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"Harakiri",
de Claudio Bertoni:
No todo lo
coloquial es parriano
Por
Felipe Ruiz V.
Artes y Letras de El
Mercurio. Domingo 21 de agosto de 2005
A simple vista, la obra ganadora
del Premio al Mejor Libro del Año 2004, del Consejo del Libro,
parece un mero anecdotario personal.
Pero en sus páginas se
vierten las aguas del jazz, de la poesía beatnik y de la literatura
budista, y el resultado es un hermoso
mar de letras espontáneas,
sinceras y reveladoras.
El harakiri o seppuku, como se sabe, tiene su
origen en el Japón feudal y partió como un acto de inmolación
extraído del Bushido (código de honor samurái).
En posición de loto, luego de realizar las últimas oraciones,
comienza la ejecución: el movimiento del wakizashi (sable corto)
parte de izquierda a derecha del vientre, con un ligero desplazamiento
hacia la boca del estómago, hasta completar una suerte de L
recostada. El ritual representaba la forma por la cual el samurái
entregaba su espíritu a Buda antes de alcanzar la edad madura,
y así, conservando aún
la plena potencia de sus facultades físicas y mentales, mantiene
su honor intacto.
Harakiri es además el nombre de la obra ganadora del
Premio al Mejor Libro del Año 2004, otorgado por el Consejo
Nacional del Libro y la Lectura. La obra pertenece a Claudio Bertoni,
artista visual y poeta, eximio conocedor de la música de St.
Louis, "un hippie que vive en la costa", a decir de Bolaño.
Anotador obsesivo
A simple vista, la voluminosa obra no parece más que un mero
anecdotario. Un registro de pequeñas piezas poéticas,
muchas de ellas datadas y fechadas, al más puro estilo de Paul
Celan; leyendas de un episodio particularmente oscuro de la vida del
autor: en 1998, Bertoni sufre una crisis de cefaleas que lo tiene
al borde del abismo, vislumbrando esas zonas de la experiencia que
son las únicas, según Nietzsche, de las que vale la
pena hablar. Harakiri es el resultado de esa experiencia, y
teniendo en cuenta ese antecedente, se hace más claro la escritura
de esta obra.
Se dice que Bertoni es un anotador obsesivo. Que siempre lleva una
grabadora en la cual registra aquella idea que le surge de una visión
interesante, curiosa, o simplemente absurda, y luego, sin mediar escrúpulos
literarios, es traspasada al papel. La escritura de Bertoni es así
un acto de inmolación: la apertura de las vísceras,
cuya visión de una crudeza implacable y de una visualidad sin
metáforas, es lo único que permite, parafraseando a
Eliot, soportar tanta realidad. Como cuando nos dice en In Memoriam
de Roberto B.: "no news/good news/ enciendo la radio murió
bolaño 14/7/2003". La crudeza del registro no deja lugar
para la evocación o la alegoría. No deja siquiera lugar
para una coma de respiro entre el anuncio y el nombre del fallecido,
que se ha escrito con minúscula, como al pasar.
El "homenaje" no es, en efecto, un réquiem por el
difunto, sino un exorcismo personal, una escritura limpia como el
corte del wakizashi sobre el propio vientre. La poesía como
terapia. No hay mediación, en efecto, entre el registro y la
escritura. Bertoni habla "de corrido" y es por eso mismo
que habría que pensar dos veces antes de atribuirle una cercanía
tan próxima a la antipoesía. No se trata, como en Nicanor
Parra, de constatar la caída de los poetas del Olimpo, sino
que de informar desde el dolor de la caída, de graficar sus
consecuencias.
Ésta es una de las grandes razones por las que Harakiri resulta
quizás la obra más ejemplar de Bertoni: un verdadero
propedéutico de aproximación al movimiento de toda su
producción. Permite de entrada evitarse las comparaciones siempre
odiosas con Don Nicanor, recurrentes y tendenciosas. Intentaremos
ver por qué.
"Beat - toni"
Bertoni es un eximio conocedor de la música de St. Louis,
del be-bop, el soul, el blues, de la corriente disgresiva de la música
negra y la razón y pasión de muchos que se nutrieron
de la generación beatnik: el jazz, sobre todo, como la afluente
rítmica de la prosodia y la respiración del poema. Bertoni
bebe de esas aguas. Recordemos, por ejemplo, toda la mitología
que ha surgido alrededor de la escritura de On the road, de Jack Kerouac,
el paradigma beatnik por excelencia. Se dice que fue escrito sin pausa
durante una sola noche, en un rollo de papel higiénico. Mitologías
aparte (el propio Kerouac reconocería haberlo escrito en 21
días, en papel fax), On the road sindica ya la estampa vibrátil
a la que luego se ceñirá toda una generación.
