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Reseña al último libro de Bertoni
Claudio Bertoni, Piden sangre por las puras, Editorial Cuarto Propio, abril 2009, 115 págs.

Por Roberto Contreras
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El propósito o antipropósito que tiene Claudio Bertoni de publicar cada año al menos un libro, más que una pretensión editorial, a sus lectores atentos y desocupados, se nos presenta como una expectativa de lectura, de provocación y vouyerismo; condición que sólo sorteamos cada vez que nos hacemos de un nuevo ejemplar suyo, como algo casi natural dentro de las lecturas pendientes. Acaso reconociendo las mismas coordenadas que tiene diseñada la forma de su producción, en todas las variantes genéricas (poemas, crónicas, prosa, diario de vida, cartas, fotografías) con las que Bertoni ha desplegado/desintegrado su obra, por más de treinta años de un oficio ininterrumpido.

El ojo de Bertoni que no ha pestañado ante una realidad, que se decide a abarcar desde los más vastos campos de la visión, hasta la microscopía más cotidiana y vulgar. Ampliación y reducción. Entregado, uno, al principio redentor de toda poesía, lograr crear con las palabras; y, dos, también conseguir la anulación total de su objetivo, al traslucir y desnudar radicalmente el recurso de la intimidad. Bertoni sabe que la poesía no es personal, y con eso logra zanjar su exposición, dejando en claro que su poesía es (re)producida como una consecuencia natural de (todo) lo humano. El hombre es un animal que escribe, convengamos, es una bestia salvaje e indomable que desbordado en emociones, carnalidad y espiritualidad, no pone límites a ese flujo, impedido de abarcar dentro suyo aquello que urge por vaciarse. Como si los placeres culpables pudieran borrarse del mundo, al menos, mientras son descritos, Bertoni queda o sale redimido en su apuesta.

Y es que Bertoni no transita por los planos de lo etéreo, sino que resuelve encontrar en el aquí y en el ahora, bajo el temple contemplativo del zen, el valor –incluso– de las miserias posmodernas. Así, se impone transcribir el lenguaje cotidiano, los residuos del habla, como si en ese mismo registro muriera cualquier otra intención comunicativa. Decir es escribir, y poetizar cada minuto es una actividad posible, un ejercicio de estilo que define su proyecto, ya no sólo literario, sino que artístico-creativo.

En esta última entrega, Piden sangre por las puras, retoma el mismo pulso que ha venido desarrollando. Y hace de la razón una motivación más digna para detallar-desentrañar, sin temor ni mezquindad, el suspendido diario de vida que ha venido editando y publicando, impugnando la cita de Beckett: “Rápido, antes de llorar”, donde recogiera sus vivencias-escritas de mediados de los ’70. Este poemario actual, dividido parcialmente en segmentos, se hace más certero separarlo en cuatro momentos: los poemas de París en su época de viajero vagabundo; la continuación del diario de vida; algunos recocidos del bellísimo Harakiri y los libros posteriores; hasta una elegía a lo mundano, fisuras del tempus fugit, bañado por un monólogo interior que no se explicaría de otro modo que no fuera la representación de la vida misma, esta mise en scène bertoniana, con que cierra el libro, bajo el nombre críptico “Bach”, y que pareciera querer arrastrarnos con ella.

Es un hecho que Bertoni no para, y que cada libro es una ventana abierta por donde se cuela lo mejor de ese recorte del mundo que muchas veces no vemos. Un poeta que roba besos y torsos y rostros y piernas y senos con su cámara a la altura de la pelvis. Un lente que es extensión de su oído, de sus mejillas pecosas, su pelo encanecido por el descuido de vivir suspendido en el tiempo, por sobre la derrota, la ruina y la perdición.

Bertoni no lee en público, no asiste a lecturas poéticas, no presenta a nadie, ni mucho menos lanza sus propios libros. Es la consecuencia absoluta de la obra por sobre el autor, pese a lo contradictorio que pueda parecernos, la misma materialidad de su escritura.

Claudio Bertoni es, con sobradas razones, uno de los poetas vivos más interesantes y propositivos en Chile, ya que no sólo es capaz de satisfacer a sus seguidores, sino que también de convertir en fans a las generaciones más jóvenes que llegan a entender, de qué modo vivir más que un acto de fe, es una provocación a la muerte desde y por la poesía. La mejor forma de mirar tranquilos la catástrofe y aún seguir sonriendo.

