba-O, un tributo al nativismo en el estilo de las
llamadas "novelas ejemplares" de América -La vorágine, Doña Bárbara,
Los de Abajo-. En 1928 colaboraba, por invitación de André Breton,
en la revsita Révolution Surréaliste, y continuaba sus estudios
musicales, que darán fruto concreto con el ensayo La música en
Cuba (1946).
El contacto
permanente con el surrealismo, y con Europa, le lleva a pensar que lo
maravilloso, suscitado por el pasado mítico europeo, en "la selva de
Brocelianda, de los caballeros de la Mesa Redonda, del encantador Merlín
y del ciclo de Arturo", o develado por "la vieja y embustera historia
del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una
mesa de disección", o puesto en escena mediante "la utilería
escalofriante de la novela negra inglesa: fantasmas, sacerdotes
emparedados, licantropías, manos clavadas sobre la puerta de un
castillo", venía a resultar consabido y burocrático, en una suma de
artimañas estéticas.
Mientras
se hallaba en Haití, en 1943, respirando el orden mítico-real creado por
Henri Cristophe, dejándose embrujar por el "caudal de mitologías" que es
América, encontró a cada paso lo "real maravilloso" que proyectará en su
obra, a partir de El reino de este mundo (1949). Y pensó entonces
que esa presencia y vigencia "de lo real maravilloso no era privilegio
único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no
se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías".
Advirtío que -puestas en el Nuevo Mundo- la Fuente de la Eterna
Juventud, la áurea ciudad de Manoa, El Dorado, la Ciudad Encantada de
los Césares -que buscara el compostelano Francisco Menéndez por tierras
de la Patagonia- eran espejos de maravillas y, al mismo tiempo, nuestra
historia viviente.
En América, "lo épico terrible o lo épico hermoso es cosa
cotidiana", dirá mucho después. Y de ello dejará testimonio en Los
pasos perdidos (1953), en El acoso (1956) y en los relatos de
La guerra del tiempo (1958). Cuando Victor Hugues,el héroe de
El siglo de las Luces (1962), transformado en una vasta alegoría,
apoya la mano derecha en los montantes de la Máquina terrible, y permite
al narrador sugerir que, con la Libertad, "legaba la primera guillotina
al Nuevo Mundo", en la Grand Terre de la Guadalupe, admitimos la
pavorosa posibilidad de la síntesis.
En Concierto Barroco (1974),
Alejo Carpentier se apoya en la historia de una ópera Moctezuma que
escribiera Antonio de Vivaldi, y usa los elementos que lo procuran el
modo de narar de los cronistas coloniales, y la proyección del viaje,
inherente a la estructura de la novela picaresca. Es un "gran teatro de
acontecimientos", un pandemonium verbal, un constante entrecruzamiento
de sonidos, gárgolas, volutas, vitrales y policromías, en un avasallador
juego de máscaras. El escritor es aquí un tramoyista que no desea
permanecer encubierto, y participa del delirio de la historia y de los
personajes, tras el sueño de esa extravagante ópera mexicana.
Con el anuncio de las "orquestas de
gatos mecánicos" o de esos "pavos bailadores de forlana", y el
concerto grosso, en donde Vivaldi, en juego concertante con
Doménico Scarlatti, ejecuta "vertiginosamente escalas en el
clavicémbalo", se anuncia el salto, la caída en el delirio con la
presencia del "cobre impar de Louis Armstrong", Tiépolo del ritmo, el
cual asa del bronco drama de Go Down, Moses a un "enérgico
strike-up de deslumbrantes variaciones sobre el tema de I Can´t
Give You Anything But Love, Baby".
En El recurso del método (1975) pone en acción a un
dictador ilustrado que es una encarnación de una forma depredadora, un
desafío al cartesianismo. Es un "siniestro producto de nuestro suelo,
siempre in crecendo de crueldad y violencia desde los albores del
siglo XIX". El dictador es un producto siniestramente característico
"del suelo americano y es necesario mostrar su realidad y tratar de
desentrañar los enigmas de su reaparición periódica y casi continuada en
el escenario latinoamericano, donde las juventudes están desde hace más
de un siglo y medio en lucha contra semejante personaje".
La pasión habanera de Carpentier es visible en La ciudad de
las columnas. Desde "la increíble profusión de columnas, en una
ciudad que es emporio de columnas, selva de columnas, columnata
infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía; columnas que,
por lo demás, al haber salido de los patios originales, han ido trazando
una historia de la decadencia de la columna a través de las edades", a
la calle cubana, "bulliciosa y parlera", o ligeramente "indiscreta y
fisgona", que lleva a las casas a multiplicar "los medios de aislarse,
de defender, en lo posible, la intimidad de sus moradores", sin perder
de vista los barroquismos que se dan cita en las casas del Vedado, de
Cienfuegos, de Santiago, de Remedios, en un Catálogo de los Hierros: "la
reja blanca, enrevesada, casi vegetal por la abundancia y los enredos de
sus cintas de metal, con dibujos de lira, de flores, de vasos vagamente
romanos".
En una novela
fallida, La consagración de la primavera (1978) intentó un mural.
Con la dictadura de Machado, el París de los surrealistas de comienzos
de la década del treinta, la Guerra Civil Española, el París ocupado por
los nazis y el remate de la caída de Batista y la llegada a La Habana de
Fidel Castro. Todo se apoyaba en su idea de que la nueva novela
latinoamericana "no puede ser diacrónica, sino sincrónica, es decir,
debe llevar planos paralelos, acciones paralelas, y debe tener al
individuo siempre relacionado con la masa que la circunda, con el mundo
en gestación que lo esculpe, le da razón de ser, vigor, savia y los
medios de expresión en todos los dominios de la creación".
Carpentier reconoció como uno de sus
postulados básicos la posibilidad de especular con el tiempo, "con el
tiempo circular, regreso al punto de partida, es decir, un relato que se
cierra sobre sí mismo, en Los pasos perdidos y en el Camino de
Santiago; el tiempo recurrente, o sea el tiempo invertido, en
retroceso, en el Viaje a la semilla; el tiempo de ayer en hoy, es
decir, un ayer significado presente en un hoy significante, en El
siglo de las Luces, en El recurso del método,en el
Concierto Barroco; un tiempo que gira en torno al hombre sin
alterar su esencia, en mi relato Semejante a la noche, en que se
asiste a la partida de un hombre para la guerra. Lo que se mueve en
torno a él es la época; él es perfectamente inmutable, en una acción que
comienza en la Guerra de Troya, pasando por las Cruzadas, la conquista
de América, el desembarco de los norteamericanos en Francia durante la
Segunda Guerra Mundial".
En sus
desmesuras se halla su medida, y en el genio barroco, su regodeo verbal,
su intención multisonora, un modo de contar a América.Un modo de amarla
siempre.
En revista HOY 7 al 13 de mayo
1980
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