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Claudio Bertoni: Escribo porque me alivia
Adiós, Ediciones UDP. Santiago, 2013. 139 págs.

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 3 de Febrero de 2013



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El diario que lleva Claudio Bertoni (1946) desde hace décadas ocupa miles de páginas. El libro Adiós fue realizado a partir del cuaderno escrito entre el 14 de febrero de 2011 y el 2 de julio de 2011. Forma parte de ese proyecto de "poesía hecha de fragmentos de un diario incesante -work in progress-", como la describió alguna vez Enrique Lihn. Una poesía de apuntes fugaces, detalles íntimos y aullidos personales que Bertoni, a diferencia de Léautaud y su Diario privado, se ha atrevido a publicar en vida, conservando el sabor coloquial de un monólogo en el que nada es demasiado insignificante como para no ser acogido.

"El original de Adiós era prácticamente el mismo -dice Bertoni-. Creo que borré un par de líneas, y ni siquiera. Hubo cambios de puntuación también, comas sobre todo. La única elaboración posterior es ver si el conjunto 'funciona'. Esa es la prueba de la blancura del texto. Después de todo es literatura. El lector no es mi psiquiatra y hay que guardar la forma".

Pavese, Márai, Leopoldo María Panero, Emily Brontë y Schopenhauer son algunos de los autores que se mencionan en el libro. Fueron las lecturas del poeta durante el lapso que abarca el diario de 2011. "Son libros que van cayendo en mis manos por casualidad, que es lo único que hay, lo que la convierte, quizá, en algo más. Panero estaba en mi cuaderno con versos que hablaban de lo que yo sentía y su libro estaba en mi velador".


Sobre el título del libro: ¿Despides solamente a un amor o sugieres al mismo tiempo una despedida del autor-poeta?
—Salió naturalmente y no me estoy despidiendo del autor-poeta, en absoluto. Al contrario, solo veo el resto de mi vida y hasta donde la salud me acompañe transcribiendo los cientos de cuadernos -que además aumentan todos los días porque todos los días cuento mis leseritas-, y las más de 600 casetes que están ahí sin "descasetear" y en las que están las cosas que a mí, por lo menos, más me gustan.

¿Has vuelto a usar grabadora?
—No, porque es demasiado. Yo escribo muy parecido a como hablo y la lengua es mucho más rápida que la mano, aunque nunca tan rápida como el pensamiento. Así y todo, la cantidad de casetes acumulada ya sobrepasa con creces lo que podría transcribir, para no hablar de publicar, jamás.

Citas a Shakespeare: "Words, words, words". Y anotas: "Las palabras no tocan nada..."; "No puedes pretender que todas las letras de una palabra sean ciertas..."; "Las palabras son algo secundario". ¿Desconfianza o escepticismo creciente en las palabras?
—Desconfianza y escepticismo crecientes. El abismo entre las páginas de un libro y la vida de carne y hueso es absolutamente infranqueable. No solo los místicos hablan y rasguñan algo de lo que saben jamás podrán hablar con propiedad. Se escribe "por no dejar". Además, molestia particularmente con el mundo de la "literatura". Sándor Márai, poco antes de matarse y después de ver sufrir y morir a su mujer, habla de su "asco" por la literatura: "Esa cháchara presuntuosa, demente", la llama. Llega a decir incluso que las palabras "no sirven más que para ocultar la realidad, no para revelarla". Yo personalmente escribo porque me alivia. Poco, pero me alivia. Además, se puede escribir y no poner el cuerpo en el mundo de la lihtehrahtuhrah.

—¿Son cada vez más frecuentes las migrañas en tu vida o es que la obsesión por la salud va creciendo entre tus preocupaciones?

—La obsesión por la salud va creciendo sin duda alguna, debido a la edad y sobre todo a la conciencia creciente de nuestra fragilidad emotiva y espiritual. La sensibilidad se agudiza: el amor, la música, la belleza, la injusticia, y la desgracia a cada rato; todo empeora, es más intenso cada vez. En cuanto a las migrañas, tengo un sistema de analgésicos que me resulta y que no me resulta, y a veces pienso que ya me acostumbré pero a veces pienso todo lo contrario. ¡Qué se le va a hacer! Solo le ruego a dios, es una manera de decir, que no me pase lo que a Cerati. Por suerte a los migrañosos consuetudinarios eso les pasa poco, dicen. Y tengo bien la presión, no tomo, no me drogo y como sano.

