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Exceso y chorreo en la obra de Héctor Hernández Montecinos

Por Carmen Berenguer
Cuaderno, Revista de cultura No.66, invierno 2010, de la Fundación Pablo Neruda.

 

 

 

 

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Leí Barro lírico, Coma, entre otros múltiples libros haciéndose, hechos y por hacer de este sui géneris poeta chileno, Héctor Hernández Montecinos. Lo he venido leyendo, pues me permite entrar y salir como yo quiera. De pronto me detengo en un verbo, en una oración, plegaria o descripción, un alegato, una fiesta, una orgía. El ensayo. Un documento cultural, una conversación: Todo en el ir y venir de su consonancia su transcripción: Su mueca.

Lo vi entrar en silla de ruedas, haciendo guiños y guisantes con el soporte. Desdramatizando las penas del arte o el arte de los martirios. Héctor Hernández Montecinos es un hinchapelotas de la escenita cultural. Su sobreexposición es una cachetada para la moral hipócrita del medio pelucón del salón poético, en la provincia de las letras nacionales.

Héctor Hernández Montecinos es el poeta de estos tiempos del Internet, Face Books, eBooks, para bien o para mal. A su vez es el que inventó la odisea generacional del espacio poético del 2.000. Ha sido hacedor del ready made del libro. Autor del movimiento de la novísima promoción de poetas, organizada bajo la metáfora: “Poquita fe”. No es menor, que después de la caída de los grandes relatos (Lyotard) y nuestra propia caída en Chile, un joven recoja el sentido de su tiempo. Poquita fe nos ha ocurrido a todos, pero después de haber vivido la fe. No obstante, nacer sin fe, en vez de inmovilizarlo, apesadumbrarlo, desmoronarlo y una seguidilla de desolaciones, lo movió y es conmovedor.

Movió el escenario de la poesía actual. Ahora, no sé si llamarlo joven, siempre en boca de entrecomillas los poetas adultos, significa perdonarle toda su desfachatez arrogante, sólo por el hecho de ser joven. La palabra joven es un peso, sea del lugar que se le mire. La poesía no tiene edad, a un buen hacedor de metáforas se le seguirá leyendo a pesar del tiempo.

Recapitulando entonces, el poeta que es Héctor Hernández Montecinos siguió haciendo de las suyas y no contento con el espacio chileno, fue creador a nivel latinoamericano de una red de poetas y lectores nuevos, como si eso fuera poco. Hoy, mirado a la distancia, el campo ha sido fértil. Esa nada, el erial que fue la metáfora de los 80 se regeneró en acción poética. No estoy hablando que este es el camino de un futuro de la poesía chilena, o tal vez que sea lo único, de ningún modo; dos o tres generaciones la preceden. Hay mundos y modos de ser poetas, y está aconteciendo.

He querido puntualizar y subrayar que en diez años este autor ha hecho circular de manera vertiginosa su poética de la aceleración, narrativizando su campo de acción. Escribir viviendo y vivir escribiendo, de ese modo rechaza la figura quieta de la vida académica del poeta. En síntesis: por el poder que ejerce al ser juez y parte. No obstante, él es un poeta ilustrado, se graduó en la carrera de literatura de la UC. Propuso entonces, un modo renovador de lectura en aquellos años, cuando recién se estaban masificando en el entorno académico autores como Gilles Deleuze y otros.

Otro de sus rasgos singulares es su despreocupación de relamer sus textos. Más bien no le ha importado un ápice la artesanía y/o esplendor del verso o equivocarse. El mismo lo ha dicho –no me interesa detenerme en la belleza clásica de un poema, ni corregir un poema. “Yo no corrijo”. Para él, lo sucio, lo feo, lo podrido, bien puede estar en el poema como vivir. Una vez llamó mi atención que pusiera en el libro una acción de arte que él supo leer muy bien, pero le faltó la cita. Una posible lectura, que si bien tomaba textos de otros, reproducía obras y acciones de arte como un modo de restarle el carácter sagrado que tienen ciertas reglas canonizadas, como las autorías. Simplemente las cubrió con un manto de deslegitimidad de lo propio. Simplemente como una acción cultural para ser leída por él, como lector de encuentros textuales, y hacer con el lector un guiño cómplice de lo encontrado como fetiche. De ese modo, exponiendo y poniendo en circulación la idea de que hay una simultaneidad de textos que están allí para el lector.

Estos acercamientos como lectora, sin detenerme, en detrimento que obnubile la lectura. O tal vez es precisamente lo que escamotea el autor del chorreo y el exceso, rasgo fundamental de su poética. Producir el hartazgo y leer por donde a uno se le frunza. Ya que no podemos obviarlo, está presente más allá de él. Y a pesar de él, está presente. Héctor Hernández Montecinos es autor de la construcción del exceso y se fuga en el chorreo, su omnipresente figura poética.




 

 

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Cuaderno, Revista de cultura No.66, invierno 2010, de la Fundación Pablo Neruda.