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Carmen Berenguer: "Yo soy documentalista"
Obra Poética, Cuarto Propio, 2018, 555 págs.

Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros de El Mercurio. 15 de julio de 2018


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Ella recuerda algo parecido a una celda. No estaba en una cárcel sino en un centro de retiro de la Iglesia Católica en Punta de Tralca, donde llegó junto a un grupo de escritores jóvenes en 1981. O quizás 1982. Eran parte de un taller literario de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) que, entre otros, dirigía Jaime Quezada. Y a Carmen Berenguer le tocó dormir en lo que ella recuerda como una celda y fue ahí, en su máquina de escribir eléctrica Olivetti, que escribió parte del que sería su primer libro Bobby Sands desfallece en el muro. Por supuesto, aludía al militante del IRA recién muerto en una huelga de hambre en una prisión de Belfast, pero en realidad el poemario era sobre lo que sucedía en el Chile de los 80. Sobre el hambre que los acechaba.

"En ese entonces estábamos muy hambreados, en todo sentido", recuerda Berenguer (Santiago, 1946). "Teníamos múltiples necesidades culturales, pero también poca plata. El medio estaba complicado. Era triste", añade en su departamento ubicado en plena Plaza Italia. Afuera está su terreno: la ciudad nerviosa sobre la que ella ha escrito tanto, especialmente en los 80 cuando forjó una voz contingente que en 2008 la llevó a ganar el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Una década después de aquel galardón, Berenguer repasa sus 35 años de trayectoria con un grueso volumen Obra poética.

El libro recoge los ocho libros que Berenguer ha publicado: Bobby Sands... (1983), Huellas de siglo (1986), A media asta (1988), Sayal de pieles (1993), Naciste pintada (1999), mama Marx (2006), Maravillas pulgares (2009) y Mi Lai (2016). Se trata de una obra sitiada, atenta a los hechos políticos y sociales, y que pasa de la crónica a la autobiografía de un verso a otro. Formalmente, también es un cruce: versos libres quebrados que con los años se han convertido en narraciones. Se trata, eso sí, de un obra en desarrollo: "Me pidieron más de una vez publicar un libro como este, pero esto se hace al final de una vida. O lo hacen otros. Y yo no he terminado de escribir. Quizás obedece a una necesidad, nosotros publicábamos con unas tiradas muy pequeñas", cuenta.

Cuando Berenguer habla de nosotros, habla de una generación de artistas y autores que hicieron de los 80 una época mítica, trágica y bullente, sobre el telón de la dictadura. Ella lo empezó a vivir como tallerista de la Sech, donde se topaba con jóvenes como Diego Muñoz, Ramón Díaz Etérovic, Pía Barros, Rodrigo Lira, pero también consagrados como Nicanor Parra o Enrique Lihn. Mientras se acababa la década, a Berenguer se le veía en el bar Jaque Mate junto a Pedro Lemebel, se volvía una protagonista de un nuevo feminismo y en el libro A media asta ponía una bandera chilena en la que se leía decenas de veces "SOS". "Eran años tristes, lo pasábamos mal. Pero a la vez había mucha solidaridad", cuenta Berenguer. "Recuerdo una energía muy estimulante para un escritor. Pasaban cosas terribles, pero al mismo tiempo el hecho de tener ideas y traspasar esas ideas, conversar ideas, nos parecía muy importante", añade.

Sus libros son siempre retratos de su tiempo, memorias y documentos.
— A mí, como escritora, se me dio un tiempo de mucha versatilidad en el país. Mucho cambio. Cambios radicales: socialismo, capitalismo. Todo cambió en todo sentido. Santiago se transformó. A mí me parecía importante escribir sobre eso. Mi poesía es documental. Yo soy documentalista. Da cuenta de Chile, de lo que está pasando. No puedo quedarme pegada en una poesía acotada a la poesía, necesito trabajar con otros esquemas, otros lugares e incorporar elementos nunca transitados en la poesía.

"El poeta es el poeta, que en este país tiene categoría de Dios", se lee en "Naciste pintada".
— Es verdad. Tiene una cosa rara la poesía en este país. Mucha gente cree que la poesía chilena es la mejor del mundo; es un chovinismo muy grande. No es así. Lo malditos estaban en Francia. Hay muchas obras por todas partes. Pero hay un síndrome del poeta, no hay quién no es poeta. Yo lo encuentro maravilloso, pero al mismo tiempo no lo puedo comprender, porque el lugar del poeta es tan poco privilegiado en esta época global. Hahn decía que los poetas chilenos pensaban en el sillón.

¿Esa idea del gran poeta único cree aún existe en Chile?
— Sí, creo que sí. Bueno, Parra era el único. Ahora vendrá un único o una única instalada por el oficialismo, seguramente. Es como si se descubriera algo, una poesía que sería la única y la mejor. Y no es así, desde los 80 hay nuevos poetas maravillosos. Enrique Lihn no ha sido bien leído y le tocó la mala suerte de tener al lado al papá Nicanor. Eso no es saludable. Los poetas deben hacer valer su espacio. Deben crear sus lugares de importancia en la palabra.

En 1987 usted fue parte de un grupo de escritoras que intentó crear un nuevo espacio a través del Congreso Internacional de Literatura Femenina. Esa iniciativa hoy es relevada ante la nueva ola de feminismo.
— Es bien gravitante lo que pasa, ha vuelto a resurgir. Yo nunca pensé que volvería a ocurrir. En los 80, no había nada alrededor que pudiera cobijar a esa escritura ligada a las mujeres. De la única manera que se podía hacer algo era pensando esa escritura. Y así llegamos al Congreso Internacional de Literatura Femenina, junto a Nelly Richard, Eliana Ortega, Diamela Eltit, Eugenia Brito, Raquel Olea, Soledad Bianchi y otras. Pero lo que sucedió ahí, en los 90 se borró. Se instaló una nueva generación y quiso borrar el pasado. Es normal que sucedan esos procesos, pero fue muy fuerte. Y como ocurrió otras veces, pensé que el tiempo iba a ser mezquino para las mujeres, como diría Gabriela Mistral. En los años 50 hubo muy buenas poetas y narradoras en Chile y están borradas. Y cuando no tienes concepción histórica de la cosas, no tienes memoria, no tienes país.

¿Su escritura está marcada por una búsqueda feminista?
- Para mí era fundamental, era casi mi desafío, proponer modos nuevos o llamativos de escritura. Trabajé mucho el reverso de la escritura, conceptos bien feministas: las orillas, los rincones, los márgenes. Yo me preocupé de decir algo de otra forma.



 

 

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Carmen Berenguer: "Yo soy documentalista"
Obra Poética, Cuarto Propio, 2018, 555 págs.
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