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Nuestro
Pepe Grillo ataca de nuevo
Por José Ignacio Silva A.
www.plagio.cl
Claudio Bertoni “Dicho sea de paso” Ediciones U. Diego Portales, Santiago,
2006, 215 págs.
La poesía de Claudio
Bertoni (Santiago, 1946) tiene una cualidad que la hace indispensable
en nuestras bibliotecas. Es necesaria pues es un vivo retrato de nosotros
mismos, de nuestros pensamientos y pulsiones, de nuestros miedos,
desconfianzas, frustraciones y pequeños triunfos. Sucede así
cuando Bertoni anhela culos y tetas de colegialas con una melancolía
y franqueza que es de una simpleza engañosa; así como
cuando enumera a todos sus fantasmas sentado en la cuneta, flirteando
con Edgar Lee Masters, cuando juega pimpón con Henry Miller,
hace de las suyas con Cecilia Vicuña y la Tribu No, o colecciona
zapatos o palitos en su exilio conconino.
Jalonan la obra de Bertoni no la cachondez ni la enumeración
detallada de una vida de barrio que se fue, sino esto y todo lo demás,
es decir, la consistencia de una obra viva de un observador agudo
y sin ambages, como lo es su autor. Esa consistencia se puede apreciar
de primera mano en la antología Dicho sea de paso, que
ha salido al ruedo bajo el alero de las Ediciones de la U. Diego Portales.
El volumen no solamente vale por ser una compilación que faltaba,
sino también por la impecable edición, prologada por
el comelibros Álvaro Bisama. Solamente los rescates como el
notable Sentado en la cuneta, o el legendario Cansador Intrabajable,
hace que el volumen valga por sí solo. Sin duda uno de los
aciertos editoriales de lo que va corrido de 2006.
Algo que queda claro en este libro es que Bertoni nunca ha abandonado
ese lugar en la galería, con Parra y Lihn a un par de asientos
de distancia, ese lugar que lo erige como una suerte de Pepe Grillo
de nuestra poesía, una conciencia arraigada en la calle, con
jumpers lejanos, espiritualidades, decepciones intelectuales, fuentes
de soda, hipocondría, salpimentada con sofisticación,
y, más que nada, poesía exacta y poderosa, oxigenadora,
golpeadora y tragicómica, siempre sostenida en un equilibro
precario, o como loro en el alambre, si se quiere. Decir que Bertoni
retrata de plano lo nacional, o que es un fiel representante del hombre
chileno, sería caer en el mal gusto. Pero la tentación
es grande. Mejor es acercarse a la librería más cercana
y echar mano esta propicia antología de Claudio Bertoni, que,
cual película de matiné, hará reír y llorar
a sus lectores, pero no les dará un final feliz.