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El asesinato y otras muertes
"Whitechapel", de Camilo Brodsky

Por Artemio Echegoyen
La Nación

Da a entender un poema en este libro -Whitechapel, cuyo título es el barrio londinense en que hizo de las suyas Jack el Destripador- que ultimar a un prójimo implica un cruce de frontera mental. Y una apertura. El poema es “Sociologías”, y reza: “el crimen opera como la hermética forma de mantener el silencio social; / un pacto total y absoluto donde todos observamos / desde las páginas del diario hasta que entramos / Matar / es tener la llave de una puerta”. Sólo “Matar”, verbo transitivo y central, tiene mayúscula. No es casual. El entero conjunto de estos versos de Camilo Brodsky (1974) recorre diversos crímenes y criminales, asesinos en serie, violadores pedófilos (como el espantable porteño Saavedra), atribuyéndole a esa panorámica un significado enigmático, acallador acaso de otras efervescencias sociales, y exponiendo la metáfora descuartizada y por qué no grotesca de la intranquilidad humana esencial, desde las pandillas “maras” de Centroamérica hasta las hazañas parapelos del ucraniano Chikatilo.

Basta de abstracciones, vamos al verso en su tinta: “Lo más cruel para el pequeño Andréi y su hermana / era escuchar en el regazo de su madre / cómo su hermano mayor, / Stepan, / había sido raptado y devorado”. Las cursivas de estos versos tal vez denuncian su procedencia documental. Son parte del poema “Chikatilo”, y el canibalismo de marras, diríase que formador en el matachicas ucraniano, puede remontarse a históricos años de fría hambruna. El hablante lírico señala, entre corchetes, que “[el poeta en este caso / ni siquiera exagera]”. No sólo de asesinos habla “Whitechapel”, pues en “las verdades irrefutables: discovery channel quotes” se dice que “cada mañana / una cebra se despierta / sabiendo que debe correr / más que un león // cada mañana / un león se despierta / sabiendo que debe correr / más que una cebra // La mecánica celeste / sigue siendo implacable”. Si la mecánica celeste es la determinación de los cuerpos que se comen tal a cual, qué puede hacer el ser humano. ¿Tiene libre albedrío? El malvado que no hace mucho arrojó a la bahía a la pequeñuela aún viva en un bolso, ¿optaba a sabiendas por el mal en sí?

Brodsky intercala versos metafísicos, pero no se aleja de la muerte, tema en que el problema no sería el síntoma, sino “(…) una ausencia que opera / sobre las debilidades / arrastradas de antemano / (…)”. El Vacío y el “error de la vida / que transcurre en nuestras casas” son quizás un buen caldo de cultivo para guisos desconcertantes como la “Revolución”. Léase con escalofrío moral.

 

 

 

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