 

LOS TECHOS DE PARÍS

qué me importan a mí los techos de París
los techos de París me importaban
cuando los veía en Santiago en la televisión
hace ocho años
y tenía ganas y soñaba con venir a verlos
desde una ventana
en la buhardilla de una francesa de ojos verdes
en el barrio latino
desde adonde ahora los veo
y me importan un bledo.

75.

PARA ISSA

el viento
dobló el mantel
sobre la pizza.

75, París.

PUBIS

el placer
vino silencioso
y se comió el bosquecito
como un incendio.

75, París.

 

EL SÁBADO 19 DE ABRIL DE 1976

dijiste
“acaba conmigo”
en francés
por primera vez.

                                                               París.

ALGO ES ALGO

un día en París
quería ver a la Gala
y me fui al café turco
por el que siempre pasaba.

ella no pasó
pero pasó Cortázar.

                                                               75.

 

1967

Cuando recién llegamos a París en tren
a las 6 de la mañana estaba redondita la
luna y el frío nos hacía dar diente con diente
unos canadienses nos preguntaron de dónde
veíamos from Chile les dijimos y ellos
 dijeron it’s a lon g way from home, isn’t it?
yo los miré los blue-jeans nuevos y los zapatos
de caña alta suela gorda crepé y los suéteres
blancos de cuello subido debajo de unas parcas
brillantes forradas en chiporro y las mochilas de
aluminio impecables impermeables y yo y Marcelo
con nuestras bolsas de lona verde y fabricación
casera con el chaquetón negro de manta de
castilla que le había prestado el Moisés con
las botas de colegial Bata recién compradas
y mis antiguos bototos Hércules también
de Bata y los pantalones cafés de un terno
viejo de Bruno forrados en franela celeste
con florcitas blancas de una camisa de dormir
de mi mami nos estábamos dejando barba y
yo llevaba un sombrero estilo Frank Sinatra
que me había traído el pololo de mi hermana
de Nueva York hacía un par de años y nos
paramos tiritando de frío mirando el río y
Marcelo me dijo mira el Sena.                                 

10/73

LLORO DEMASIADO

Leí
que Robert
Frank encontró
el día de la muerte
de su mejor amigo a
Walker Evans mirando
por la ventana llorando
y lloré.

en el mismo libro
leí que Richard Avedon
lloraba fotografiando
vietnamitas mutilados
y también lloré.

EL HOMBRE QUE YO AMO

la
gordita
ciega en
la panadería
Viale siempre
me hace llorar
cuando canta El
hombre que yo amo
de la Myriam Hernández.

                                                               7/ 2006.

NESCAFÉ

sé que sentir es lo que cuenta
que es lo único que cuenta

que cuenta más
que los millones de años luz
que nos preceden
y sin duda
nos sucederán

sin embargo
es un alivio pensar
que más temprano que tarde
dará lo mismo haber sido Jesús
Bill Gates o un tarro de Nescafé.

83.

SANGRE (I)

cuando piden sangre en la tele
pienso que a nadie le importa
o que le importa a alguien
pero hasta el punto
de salir a tomar una micro en la noche
para ir a darle sangre a un desconocido
–hasta ese punto–
creo que a nadie le importa. 

84.

POR PURA CASUALIDAD

fui a ver Bruno
salí a comprar unas empanadas
y entré a una iglesia en Manuel Montt
había un ataúd
y adentro estaba Rodrigo Lira.

SAM

debieran publicar a Beckett
cuando muera:

hacer una edición
con su cadáver
y venderlo. 

14 de octubre de 2006

murió Millán
me acaba de llamar
un periodista de La Tercera
que si tengo algo que decir
yo voy a Viña en una liebre
a ver a mi polola
no más liebres para Gonzalo
ni más pololas
eso tengo que decir.

(hasta la muerte…)
hasta la muerte más accidental
–un accidente automovilístico
por ejemplo–
es un suicidio.

 

NOTICIA  SUICIDA

al fin
el fin


 

 

 

 

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