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«Crónicas en transición», de Carmen Berenguer.
Editorial Universidad de Talca. 2019. 252 págs.
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 15 de Diciembre de 2019
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"Bajo el enunciado radical 'Crónicas en transición', Berenguer organiza el paseo urbano que construye una narrativa de interrogantes, descripciones, reflexiones que van allí donde hubo algo que ya no está o que se mercantilizó o que desdibujó su historia", son palabras de Raquel Olea que dan sentido y resumen el contenido del último libro de Carmen Berenguer, en el excelente prólogo que redacta para estas Crónicas en transición, subtituladas "Los amigos del barrio pueden desaparecer", frase que es una especie de ritornello que se repite en todo el volumen. Berenguer es mucho más conocida como poeta —Mama Marx o La casa de la poesía— y nadie puede poner en duda la gran calidad de sus estrofas. Sin embargo, su prosa es más bien ignorada, quizá por el reconocimiento que ha recibido su escritura lírica. Y en esta obra encontramos varias sorpresas: su compromiso con lo poético también se halla presente en estas piezas, de modo que muchas veces es dificil distinguir cuando estamos ante un texto perteneciente al género rapsódico o ante otro, de carácter prosístico; aquí Berenguer nunca abandona la grafía que la hizo famosa, pese a que recurre a elementos nuevos, que tradicionalmente no se pueden asociar con sus trabajos en verso; por último, su estilo, tan original, tan único, la convierte, por donde se la mire, en una autora inclasificable.
Crónicas en transición contiene por lo menos unos 75 ensayos, pero si no contamos las partes en que el tomo está dividido, ni tampoco los subcapítulos que hay en casi todas estas reflexiones, el ejemplar consta de un centenar o más de muestras escriturales, en las palabras tan propias de Berenguer. Es preciso decir que la variedad de temas, la heterogeneidad, el humor —a veces hasta el punto de la hilaridad—, el desparpajo, la mirada cáustica de Berenguer, nos subyugan de principio a fin. En general, cada una de estas secciones revela el fermento cultural de los años 80 y comienzos de los 90, la inmensa cantidad de artistas que participaron en esos años esperanzadores, la introducción de inéditas formas expresivas, tales como la performance, la instalación, la protesta improvisada, el teatro callejero, el grafiti, los rayados y otra infinita variedad de manifestaciones, de las cuales Berenguer da cuenta en forma chisporroteante, incluyendo, además, una categoría muy novedosa, que ella, muy suelta de cuerpo, llama "lecturas clandestinas". Solo por estos aportes y el rescate de tantos hombres y mujeres innovadores, estas Crónicas en transición valen su peso en oro.
Evidentemente, la sección más provocativa y singular es la primera, que va con el encabezamiento "Ardorosamente activista, pasionalmente insurrecta". Es en esta oportunidad cuando Berenguer da rienda suelta a sus caprichos, a sus amores y odios, a sus rabias y momentos de exaltación, a lo que le produce indiferencia o le apasiona, a sus meditaciones políticas o estéticas, a su afán por hacerse cómplice de cuanto elemento subversivo pueda estar al alcance, en suma, a lo que se le pase por la mente. Aquí surgen personas, algunas relevantes hasta el presente, otras injustamente olvidadas, que han sido decisivas en nuestro actual panorama estético, como Diamela Eltit, Lotty Rosenfeld, Raúl Zurita, Ronald Kay, Pedro Lemebel y tantos, tantos más, que resulta del todo imposible enumerarlos, así
como a los grupos que formaron. También se hace presente la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), en la práctica el único espacio genuinamente democrático que funcionó a todo dar durante la peor época de la dictadura.
Con todo, tal vez el factor predominante de Crónicas en transición sea la exposición de la activa vida social que se llevó a cabo en aquellos días y que, para el lector de la actualidad, varias décadas después de los sucesos que narra Berenguer, es algo inconcebible, por no decir milagroso. Berenguer se detiene con fruición, incluso con deleite, en la nocturnidad de esas reuniones, en que todos y todas se juntaban para convivir de manera nocturna, en distintas casas, en bares, en locales de mala fama, donde ocurría de todo, aun cuando siempre girando en torno a la literatura y tópicos afines, sin dejar de lado, tratándose de un personaje tan iconoclasta como nuestra creadora, una que otra actividad de tipo escandaloso, a ratos perturbador, en ocasiones rozando lo delictual (claro que esa reaccionaria opinión nunca ha estado en la conciencia de este crítico). Crónicas en transición culmina en una entrevista a Berenguer y Lemebel, y es un gran final para este titulo.