"La infidelidad de la mujer es mucho peor que la del hombre", anotas. Te van a dar duro las feministas.
—Por supuesto no tengo idea cuál infidelidad es peor. Lo más seguro es que las dos sean las "peores". Cada uno mata su toro. Lo único que quiero decir es que es horrible, para el que sea, hombre o mujer, lo que se siente. Y exagero, y tergiverso un poco, porque la literatura me deja hacer eso. Y porque me imagino mil huevadas, y no doy más.

Tocas un tema que ha rondado últimamente: "Debiera existir una brigada de asesinos de viejas y de viejos decrépitas y decrépitos". ¿Es una provocación intencionada?
—El viejo decrépito por supuesto soy yo, y son todas las guagüitas de meses que van a llegar a ser lo mismo: unos engendros de carne y hueso que nadie sabe para qué respiran todavía. En resumen, se trata de nuestra condición, eso es lo que me da rabia y no acepto ni media teodicea, y todo esto que digo lo digo en mi contra y a mí me hago daño. Porque si de mí dependiera, le salvaría el pellejo hasta al más lamentable de los piojos si me lo pidiera. Hasta los pañales le cambiaría.

"Adiós" hace recordar tu libro "De vez en cuando" (1998), también sobre el fin de una relación. En ambos, el enamorado que acaba de romper se muestra como un enfermo. ¿Planteas una identificación entre amor y salud?
—Es bastante simple. No te quieren y te enfermas. Freud y Schopenhauer y no sé cuántos más dicen y saben que no existe nada peor, excepto la tortura física por supuesto. Simone Weil llega a decir que todo lo que no afecta tu salud, tu cuerpo, es puro "romanticismo"; es decir, pamplinas. Hay gente que se mata por eso. Pavese se mató. No hay canción, blues, bolero, que no lo diga: "No puedo vivir sin ti", y no es chiste. Es "la presencia y la figura" de la que habla san Juan de la Cruz, sin la cual ya no se come, ya no se duerme y las entrañas gimen: el colon, el corazón, la cabeza y sobre todo la uretra, ese tubito que habita el miembro que más nos duele.

En un pasaje de "Adiós" hablas de "un libro, por fin, de poesía que me satisfaga". ¿Te refieres a uno tuyo o al de otro autor?
—Me refiero a un libro mío y a mi quehacer poético, a enfrascarme en eso como el único reducto de salud que me queda y puedo más o menos controlar. Específicamente, vuelvo a pensar en un libro del que habla Beckett en el que "cabría todo". En cuanto a un libro que me "satisfaga", muchos de los míos están demasiado chanfleados. Hace un tiempo, por ejemplo, corregí De vez en cuando, y le saqué 45 poemas. Pero últimamente mis libros están mucho más como yo los quiero. Sin ir más lejos, el que nos ocupa goza de mi total confianza.

En los epígrafes de dos suicidas connotados (Amy Winehouse y Sándor Márai), en las menciones de Schopenhauer y en varias anotaciones tuyas vuelves sobre la idea del suicidio. ¿Nombrarla es una manera de mantenerla a raya?
—Cioran piensa que es una manera de mantenerla a raya. Yo soy un debilucho que como Pavese, ante la más mínima dificultad, piensa en suicidarse. Él dijo también que jamás lo haría, pero lo hizo. Van Gogh es otro, que, en carta a su hermano Theo, dice que no está en su temperamento. Y todos sabemos que lo hizo. Es verdad que ahora último pienso harto en eso y nada me gustaría más que estar seguro de que seré capaz de hacerlo cuando las cuestiones se pongan demasiado ridículas y deleznables y desamparadamente dolorosas, sobre todo en un país como este, donde no existe la eutanasia. Pero también pienso, que al revés de Van Gogh y Pavese, yo realmente no me atreveré.

 Sus planes para el añoEl poeta y artista visual anuncia un libro de fotografías (desnudos) que abarcan desde 1973 hasta 2008 (Ocho Libros). Publicará, además, una antología bilingüe de su poesía, traducida al inglés por Carlos Soto Román, poeta chileno radicado en Filadelfia, que ganó un fondo para este proyecto. "Sería el primer libro de Bertoni traducido al inglés, la primera entrada 'en serio' de su poesía en las tierras del norte", estima Camilo Brodsky, editor de Das Kapital, sello que publicará esa antología, así como un volumen de traducciones de Takuboku realizadas por Bertoni. "Él es un queridísimo poeta japonés y padre de la poesía contemporánea de su país", dice el autor de Adiós.



 

 

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