Imitando el pulso de una Jam Session, los beats se ciñeron
a una escritura espontánea (con la excepción de William
Burroughs), la cual se diferencia de la escritura automática
por la famosa doctrina de la respiración, formulada por el
propio Kerouac en 1953. En una conocida entrevista del Paris Review,
fechada en el verano de 1968, Kerouac señala: "¿Qué
hace un saxofonista? Toma aire y después sopla el aliento construyendo
una frase unitaria. De la misma manera yo separo mis frases como si
fueran distintas respiraciones de mi mente".
Bertoni no sigue al pie de la letra los designios del be-bop, de
lo que luego muchos llegaron a llamar la música beat. Sin embargo,
en su prosodia, resuena una vocación por la escritura espontánea.
No hay mejor metáfora que la propia realidad. No hay nada más
real que el instante. Bertoni no deja lugar a dudar de eso, como en
el poema Si: "si/ juntáramos/ todas las mentiras/ del
mundo/ conseguiríamos/ una pequeña/ verdad". Lo
mismo podría decirse de la construcción de Harakiri:
una obra especular por donde se la mire, en donde cada fragmento nos
reenvía al siguiente, y del siguiente al anterior o a un retazo
pasado en otra página.
En efecto, el coloquialismo de Bertoni se alimenta de unas aguas
muy curiosas: no se trata de una ruptura incidental con la lírica
tradicional, el efecto de una política predeterminada o una
poética de autor. Lo prosaico, lo coloquial, es más
bien un accidente. Se trata más bien de alcanzar una revelación
artística a través del movimiento vital de la propia
escritura, que tiene mucho de literatura del camino, poesía
on the road: una construcción que se va haciendo paso a paso,
donde cada poema es un acompañamiento, un acorde de toda la
melodía. Harakiri es precisamente como el jazz: no coloquial,
sino espontáneo.
Poesía
terapia
"La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo,
el intento de un camino, el esbozo de un sendero", señaló
alguna una vez Herman Hesse. Harakiri, como hemos dicho, tiene
mucho de esa búsqueda, que no es otra que el sendero personal
de Bertoni, su vida cotidiana en la escritura. Citando a Hesse resuena
otro de los afluentes de su poesía: un curioso camino espiritual
que sin duda lo ligan al budismo zen, por el que también deambularon
los comparsas beatnik, a mediados de los 50.
¿Cómo llega el zen hasta Bertoni? En un artículo
publicado en 1958 por Alan Watts, maestro de la disciplina, cita un
conocido poema del chino Yun - Men: "Si no puedes encontrarte
a ti mismo ¿dónde irás a buscarlo?/ no te preocupes
por hallar lo que encontrado no te puede dañar". Watts
cita el poema a propósito de la fascinante relación
que habría entre la escritura espontánea de los beatniks
y los ejercicios de caligrafía recomendados por los maestros
zen. Como ejercicios de caligrafía, la escritura espontánea
no es cualquier tipo de literatura: se asume a sí misma como
una praxis física en pos de alcanzar un estado de sinestesia
artística. El mundo exterior resuena con su urgencia y anula
la presencia agobiante del Yo poético de la lírica;
ausencia de sujeto en pos de alcanzar una exteriorización cada
vez mayor.
El camino que sigue Bertoni, si bien nos recuerda constantemente
la angustia del propio sujeto, pugna por exteriorizar la emoción,
hurgando en los cuerpos, los paisajes, la ciudad, libros, una silla,
bares, Dios mismo, extrayendo de ellos imágenes que se aclimaten
al temple sentimental de sus estados anímicos: "en el
bar/ me gustaron/ mis brazos flacos/ saliendo de la polera".
Lo "prosaico" en Harakiri, así también, tiene
otro afluente totalmente distinto al jazz y a la literatura espontánea:
éste es la poesía oriental y una búsqueda espiritual,
que lo acercan al budismo zen y mahayana.
Los caminos de la poesía son misteriosos. Por intermedio de
los beatniks, Bertoni se haya mucho más cerca del imaginismo
de William Carlos William o el objetivismo de Oppen que de la estampa
de poeta maldito que algunos le achacan. Más próximo
a un Irving Berlin que a un Jim Morrison, y más alejado de
las citadinas poéticas de Occidente -antipoesía incluida-
que del conciso y refinado imaginario oriental.
No todo lo coloquial es parriano: por otros senderos, autores como
Bertoni indagan en terrenos más calmos y menos pedregosos,
pero obteniendo similares resultados. Habría que preguntarse
cuánto de lo que actualmente se produce en el terreno lírico
nacional bebe de uno u otro afluente. Harakiri puede ser un
buen cotejo para los curiosos.