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Presentación del poemario Sobresalto al vacío, de María Elena Blanco Mago Editores.
La Sebastiana, Valparaíso, julio 2015.

Por Carmen Berenguer

 


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María Elena Blanco es autora de poesía y de ensayos de literatura, además de iniciada en el arte de ingresar a otras lenguas de poetas, en el que se ha especializado en la lengua francesa como traductora  de Baudelaire, y en la alemana, traduciendo a poetas austríacos.

También escribe en lenguas, en lenguas literarias, y sueña en lenguas, como se lee en su plaquette Escrito en Lenguas (Ed. Verbo(des)nudo, Santiago, 2015).

María Elena es pródiga en el lenguaje de la poesía y lo maneja con maestría. Su estilo se ha realizado y pulido en el conocimiento de la gran poesía del siglo reciente.

Eso es visible también en su poemario: El amor incontable (Eds. Vitruvio, Madrid, 2008,), cuyo eje conductor es a la vez el amor, el arte, el cine, la fotografía, todo viaja a través de citas: Roland Barthes, Françoise Sagan, que me hace mirar por el retrovisor hacia los años sesenta en la literatura como en el cine: “Una cierta sonrisa”, una película como referencia que marcó a una generación nueva de posguerra en el que la escritora vislumbró el desencanto con un leve rictus de cinismo a una época. Y fue ciertamente aquella misma juventud la que protagonizó las llamaradas de las barricadas en el mayo del 68. Me conmovió ver cantar a Juliette Gréco en esa película, la existencialista musa de Sartre, canción que amamos y tradujimos del inglés con mi hija Carola, para que ella la interpretara como un momento de tristeza y melancolía en Chile:

“Yo vivo la melancolía, camino por calles de quebranto, mis amigos están muy solos y dicen Bonjour tristesse, me llegan cartas a una calle sin número, y siento la melancolía al caminar por calles tristes, Buenos días tristeza…”
 
Hasta allí el viaje a que me lleva esa cita. Luego, “Sobremesa” y Alors, tu m´aimes totalment…? Jean-Luc Godard, Le Mépris: el ojo que mira la cámara y la descripción de imágenes y el poema. Más  citas en “Cóctel”, “Motel”;  “Caza” con Julio Cortázar; “Tiro” con Jorge Luis Borges, “Lecho” y Virgilio.

“Blow Up”, ¿quién no recuerda esa tremenda película basada en un cuento de Cortázar? ¿Y los jardines que se bifurcan y los laberintos?

Yves Montand, Jacques Prévert: ¿quién no recordará su poema “Barbara” tantas veces leído en las revistas clandestinas en el Chile de la dictadura?

Y a Sylvia Plath.  

“La bella molinera”: serie inspirada en el ciclo de canciones con música de Franz Schubert y letra de Wilhem Müller. Comienza: “El poeta a modo de prólogo”. La cita del epígrafe es de Las amantes de Elfriede Jelinek: se trata de una situación  agotadora, pero prometedora.

Y el poema:

“Verano con ventana al parque
en la discreta ex sede del imperio
(de ida y vuelta de las grandes ciudades,
de las grandes ideas,
de los grandes amores...)”

Grandes reflexiones...

“del clásico melodrama urbano,
ligeramente desplazados por la Historia...”

El discurso de la poesía. El discurso de la reflexión y las múltiples imágenes de países, de calles, de laberintos, de hoteles, se deslizan por el imaginario de viajes de una peregrina de las nomadías escritas como un palimpsesto del despliegue de uso de formas como solturas de cuerpos, del cuerpo de la historia de la poesía, la literatura y el viaje. Entre textos, viaja con los poetas que nosotros leímos desde lejos, acompañados por textos filosóficos: morada en la Selva Negra con Heidegger glosando a Hölderlin; se vuela pensando en las lejanías literarias, tan cercanas a una traductora, tradittora, como esta inusual poeta de la lengua que es María Elena Blanco.

De estos tres libros me acerco a decir que son como los imaginarios de un viaje literario de una autora. Con mayor soltura, en Escrito en lenguas y Sobresalto al vacío, ¿escapando quizás de la camisa de fuerza de las formas poéticas a un vacío barroco? ¿A un vacío real? Es quizás Chile, donde María Elena Blanco da un mirada a la basura sucia de este pique a fondo, más fluido para el tacón de esquina, donde el requiebre de la tragedia y la simulación del oro trizan el espejo cóncavo de Ashbery para este dialogante discurso del hecho añicos. Se fueron por las bordas utópicas de los sueños, ¡vislumbro! Este gran Salto en la sabia poeta, cómo desliza la vaina de todo lo vivido, quizás como Gardel... que dice: “yo adivino el parpadeo” de esta poética en el poema y los poemas: “Eje del silencio”, “Matador”, “Estrenos de almazara”, “Casas de aire”, de la sección Escaladas: un diluvio de introspección. Y en la cuarta: Parábolas, “Fragmentos de una elegía trunca”: una lúcida mirada a la historia.

Y finalmente, en Tombeaux, sepulcros o tumbas acompañadas de una música lenta y rítmica, María Elena, profundiza su estilo de formas, les escribe a las diásporas, a los que no están, a los que perviven en medio de los fragmentos y recortes: Baudelaire siempre, Las flores del mal, que María Elena traduce.

“Cuatro valsecitos meneaditos”, recortes de memorias: la muerte de Toño Cisneros. Y luego el tiempo de José Emilio Pacheco.

En “Huracán adentro” dice: “El rito y el lugar se han perdido. / No hay objetos de entonces…”. No los hay, los compran los fetichistas. “Lo que pasa cuando no pasa nada”…

Valparaíso: Alimapu, el ojote otea y luego de nuevo Valparaíso por La Matriz, el útero de su génesis, por esa vía se llega a la pólvora; por la otra, al mar.

Con un soplo se eleva y escapa por las fisuras de lo que se ha escrito en este valle, es todo en este sepulcro con Ravel.

De esta forma pude arrimarme a este escenario y a este ritual de la palabra a que nos invoca María Elena, peregrina que lleva asidas a la cintura por el mundo sus Flores del Mal.



 

 

 

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La Sebastiana, Valparaíso, julio 2015.
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